El Hotel Comercio, en la médula de la Corredera, era el lugar preferido por los mejores artistas en gira. Los cantantes y cantaores de moda, así como las compañías de teatro, revistas y variedades, recalaban allí. Era su centro de operaciones para toda la comarca. Así lo rememora Candi Luna:
El cantaor Pepe Marchena, junto a un grupo de montillanos.
[FOTOGRAFÍA: MANUEL GONZÁLEZ CANDELAS]
“Recuerdo, entre los flamencos, a Manolo el Malagueño, a Pepe Marchena, Manolo Caracol, Valderrama, Pepe Pinto y un extenso etcétera. Tampoco me olvido de Antonio Machín, que nos visitaba con cierta frecuencia. Tengo fotografías dedicadas por él”.
Marchena empezó a actuar en Montilla cuando todavía se hacía llamar Niño de Marchena. Tenía muchas amistades en este pueblo, entre ellas, personas como Miguel Velasco Espejo, que eran como hermanos suyos. Además, el padre de Isidoro Jiménez, buen aficionado al cante, también procedía del mismo pueblo sevillano que este artista. Todo quedaba en familia. Estaba en el hotel, pero lo invitaban a todo: a comer en casas de los amigos, a visitar bodegas, a fiestas...
Era un intérprete muy admirado y querido. De hecho, tenía un vino a su nombre que era una magnífica forma de manifestar en público la amistad del cantaor y de la bodega Velasco Chacón. Era tal la intensidad de los homenajes y fiestas que una de estas francachelas no sentó nada bien al compositor del Romance a Córdoba, como nos cuenta Candi Luna.
“Una vez, como era normal cada vez que venía a cantar, tenía todas las entradas vendidas para el Teatro Garnelo. Pero resulta que la visita previa a las bodegas se alargó más de la cuenta y el artista llegó algo mareado e indispuesto, lo que obligó a cancelar la función prevista”.
El escándalo fue mayúsculo. Se concentró un gentío ante el hotel, protestando por la suspensión. Hubo tanto jaleo que tuvo que intervenir la fuerza pública para poner orden. “Estaban las entradas agotadas, y la gente indignada, en la puerta de mi casa, porque querían pegarle”.
“No soportaban quedarse sin la actuación. Entonces ¿qué hizo Marchena? Pues cogió y se asomó al balcón principal para disculparse. Tuvo mi padre que pedirle que diera alguna explicación, porque la muchedumbre poco menos que quería tirar la puerta y se quería meter dentro”.
“Entonces salió y pidió que se le perdonase y que, por supuesto, las entradas valdrían para el día siguiente, con lo que se calmó el ambiente. Menos mal, servían las localidades que habían comprado. Mi padre tuvo que cerrar la puerta grande en vista de la agresividad”.
“A Marchena, ese día, le dijeron de todo menos bonito: que era un sinvergüenza y que no se podía engañar al público. Era gente que había venido de Espejo y de otros pueblos de alrededor, más los de aquí. Pero es que estuvo visitando todas las bodegas de Montilla y venía que era una cuba”.
En el segundo volumen de las memorias de Julián Ramírez Pino se recoge este incidente, con detalles muy concretos. Este conocido bodeguero era entonces primer teniente de alcalde del Ayuntamiento: “Recuerdo una anécdota que me pasó con el Niño Marchena, que un día que vino a trabajar, como otras tantas veces, lo habían cogido unos amigos y se emborrachó tanto que a la hora del espectáculo no podía ni moverse”.
“Me encontraba yo aquel día de alcalde accidental y tuve que ocuparme del tema. Iba a resultar una cuestión de orden público pues el Niño no aparecía a cantar por el teatro. Cañero (jefe de los municipales) ya tenía la orden de llevarlo a la “higuerilla” del Ayuntamiento, pero cuando los doctores Varo y Pérez Barrios certificaron su afonía, me salvaron de tener que obligar a un amigo de mi padre a dormir la borrachera en el Ayuntamiento”.
