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AYUNTAMIENTO DE MONTILLA - COMPRAR EN MONTILLA

COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta El eslabón [Soledad Galán]. Mostrar todas las entradas
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12 de septiembre de 2010

  • 12.9.10
Hace unas semanas supe que la orden de los Padres Jesuitas dejaba de estar al frente de nuestra iglesia de La Encarnación, más conocida en Montilla como "la de los Jesuitas”. En esta nueva etapa, el templo va a estar a cargo de dos jóvenes sacerdotes montillanos -José Almedina y Carlos Jesús Gallardo- que, sin duda alguna, aportarán la frescura de un Evangelio actual y renovado, propio de su edad y preparación.



Tuve la ocasión de estar en la primera misa de uno de estos jóvenes y quedé impresionada por la sencillez, la sinceridad y la profundidad de su discurso evangélico y pienso que la elección de ambos para esta nueva tarea al frente de la iglesia es una decisión valiente pero sólida, pues apostar por la juventud cuando está preparada es un valor seguro.

Cuando tanto se habla de la "pérdida de valores" en la sociedad en general -y en la juventud en particular-, encontrarse con chicos jóvenes que vocacionalmente deciden dedicar su vida a ayudar a otros, es un soplo de aire fresco en nuestras vidas.

Es frecuente hablar con personas que te dicen que el discurso de la Iglesia está anticuado y, a veces, hasta falto de contenido; que los tiempos han cambiado y que los Evangelios están muy bien, pero que son algo repetitivo que hoy ya no encajan en el modelo de sociedad que vivimos.

También hay quienes defienden que la Iglesia ha dado muy mala imagen ocultando hechos ciertamente vergonzosos que nunca debería haber permitido. Las opiniones están ahí y son para respetarlas, porque en todas ellas hay parte de razón.

Pero, personalmente, pienso que el discurso evangélico es universal e intemporal, pues a pesar de los cambios sociales, de los avances tecnológicos y de la mayor preparación de las personas, el ser humano, como tal, sigue siendo el mismo, tiene las mismas e idénticas miserias y grandezas que siempre, y necesita que alguien se las recuerde y que, a la vez, le ayude a ver la luz en ese momento de oscuridad que suponen los problemas y la desesperación -que, sin duda, llegan en determinados épocas a la vida del ser humano-.

Hay quien encuentra esa luz en la lectura de los Evangelios o de cualquier otro libro basado en la meditación, en la reflexión y en el conocimiento del ser humano, sin ser necesariamente de inspiración cristiana; otros, sin embargo, necesitan que la paz llegue a sus vidas a través de estas personas dedicadas vocacionalmente a ayudar al ser humano.

Pensemos en los enfermos que viven solos -incluso rodeados de gente-, en esa visita desinteresada, en ese apretón de manos que reconforta, en ese sentirse apoyados en momentos difíciles...

Esa inapreciable labor está a cargo de las personas que deciden vivir la vida ayudando al prójimo. Entre ellas, seguro que están estos dos jóvenes que toman posesión el próximo domingo de nuestra iglesia de La Encarnación. José y Carlos, desde esta página y desde lo más profundo de mi corazón, gracias por vuestra labor, por esa juventud desprendida del yo y volcada hacia los demás.

Gracias por esa palabra de ánimo en los difíciles trances en los que a veces nos pone la vida, por volcaros con los más desfavorecidos, por visitar al enfermo, por escuchar al angustiado, por devolvernos un Evangelio joven y actual. Gracias por vuestra valentía y humildad, por ser responsables…No decaigáis aunque soplen vientos contrarios: coged fuerte el timón y seguid vuestro camino. Que Dios os bendiga.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

6 de septiembre de 2010

  • 6.9.10
Ya terminaron las vacaciones -al menos las mías han finiquitado-. No es que el periodo de vacaciones sea un no trabajar; simplemente lo tomo como un cambio de actividad. La verdad es que apetece cambiar de aires aunque sigas en el mismo sitio. Y no pueden terminar mejor, pues el colofón de las mismas es la Fiesta de la Vendimia.


Pero esta Fiesta de la Vendimia está desvirtuada en el contexto socioeconómico. Si bien, en principio, la Fiesta tenía marcado carácter localista -e incluso, de barrio- después sirvió de plataforma para dar a conocer al mundo la excelencia de los caldos de la zona Montilla-Moriles para, de nuevo, reconvertirse en lo que en la actualidad es: una fiesta local, sin más trascendencia desde el punto de vista de la economía de la zona.

Habría que pensar muy bien lo que queremos hacer con esta Fiesta. En un mundo competitivo y enmarcados dentro de la Unión Europea que propicia y avala la desaparición de nuestros caldos con políticas agrarias agresivas de destrucción de nuestros viñedos, deberíamos meditar si queremos perder esa seña de identidad de nuestra tierra, que son nuestros caldos, o potenciarlos.

Desde siempre ha sido famoso nuestro fino. Hasta el otrora todopoderoso Jerez dio nuestro nombre a algunos de sus caldos -el amontillado-, que llevó a todas partes del mundo con el sello de nuestra tierra. ¿Y qué decir de nuestro Pedro Ximénez, único en el mundo? No existe otra zona del planeta que produzca esa clase de caldo. A éstos se unen el vino joven, el oloroso, y tantas ricas y afrutadas variedades capaces de producir los terrenos y el clima de esta singular parte de la rica Campiña cordobesa, conocida como "Montilla-Moriles".

De nosotros depende. Si queremos potenciar nuestra riqueza vinícola y que se conozca mas allá de nuestra localidad, tendremos que hacer un esfuerzo y ponernos a la altura del marketing actual. No hace mucho leía en algún periódico local que los vinos ya no eran la principal fuente de riqueza de nuestra tierra.

Puede que sea verdad y hasta puede que, algún día, no muy lejano, no representen riqueza alguna para esta tierra. Sería una lástima porque perderíamos algo más que riqueza: perderíamos parte de nuestra identidad.

Habrá alguno que piense y diga que eso es problema de las bodegas y que a ellas corresponde el esfuerzo de la comercialización del vino. En parte es cierto, pero el vino para Montilla es algo más que su comercialización. El vino para este pueblo ha sido durante muchos años su carta de presentación. Siempre que decimos que "somos de Montilla", nuestro interlocutor nos reconoce, precisamente por sus vinos. Nos hace más cercanos al resto del mundo.

Por eso pienso que cualquier oportunidad es buena para potenciar nuestra seña de identidad y de cultura, pues no olvidemos que existe una Cultura del Vino íntimamente unida a la gastronómica. Y nosotros, hasta ahora, formamos parte de ella.

