Paco Jiménez Tejada, que había estudiado unos años en la Facultad de Medicina de Cádiz, y que además había iniciado cursos de Derecho, repetía cada tarde sus mismos pasos. Le gustaba acercarse al Mesón de Luna, desde cuyo umbral, con rara y certera capacidad analítica, sondeaba el discurrir de la gente.
Paco Jiménez Tejada, sentado, atiende a un lector de la Biblioteca Municipal.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: ANTONIO LUIS JIMÉNEZ BARRANCO]
Tenía una puntería prodigiosa para averiguar el pensamiento ideológico de los paseantes. Aquel lugar (a veces, él se situaba dentro en la esquina de la barra más pegada a la puerta) era, para él, un perfecto observatorio ciudadano.
“Era un cliente asiduo”, nos confirma su hermano Agustín. “Allí se sentía a gusto, saludaba a Paco El Bandolero y se dedicaba a charlar con unos y con otros. O bien, permanecía en silencio atento a la vida que discurría en torno a él”.
“Él conocía a mucha gente, pero jamás hacía juicios de nadie. Sabía hasta lo que pensaban los personajes que se movían por el centro de Montilla en ese momento. Pero nunca se dedicaba a hacer un juicio crítico. Tenía gran complicidad conmigo y no recuerdo que hiciera comentarios desaprobatorios. Analizaba como nadie la sociedad montillana de la época: nada se le escapaba”.
Paco era un sabio que se desenvolvía como un experto en cuestiones de economía y agricultura. Poseía criterio e información suficiente para hacer el más preciso diagnóstico de la evolución del mundo financiero en España, y en particular en su pueblo.
“Desmenuzaba el entramado empresarial, el ahorro local, las inversiones, el rumbo de las bodegas y del campo en un momento de cambios profundos. Nada le era ajeno: tenía una sólida formación, tanto es así que no pocos le solían pedir consejo”.
A pesar de sus problemas de movilidad, Paco Jiménez, que también trabajó en la Biblioteca Municipal, participaba en tertulias con opiniones bien sustentadas. Antonio Carpio, que compartió muchas horas con él, solía valorar la elocuencia y sabiduría de este amigo. Para su hermano, Agustín Jiménez Tejada, es alguien inolvidable.
“Era un observador nato. Se tomaba sus cafés, departía y conversaba dentro de una gran complicidad con el mesón. Todo el mundo le tenía respeto y aprecio. Parece que la gente se confesaba con él y le confiaba sus creencias y posiciones. Sabía cosas íntimas y disponía de información de los negocios locales. Pero siempre fue un hombre discreto. Me emociono al recordarlo”.
Yo era poco más que un adolescente cuando empecé a entrar en el Mesón de Luna, que era el punto de encuentro con mis amigos, antes de bajar al club de Pepín Carbonero en la calle Feria, en el Juego de Pelotas. Mantuve con él largas conversaciones mientras nos tomábamos alguna cerveza, algún refrigerio.
Daba gusto escucharlo, porque también, en estos encuentros amistosos, insistía en un punto clave: es en la economía, en el poder financiero, donde reside todo. La política —me explicaba— no deja de ser un elemento subalterno en la organización social.
Al hablar de la política andaluza, lo hacía siempre con un sentido crítico, que se había reforzado en sus años universitarios. Era fácil aprender a su lado en conversaciones sobre las claves de la vida municipal, cuando el franquismo tocaba a su fin, la dictadura se resquebrajaba y ya se presentía la llegada de la democracia, cargada de ilusión pero, también, de miedos e incógnitas.
Con una iconografía tradicional y costumbrista, con su correspondiente cabeza de toro disecada, sin embargo el Mesón de Luna irradiaba una cierta modernidad. Allí escuché por vez primera al grupo Triana. Era 1974 y su canción Recuerdos de una noche sonaba cada día en la máquina de discos.
Pertenecía al disco sencillo (formato pequeño) con el que se estrenaba la discografía de este grupo sevillano, sin que casi nadie se diese cuenta. Nosotros tuvimos la suerte de que una copia de aquel vinilo de 45 revoluciones por minuto llegase hasta allí. Luminosa mañana, que también se oía con frecuencia, ocupaba la cara b de aquel vinilo fundacional del rock andaluz.