“Pasado algún tiempo me encontré a Pepe Marchena en el Hotel Colón de Barcelona y me preguntó si hubiese sido capaz de detenerlo. Cuando le expliqué que era para salvarle el pellejo pues lo iban a linchar, me agradeció la gestión que hicimos”.
Al margen de esta desafortunada incidencia, el mundo de la farándula era en realidad el perejil de esta salsa social. Le daba sabor a unos años autoritarios y de férreo control religioso. Con su vida licenciosa hasta donde era posible, la caravana de los cómicos era un desahogo, un toque cosmopolita.
“En general, el trato con los artistas en el hotel era muy correcto y cordial”, nos explica Candi Luna. “Ellos tomaban el hotel como su cuartel general cuando venían de gira. Actuaban en los pueblos próximos e iban y venían a dormir. Se quedaban aquí aunque tuvieran que hacer kilómetros, porque en muchos pueblos no había residencias en condiciones”.
“Les preparábamos la cena y todo lo que necesitaran para que repusieran fuerzas a la vuelta de la gala de cada noche. Y, al día siguiente, como seguían aquí, se iban al casino o se daban una vuelta por el pueblo, paseaban... Estaban muy integrados: eran como unos vecinos más, hasta que llegaba la noche de salir para actuar en la localidad que correspondiese”.
“Traían su propio autocar y con él se desplazaban a los pueblos donde los habían contratado. Lo mismo ocurría con las vedetes de las compañías de revistas. Cada vez que se asomaban por el hotel aquello se ponía a tope, había mucha expectación, porque llamaban la atención. Todo el mundo quería verlas”.
Programa de espectáculo en el Teatro Garnelo (25 de Enero de 1972).
[FUENTE: REVISTA 'LA CORREDERA']
“Ellas siempre se levantaban muy tarde, porque también se acostaban muy tarde, trasnochaban después del espectáculo. Pero luego bajaban al comedor o al patio si era verano o hacía buen tiempo. Se sentaban allí y no veas la que se formaba. No eran solo las coristas”.
“Había parecida expectación cuando venía Juanita Reina o alguna otra estrella de la copla. Recuerdo el revuelo que hubo cuando se hospedaron Rosario y Antonio. Eran unas verdaderas figuras que, por lo general, actuaban en el Garnelo, pocas veces en el Cinema Palacio, que estaba más dedicado a la proyección de películas, aunque también se dieron otros espectáculos”.
“Juanita Reina, por ejemplo, sí actuó en el Palacio. Juanita Reina, que era venerada, era una persona cariñosa, agradable y sencilla. Vicente Parra también tenía un trato exquisito. Estaba en toda su pompa cuando pasó por aquí después de haber estrenado '¿Dónde vas Alfonso XII?'”.
“Atrajo a todas las niñas que estaban bordando en los talleres de costura. Vaya, que hubo que cerrar las puertas del hotel. Es que no lo dejaban tranquilo, con todo lo salado que era. Y no me puedo olvidar de la compañía de comedias de Benito Arroyo, que venía todos los años, por la gran relación, incluso de familia, que tenía con Montilla”.
Los artistas estaban plenamente integrados en el hotel. Hacían amistades y, unos y otros, junto al personal de la casa, solían prolongar la fiesta hasta bien entrada la madrugada, una vez que regresaban al acabar la función, según recuerda Salva Córdoba, que participó en más de una de aquellos jolgorios.
“La fiesta duraba hasta las cinco o las seis de la mañana. Hay que entender que era gente adelantada a su tiempo, con una forma de vida muy diferente a la que había entonces. Pasé noches enteras con ellos. Eran artistas del cine, el teatro y la música que vivían muy intensamente. Trabajaban, pero también le gustaba disfrutar. Echamos muy buenos ratos”.
Toros y toreros también tuvieron un fuerte arraigo. Cuando el nombre de El Cordobés resonaba hasta en el último rincón del planeta, la afición local puso sus ojos en Paco Raigón. En cada festejo, este paisano era capaz de movilizar a decenas de simpatizantes.
