La tradición católica, aparte de en templos de plural dimensión, también se manifiesta en una serie de capillas, hornacinas, cruces y pequeños altares que salen al paso mientras se camina. Testimonian la fe cristiana pero, a la vez, vienen a cumplir una función espiritual y protectora.
Confluencia de las calles Corredera y Angustias, donde se aprecia la hornacina de la Virgen.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Y, como ahora veremos, albergan, además, una utilidad extra, digamos, material. "¿Cuál es esta?", dirán ustedes. Pues que, en definitiva, no dejan de ser puntos de luz en el recorrido urbano. Luz mística, si se quiere, pero también antorcha en la oscuridad de la noche cerrada.
Mucho antes de que el Hotel Comercio abriese sus puertas, éste ya contaba con un nicho exterior bendecido. Lo encontramos en el muro del edificio que da a la calle Angustias. De hecho, es este antiguo altar el que puede dar nombre a esta escueta vía, y no al revés.
En opinión del experto e historiador Antonio Luis Jiménez Barranco, la consagración de este camarín estaría relacionado con la familia Aguilar Tablada, vecinos de esta calle cuyo fervor por la Virgen de la Soledad y la Virgen de las Angustias era patente, siendo un activo dirigente de esta cofradía tan arraigada en Montilla.
Estamos hablando de un adoratorio público con unas características muy definidas. Está como metido hacia dentro, encajado en la estructura de este edificio. Es decir, es una cavidad de oración que, en sí misma, renuncia a invadir la calle con un voladizo. Y esto, esta forma, es algo que le confiere cierta intimidad y discreción.
Ahí sigue estando. Lo ornamental y devocional se aúna en él. Si uno no levanta la vista, puede pasar inadvertido, porque está a una cierta altura, nada más doblar la esquina de la calle Corredera. Pero está en este lugar, como mínimo, desde finales de 1791. No es un cálculo aleatorio. Es un dato que está por escrito.
En las Actas Capitulares del Archivo Municipal de Montilla se da cuenta de la presencia de una imagen de Nuestra Señora de las Angustias que “existe en dicha calleja en sitio indecente”. En este cabildo, Juan Pedro Susbielas, propietario del inmueble, solicita permiso para “edificar un cuerpo sobre arcos” para mejorar el aspecto público de este lugar. Y se le concedió, aunque no hay constancia (yo, al menos, la desconozco) de que, finalmente, levantase tal elemento arquitectónico.
Su propuesta consistía en situar la figura mariana, embelleciéndola, encima de unos arcos. De este modo, según se expresa en el documento citado, se pretendía reforzar la seguridad de ambos testeros: el de su casa y “el del colegio que fue de regulares de la Compañía”. Es decir, lo que se quería alzar era una sujeción con un sentido estético.
Susbielas, que además de propietario, formaba parte del Cabildo Municipal como diputado del Común, se ausentó de esta reunión “de la referida sala capitular” en el momento que se abordó este punto, por afectarle directamente.
Este acuerdo público, que Enrique Garramiola recogió en su fundamental Callejero y Memoria intima de Montilla, también se refiere al aprovechamiento “para su mayor culto la luz de noche con la que se alumbra”. Hágase la luz, pues.
Es este un enclave ciudadano medular en la cartografía emocional e histórica de nuestro pueblo. En escasos metros, se acumulan rastros pretéritos. Es un lugar de vida pero, también, de tumbas. El osario jesuita yace en estos subsuelos que, tiempo atrás, formaron parte del extenso universo religioso y educativo de esta elitista congregación en Montilla. Es un enterramiento de la Orden de san Ignacio que ha aflorado al efectuarse la cimentación de alguna nueva construcción en esta zona.