Paco Portero, ataviado como un bandolero.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: CANDI LUNA]
Asocio el revelador descubrimiento de la conmovedora voz de Jesús de la Rosa a este sitio, antes de que las composiciones de Triana llegaran a la radio, ya de manera masiva. Algo parecido ocurría con la banda norteamericana Eagles, cuyo One of these nights se convirtió, moneda mediante en el selector de la máquina, en otra de nuestras favoritas.
Todo —la música, el ambiente, las reuniones de amigos— invitaba a asomarse a su interior en el que una sucesión de patios le daba dimensiones de casa infinita, como recuerda con gran nitidez Candi Luna. Nada de lo que allí había tenía una función ociosa, sino que obedecía a un completo programa decorativo.
“Tenía un portal muy bonito, con azulejos y cancela. Pasabas y te encontrabas el patio y, a mano derecha, la escalera principal, con su balaustrada y su cornucopia en el descansillo, donde me hice el retrato de bodas acompañado por Rafael Merino el día de mi boda con Julio Nevado”.
Candi Luna, vestida de novia, junto al maître del Hotel Comercio, Rafael Merino.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: CANDI LUNA]
“La escalera era entera de mármol rojo italiano con una baranda preciosa y un farol muy grande que había en el centro. En la planta alta había un despacho de uso para los clientes y las habitaciones a derecha e izquierda, además del dormitorio de mis padres”.
Todas las habitaciones estaban numeradas. En una de ellas estuvo durante varias semana la periodista Josefina Carabias, que había venido a Montilla invitada por Pepe Cobos. Desde aquí divulgó las excelencias de los vinos de Montilla–Moriles y sacó a los cuatro vientos algunos de los episodios más sobresalientes de nuestra historia cultural.
“Vino a visitar y estudiar la Casa del Inca, estaba interesada por este escritor mestizo, pero también por la estancia de Cervantes. Escribió sobre todo ello. Iba a diario a ver archivos para descubrir aspectos inéditos de la historia local. Era de Madrid, joven aún, de unos treinta y tantos años, aunque, para mí, ya era una señora mayor”.
Grupo de montillanos con la periodista Josefina Carabias.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: MARÍA DOLORES RAMÍREZ PONFERRADA]
“Ella se sentaba y escribía. Y cuando nos encontrábamos era muy correcta, nos saludábamos y era muy amable. Pepe Cobos estaba pendiente de ella, pero también se relacionó mucho con la familia Alvear. Y con Julián Ramírez y Rafael Ruz, que entonces dirigían la vida municipal”.
Josefina Carabias, que abrió brecha en el periodismo de la época por su criterio, estilo, calidad literaria e independencia, no fue una excepción entre los inquilinos insignes. Visitante ilustre asimismo fue el profesor, político, diplomático e investigador peruano el doctor Raúl Porras Barrenechea:
“Exactamente, estuvo viviendo con nosotros una buena temporada. Dormía y comía en el hotel, mientras se dedicaba con entusiasmo a examinar el fondo de los archivos notariales y de protocolos, una tarea en la que encontró el apoyo y la colaboración de Antonio Pantoja. Era una persona muy educada, sencilla y muy culta. Daba gusto hablar con él”.
Minuta de la cena ofrecida por el Hotel Comercio a José María Pemán, pregonero de la III Fiesta de la Vendimia en 1958.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: JOSÉ LUIS MÁRQUEZ RUIZ]
En la memoria de Candi Luna se amontonan fechas y nombres que emergen y se enganchan unas a otras. Para ella era como contemplar la historia en primera fila. De José María Pemán, omnipresente en la prensa, las librerías y en los juegos florales, guarda un inmejorable recuerdo de su fugaz paso por Montilla.
“Vino a pronunciar el pregón de la Fiesta de la Vendimia y, aunque no se quedó a pasar la noche, tuvimos oportunidad de darle un banquete por encargo del Ayuntamiento. Lo preparamos en el mismo patio de la Casa Consistorial. Se fue muy satisfecho por la categoría del servicio y la calidad del convite”.
“Para ello, no se descuidó nada. Camareros y sirvientes iban perfectamente ataviados para estar a la altura de la solemnidad de este evento. De hecho, se mostró interesado en conocer el hotel y le pidió a mi padre que se hiciese una foto con él. Dio el discurso, cenó y se marchó”.