Y esta Fiesta de la Vendimia que está perdiendo su razón de ser deberíamos utilizarla todos -bodegas, ciudadanos y clase política- para potenciar nuestros caldos frente a un mundo que se propone su extinción y que, si no hacemos el esfuerzo, probablemente lo consiga. Si fatalmente esto ocurriera, perderíamos algo más que riqueza: perderíamos parte de nosotros mismos porque todos estamos indisolublemente unidos al lugar de donde provenimos.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

31 de julio de 2010

  • 31.7.10
Estamos asistiendo en público a algo que debería ser privado. Porque es muy intima la relación, buena o mala, entre padres e hijos. No debería existir dinero para comprar la intimidad de las relaciones familiares, pero ciertos personajes parece que no pueden resistir la tentación de airear sus miserias a cambio de dinero. Algunos se aplican el refrán de que “los duelos con pan son menos”. Pero no es así.



Los padres, que son especialistas y hasta doctores en paciencia, saben que el tiempo puede curarlo todo, y mantienen la esperanza de que, a los hijos, la edad les vaya abriendo los ojos para distinguir lo que es, de lo que no.

Hay en nuestra sociedad bastantes baronesas, muchas Blancas, cantidad de Borjas, y demasiados nietos que no pueden relacionarse con sus abuelos. La historia es tan antigua como el mundo. Porque todo es un problema de celos que algunos lo denominan "complejos" y otros, "malos entendidos" o "mala educación".

Yo lo entiendo como una falta de respeto hacia sí mismo y hacia los demás. Todos hemos sido hijos y algunos también padres. Hemos tenido que relacionarnos con nuestros padres, cuñados, cuñadas, hermanos, hermanas y suegros. No todos tienen que ser de nuestro agrado ni nosotros del suyo.

Pero hay una cosa que se llama "respeto mutuo" que es el que debería hacerse efectivo en todas las relaciones y, mucho más, en las familiares. En el momento en que algún miembro de la familia no guarde ese mínimo de respeto exigible a cualquier relación humana, ya tenemos el conflicto. Y el problema es que se puede destrozar fácilmente una familia por ello.

Los hijos deben respeto a sus padres, simplemente por el hecho de traerlos a este mundo, cuidarlos y educarlos desde su nacimiento hasta que se van del hogar familiar. Nadie, incluido su cónyuge, pareja o amistad, debería influir tanto en un hijo como para que éste dejara de reconocer el respeto debido a sus progenitores. Y no hablo ya de cariño: sólo de respeto.

Cuando sucede, tenemos al hijo o a la hija enemistado con su familia -que, al final, es lo único verdadero que tiene- y comienza el chantaje de utilizar a los niños, si los hay, para impedirles su relación con los abuelos. Siempre con los de la parte opuesta a la que falta el respeto.

Ya sabemos que existe una Ley que regula la relación de abuelos y nietos y reconoce el derecho del menor -subrayo lo de menor- a relacionarse con sus abuelos. Pero éstos, salvo situaciones muy drásticas, no quieren demandar a sus hijos y se quedan sin poder disfrutar de la compañía de los nietos y éstos sin el derecho a relacionarse con sus abuelos.

Y si te ocurre, te preguntas que por qué pasa eso. Y al final llegas a la conclusión de la falta de respeto. En todas las parejas, incluso las de los animales, hay uno que es dominante y otro receptivo o pasivo. Si el dominante despliega su poder sobre el otro, prácticamente anula su voluntad y sabe cómo hacer para que éste haga lo que le apetece a aquél.

Si llegara el caso, lo pondría en la tesitura de elegir entre la familia del pasivo y la persona del dominante. Y ya sabemos lo que ocurriría... Hace falta tener muy claro quién se es y donde se está para no caer en las redes, a veces agradables y seductoras, del dominante, porque éste juega con sentimientos que conoce y hasta cree dominar para hacer lo que le place. Y te preguntas qué le puedes haber hecho tú a ese ser dominante para apartarte de tu hijo o de tu hija.

Las motivaciones pueden ser infinitas: todas las que se le puedan ocurrir a la mente, a veces retorcida, del ser dominante. Puede pensar que le miraste mal o que prefieres a la otra nuera o al otro yerno; o que le diste poco; o que el colchón de tu casa no es de su agrado; o que la habitación que le pusiste es más fea que la de tu hija o hijo; o que un día le preguntaste si trabajaba y esta persona no quiere trabajar o, simplemente, se siente inferior…

Cualquier nimiedad, que una persona de mente sana ni pensaría, es suficiente para que otra de mente retorcida malmeta en tu vida y te impida relacionarte con tu hijo o con tu hija y, consecuencia de todo, que no puedas disfrutar de tus nietos.

Estas personas que no respetan a la familia de su cónyuge, pareja o amigo tampoco se respetan a sí mismas porque lo que para ellas es una victoria de dominio, realmente es el reflejo de su frustración como personas, de su incomodidad consigo mismas y de la ausencia de autoestima.

Porque si realmente te encuentras a gusto contigo mismo, no tendrías la necesidad de dominar para reafirmarte. Además, se trata de una falta de respeto a su cónyuge, pareja o amigo, dado que le está privando tan insensata como injustamente de lo más valioso que tiene en su vida: de su familia, de su propio yo. Felices vacaciones.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

17 de julio de 2010

  • 17.7.10
Me dicen que la Feria de El Santo está en declive. Me comentan que no hay ambiente como en épocas pasadas. Me aseguran que desaparecerá. Es una pena. Todavía recuerdo cuando de niña bajaba con mis amigas a subirme en los cacharros y, después, con mis padres, a la caseta del Artesano.


Ya de adolescente, mi recuerdo es de una feria bulliciosa, de casetas a rebosar de gente joven y menos joven. Éstos, a la caseta del Artesano o del Casino Montillano; aquéllos, a la Óle y Olé, a bailar con los conjuntos de moda que venían a tocar en directo. Toda la noche, de caseta en caseta, bailando. Bueno, lo de "toda la noche" es un decir porque a las cuatro y media, como muy tarde, tenía que estar en mi casa. Recuerdo mi protesta desde el mismo recinto de la Feria hasta la casa de mis padres. Pero con protesta o sin ella, a la hora indicada, en mi casa.

Lo que ha llovido desde entonces. Eran otros tiempos. Nada es lo que era y la Feria no iba a ser la excepción. Los adolescentes parece que son hoy los únicos que acuden a bailar. No hay casetas adecuadas para la gente de mediana edad o para los mayores. Alguna privada quizás, pero la gente de esa edad prefiere apartarse a alguna playa cercana y descansar del trabajo, antes que meterse en el ruido casi infernal de la Feria donde no encuentra un lugar a propósito.

Yo entiendo que el Ayuntamiento hace su esfuerzo con la Caseta Municipal, que ciertamente está bien y con buen ambiente -al menos los años en que he ido y me imagino que siempre-. También es un esfuerzo municipal mantener viva la Feria de nuestro patrón y hay que reconocérselo a esta Corporación y a las que les precedieron.

La Feria de Día es un buen intento pero insuficiente. La realidad es que ha cambiado tanto la sociedad que no podemos pensar hoy en el concepto de la Feria de mi niñez o de mi adolescencia. Cuando era niña no había parques temáticos y las atracciones sólo las podíamos disfrutar en la Feria.

Bajar de niños con nuestros padres al recinto ferial por la noche era un acontecimiento. El trasnoche era una novedad que sólo pasaba en feria, al igual que los churros, los refrescos de naranja y de polvos de almendra.