Angustias y angosto participan de una idéntica etimología. Jaime Luque, que comparte vieja amistad con Pedro Navarro, hace notar esta afinidad. Y no va desencaminado. Es una denominación —apunta— que no expresa pesar, únicamente, sino que también significa estrechez, apretura, angostura, incluso sofoco. Y esta, verdaderamente, es una calle de pequeña dimensión, casi una calleja, recogida e íntima en todo el cogollo histórico de la ciudad, donde se acompasa el pasado con el futuro. Y se remueve, afanoso, el mundo actual.
Detalle del pequeño altar de la calle Angustias.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Es ahí, como parte del hotel cuando éste existía, donde se ubica este altar. En concreto, junto al balcón de la habitación número 5, según refiere Candi Luna. Pedro Navarro, que abrió los ojos aquí, lo ha visto desde niño. Le brota la devoción y el cariño cuando habla de esta advocación.
Es una pintura con una leyenda en latín al pie del cuadro, que está dirigida al transeúnte: Oh, todos vosotros que pasáis por la calle, atended y mirad: Si hay dolor igual al mío. Atended todos, y mirad mi dolor. Si hay dolor como el mío.
El cuadro, de trazo barroco, expele sufrimiento. Y este dolor no radica solo en la Madre ante la tortura y muerte de su Hijo. El tono lúgubre de la obra es acorde al dramatismo propio del final de este periodo artístico en el que lo transido cobraba una desoladora fuerza expresiva.
Se trata de una madonna con corona y manto bordado que sostiene a Cristo muerto en su regazo. Porta un hábito con una cruz colgada al cuello, más algún otro detalle decorativo, como la media luna junto a unos angelotes en un conjunto que simbolizan pureza y serena aflicción.
Sin embargo, no es solo esto. Al observarla, parece implorar que no se le abandone, ni se le descuide. Durante años, Felisa Repiso, como regenta del hotel, se encargaba personalmente de que nada le faltara. Encargaba esta tarea a los hermanos Marcelino y Manolo Pino que, valiéndose de unas escaleras, mantenían limpio y pintado el altar.
Cada cierto tiempo, revisaban el cristal, comprobaban el estado de la puerta de la urna y, también, le cambiaban las flores, que eran de tela. Según relata su hija Candi, para Felisa Repiso era esencial el cuidado de la Virgen de las Angustias.
Para la familia Navarro, que en cierto modo también la ha custodiado de manera constante, es norma impedir su olvido. Y en esta misión se ha aplicado, con rigor y determinación. Era un asunto primordial. Y, para ello, estaba en las mejores manos, las de Inmaculada Navarro Polonio, cuñada de Pedro Navarro, que asumió la restauración de esta imagen.
“Es un cuadro que está expuesto al exterior —nos precisa—, lo que empeora su estado de conservación, aunque esté aparentemente resguardado en un nicho con un cristal. Pero es inevitable que le entre humedad y que se vea afectado por los cambios de temperatura. Todos estos factores le influyen”.
Licenciada en Bellas Artes, en la especialidad de Restauración, Inmaculada Navarro Polonio muestra pulcritud, sensibilidad y mimo en cada uno de sus trabajos. Actúa con eficacia y maestría en tallas de madera y en oleos que ella depura, liberándolos de barnices dañados. Son cualidades, las de un tratamiento eficaz, que también confluyen en la reparación de esta Virgen de las Angustias.
“Desconozco si, anteriormente, se había efectuado alguna otra restauración. No lo sé. Con el tiempo, los propios clavos que sujetan la tela, esto es, el lienzo, se oxidan. Esto termina por tensar la tela que acaba rompiéndose. Aparte de esto, el paño presentaba otros desperfectos apreciables, algún pequeño agujero, alguna fisura y perforación, que complican la adecuada protección y conservación de la pintura”.
“Lo que hicimos —continua Inmaculada— fue volver a tensar el lienzo, poniéndole bordes nuevos. Se llevó a cabo una limpieza, con los parches que hicieron falta, y se suprimieron manchas mediante la aplicación de un nuevo barnizado, que eliminase restos de polvo y de humedad. La retirada de todos los elementos antiguos deteriorados permite recuperar la coloración original de la obra. Se estucaron y se reintegraron con un barniz de protección final”.