José María Pemán, que era el tótem intelectual sureño de la dictadura de Franco, solía arrimarse al jerez de su alma, al que elevaba, sin cortarse un pelo, a la consideración de vino celestial. Para el de Montilla tenía palabras cumplidas y complacientes, aunque pocas, en su obra Ensayos Andaluces: “Porque es de advertir que así como el champaña es un vino galante y amoroso, y el vino italiano quisquilloso y peleón, los vinos andaluces de Montilla, Jerez y Sanlúcar son, por esencia, vinos filosóficos”.
En aquellos años, en el devocionario popular se alzaba majestuosa Celia Gámez. Era ella exuberante deidad argentina, aunque cristiana, en el territorio laico de las variedades y las revistas. Lo que no evitaba que a la vista de sus admiradores, que eran legión (nunca mejor dicho, dada su incondicional adhesión a Millán Astray), el hecho de contemplarla resultase notoriamente pecaminoso. Y resulta que un buen día se apareció en gloriosa carne mortal en Montilla. Y no en ningún otro lugar, sino en el Hotel Comercio. ¿Qué la llevó hasta allí?
Lo de Celia Gámez, a la que se conocía “sottovoce” como Nuestra Señora de los Buenos Muslos por su rotunda anatomía, también fue muy sonado. En el franquismo, ella era en el mundo del espectáculo un verdadero icono, lo que se dice "una mujer de bandera" (roja y gualda, por supuesto). Estaba bendecida, aunque su cuerpo curvilíneo incitase a la lascivia. Todo se le perdonaba. Pese a ciertas reticencias, tenía el “nihil obstat” de la curia por su temperamental patriotismo.
Peña de amigos en el patio del Hotel Comercio, con el camarero
Salva Córdoba, que aparece con fajín, pantalón oscuro y camisa blanca.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: SALVADOR CÓRDOBA]
Era, para el teatro y el cine, lo que Pemán para el círculo cultural afín al régimen franquista. La actriz y cantante se presentó un día de incognito, de forma inesperada y, en cierto modo, accidental. Candi Luna lo recuerda como si estuviera pasando ahora mismo.
“Yo estaba en la cocina y, de pronto, veo que entran tres personas y se sientan en el patio. Los miré y la reconocí de inmediato. Le dije a Rafael Merino, el metre: Merino, esa señora que está ahí es Celia Gámez. Y va él y me dice con toda la extrañeza: '¡anda ya!'. Pero estaba claro que era ella”.
“Venía con un turbante en la cabeza y acompañada por dos o tres personas, porque resulta que se le había estropeado el coche de camino a Málaga. Lo dejó en la Seat, donde le advirtieron que se tardaría tres o cuatro días en repararlo. Y todo ese tiempo, Celia Gámez estuvo alojada en el hotel. La mandaron a mi casa hasta que se solucionase el problema mecánico del vehículo”.
Del mismo modo, en el hotel hallaron aposento provisional una serie de profesionales de la Administración. Funcionarios que fueron destinados a Montilla y que, mientras buscaban una vivienda permanente, pasaron sus primeros días en el pueblo como clientes. Eran registradores de la propiedad, notarios, jueces, secretarios de juzgados, maestros, médicos…
En conjunto formaron una amplia y variopinta nómina de empleados públicos que, así, tuvieron su primer contacto con Montilla. “Se quedaban aquí como huéspedes hasta que tenían algo seguro y ya podían traerse a la familia, como ocurrió con don Diego Egea, juez de primera instancia. Algunos, en vez de buscar un domicilio particular, prefirieron quedarse de forma estable en el hotel, mientras duró su estancia en Montilla. Hubo alguno que estuvo hasta dos años enteros”.
Coincidió con los años de celebración de las Exposiciones de Arte, Industria y Artesanía que organizaba el Ayuntamiento en la década de los cincuenta. Con este motivo vinieron numerosos visitantes, profesionales, técnicos, representantes y artistas.
El hotel estaba a tope, con lo que fue necesario alquilar viviendas en los alrededores para atender a todo el mundo. “Rafael Ruz, que era alcalde y un buen y habitual cliente nuestro —explica Candi Luna— nos ofreció una casa de alquiler de su familia, que estaba desocupada, para salir del aprieto”.