Montilla se ilusionó con su torero. Y el Hotel Luna pudo medir tan tremenda oleada de fervor. Jaime Luque lo recuerda bien: “Carmeli Luna, siempre inolvidable para mí, me contaba que Paco Raigón estuvo viviendo en el Hotel Luna. Ella le ponía de comer, le servía la mesa al torero. Yo lo veía vestirse de luces, y entrar en aquellas habitaciones de arriba en la galería que daba al patio, rezando ante sus devociones”.
Paco Raigón, ante su particular altar con imágenes y estampas religiosas.
[ARCHIVO DE DON ANTONIO LEÓN ORTIZ]
“Recuerdo como si ahora lo estuviera viendo cuando salía del hotel. Ese momento era especial: el de ver salir a los toreros a la calle. Y creo que todo esto se debía a que Pepe Luna, el padre, era el mayor aficionado a los toros que ha habido en España. Tenía los cajones de sus muebles llenos de entradas de corridas de toros”.
“Vivió la fiesta de manera apasionada y, entonces, el que saliera un torero en Montilla fue, para él, todo un acontecimiento. Llegó a apoderarlo Solano Mora, que era uno de los más destacados de la tertulia que allí había. Todo se quedaba en casa. A mí me atraía pasar por el Hotel Luna. En aquella época era como si pasaras por el Hotel Colón en Sevilla”.
El entusiasmo por Paco Raigón desbordaba cualquier previsión. La gente lo dejaba todo para seguirlo. Se agotó el papel para verlo, tal fue la expectación por ver a un espada que, además de triunfar en los ruedos, fue capaz de parar el tren, literalmente. Rafael Contreras Zamora, que era un muchacho que entonces dividía sus preferencias entre el fútbol y la tauromaquia, me echa un capote para contar una revolución que se quedó a medias.
“Paco Raigón fue un fenómeno en Montilla. Se le recordará muchos años por su plasticidad y sentimiento. Fue uno de los novilleros punteros de la época. Y arrastró una ola de seguidores: aglutinó a numerosos aficionados que lo apoyaban por todas las plazas. Debutó en Las Arenas de Barcelona en 1958. Y también fue muy destacada la inolvidable tarde en la que alternó con Manuel Benítez 'El Cordobés', con máxima expectación”.
Paseíllo de Paco Raigón, el día de su alternativa en Écija (21 de septiembre de 1966).
[ARCHIVO DE DON ANTONIO LEÓN ORTIZ]
“En el Hotel Comercio, o de Luna, donde se había abierto un puesto de venta anticipada, se despacharon unas 2.500 localidades. Hasta el Ferrobús, el tren de línea entre Córdoba y Puente Genil, hubo de modificar su horario con este motivo. Retrasó su salida para llevar hasta Montilla a tantos paisanos del torero que se habían desplazado a la capital para ver a su ídolo. Se doctoró en septiembre de 1966 en Écija, con 'El Cordobés' como testigo. Paco Raigón siempre será recordado con respeto y cariño como persona y como torero”.
El hotel era un mundo aparte, con sus propios horarios y normas. Es una puerta abierta al exterior, una casa sin fronteras en la que el personal termina teniendo una visión abierta, una mirada permisiva. Con el paso del tiempo, además de visitantes y comensales, fue acogiendo tendencias y diversificando su oferta con otros servicios. De una u otra forma, toda la familia Luna Repiso tuvo allí su trabajo. Julio Nevado, marido de Candi Luna, también estuvo implicado en este negocio familiar. El añorado Julio tuvo una pequeña tienda de telas y más tarde cumplió altas responsabilidades en Alipensa.
También Isidoro Jiménez —con su mujer María Joaquina— y, finalmente, Pepe Luna, que se encargó del hotel en la última etapa. Su hermana Pepi empezó después con la floristería Eva, con la que Salva Córdoba también trabajó, yendo por flores fuera de Montilla. Al salir del negocio, María Joaquina puso la lavandería que dio servicio local, pero también a clientes de los pueblos de alrededor. Era una familia inquieta y laboriosa.