Sobre su origen, este cuadro ideado para su exposición en un espacio abierto, se mueve en una nebulosa, por la carencia de noticias más precisas. A falta de una datación exacta, para Inmaculada Navarro Polonio están claras las características artísticas de la obra.
Detalle del lienzo de la calle Angustias.
[FOTO: MANUEL BELLIDO MORA]
“Es una imagen barroca que no contiene firma de autor, por lo que no se puede saber con certeza su procedencia y origen. No hay ningún dato, ni fecha, ni año, ni firma, en el anverso o el reverso. Pero por el tipo de imagen que es, además de por la técnica empleada, y la forma de tratar esta temática mariana, permite suponer que se hizo en el periodo artístico del barroco”.
Llama la atención que no es un retrato habitual de la Virgen con el Niño Jesús. “Estamos acostumbrados a ver otra clase de imaginería, en la que se representa a la Madre de Dios con su Hijo. También es frecuente encontrarnos con representaciones de la Inmaculada Concepción, Dolorosas, pero esta tan concreta de la Virgen de las Angustias no es muy común en un altar callejero. Además, al observar el tratamiento, vemos que no es una imagen plana, sino que da una cierta sensación de relieve, no tan estática”.
Los tonos apagados también denotan el estilo habitual en el barroquismo. Otro elemento importante de esta hornacina es el uso de un candil o lámpara. Es un aditamento con un doble propósito: embellecer la imagen, iluminándola, a la vez que también proporcionaba alumbrado a esta parte de la calle Angustias, en concreto en épocas precedentes a la extensión del tendido eléctrico.
Inmaculada Navarro Polonio empleó cerca de tres meses en el proceso de limpieza y restauración de esta obra. No hubo que hacer un reentelado como sucede cuando la pieza se encuentra en peores condiciones. El hecho de que estuviera protegida por un cristal ha ayudado bastante a impedir filtraciones y otras agresiones externas.
“Es una imagen —nos dice— que siempre ha estado ahí. He visto a gente mirarla con respeto y devoción, que se santiguaba al pasar junto a ella. O que se detenía un momento a rezar una oración o a decir una jaculatoria. Pero no he llegado a ver actos públicos, como sí se hacen en la Plazuela junto al cuadro de la Inmaculada Concepción”.
Pedro Navarro Aguilar es el único de su familia que nació en esta casa, desde la que, en contacto visual con la Virgen, le invita a profundizar en sus creencias. Es la casa de sus padres, pared con pared con el antiguo Hotel Comercio. Entrar en él y recorrerlo formaba parte de sus juegos infantiles. Es hora de retroceder a sus primeros años.
“Yo era el más chico y mis hermanas nacieron en otro lado. Pero, para nosotros, la Virgen ha sido algo muy querido y reconocible: siempre ha estado ahí enfrente. Mi madre, Cristobalina Aguilar Luque-Romero, siempre estuvo muy cerca de Ella, y se preocupó de su conservación y buen estado, lo que llevó a pedirle al sacerdote Cristóbal Gómez Garrido, con quien tenía gran confianza, que se interesase por la imagen”.
“El paso definitivo para arreglar y reparar esta capilla lo dimos, con la ayuda de Paco Berlanga y de Inma Navarro, que es hermana de mi esposa. Le pedí, por favor, que se hiciese cargo de este menester, porque la madera presentaba síntomas de polilla y también era evidente que el cuadro necesitaba una atención concreta y especializada”.
Inmaculada Navarro Polonio se comprometió y no cobró nada: lo hizo desinteresadamente. Y él, por su parte, costeó los materiales y la carpintería. “Previamente, Paco Berlanga, que es la persona que nos arregla todo en la casa, saneó por completo la hornacina para que se pudiera proceder con toda garantía. La pintó, repuso maderas y la dejó preparada al detalle, para quitarle toda posible presencia de parásitos”.