“Fue una verdadera temporada alta. Aquí, por ejemplo, se quedaron todos los componentes de una orquesta que actuaba a diario animando los bailes de la exposición. Además, arrendamos temporalmente la casa de Lola Velasco con idéntico fin: dar servicio a todo el que venía. Fue un momento de gran negocio y tuvimos que multiplicar el número de camas disponibles. Y así se hizo”.
Hotel Babel (I)
Hotel Babel (II)
Hotel Babel (III)
Hotel Babel (IV)
Hotel Babel (V)
Hotel Babel (VI)
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: ANTONIO LUIS JIMÉNEZ BARRANCO]
Tenía una puntería prodigiosa para averiguar el pensamiento ideológico de los paseantes. Aquel lugar (a veces, él se situaba dentro en la esquina de la barra más pegada a la puerta) era, para él, un perfecto observatorio ciudadano.
“Era un cliente asiduo”, nos confirma su hermano Agustín. “Allí se sentía a gusto, saludaba a Paco El Bandolero y se dedicaba a charlar con unos y con otros. O bien, permanecía en silencio atento a la vida que discurría en torno a él”.
“Él conocía a mucha gente, pero jamás hacía juicios de nadie. Sabía hasta lo que pensaban los personajes que se movían por el centro de Montilla en ese momento. Pero nunca se dedicaba a hacer un juicio crítico. Tenía gran complicidad conmigo y no recuerdo que hiciera comentarios desaprobatorios. Analizaba como nadie la sociedad montillana de la época: nada se le escapaba”.
Paco era un sabio que se desenvolvía como un experto en cuestiones de economía y agricultura. Poseía criterio e información suficiente para hacer el más preciso diagnóstico de la evolución del mundo financiero en España, y en particular en su pueblo.
“Desmenuzaba el entramado empresarial, el ahorro local, las inversiones, el rumbo de las bodegas y del campo en un momento de cambios profundos. Nada le era ajeno: tenía una sólida formación, tanto es así que no pocos le solían pedir consejo”.
A pesar de sus problemas de movilidad, Paco Jiménez, que también trabajó en la Biblioteca Municipal, participaba en tertulias con opiniones bien sustentadas. Antonio Carpio, que compartió muchas horas con él, solía valorar la elocuencia y sabiduría de este amigo. Para su hermano, Agustín Jiménez Tejada, es alguien inolvidable.
“Era un observador nato. Se tomaba sus cafés, departía y conversaba dentro de una gran complicidad con el mesón. Todo el mundo le tenía respeto y aprecio. Parece que la gente se confesaba con él y le confiaba sus creencias y posiciones. Sabía cosas íntimas y disponía de información de los negocios locales. Pero siempre fue un hombre discreto. Me emociono al recordarlo”.
Yo era poco más que un adolescente cuando empecé a entrar en el Mesón de Luna, que era el punto de encuentro con mis amigos, antes de bajar al club de Pepín Carbonero en la calle Feria, en el Juego de Pelotas. Mantuve con él largas conversaciones mientras nos tomábamos alguna cerveza, algún refrigerio.
Daba gusto escucharlo, porque también, en estos encuentros amistosos, insistía en un punto clave: es en la economía, en el poder financiero, donde reside todo. La política —me explicaba— no deja de ser un elemento subalterno en la organización social.
Al hablar de la política andaluza, lo hacía siempre con un sentido crítico, que se había reforzado en sus años universitarios. Era fácil aprender a su lado en conversaciones sobre las claves de la vida municipal, cuando el franquismo tocaba a su fin, la dictadura se resquebrajaba y ya se presentía la llegada de la democracia, cargada de ilusión pero, también, de miedos e incógnitas.
Lugar iniciático
Con una iconografía tradicional y costumbrista, con su correspondiente cabeza de toro disecada, sin embargo el Mesón de Luna irradiaba una cierta modernidad. Allí escuché por vez primera al grupo Triana. Era 1974 y su canción Recuerdos de una noche sonaba cada día en la máquina de discos.
Pertenecía al disco sencillo (formato pequeño) con el que se estrenaba la discografía de este grupo sevillano, sin que casi nadie se diese cuenta. Nosotros tuvimos la suerte de que una copia de aquel vinilo de 45 revoluciones por minuto llegase hasta allí. Luminosa mañana, que también se oía con frecuencia, ocupaba la cara b de aquel vinilo fundacional del rock andaluz.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: CANDI LUNA]
Asocio el revelador descubrimiento de la conmovedora voz de Jesús de la Rosa a este sitio, antes de que las composiciones de Triana llegaran a la radio, ya de manera masiva. Algo parecido ocurría con la banda norteamericana Eagles, cuyo One of these nights se convirtió, moneda mediante en el selector de la máquina, en otra de nuestras favoritas.