Hotel Babel (I)
Hotel Babel (II)
[FOTOGRAFÍA: MANUEL GONZÁLEZ CANDELAS]
“Recuerdo, entre los flamencos, a Manolo el Malagueño, a Pepe Marchena, Manolo Caracol, Valderrama, Pepe Pinto y un extenso etcétera. Tampoco me olvido de Antonio Machín, que nos visitaba con cierta frecuencia. Tengo fotografías dedicadas por él”.
Marchena empezó a actuar en Montilla cuando todavía se hacía llamar Niño de Marchena. Tenía muchas amistades en este pueblo, entre ellas, personas como Miguel Velasco Espejo, que eran como hermanos suyos. Además, el padre de Isidoro Jiménez, buen aficionado al cante, también procedía del mismo pueblo sevillano que este artista. Todo quedaba en familia. Estaba en el hotel, pero lo invitaban a todo: a comer en casas de los amigos, a visitar bodegas, a fiestas...
Era un intérprete muy admirado y querido. De hecho, tenía un vino a su nombre que era una magnífica forma de manifestar en público la amistad del cantaor y de la bodega Velasco Chacón. Era tal la intensidad de los homenajes y fiestas que una de estas francachelas no sentó nada bien al compositor del Romance a Córdoba, como nos cuenta Candi Luna.
“Una vez, como era normal cada vez que venía a cantar, tenía todas las entradas vendidas para el Teatro Garnelo. Pero resulta que la visita previa a las bodegas se alargó más de la cuenta y el artista llegó algo mareado e indispuesto, lo que obligó a cancelar la función prevista”.
El escándalo fue mayúsculo. Se concentró un gentío ante el hotel, protestando por la suspensión. Hubo tanto jaleo que tuvo que intervenir la fuerza pública para poner orden. “Estaban las entradas agotadas, y la gente indignada, en la puerta de mi casa, porque querían pegarle”.
“No soportaban quedarse sin la actuación. Entonces ¿qué hizo Marchena? Pues cogió y se asomó al balcón principal para disculparse. Tuvo mi padre que pedirle que diera alguna explicación, porque la muchedumbre poco menos que quería tirar la puerta y se quería meter dentro”.
“Entonces salió y pidió que se le perdonase y que, por supuesto, las entradas valdrían para el día siguiente, con lo que se calmó el ambiente. Menos mal, servían las localidades que habían comprado. Mi padre tuvo que cerrar la puerta grande en vista de la agresividad”.
“A Marchena, ese día, le dijeron de todo menos bonito: que era un sinvergüenza y que no se podía engañar al público. Era gente que había venido de Espejo y de otros pueblos de alrededor, más los de aquí. Pero es que estuvo visitando todas las bodegas de Montilla y venía que era una cuba”.
En el segundo volumen de las memorias de Julián Ramírez Pino se recoge este incidente, con detalles muy concretos. Este conocido bodeguero era entonces primer teniente de alcalde del Ayuntamiento: “Recuerdo una anécdota que me pasó con el Niño Marchena, que un día que vino a trabajar, como otras tantas veces, lo habían cogido unos amigos y se emborrachó tanto que a la hora del espectáculo no podía ni moverse”.
“Me encontraba yo aquel día de alcalde accidental y tuve que ocuparme del tema. Iba a resultar una cuestión de orden público pues el Niño no aparecía a cantar por el teatro. Cañero (jefe de los municipales) ya tenía la orden de llevarlo a la “higuerilla” del Ayuntamiento, pero cuando los doctores Varo y Pérez Barrios certificaron su afonía, me salvaron de tener que obligar a un amigo de mi padre a dormir la borrachera en el Ayuntamiento”.
“Pasado algún tiempo me encontré a Pepe Marchena en el Hotel Colón de Barcelona y me preguntó si hubiese sido capaz de detenerlo. Cuando le expliqué que era para salvarle el pellejo pues lo iban a linchar, me agradeció la gestión que hicimos”.