En la actualidad, los niños salen con sus padres de paseo y el trasnoche en la época estival es la norma y nunca la excepción. Los refrescos están por casa, al igual que los churros y no suponen atractivo alguno.

Cuando era joven no había apenas discotecas -creo que en Montilla, ninguna-; alguna fiesta particular con tocadiscos, con motivo de las vacaciones de navidad, cuando volvíamos los que estudiábamos fuera: era la única fuente de diversión..

Cualquier adolescente de hoy tiene discoteca en Montilla y donde estudia, además de pubs e infinidad de lugares de reunión donde disfrutar con la gente de su edad. La Feria de El Santo era para las chicas la ocasión para estrenar los vestidos y los zapatos de verano -dos o tres, o sólo uno, pero era una ilusión estrenar modelito-.

Hoy, cualquier día es bueno para comprarse dos o tres conjuntos a buen precio y estrenarlos el mismo día. Ya no se reserva nada para esa ocasión, de lucimiento, que era la Feria.

Las personas de cierta edad soñaban con las gambas y con los camarones de la Feria y con el jamón de toda la vida, el ibérico, acompañado de un buen fino de la tierra. Las gambas, camarones y demás marisco, las tenemos a diario, listos para comer. No son lo mismo, pero lo hay en abundancia y a buen precio. El jamón, no es el que era, pero está al alcance de todo el mundo, cualquier día.

Hoy, la feria tal y como la conocimos en nuestra niñez y juventud, es sólo un recuerdo; muy grato, pero sólo un recuerdo. Los tiempos y la sociedad han cambiado tanto que mucho me temo que la Feria también tendrá que hacerlo o habrá que buscar otra forma alternativa, quizás más corta pero también más participativa, para agasajar a ese montillano universal, que fue y es nuestro Santo quien, como dice la coplilla, "es el mejor de todos los montillanos".

SOLEDAD GALÁN JORDANO

10 de julio de 2010

  • 10.7.10
Ese título ha sido el himno más escuchado en esta última semana. No ha habido una sola canción de grupo, solista o coral que haya sonado tanto en todos los sitios como la afirmación de ser español, repetida hasta la saciedad. La verdad es que apetece. Es un soplo de aire fresco en el cargado ambiente de esta España nuestra. Y tenemos que agradecerlo al deporte.


Mire usted por dónde, el deporte tiene la habilidad de unir a todos los españoles, en un grito común de “afirmación del yo”, como diría Freud. Y no sólo ha sido unidad en la alegría, sino también en el sufrimiento, como diría el sacerdote en la ceremonia del matrimonio, porque había dos opciones el sábado a partir de las ocho de la tarde: o bien salir a dar un paseo para evitar un infarto de miocardio, o quedarse sin uñas hasta y después de que Puyol diese ese cabezazo de oro. Y digo lo de “después” porque la feliz tensión duró, como mínimo, hasta que fue pitado por el árbitro el final del partido.

Luego, la locura, el desmadre y el “Soy español”, que son las formas de expresión más comunes de este pueblo cuando está a gusto y se siente bien. Todo eso, sin soltar ni un momento la bandera de España, que es símbolo de nuestra unidad. Nunca he visto más banderas, ondeando en manos españolas. Y es una gozada.

Estamos hasta las narices de que nos salga mañana, tarde, noche y madrugada el político separatista de turno, contándonos milongas sobre una separación de España, que no la quiere nadie, o sobre terminar con esta o aquella seña cultural de este país tan nuestro o con la amenaza de desobedecer las sentencias que no les gustan. Pura intransigencia, pero, ojo, que hace su daño.

Los separatistas -en las comunidades autónomas en las que los haya- son cuatro, que votan a uno o dos y que, por razones de gobernanza, han conseguido instalarse en la cúpula del poder de esa autonomía. Ya sabemos que la política hace extraños compañeros de viaje. Y como no tienen otro objetivo -más verbal que real- que desestabilizar para llamar la atención hacia ellos, pues convocan tal o cual manifestación, da igual, un día sobre la importancia del agua en la navegación y al otro, sobre la importancia de raíles en las vías del tren.

Lo importante es que se añada que, separándonos, el agua estaría más dulce o salada, según estemos hablando de río o de mar, y que la fundición del raíl se tiene que hacer según receta de la comunidad autónoma de la que se trate.

Desde siempre hemos aprendido que España es una e indivisible, desde el respeto a la pluralidad de sus comunidades autónomas. Así lo reconoce nuestra Carta Magna y ese es el sentimiento de la mayoría de los españoles. Como hay algunos que se quieren separar, pues se respeta su forma de pensar y no pasa nada.

Pero como la realidad es más tozuda, hemos podido ver, para nuestro gozo, cómo veintitrés españoles, con su entrenador al frente, de todas las partes del mapa autonómico, representando al unísono a España, a toda ella, han tenido la capacidad de unir a más de treinta millones de españoles al son del “Soy español, español, español…”.

Ésa es la realidad, por mucho que cuatro que votan a uno o dos digan que es otra cosa. Quiero, como todos los que nos sentimos españoles, que la selección culmine su esfuerzo con la copa del Mundial. Ahí estaré mañana, a las ocho y media, sufriendo y disfrutando. Pero si no pudiera ser, para mí ya han sido campeones devolviéndonos el orgullo de ser españoles. Deseo que nunca se nos olvide ese estribillo que dice “Soy español, español, español...”.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

4 de julio de 2010

  • 4.7.10
Acabo de llegar de una boda. ¡Qué acontecimiento tan grato! Es la ocasión para saludar, para hablar y para convivir, aunque sólo sea un momento, con amigos, con familiares o simplemente con conocidos a los que llevas un tiempo que no contactas con ellos. Ya sabemos lo ocupados que estamos todos en este peculiar mundo que nos ha tocado vivir, donde siempre hay algo por hacer. Hay otras ocasiones en las que sucede lo mismo: que te reencuentras con personas queridas. Pero ésta de la boda es especialmente agradable.



Vas predispuesto a pasártelo bien, a desinhibirte del trabajo semanal. Por eso te acicalas de manera especial. Quieres ir estupenda, preparada para la ocasión y entiendes que lo que vas a vivir merece ese esmero en el vestir, y te engalanas para el momento.

Los hombres, formalmente: traje de chaqueta, corbata y zapatos nuevos. Las mujeres, un poco mas de refinamiento: el perfume, el bolso y los zapatos a juego -aunque eso ya esta demodé-. En fin, dispuestos todos a pasar un rato inolvidable.

Pero cuando vas a la boda de alguien a quien quieres, además de lo externo, te preocupa lo interno. Y los ves ahí, tan jóvenes, voluntariamente comprometerse a vivir un proyecto de vida en común, todavía sin perfilar, que llegas a emocionarte.

Porque tú no le puedes decir en ese momento que los primeros años de matrimonio no son los mejores como la gente dice por ahí; que cada cual viene de una casa con sus costumbres y su forma de vida y que tendrá que pasar un tiempo para ir dejando atrás las costumbres propias; para llegar a establecer las comunes, las de la pareja que termina de darse el “sí quiero”.