Todo —la música, el ambiente, las reuniones de amigos— invitaba a asomarse a su interior en el que una sucesión de patios le daba dimensiones de casa infinita, como recuerda con gran nitidez Candi Luna. Nada de lo que allí había tenía una función ociosa, sino que obedecía a un completo programa decorativo.
“Tenía un portal muy bonito, con azulejos y cancela. Pasabas y te encontrabas el patio y, a mano derecha, la escalera principal, con su balaustrada y su cornucopia en el descansillo, donde me hice el retrato de bodas acompañado por Rafael Merino el día de mi boda con Julio Nevado”.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: CANDI LUNA]
“La escalera era entera de mármol rojo italiano con una baranda preciosa y un farol muy grande que había en el centro. En la planta alta había un despacho de uso para los clientes y las habitaciones a derecha e izquierda, además del dormitorio de mis padres”.
Todas las habitaciones estaban numeradas. En una de ellas estuvo durante varias semana la periodista Josefina Carabias, que había venido a Montilla invitada por Pepe Cobos. Desde aquí divulgó las excelencias de los vinos de Montilla–Moriles y sacó a los cuatro vientos algunos de los episodios más sobresalientes de nuestra historia cultural.
“Vino a visitar y estudiar la Casa del Inca, estaba interesada por este escritor mestizo, pero también por la estancia de Cervantes. Escribió sobre todo ello. Iba a diario a ver archivos para descubrir aspectos inéditos de la historia local. Era de Madrid, joven aún, de unos treinta y tantos años, aunque, para mí, ya era una señora mayor”.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: MARÍA DOLORES RAMÍREZ PONFERRADA]
“Ella se sentaba y escribía. Y cuando nos encontrábamos era muy correcta, nos saludábamos y era muy amable. Pepe Cobos estaba pendiente de ella, pero también se relacionó mucho con la familia Alvear. Y con Julián Ramírez y Rafael Ruz, que entonces dirigían la vida municipal”.
Josefina Carabias, que abrió brecha en el periodismo de la época por su criterio, estilo, calidad literaria e independencia, no fue una excepción entre los inquilinos insignes. Visitante ilustre asimismo fue el profesor, político, diplomático e investigador peruano el doctor Raúl Porras Barrenechea:
“Exactamente, estuvo viviendo con nosotros una buena temporada. Dormía y comía en el hotel, mientras se dedicaba con entusiasmo a examinar el fondo de los archivos notariales y de protocolos, una tarea en la que encontró el apoyo y la colaboración de Antonio Pantoja. Era una persona muy educada, sencilla y muy culta. Daba gusto hablar con él”.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: JOSÉ LUIS MÁRQUEZ RUIZ]
En la memoria de Candi Luna se amontonan fechas y nombres que emergen y se enganchan unas a otras. Para ella era como contemplar la historia en primera fila. De José María Pemán, omnipresente en la prensa, las librerías y en los juegos florales, guarda un inmejorable recuerdo de su fugaz paso por Montilla.
“Vino a pronunciar el pregón de la Fiesta de la Vendimia y, aunque no se quedó a pasar la noche, tuvimos oportunidad de darle un banquete por encargo del Ayuntamiento. Lo preparamos en el mismo patio de la Casa Consistorial. Se fue muy satisfecho por la categoría del servicio y la calidad del convite”.
“Para ello, no se descuidó nada. Camareros y sirvientes iban perfectamente ataviados para estar a la altura de la solemnidad de este evento. De hecho, se mostró interesado en conocer el hotel y le pidió a mi padre que se hiciese una foto con él. Dio el discurso, cenó y se marchó”.
José María Pemán, que era el tótem intelectual sureño de la dictadura de Franco, solía arrimarse al jerez de su alma, al que elevaba, sin cortarse un pelo, a la consideración de vino celestial. Para el de Montilla tenía palabras cumplidas y complacientes, aunque pocas, en su obra Ensayos Andaluces: “Porque es de advertir que así como el champaña es un vino galante y amoroso, y el vino italiano quisquilloso y peleón, los vinos andaluces de Montilla, Jerez y Sanlúcar son, por esencia, vinos filosóficos”.