Madrugadas de bohemia
Al margen de esta desafortunada incidencia, el mundo de la farándula era en realidad el perejil de esta salsa social. Le daba sabor a unos años autoritarios y de férreo control religioso. Con su vida licenciosa hasta donde era posible, la caravana de los cómicos era un desahogo, un toque cosmopolita.
“En general, el trato con los artistas en el hotel era muy correcto y cordial”, nos explica Candi Luna. “Ellos tomaban el hotel como su cuartel general cuando venían de gira. Actuaban en los pueblos próximos e iban y venían a dormir. Se quedaban aquí aunque tuvieran que hacer kilómetros, porque en muchos pueblos no había residencias en condiciones”.
“Les preparábamos la cena y todo lo que necesitaran para que repusieran fuerzas a la vuelta de la gala de cada noche. Y, al día siguiente, como seguían aquí, se iban al casino o se daban una vuelta por el pueblo, paseaban... Estaban muy integrados: eran como unos vecinos más, hasta que llegaba la noche de salir para actuar en la localidad que correspondiese”.
“Traían su propio autocar y con él se desplazaban a los pueblos donde los habían contratado. Lo mismo ocurría con las vedetes de las compañías de revistas. Cada vez que se asomaban por el hotel aquello se ponía a tope, había mucha expectación, porque llamaban la atención. Todo el mundo quería verlas”.
[FUENTE: REVISTA 'LA CORREDERA']
“Ellas siempre se levantaban muy tarde, porque también se acostaban muy tarde, trasnochaban después del espectáculo. Pero luego bajaban al comedor o al patio si era verano o hacía buen tiempo. Se sentaban allí y no veas la que se formaba. No eran solo las coristas”.
“Había parecida expectación cuando venía Juanita Reina o alguna otra estrella de la copla. Recuerdo el revuelo que hubo cuando se hospedaron Rosario y Antonio. Eran unas verdaderas figuras que, por lo general, actuaban en el Garnelo, pocas veces en el Cinema Palacio, que estaba más dedicado a la proyección de películas, aunque también se dieron otros espectáculos”.
“Juanita Reina, por ejemplo, sí actuó en el Palacio. Juanita Reina, que era venerada, era una persona cariñosa, agradable y sencilla. Vicente Parra también tenía un trato exquisito. Estaba en toda su pompa cuando pasó por aquí después de haber estrenado '¿Dónde vas Alfonso XII?'”.
“Atrajo a todas las niñas que estaban bordando en los talleres de costura. Vaya, que hubo que cerrar las puertas del hotel. Es que no lo dejaban tranquilo, con todo lo salado que era. Y no me puedo olvidar de la compañía de comedias de Benito Arroyo, que venía todos los años, por la gran relación, incluso de familia, que tenía con Montilla”.
Los artistas estaban plenamente integrados en el hotel. Hacían amistades y, unos y otros, junto al personal de la casa, solían prolongar la fiesta hasta bien entrada la madrugada, una vez que regresaban al acabar la función, según recuerda Salva Córdoba, que participó en más de una de aquellos jolgorios.
“La fiesta duraba hasta las cinco o las seis de la mañana. Hay que entender que era gente adelantada a su tiempo, con una forma de vida muy diferente a la que había entonces. Pasé noches enteras con ellos. Eran artistas del cine, el teatro y la música que vivían muy intensamente. Trabajaban, pero también le gustaba disfrutar. Echamos muy buenos ratos”.
Paco Raigón, el ídolo que paró el tren
Toros y toreros también tuvieron un fuerte arraigo. Cuando el nombre de El Cordobés resonaba hasta en el último rincón del planeta, la afición local puso sus ojos en Paco Raigón. En cada festejo, este paisano era capaz de movilizar a decenas de simpatizantes.