También se comprobó el mal estado de la instalación eléctrica, con una bombilla antigua de escasa potencia que apenas cumplía su función de dar luz a la Virgen. “Entonces, le pusimos lámparas led que permiten ver bien la imagen cuando uno pasa por allí”.
“Hasta que dimos este paso nadie se preocupaba del mantenimiento de este altar callejero. Mi madre era la única persona que se encargaba de atender el buen estado de esta capilla. Y, desde que ella falta, es mi hermana Mari la que está pendiente de todo. Ella la tiene de frente, la ve a diario cada vez que se asoma a la ventana de la cocina o del dormitorio”.
Pedro Navarro, que está emparentado con los propietarios de la pastelería de Manolito Aguilar, echa la vista atrás como quien recrea el escenario de sus días de niño. El olor a confituras y dulces y la fachada e interior del hotel reaparecen en este viaje al pasado.
Pedro Navarro, a la derecha, durante el Santo Entierro del año 2023.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
“Desde mi casa, yo veía frente a mí una gran ventana saliente, preciosa, con su reja de hierro, muy bonita, casi debajo de la hornacina de la Virgen. Ahí se ponía Pepe Luna, el padre, en un salón del hotel, que contaba con un suelo de losillas pintadas de rojo. Era una habitación bastante grande que daba con nuestro comedor. Y ahí, en aquella sala, se juntaban los viejos flamencos de Montilla”.
Era un ritual diario en torno al vino, al cante, la amistad y la conversación. Allí concurrían El Lucero, Paco Gil, Pedro el de Puente Genil, Blas Palma, Antonio López el Cesto y, por supuesto, Rafael Pedraza, que era una especie de mantenedor de esta tertulia. A ella se añadían, como de costumbre, los artistas que estaban de paso por Montilla y que estaban alojados en el hotel. “Ahí he visto yo a los más grandes: Marchena, Emilio El Moro, Marifé de Triana, Caracol y tantos otros”.
El vino era bebida exclusiva en esta junta de amigos. En concreto, el Fino Pompeyo, de Bodegas Cobos, siempre. No había otra cosa. Y todo salía de la cartera de Rafael Pedraza, según especifica Pedro Navarro. Era un salón, una especie de reservado. Y mientras tanto, Felisa Repiso, lo salvaguardaba todo desde la cocina, donde ella estaba casi siempre: “La cocina era su despacho”, afirma categórica Mari Navarro, que la recuerda perfectamente administrándolo todo. Nada se le escapaba. Todo pasaba por ella.
“A mí me decía 'mi niño' —recuerda Pedro Navarro con nostalgia—. Y como, además, me gustaba mucho la cocina, me metía allí y bromeaba mucho con ella, que solía sonreír y ser amable con todo el mundo. Pepe Luna, su hijo, me decía 'pariente', tal era la cercanía que teníamos entre nosotros. Igual me sigue pasando con sus hermanas —Pepi, Candi, María Joaquina y, antes, con la fallecida Carmeli—. Siempre hemos sido como de una misma familia”.
No es necesario fabular para exprimir lo mucho que ha ocurrido, día y noche, en el Hotel Comercio. Lo que parece increíble sucedió allí en verdad. No hay invención alguna en lo que aquí se ha contado. Constituyen un puñado de historias mínimas que, tantos años después de su desaparición, lo mantienen en pie en los recuerdos de numerosas personas.
Es evidente que este tipo de alojamientos ya no existen. No se dan. Ahora, cualquier hotel es, simplemente, un sitio de paso. Si te he visto no me acuerdo. No queda huella de los que allí se hospedan, salvo en los registros policiales. En la actualidad, excepto muy raras excepciones, los hoteles, por muy sofisticados que sean, son lugares sin memoria. Son espacios de tránsito, impersonales, en los que todo se diluye en el momento que entregas la llave (electrónica, o algún sistema más críptico aún) y te marchas.