No le puedes decir en ese momento que la convivencia necesita de mucho, muchísimo cariño, entendiendo por tal la entrega, la empatía con el otro, el pasar la mano, la ayuda mutua, el mutuo respeto, la fidelidad de pensamiento y de obra, y la ilusión que mantiene vivo ese proyecto de vida común, que nunca debe perderse.

Tampoco puedes decirles que el egoísmo, propio del ser humano, no puede tener cabida en el corazón de los nuevos desposados, porque es tan pernicioso que si llegara a anidar en él, los destruiría. La decisión de ser padres supone la mayor satisfacción que la vida les depara, pero también un cambio en ella.

Tendrán que olvidar, por sus hijos, las noches de fiesta, de amigos, de restaurantes y bares durante algún tiempo -puede que casi la mayor parte de su vida-. Deberán saber que les esperan largas y penosas noches de insomnio y vela; que sufrirán, infinitamente, si alguna vez un hijo cae enfermo; que tendrán la responsabilidad de educarlo, para que llegue a ser económicamente independiente, un buen ciudadano, mejor hijo y excelente persona.

Esa será la tarea de la joven pareja si deciden ser padres. Y tendrán que trabajar para ello, codo con codo y todos los días de esa vida en común que hoy han querido regalarse. Porque el matrimonio es un regalo.

No es fácil encontrar a una persona que te ilusione lo suficiente como para compartir con ella algo tan íntimo y personal como es tu vida. Si lo consigues, deberás dar gracias, porque no todo el mundo tiene la suerte de dar con alguien tan especial.

Vendrán momentos difíciles, pero no tan imposibles que el cariño mutuo no pueda superar. Y cuando, pasado el tiempo, hagan un balance de esa ilusión de hoy, verán que la fogosidad del amor que ahora sienten ha dado paso a un cariño sereno y profundo, inatacable e inalterable, fruto de los duros momentos y de las edificantes satisfacciones comúnmente vividas. Y pensarán que mereció la pena…

SOLEDAD GALÁN JORDANO

26 de junio de 2010

  • 26.6.10
Hay veces en las que acudimos a oficinas públicas o privadas a firmar un documento que nos afecta y, aunque no nos enteremos de nada -bien por la prisa o por los nervios del momento-, firmamos. Luego, si nos perjudica, tenemos los problemas propios de esa inadecuada prisa o de los inoportunos nervios.


Pero hay documentos con los que deberíamos tener espacial cuidado, porque exceden de lo económico y afectan a algo irreversible y de gran importancia, como es la salud. Por adaptación de nuestra legislación a la normativa europea en materia de sanidad (¿?), se obliga a todos los centros hospitalarios, en caso de intervención quirúrgica, a que el paciente firme un documento por el que se informa de forma muy general -y a veces incomprensible para el paciente- de las posibles consecuencias que para su salud podría tener la intervención a la que va a ser sometido.

En realidad, y por su generalidad, es un cajón de sastre para que, sea cual sea el resultado de dicha intervención, todas, absolutamente todas las secuelas que la misma pueda acarrear a nuestra salud están integradas en lo que se denomina “consentimiento informado”.

Puede ocurrir, y es un hecho verídico, que se intervenga a una persona de una hernia inguinal -operación que, en principio, no tiene complicación ninguna- y el médico que te opere, al ponerte las grapas para cerrar la herida, te seccione un nervio y te quedes con unas secuelas de dolor permanentemente agudo que te impida desde trabajar a mantener relaciones íntimas con tu pareja durante el resto de tu vida.

Nadie te dice que esa sencilla operación tenga esa consecuencia tan nefasta porque, de ser así, no te someterías a ella: te pondrías una faja para sujetar la hernia y vivirías de esa forma, quizás incomoda, pero en plenas facultades físicas y psíquicas para desarrollar tu vida normal.

Pero sucede que a la hora de exigir tus derechos como ciudadano y como paciente frente al cirujano que tan negligentemente ha actuado, te dicen que esa secuela estaba prevista en el consentimiento informado, que tú lo firmaste y que eso es lo que hay.

Ante esa indefensión, te buscas un abogado -tengas o no medios económicos- y lo primero que te pide es un informe médico. Y acudes a un profesional de la Medicina y le presentas tu estado físico y psicológico por lo ocurrido, así como la cantidad de operaciones a las que has sido sometido por el mismo médico para intentar arreglar lo sin remedio. Y por aquello del corporativismo, te informa que eso que te ha ocurrido estaba en el consentimiento informado.

Y lees y relees el famoso consentimiento y no ves lo que te ha ocurrido por ningún sitio, y no te explicas cómo el médico al que acudiste para el informe puede ver en cuatro palabras ininteligibles para cualquier ciudadano de a pie que lo que a ti te está ocurriendo, justo eso, está allí, en el maldito consentimiento, porque tú no has consentido que te hagan la salvajada que te han hecho.

¿Qué viene después? Tú sigues sin poder trabajar, sin relación íntima con tu pareja; te trata la Unidad del Dolor inútilmente, porque el dolor sigue, cada vez más agudo y te consumes, mientras el cirujano carnicero sigue impune gracias al documento que firmaste un mal día, con la buena fe del que se entrega con la esperanza de una mejor salud. Acudirás a los tribunales y esperarás años y años a una resolución, ciertamente injusta, porque firmaste el consentimiento desinformado.

Esto que puede parecer exagerado es real y le ha ocurrido a una persona como tú y como yo, que un buen día acudió a un hospital a mejorar su salud. ¿Qué tendríamos que hacer? Yo abogo por firmar un documento -no previamente impreso, sino de puño y letra de mi cirujano- donde se me informe realmente de todas, absolutamente todas, las posibles secuelas que la intervención a la que me voy a someter puede acarrear a mi salud.

Toda aquella secuela que no esté en dicho documento será culpa de quien me interviene o de su equipo. Entonces sí será un consentimiento informado, con garantías reales para el paciente. Y si le ocurre algo de lo que voluntariamente ha aceptado como probable, entonces será justo que lo acepte. Nunca en otro caso.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

19 de junio de 2010

  • 19.6.10
Ojeando la prensa, leo en un periódico llamado La Republica un artículo titulado “Memoria para alcanzar justicia” en el que 15 artistas españoles dan voz a personas fallecidas en la Guerra Civil, víctimas del franquismo. Y me quedo atónita porque cada uno de ellos reivindica un juicio justo, en nombre de su representado.


No sé en realidad lo que pretenden pero, como decimos en lenguaje forense, "no es el momento oportuno". En primer lugar. y para ser justos, victimas las hubo en ambos bandos -y por desgracia, muchas-. Casi en todas las familias españolas hubo víctimas de la inmoralidad de una guerra entre hermanos.

En segundo lugar, me llamaron la atención los personajes que participan en esa recreación: famosos y ricos, demócratas y hasta republicanos, muchos de ellos con residencia fuera de nuestra económicamente "sangrante España", por aquello del fisco; personajes que, por su edad, ni estuvieron en la guerra y creo que ni en la posguerra.