Montilla se ilusionó con su torero. Y el Hotel Luna pudo medir tan tremenda oleada de fervor. Jaime Luque lo recuerda bien: “Carmeli Luna, siempre inolvidable para mí, me contaba que Paco Raigón estuvo viviendo en el Hotel Luna. Ella le ponía de comer, le servía la mesa al torero. Yo lo veía vestirse de luces, y entrar en aquellas habitaciones de arriba en la galería que daba al patio, rezando ante sus devociones”.
[ARCHIVO DE DON ANTONIO LEÓN ORTIZ]
“Recuerdo como si ahora lo estuviera viendo cuando salía del hotel. Ese momento era especial: el de ver salir a los toreros a la calle. Y creo que todo esto se debía a que Pepe Luna, el padre, era el mayor aficionado a los toros que ha habido en España. Tenía los cajones de sus muebles llenos de entradas de corridas de toros”.
“Vivió la fiesta de manera apasionada y, entonces, el que saliera un torero en Montilla fue, para él, todo un acontecimiento. Llegó a apoderarlo Solano Mora, que era uno de los más destacados de la tertulia que allí había. Todo se quedaba en casa. A mí me atraía pasar por el Hotel Luna. En aquella época era como si pasaras por el Hotel Colón en Sevilla”.
El entusiasmo por Paco Raigón desbordaba cualquier previsión. La gente lo dejaba todo para seguirlo. Se agotó el papel para verlo, tal fue la expectación por ver a un espada que, además de triunfar en los ruedos, fue capaz de parar el tren, literalmente. Rafael Contreras Zamora, que era un muchacho que entonces dividía sus preferencias entre el fútbol y la tauromaquia, me echa un capote para contar una revolución que se quedó a medias.
“Paco Raigón fue un fenómeno en Montilla. Se le recordará muchos años por su plasticidad y sentimiento. Fue uno de los novilleros punteros de la época. Y arrastró una ola de seguidores: aglutinó a numerosos aficionados que lo apoyaban por todas las plazas. Debutó en Las Arenas de Barcelona en 1958. Y también fue muy destacada la inolvidable tarde en la que alternó con Manuel Benítez 'El Cordobés', con máxima expectación”.
[ARCHIVO DE DON ANTONIO LEÓN ORTIZ]
“En el Hotel Comercio, o de Luna, donde se había abierto un puesto de venta anticipada, se despacharon unas 2.500 localidades. Hasta el Ferrobús, el tren de línea entre Córdoba y Puente Genil, hubo de modificar su horario con este motivo. Retrasó su salida para llevar hasta Montilla a tantos paisanos del torero que se habían desplazado a la capital para ver a su ídolo. Se doctoró en septiembre de 1966 en Écija, con 'El Cordobés' como testigo. Paco Raigón siempre será recordado con respeto y cariño como persona y como torero”.
El hotel era un mundo aparte, con sus propios horarios y normas. Es una puerta abierta al exterior, una casa sin fronteras en la que el personal termina teniendo una visión abierta, una mirada permisiva. Con el paso del tiempo, además de visitantes y comensales, fue acogiendo tendencias y diversificando su oferta con otros servicios. De una u otra forma, toda la familia Luna Repiso tuvo allí su trabajo. Julio Nevado, marido de Candi Luna, también estuvo implicado en este negocio familiar. El añorado Julio tuvo una pequeña tienda de telas y más tarde cumplió altas responsabilidades en Alipensa.
También Isidoro Jiménez —con su mujer María Joaquina— y, finalmente, Pepe Luna, que se encargó del hotel en la última etapa. Su hermana Pepi empezó después con la floristería Eva, con la que Salva Córdoba también trabajó, yendo por flores fuera de Montilla. Al salir del negocio, María Joaquina puso la lavandería que dio servicio local, pero también a clientes de los pueblos de alrededor. Era una familia inquieta y laboriosa.
Entregas anteriores
Hotel Babel (I)
Hotel Babel (II)
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: VARIOS AUTORES
FOTOGRAFÍA: VARIOS AUTORES


















