Hotel Babel (I)
Hotel Babel (II)
Hotel Babel (III)
Hotel Babel (IV)
Hotel Babel (V)
Hotel Babel (VI)
Hotel Babel (VII)
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Y, como ahora veremos, albergan, además, una utilidad extra, digamos, material. "¿Cuál es esta?", dirán ustedes. Pues que, en definitiva, no dejan de ser puntos de luz en el recorrido urbano. Luz mística, si se quiere, pero también antorcha en la oscuridad de la noche cerrada.
Mucho antes de que el Hotel Comercio abriese sus puertas, éste ya contaba con un nicho exterior bendecido. Lo encontramos en el muro del edificio que da a la calle Angustias. De hecho, es este antiguo altar el que puede dar nombre a esta escueta vía, y no al revés.
En opinión del experto e historiador Antonio Luis Jiménez Barranco, la consagración de este camarín estaría relacionado con la familia Aguilar Tablada, vecinos de esta calle cuyo fervor por la Virgen de la Soledad y la Virgen de las Angustias era patente, siendo un activo dirigente de esta cofradía tan arraigada en Montilla.
Estamos hablando de un adoratorio público con unas características muy definidas. Está como metido hacia dentro, encajado en la estructura de este edificio. Es decir, es una cavidad de oración que, en sí misma, renuncia a invadir la calle con un voladizo. Y esto, esta forma, es algo que le confiere cierta intimidad y discreción.
Ahí sigue estando. Lo ornamental y devocional se aúna en él. Si uno no levanta la vista, puede pasar inadvertido, porque está a una cierta altura, nada más doblar la esquina de la calle Corredera. Pero está en este lugar, como mínimo, desde finales de 1791. No es un cálculo aleatorio. Es un dato que está por escrito.
En las Actas Capitulares del Archivo Municipal de Montilla se da cuenta de la presencia de una imagen de Nuestra Señora de las Angustias que “existe en dicha calleja en sitio indecente”. En este cabildo, Juan Pedro Susbielas, propietario del inmueble, solicita permiso para “edificar un cuerpo sobre arcos” para mejorar el aspecto público de este lugar. Y se le concedió, aunque no hay constancia (yo, al menos, la desconozco) de que, finalmente, levantase tal elemento arquitectónico.
Su propuesta consistía en situar la figura mariana, embelleciéndola, encima de unos arcos. De este modo, según se expresa en el documento citado, se pretendía reforzar la seguridad de ambos testeros: el de su casa y “el del colegio que fue de regulares de la Compañía”. Es decir, lo que se quería alzar era una sujeción con un sentido estético.
Susbielas, que además de propietario, formaba parte del Cabildo Municipal como diputado del Común, se ausentó de esta reunión “de la referida sala capitular” en el momento que se abordó este punto, por afectarle directamente.
Este acuerdo público, que Enrique Garramiola recogió en su fundamental Callejero y Memoria intima de Montilla, también se refiere al aprovechamiento “para su mayor culto la luz de noche con la que se alumbra”. Hágase la luz, pues.
Es este un enclave ciudadano medular en la cartografía emocional e histórica de nuestro pueblo. En escasos metros, se acumulan rastros pretéritos. Es un lugar de vida pero, también, de tumbas. El osario jesuita yace en estos subsuelos que, tiempo atrás, formaron parte del extenso universo religioso y educativo de esta elitista congregación en Montilla. Es un enterramiento de la Orden de san Ignacio que ha aflorado al efectuarse la cimentación de alguna nueva construcción en esta zona.
Etimología de la fe
Angustias y angosto participan de una idéntica etimología. Jaime Luque, que comparte vieja amistad con Pedro Navarro, hace notar esta afinidad. Y no va desencaminado. Es una denominación —apunta— que no expresa pesar, únicamente, sino que también significa estrechez, apretura, angostura, incluso sofoco. Y esta, verdaderamente, es una calle de pequeña dimensión, casi una calleja, recogida e íntima en todo el cogollo histórico de la ciudad, donde se acompasa el pasado con el futuro. Y se remueve, afanoso, el mundo actual.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Es ahí, como parte del hotel cuando éste existía, donde se ubica este altar. En concreto, junto al balcón de la habitación número 5, según refiere Candi Luna. Pedro Navarro, que abrió los ojos aquí, lo ha visto desde niño. Le brota la devoción y el cariño cuando habla de esta advocación.