Son, por tanto, testigos indirectos de lo que pretenden y sólo saben del asunto lo que les han contado. Y como todo en la vida, depende de quién lo cuente. Parece que a los que escucharon fue sólo a los de una parte, de manera que deberían haber oído a la otra parte por aquello de la justicia.

En tercer lugar, me llamó la atención esta demanda tardía de justicia y sigo sin saber cuál fue la intención. Yo, que no viví la guerra ni tampoco la posguerra -y tengo más edad que la mayoría de los denunciantes- entendí desde siempre que todos los españoles quisimos pasar página de las atrocidades cometidas en nuestra fratricida guerra. Así lo expusimos alto y claro cuando votamos la Constitución el año 1978.

En momentos previos a su aprobación, se dio cabida a todas las fuerzas políticas que había en España, que eran muchas, pues muchos eran los partidos políticos en esa época; y, por unanimidad, se consensuó un sistema democrático, que democráticamente aprobamos, dando por terminada cualquier reivindicación sobre la guerra y sobre la posguerra.

Entendimos necesario cerrar las heridas, algunas abiertas y sangrantes, por el bien colectivo, y así se hizo. No podemos olvidar que la Guerra Civil española fue entre hermanos y cada cual defendía lo que creía en ese momento histórico; y muchos fueron los que dieron su vida por ello, en ambos bandos… Hasta hubo quienes simplemente estaban en un lugar, en un momento determinado de la historia.

Pienso que la perdida de esas vidas no fue inútil, porque renacieron en esta sociedad nueva, moderna y democrática: ése fue el fruto de su sacrificio. Los que sobrevivieron, tanto los que emigraron como los que no, lucharon también por construir esta sociedad que disfrutamos, con sus luces y con sus sombras, pero en la que decir lo que se piensa no es motivo de represión; en la que criticar a los políticos se considera un ejercicio saludable; donde el trabajador tiene derechos y medios para exigirlos.

Una sociedad en la que la mujer tiene voz y voto; donde la enseñanza y la sanidad son gratuitas y al alcance de todos; donde nadie puede ser detenido sin motivo o causa preestablecida en las leyes; donde puedes ser defendido, de oficio, si careces de medios económicos; donde el derecho a la vida y a preservarla, al trabajo, a la igualdad entre personas, a un juicio justo, a la libertad de credos… tiene rango de "fundamental".

Debería ser motivo de orgullo para familiares y amigos recordar a los que fueron muertos en nuestra ya lejana Guerra Civil, porque la pérdida de su vida nunca cayó en saco roto. En primer lugar, permanecen vivos en su recuerdo -en el de quienes los amaron- y, sobre todo, porque con su muerte dieron vida a la sociedad que hoy disfrutamos, en la misma medida y desde cualquier bando, porque eran hermanos. No lo olvidemos.

Reivindicar un juicio justo cuando es imposible, me parece una falta de respeto a los que fueron muertos. Si se hace con intenciones espurias y ajenas a las víctimas, me parece una mendacidad. Si lo que se pretende es dividir y cercenar lo que entre todos, -víctimas y sobrevivientes- hemos creado y disfrutamos, me parece un ataque a nuestra inteligencia.

Si, finalmente, lo que se pretende es defender a alguien que se proclama inocente, es un ataque directo a la igualdad de trato y a la forma en que todos los españoles, diariamente, se someten a los tribunales de justicia.

Pero, sobre todo, no es el foro adecuado. Cualquier ciudadano puede ser acusado, aunque sea inocente. Para eso están los principios de presunción de inocencia y el de in dubio pro reo que informan nuestro sistema penal. Para eso está el proceso penal, con abogados defensores, pruebas documentales, testigos y otros medios de prueba: para demostrar la no culpabilidad, porque la inocencia se presume.

Para eso sirven los Tribunales, para impartir justicia y declarar la inocencia de quien lo es. Para todos es igual, nadie debe buscar un trato diferente y, menos, el amparo en la desigualdad por razón del rango. Eso no lo hace un demócrata.

Dejen hacer a la justicia y no jueguen desde su poltrona de hipócrita progresía, de disimulada riqueza y de oportunista famoseo, a emponzoñar la sociedad española. No abran heridas cicatrizadas. No nos dividan otra vez, porque seguimos siendo hermanos. En esta sociedad no es ni nunca será el momento oportuno para dichos menesteres.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

12 de junio de 2010

  • 12.6.10
Hay personas a las que no les gusta que le llamen "abuelo" o "abuela". Entiendo que ese título que se te otorga -normalmente a determinada edad y, precisamente, no en la de merecer- para algunos sea sinónimo de algo que nadie quiere -la vejez- porque tiene connotaciones de enfermedad y de dependencia. Es comprensible.


A mí, que soy positiva por naturaleza, cosa que, por otra parte, tiene poco mérito, me encanta ser abuela. Mis nietos me llaman así y no quiero que lo hagan de ninguna otra forma. No quiero ser su amiga, ni su confidente, ni su compañera de juegos: sólo quiero ser su abuela que, probablemente, es un concepto más amplio que todo lo demás, pero también distinto.

Disfruto su crecimiento y su evolutivo cambio de facciones; los miro y, según qué día o a qué horas, hacen un gesto o tienen un detalle que me recuerda a su padre, a sus tíos y, mucho, a su abuelo. A veces, hasta a mí misma… Y sonrió.

Sólo les veo cosas buenas y me los imagino en un futuro, incierto para mí, estudiando esto o aquello y desenvolviéndose bien en la vida. Este pensamiento es un desiderátum que me ocurrió con mis hijos.

Es la ilusión que vuelve a nuestras vidas a través de los nietos. Pienso que es bueno que ocurra: ayuda a vivir y, a veces, hasta a olvidar -aunque sólo sea un momento- los achaques que van apareciendo y que nos acompañarán hasta el final de nuestros días.

Pero estos seres maravillosos que nos devuelven, ilusoriamente, a nuestra mejor época, no son nuestros hijos, sino los hijos de éstos. A ellos corresponde su educación, en su más amplio sentido.

Sin embargo, ocurre, a veces, que algunos hijos pretenden que sus hijos sean los nuestros y que sea nuestra la responsabilidad de su crianza. Hay que decirles que no, que el trabajo propio no es excusa para evadir su responsabilidad como padres; que los obligados a ir al colegio, a llevarles de paseo, a acompañarles al médico, a divertirse en la excursión junto a ellos, son los padres.

Los abuelos estamos para mimarlos y para tenerlos en nuestra compañía un tiempo limitado: el necesario para disfrutar de ellos sin suponernos un esfuerzo impropio de nuestra edad y de nuestras condiciones físicas.

Y, si llega el caso, les acompañaremos al médico o los recogeremos del colegio y les llevaremos de paseo. Pero ese día será la excepción y no la regla. Muchos abuelos se quejan, y tienen razón, del abuso que supone levantarse a las siete de la mañana porque su hija entra a trabajar a las ocho, o del cuidado diario y continuo de los nietos porque los padres trabajan; del escaso tiempo de que disponen porque a tal o cual hora tienen que estar en la puerta del colegio.