Celia Gámez, exposiciones y otros apogeos
En aquellos años, en el devocionario popular se alzaba majestuosa Celia Gámez. Era ella exuberante deidad argentina, aunque cristiana, en el territorio laico de las variedades y las revistas. Lo que no evitaba que a la vista de sus admiradores, que eran legión (nunca mejor dicho, dada su incondicional adhesión a Millán Astray), el hecho de contemplarla resultase notoriamente pecaminoso. Y resulta que un buen día se apareció en gloriosa carne mortal en Montilla. Y no en ningún otro lugar, sino en el Hotel Comercio. ¿Qué la llevó hasta allí?
Lo de Celia Gámez, a la que se conocía “sottovoce” como Nuestra Señora de los Buenos Muslos por su rotunda anatomía, también fue muy sonado. En el franquismo, ella era en el mundo del espectáculo un verdadero icono, lo que se dice "una mujer de bandera" (roja y gualda, por supuesto). Estaba bendecida, aunque su cuerpo curvilíneo incitase a la lascivia. Todo se le perdonaba. Pese a ciertas reticencias, tenía el “nihil obstat” de la curia por su temperamental patriotismo.
Salva Córdoba, que aparece con fajín, pantalón oscuro y camisa blanca.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: SALVADOR CÓRDOBA]
Era, para el teatro y el cine, lo que Pemán para el círculo cultural afín al régimen franquista. La actriz y cantante se presentó un día de incognito, de forma inesperada y, en cierto modo, accidental. Candi Luna lo recuerda como si estuviera pasando ahora mismo.
“Yo estaba en la cocina y, de pronto, veo que entran tres personas y se sientan en el patio. Los miré y la reconocí de inmediato. Le dije a Rafael Merino, el metre: Merino, esa señora que está ahí es Celia Gámez. Y va él y me dice con toda la extrañeza: '¡anda ya!'. Pero estaba claro que era ella”.
“Venía con un turbante en la cabeza y acompañada por dos o tres personas, porque resulta que se le había estropeado el coche de camino a Málaga. Lo dejó en la Seat, donde le advirtieron que se tardaría tres o cuatro días en repararlo. Y todo ese tiempo, Celia Gámez estuvo alojada en el hotel. La mandaron a mi casa hasta que se solucionase el problema mecánico del vehículo”.
Del mismo modo, en el hotel hallaron aposento provisional una serie de profesionales de la Administración. Funcionarios que fueron destinados a Montilla y que, mientras buscaban una vivienda permanente, pasaron sus primeros días en el pueblo como clientes. Eran registradores de la propiedad, notarios, jueces, secretarios de juzgados, maestros, médicos…
En conjunto formaron una amplia y variopinta nómina de empleados públicos que, así, tuvieron su primer contacto con Montilla. “Se quedaban aquí como huéspedes hasta que tenían algo seguro y ya podían traerse a la familia, como ocurrió con don Diego Egea, juez de primera instancia. Algunos, en vez de buscar un domicilio particular, prefirieron quedarse de forma estable en el hotel, mientras duró su estancia en Montilla. Hubo alguno que estuvo hasta dos años enteros”.
Coincidió con los años de celebración de las Exposiciones de Arte, Industria y Artesanía que organizaba el Ayuntamiento en la década de los cincuenta. Con este motivo vinieron numerosos visitantes, profesionales, técnicos, representantes y artistas.
El hotel estaba a tope, con lo que fue necesario alquilar viviendas en los alrededores para atender a todo el mundo. “Rafael Ruz, que era alcalde y un buen y habitual cliente nuestro —explica Candi Luna— nos ofreció una casa de alquiler de su familia, que estaba desocupada, para salir del aprieto”.
“Fue una verdadera temporada alta. Aquí, por ejemplo, se quedaron todos los componentes de una orquesta que actuaba a diario animando los bailes de la exposición. Además, arrendamos temporalmente la casa de Lola Velasco con idéntico fin: dar servicio a todo el que venía. Fue un momento de gran negocio y tuvimos que multiplicar el número de camas disponibles. Y así se hizo”.
Entregas anteriores
Hotel Babel (I)
Hotel Babel (II)
Hotel Babel (III)
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MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: VARIOS AUTORES
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