Es una pintura con una leyenda en latín al pie del cuadro, que está dirigida al transeúnte: Oh, todos vosotros que pasáis por la calle, atended y mirad: Si hay dolor igual al mío. Atended todos, y mirad mi dolor. Si hay dolor como el mío.
El cuadro, de trazo barroco, expele sufrimiento. Y este dolor no radica solo en la Madre ante la tortura y muerte de su Hijo. El tono lúgubre de la obra es acorde al dramatismo propio del final de este periodo artístico en el que lo transido cobraba una desoladora fuerza expresiva.
Se trata de una madonna con corona y manto bordado que sostiene a Cristo muerto en su regazo. Porta un hábito con una cruz colgada al cuello, más algún otro detalle decorativo, como la media luna junto a unos angelotes en un conjunto que simbolizan pureza y serena aflicción.
Sin embargo, no es solo esto. Al observarla, parece implorar que no se le abandone, ni se le descuide. Durante años, Felisa Repiso, como regenta del hotel, se encargaba personalmente de que nada le faltara. Encargaba esta tarea a los hermanos Marcelino y Manolo Pino que, valiéndose de unas escaleras, mantenían limpio y pintado el altar.
Cada cierto tiempo, revisaban el cristal, comprobaban el estado de la puerta de la urna y, también, le cambiaban las flores, que eran de tela. Según relata su hija Candi, para Felisa Repiso era esencial el cuidado de la Virgen de las Angustias.
Para la familia Navarro, que en cierto modo también la ha custodiado de manera constante, es norma impedir su olvido. Y en esta misión se ha aplicado, con rigor y determinación. Era un asunto primordial. Y, para ello, estaba en las mejores manos, las de Inmaculada Navarro Polonio, cuñada de Pedro Navarro, que asumió la restauración de esta imagen.
“Es un cuadro que está expuesto al exterior —nos precisa—, lo que empeora su estado de conservación, aunque esté aparentemente resguardado en un nicho con un cristal. Pero es inevitable que le entre humedad y que se vea afectado por los cambios de temperatura. Todos estos factores le influyen”.
Licenciada en Bellas Artes, en la especialidad de Restauración, Inmaculada Navarro Polonio muestra pulcritud, sensibilidad y mimo en cada uno de sus trabajos. Actúa con eficacia y maestría en tallas de madera y en oleos que ella depura, liberándolos de barnices dañados. Son cualidades, las de un tratamiento eficaz, que también confluyen en la reparación de esta Virgen de las Angustias.
“Desconozco si, anteriormente, se había efectuado alguna otra restauración. No lo sé. Con el tiempo, los propios clavos que sujetan la tela, esto es, el lienzo, se oxidan. Esto termina por tensar la tela que acaba rompiéndose. Aparte de esto, el paño presentaba otros desperfectos apreciables, algún pequeño agujero, alguna fisura y perforación, que complican la adecuada protección y conservación de la pintura”.
“Lo que hicimos —continua Inmaculada— fue volver a tensar el lienzo, poniéndole bordes nuevos. Se llevó a cabo una limpieza, con los parches que hicieron falta, y se suprimieron manchas mediante la aplicación de un nuevo barnizado, que eliminase restos de polvo y de humedad. La retirada de todos los elementos antiguos deteriorados permite recuperar la coloración original de la obra. Se estucaron y se reintegraron con un barniz de protección final”.
Sobre su origen, este cuadro ideado para su exposición en un espacio abierto, se mueve en una nebulosa, por la carencia de noticias más precisas. A falta de una datación exacta, para Inmaculada Navarro Polonio están claras las características artísticas de la obra.