Y no es que les falte cariño hacia sus nietos, les falta fuerza física: la que han dejado en el camino cuidando a sus propios hijos. La naturaleza, que es tan sabia, permite la procreación mientras el organismo está en condiciones óptimas para ello, y eso ocurre a determinada edad, ciertamente prolongada en el tiempo.

Después, se entra en otra fase de mas sosiego para la que la propia naturaleza ha previsto otras actividades, entre ellas, la de ser abuelos. El abuelo es la paz, la sabiduría, la paciencia y la ciencia; el refrán oportuno, la mano tendida, el cariño sincero, la generosidad sin medida, el cálido abrazo y el beso en la frente.

Pero también es las gafas de cerca, el bastón en la mano, la artritis, la gota, el crujir de los huesos, el caminar despacito, la pérdida de fuerza -y también de memoria-, la medicina a punto y el médico de cabecera, presto. Todo eso, y más, somos los abuelos para nuestros nietos, pero nunca seremos sus padres.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

5 de junio de 2010

  • 5.6.10
Veo poco la televisión. Y no lo hago porque sea malo: simplemente, me falta tiempo. Prefiero la radio porque me permite hacer otra cosa mientras la escucho. A diario veo las noticias -porque coinciden con la hora de la comida- aunque he de confesar que me gusta más la noticia escrita porque, además de enterarme de lo que pasa por este mundo, entre las páginas de los periódicos encuentro artículos de opinión que, por su variedad, me enriquecen y, a veces, hasta me aportan un punto de vista edificante de la dura realidad cotidiana.


De lo poco que veo por televisión, a veces me detengo, por curiosidad, en determinados programas llamados “de ocio y entretenimiento”. No sé quién los califico así, pero si estoy más de cinco minutos atenta a lo que allí se cuece, termino con los nervios de punta.

Por lo visto, lo "más de lo más" es lo que dice una señora cuyo único merito ha sido dedicarse durante toda su vida a criticar al padre de su hija que, además, le abona religiosamente una sustanciosa pensión de alimentos y cumple también con el régimen de visitas porque, si no lo hiciera, la “Princesa del Pueblo”, que así la llaman en el mencionado programa, ya lo hubiera denunciado a bombo y platillo en la televisión que le da de comer a fuerza de utilizar a su hija en algo ciertamente deplorable, como es criticar a su padre.

Este personaje, al que los de “su cadena” lo tienen como a un mono de feria, aplaudiendo sus exabruptos y llamándolo "madre coraje", se ha creído realmente lo de ser princesa y madre coraje. Y ya sabemos cómo son las mentiras: que, a fuerza de repetirlas, llegamos a creer que son verdad.

Esto es sólo un apunte de lo que significa la pérdida de valores en nuestra sociedad y la contribución que a dicho fin realizan determinados medios de comunicación. El problema es que ciertas conductas pueden llegar a confundir a determinados sectores de la sociedad, sobre todo en proceso de formación, como son nuestros jóvenes.

Puede que haya gente que llegue a pensar que una forma de vivir es criticar al padre de sus hijos y que eso está bien. Habrá que decir, para quien lo quiera leer, que por respeto a los hijos, a los que tanto se quiere, y sólo por respeto a ellos, hablar mal de su padre es una ignominia.

Si es merecedor de reproches, ya el propio hijo -cuando tenga su edad- lo valorará y ponderará, sacando sus propias conclusiones. Pero bajo ningún concepto debería utilizar una madre valoraciones perniciosas contra el otro progenitor, para obtener mayor cariño de sus hijos o para conseguir beneficio económico.

No puede haber dinero que avale semejante tropelía, ni persona sensata que apruebe dicha conducta. Si ese primer escalón de la maledicencia del padre nos lleva al siguiente de madre coraje, es para morir de pena.

Una madre coraje es la que decide dar la vida a sus hijos, obviando problemas presentes y futuros; la que lucha por ellos, en el día a día; la que los lleva al colegio, a veces, raspando la hora de entrar a su propio trabajo; la que le dedica parte de su escaso tiempo ayudándoles en ese problema de Matemáticas o en aquel de Lengua que, para su hijo, es un verdadero mundo.

Una madre coraje es aquella que se preocupa de la educación de sus hijos, colaborando con su presencia en el colegio; la que pasa noches insomnes ante pesadillas, enfermedades o simple penosería por miedos nocturnos; la que, a deshoras, por causa del trabajo, prepara esa comida que tanto les gusta; la que derrocha paciencia escuchando problemas inexistentes; la que tiene siempre la sonrisa dispuesta, la mirada cálida, el gesto amable, la reprensión a tiempo, el perdón eterno y, además, colabora a su sustento, de cualquiera de las formas posibles.

En definitiva, una madre coraje es la que lucha y procura el bienestar de sus hijos, desde su concepción hasta la muerte de la propia madre, con su esfuerzo, tesón y cariño. Si a eso añadimos que tiene que educar a sus hijos en solitario, por la causa que sea, esa mujer merece ser, no ya princesa, sino toda una reina en el corazón de sus hijos.

Y la sociedad debería admirar y apoyar, sin paliativo alguno, el coraje de ser madre y, además, en solitario. Ya sabemos que la madre coraje es anónima por naturaleza: no la veremos en programas de televisión por eso de que los valores "no se llevan", no gustan a la audiencia y la televisión se rige por dicho criterio: la audiencia.

Pero todos hemos sido o somos hijos, y llevamos en nuestro corazón y en nuestra mente el recuerdo siempre vivo de nuestra madre y de esos momentos anónimos de arrojo y de valor, de comprensión y de perdón compartidos con ella. No hace falta que nadie venga a proclamarla princesa porque el titulo devendría escaso, corto. Para nosotros es, sin lugar a dudas, la reina de nuestras vidas.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

29 de mayo de 2010

  • 29.5.10
Ya sabemos que hay un Ministerio de igualdad, que pretende una política también de igualdad. De todos son conocidas las campañas para que hombres y mujeres colaboren a la par en las tareas domesticas y en la educación de los hijos.


Entiendo que el objetivo de estas políticas es el de concienciar a la sociedad en general y al hombre en particular, de que la mujer tiene derecho a su tiempo de ocio, de descanso y que no es justo que, además de realizar su trabajo fuera de la casa, cargue con todas las tareas propias del hogar, incluida la educación de los hijos. En definitiva, hacer real y efectivo el principio constitucional de igualdad entre personas de distinto sexo.

Estoy totalmente de acuerdo porque entiendo que es justo. Si los cónyuges en un matrimonio o miembros de una pareja trabajan fuera de la casa, es lógico, y sobre todo justo, que ambos lo hagan dentro, mediante el oportuno reparto de tareas.

Lo mismo con los hijos, porque son de ambos y los dos progenitores tienen el deber y el derecho de cuidarlos y educarlos. Y no se trata sólo de un deber moral, sino legal. Así que, estamos de acuerdo en que lo que el Ministerio de igualdad propugna es que hombres y mujeres son iguales en derechos y deberes. Y es cierto.

Pero, ¿qué ocurre cuando la pareja entra en crisis? ¿Se sigue el mismo criterio de igualdad o se inventa la discriminación positiva? La discriminación es tan mala, tan opuesta a la igualdad, que no necesita de adjetivos. El calificativo añadido no es más que un maquillaje para mantener situaciones de desigualdad en una mal llamada "política de igualdad".

Si mantenemos la igualdad de hombres y mujeres, hagámoslo con todas sus consecuencias. La última reforma de la Ley del Divorcio de 2005 era la esperanza de muchos hombres para compartir más tiempo con sus hijos, involucrarse en su educación y terminar con situaciones económicas ciertamente discriminatorias para el cónyuge no conviviente con los hijos -que, en un altísimo porcentaje, es el padre-.

En definitiva, muchos varones pensaron que con este texto articulado podrían conseguir la igualdad con la madre cuando el matrimonio o la relación de pareja terminara, a través de la conocida como “custodia compartida”.

"La Ley del Divorcio no ha cumplido las expectativas de igualdad"

Sin embargo, esta ley no ha cumplido esas expectativas de igualdad de los padres, hecho absolutamente incomprensible cuando todos los países de nuestro entorno sociocultural han optado por la custodia compartida como régimen general en casos de disolución de matrimonio, avalado por multitud de informes psicológicos que concluyen que el menor necesita de su padre y de su madre para su completo desarrollo.

Y todavía más inaudito: si existe una Declaración Universal y otra Europea de los Derechos del Menor asumida por España, en la que el interés del menor está por encima del de sus padres y de cualquier otro interés y si el menor necesita para su educación de ambos progenitores, su interés será compartir su tiempo con ambos a partes iguales ¿no?

Pues la nueva ley mantiene la desigualdad anterior. Y entiendo por desigualdad la atribución de forma generalizada a la madre de la guarda y custodia de los hijos, por el hecho de ser la madre, privando de esta manera al cónyuge no conviviente, generalmente el padre, del derecho y del deber de poder ver y estar con sus hijos el mismo tiempo que la madre, condenándole a un régimen de visitas de un fin de semana sí y otro no y, con suerte, algún día entre semana y la mitad de las vacaciones.

Resulta intolerable que el cónyuge no conviviente, generalmente el padre, sea un convidado de piedra en la educación y en la formación de sus hijos comunes, puesto que la patria potestad, en supuestos de crisis matrimonial, prácticamente se anula en aras de la guarda y custodia.

Me parece discriminatorio que se atribuya el uso de una vivienda y del ajuar familiar, comprados y pagados con cargo al trabajo de ambos cónyuges, a la madre y a los hijos, impidiendo al progenitor que sale del domicilio familiar, generalmente el padre, poder contar con la parte de dicha vivienda que le corresponde por gananciales, para rehacer económicamente su vida.

Me parece abusivo un pago a la madre, sin control alguno, de una pensión para los hijos. Y me lo parece porque la posición del cónyuge que sale del domicilio conyugal, generalmente el padre, es económicamente insostenible con el sistema actual, pues a la salida del domicilio familiar hay que añadir el pago de la pensión de alimentos, más la compensatoria si hubiere lugar, más el 50 por ciento de la hipoteca -cuando no toda, si es que la hay- y lo que cueste un alquiler, porque no va a estar en la calle.

Con la guarda y custodia compartida se consigue la igualdad de los padres

Con la guarda y custodia compartida se consigue la igualdad de los padres respecto de sus hijos. En primer lugar, no habría necesidad de atribución de vivienda ni de ajuar familiar, porque los menores vivirían en el domicilio de sus padres, en el de cada uno de ellos, el mismo tiempo.

Tampoco habría necesidad de pago de pensiones, porque los hijos estarían con los padres igual periodo de tiempo. Sólo se abonarían en común los gastos extraordinarios, que debería ser en proporción a los ingresos de los padres, precisamente por el interés de los menores.

No habría necesidad de pagar hipotecas a nadie porque la sociedad de gananciales se liquidaría en su integridad, y se repartiría tanto el activo como el pasivo de la misma. Se conseguiría además que los hijos pudiesen integrarse bien en las nuevas familias que creen su padres y que las relaciones con la familia extensa -abuelos, tíos…- fuese más real y fluida.

Se terminarían las malas influencias de un progenitor en contra del otro, que van en perjuicio del menor, porque éste, al compartir el mismo tiempo con ambos, se formaría su criterio propio respecto a cada uno.

En caso de ruptura matrimonial o de pareja, sólo interesaría a los padres el interés de los hijos, que a veces se olvida por otros intereses. Y ambos padres podrían disponer, además, de más tiempo para su propia vida personal.

En definitiva, se conseguiría la igualdad que se defiende dentro del matrimonio o de pareja, una vez terminada dicha relación. En una sociedad igualitaria donde hombres y mujeres tienen la opción de trabajar, es inconcebible que se mantengan estas políticas decimonónicas que ninguna mujer debería consentir, si cree en la igualdad.

Resulta curioso que un Gobierno que consiente que un Ministerio gaste tanto en recordarnos, machaconamente, que hombres y mujeres somos iguales, que paga cursos de plancha y cocina para hombres en aras de la igualdad “de género”, haya hecho tan poco por una ley igualitaria también para hombres y mujeres en supuestos de crisis matrimonial o de pareja, que son una realidad diaria.

Celebro que las Cortes de Aragón, por la posibilidad de sus fueros, haya aprobado una Ley de Custodia Compartida, donde ésta es la norma general y la monoparental, la excepción. Alguno dirá que la situación actual es la legal y que está bien: pero no todo lo legal es justo y, sin duda, las personas debemos anhelar la justicia.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

22 de mayo de 2010

  • 22.5.10
Ya sabemos que hay un Ministerio de Igualdad que mantiene una política, también llamada "de igualdad". Pero, ¿realmente sabemos qué es ser iguales? ¿Somos conscientes del significado de eso que, tan alegremente, llamamos "igualdad"? ¿Realmente queremos ser iguales? Lo pregunto.


Para empezar, hay muchas igualdades cuya contrapartida son sus desigualdades. Todas las monedas tienen dos caras: la de la igualdad, también. Hoy sólo hablaremos de la igualdad referida a hombres y mujeres y, dentro de ella, a la de oportunidades en el trabajo. Sólo de esa. Otro día lo haremos de la igualdad en la familia, de la colaboración o de la jurídica -de la igualdad ante la ley-.

Para empezar, somos diferentes física y psicológicamente. Eso es un hecho, por lo que la igualdad, entendida como exactitud, es inviable. Hablar de "igualdad de oportunidades" en la actualidad puede sonar a algo de otra época porque hombres y mujeres son iguales a la hora de preparar su futuro; mejor dicho, tienen la misma oportunidad para hacerlo. Cosa diferente es que quieran hacer el esfuerzo. En eso está la clave.