[FOTO: MANUEL BELLIDO MORA]
“Es una imagen barroca que no contiene firma de autor, por lo que no se puede saber con certeza su procedencia y origen. No hay ningún dato, ni fecha, ni año, ni firma, en el anverso o el reverso. Pero por el tipo de imagen que es, además de por la técnica empleada, y la forma de tratar esta temática mariana, permite suponer que se hizo en el periodo artístico del barroco”.
Llama la atención que no es un retrato habitual de la Virgen con el Niño Jesús. “Estamos acostumbrados a ver otra clase de imaginería, en la que se representa a la Madre de Dios con su Hijo. También es frecuente encontrarnos con representaciones de la Inmaculada Concepción, Dolorosas, pero esta tan concreta de la Virgen de las Angustias no es muy común en un altar callejero. Además, al observar el tratamiento, vemos que no es una imagen plana, sino que da una cierta sensación de relieve, no tan estática”.
Los tonos apagados también denotan el estilo habitual en el barroquismo. Otro elemento importante de esta hornacina es el uso de un candil o lámpara. Es un aditamento con un doble propósito: embellecer la imagen, iluminándola, a la vez que también proporcionaba alumbrado a esta parte de la calle Angustias, en concreto en épocas precedentes a la extensión del tendido eléctrico.
Inmaculada Navarro Polonio empleó cerca de tres meses en el proceso de limpieza y restauración de esta obra. No hubo que hacer un reentelado como sucede cuando la pieza se encuentra en peores condiciones. El hecho de que estuviera protegida por un cristal ha ayudado bastante a impedir filtraciones y otras agresiones externas.
“Es una imagen —nos dice— que siempre ha estado ahí. He visto a gente mirarla con respeto y devoción, que se santiguaba al pasar junto a ella. O que se detenía un momento a rezar una oración o a decir una jaculatoria. Pero no he llegado a ver actos públicos, como sí se hacen en la Plazuela junto al cuadro de la Inmaculada Concepción”.
Como Pedro por su casa
Pedro Navarro Aguilar es el único de su familia que nació en esta casa, desde la que, en contacto visual con la Virgen, le invita a profundizar en sus creencias. Es la casa de sus padres, pared con pared con el antiguo Hotel Comercio. Entrar en él y recorrerlo formaba parte de sus juegos infantiles. Es hora de retroceder a sus primeros años.
“Yo era el más chico y mis hermanas nacieron en otro lado. Pero, para nosotros, la Virgen ha sido algo muy querido y reconocible: siempre ha estado ahí enfrente. Mi madre, Cristobalina Aguilar Luque-Romero, siempre estuvo muy cerca de Ella, y se preocupó de su conservación y buen estado, lo que llevó a pedirle al sacerdote Cristóbal Gómez Garrido, con quien tenía gran confianza, que se interesase por la imagen”.
“El paso definitivo para arreglar y reparar esta capilla lo dimos, con la ayuda de Paco Berlanga y de Inma Navarro, que es hermana de mi esposa. Le pedí, por favor, que se hiciese cargo de este menester, porque la madera presentaba síntomas de polilla y también era evidente que el cuadro necesitaba una atención concreta y especializada”.
Inmaculada Navarro Polonio se comprometió y no cobró nada: lo hizo desinteresadamente. Y él, por su parte, costeó los materiales y la carpintería. “Previamente, Paco Berlanga, que es la persona que nos arregla todo en la casa, saneó por completo la hornacina para que se pudiera proceder con toda garantía. La pintó, repuso maderas y la dejó preparada al detalle, para quitarle toda posible presencia de parásitos”.
También se comprobó el mal estado de la instalación eléctrica, con una bombilla antigua de escasa potencia que apenas cumplía su función de dar luz a la Virgen. “Entonces, le pusimos lámparas led que permiten ver bien la imagen cuando uno pasa por allí”.
“Hasta que dimos este paso nadie se preocupaba del mantenimiento de este altar callejero. Mi madre era la única persona que se encargaba de atender el buen estado de esta capilla. Y, desde que ella falta, es mi hermana Mari la que está pendiente de todo. Ella la tiene de frente, la ve a diario cada vez que se asoma a la ventana de la cocina o del dormitorio”.
Pedro Navarro, que está emparentado con los propietarios de la pastelería de Manolito Aguilar, echa la vista atrás como quien recrea el escenario de sus días de niño. El olor a confituras y dulces y la fachada e interior del hotel reaparecen en este viaje al pasado.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
“Desde mi casa, yo veía frente a mí una gran ventana saliente, preciosa, con su reja de hierro, muy bonita, casi debajo de la hornacina de la Virgen. Ahí se ponía Pepe Luna, el padre, en un salón del hotel, que contaba con un suelo de losillas pintadas de rojo. Era una habitación bastante grande que daba con nuestro comedor. Y ahí, en aquella sala, se juntaban los viejos flamencos de Montilla”.
Era un ritual diario en torno al vino, al cante, la amistad y la conversación. Allí concurrían El Lucero, Paco Gil, Pedro el de Puente Genil, Blas Palma, Antonio López el Cesto y, por supuesto, Rafael Pedraza, que era una especie de mantenedor de esta tertulia. A ella se añadían, como de costumbre, los artistas que estaban de paso por Montilla y que estaban alojados en el hotel. “Ahí he visto yo a los más grandes: Marchena, Emilio El Moro, Marifé de Triana, Caracol y tantos otros”.
El vino era bebida exclusiva en esta junta de amigos. En concreto, el Fino Pompeyo, de Bodegas Cobos, siempre. No había otra cosa. Y todo salía de la cartera de Rafael Pedraza, según especifica Pedro Navarro. Era un salón, una especie de reservado. Y mientras tanto, Felisa Repiso, lo salvaguardaba todo desde la cocina, donde ella estaba casi siempre: “La cocina era su despacho”, afirma categórica Mari Navarro, que la recuerda perfectamente administrándolo todo. Nada se le escapaba. Todo pasaba por ella.
“A mí me decía 'mi niño' —recuerda Pedro Navarro con nostalgia—. Y como, además, me gustaba mucho la cocina, me metía allí y bromeaba mucho con ella, que solía sonreír y ser amable con todo el mundo. Pepe Luna, su hijo, me decía 'pariente', tal era la cercanía que teníamos entre nosotros. Igual me sigue pasando con sus hermanas —Pepi, Candi, María Joaquina y, antes, con la fallecida Carmeli—. Siempre hemos sido como de una misma familia”.
No es necesario fabular para exprimir lo mucho que ha ocurrido, día y noche, en el Hotel Comercio. Lo que parece increíble sucedió allí en verdad. No hay invención alguna en lo que aquí se ha contado. Constituyen un puñado de historias mínimas que, tantos años después de su desaparición, lo mantienen en pie en los recuerdos de numerosas personas.
Es evidente que este tipo de alojamientos ya no existen. No se dan. Ahora, cualquier hotel es, simplemente, un sitio de paso. Si te he visto no me acuerdo. No queda huella de los que allí se hospedan, salvo en los registros policiales. En la actualidad, excepto muy raras excepciones, los hoteles, por muy sofisticados que sean, son lugares sin memoria. Son espacios de tránsito, impersonales, en los que todo se diluye en el momento que entregas la llave (electrónica, o algún sistema más críptico aún) y te marchas.
Entregas anteriores
Hotel Babel (I)
Hotel Babel (II)
Hotel Babel (III)
Hotel Babel (IV)
Hotel Babel (V)
Hotel Babel (VI)
Hotel Babel (VII)
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR


















