Hay personas inclinadas al estudio; otras se encuentran más cómodas en un trabajo físico, menos intelectual… Da igual: lo importante es saber qué hacer y prepararse para ello porque la dignidad alcanza a cualquier trabajo cuando se hace bien.

Pero la profesionalidad en todo trabajo requiere el esfuerzo y la humildad suficientes para dejarse preparar. Da igual que sea hombre o mujer. No hay profesiones tabú, sólo esfuerzo, constancia y dedicación.

Que no nos diga nadie que la mujer se siente hoy discriminada frente al hombre para determinado tipo de trabajo porque no es cierto. Miremos a nuestro alrededor: hay mujeres que limpian, también las hay médicos, abogadas, ministras, secretarias generales, presidentas, jueces y un largo etcétera de actividades laborales desarrolladas por aquéllas.

Tengo la suerte de conocer y tratar con mujeres de todos los estratos sociales que trabajan en muy diferentes profesiones y oficios y no sienten esa discriminación que se pretende borrar inútilmente con determinadas políticas ineficaces.

La igualdad en el trabajo se debe medir por el esfuerzo, por la preparación y por la dedicación. A mismo esfuerzo, idéntica preparación y exacta dedicación, corresponderá igual resultado. Si no es así, estaremos hablando de desigualdad.

Pero ocurre a veces -sobre todo en ámbitos políticos, por aquello del voto- que a situaciones desiguales se les piden resultados iguales, es decir, al revés de como debe ocurrir.

Algunos políticos -que jamás hablan de preparación, de esfuerzo o de dedicación- pretenden una igualdad lineal, huérfana de los valores enunciados y quieren igualar a todo el mundo, especialmente a las mujeres, con la demagogia de “todos somos iguales y las mujeres, más”. Me parece una tomadura de pelo.

Somos lo suficientemente inteligentes para entender que la igualdad en el trabajo, como todo en la vida, hay que conquistarla y se hace a base de lucha y de esfuerzo diario, constante y consciente. Sin necesidad de heroicidades: simplemente, consiste en saber lo que se quiere y tomar la determinación de hacerlo. Nada más.

Si tu opción es dedicarte a tu familia, hazlo como mejor sabes, prepárate para ello -¡que no es fácil!-. Me emociona la dedicación a la familia de las mujeres que eligieron esa opción, su constancia y su esfuerzo en un trabajo tan poco reconocido, a veces desagradecido y olvidado. Merece el mayor de los respetos y la consideración de la sociedad, que ni lo menciona.

Si te ilusiona una profesión, prepara tu corazón y tu mente y aplica el esfuerzo que seas capaz, verás como lo consigues. Me encanta ver a las mujeres en la universidad; me ilusiona pensar la oportunidad, negada no hace tanto tiempo a otras mujeres, de ser estupendas profesionales, de luchar por lo que pretenden.

Si te gusta algo técnico que no requiere estudios universitarios, ánimo: trabaja por ello y procura dar lo mejor que tienes. Eso te hará ser la gran profesional que sueñas.

La otra cara de esa moneda de esfuerzo, de constancia y de dedicación es la autoestima y el orgullo de ser quienes somos, sin necesidad de querer ser otra cosa diferente. Nadie nos va a regalar nada, aunque algunos pretendan comprarnos con propuestas temporales vacías de contenido.

La palabra “autoestima” lo dice todo: orgullo de ti misma, de ser quien eres, de ser como eres. Ésa es la sensación del esfuerzo continuo y constante para conseguir lo que se quiere en esta vida.

No importa la opción elegida. Es igual para el hombre. Tiene que luchar a la par que nosotras si quiere lo mismo. No creas eso de que a la mujer se le exige más porque no es cierto. Es sólo una excusa interesada para marcar diferencias inexistentes, para mantener políticas huérfanas de valores, basadas en espejismos de igualdad ante situaciones desiguales, que en nada contribuyen a la autoestima, al orgullo de sentirte mujer.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

15 de mayo de 2010

  • 15.5.10
En estos tiempos oscuros por la incertidumbre económica y por el fracaso, una vez más, de políticas de despilfarro, me gustaría hablar de algo que si no esperanza, genere al menos ilusión. Podría hablar del futuro, pero es incierto. También del pasado, pero no vuelve.


Lo haré del presente; me arriesgaré a sacar lo mejor del mismo. Tiene la ventaja que mañana es pasado, y hoy, alienta futuro. Y lo haré de la familia. Es algo que parece que no se lleva, porque cada día el concepto es más nuclear, más pequeño, más insignificante y no caben en el mismo tantas personas como en tiempos pasados, ciertamente cercanos.

Es lo que tiene esta sociedad: que cuanto más posibilidades tenemos de comunicarnos con el resto del mundo, lo hacemos menos con los nuestros. Por causa de los medios de comunicación, nos sentimos más cercanos a personas y a hechos inalcanzables, que a nuestra propia familia. ¡Y mira que es fácil!

Está viva en mí la presencia de mis abuelos. Hablo de ellos casi en presente y son el espejo donde a veces miro para ver la solución de mis problemas -que, como buena mortal, los tengo-. Los envidio por ello. Ojala mis nietos, cuando me haya ido, hablen de mí en presente y pueda ser el espejo que reverbere solución a sus inquietudes.

No podemos permitir que las prisas y el materialismo de la época terminen con la familia. Y no hablo sólo de la nuclear sino de la extensa. Necesitamos relacionarnos con nuestros primos por la contemporaneidad de lo que nos ocupa y nos preocupa; con nuestros tíos, porque son un reflejo de nuestros padres y de sus vivencias; deberíamos anhelar la sabiduría escondida bajo el cálido disfraz de nuestros abuelos y, para ello, el vehículo apropiado es la comunicación, el verbo, la palabra.

La vida es tan fugaz, pasa tan rápida que, a veces, no hay lugar para rectificaciones. Hay que estar atentos porque no merece la pena sembrar odio o rencor en el seno de nuestras familias por puro materialismo, por cabezonería que, a veces, abre las puertas del egoísmo.

Si miramos hacia nuestro interior, vemos cómo los buenos momentos afloran a nuestra mente. No necesitamos de vídeos ni de fotografías porque nuestra retina los mantiene vivos. En ellos aparecen la cálida mirada de nuestra madre, el saludo cariñoso de nuestros tíos, el abrazo de nuestros primos, la mano siempre tendida de nuestros abuelos…

Todos son actos de amor que alientan nuestras vidas. Es curioso el mecanismo de la mente: siempre intenta apartarnos de los recuerdos y de las vivencias negativas, las niega, las difumina para protegernos; en cambio, los positivos los mantiene y los potencia.

En este primaveral mayo de inocencia, de romerías de fe, de incierto futuro, volvamos nuestra mirada a la familia, apartemos de nuestra mente y de nuestra actitud aquello que impida la relación con cualquiera de sus miembros.

No hay motivo, por grande que nos parezca, que no merezca un perdón, una disculpa, en aras de esos momentos de felicidad que nos depara el abrazo de nuestros padres, la complicidad de los hermanos, el saludo afectuoso de nuestros tíos, la comunicación con nuestros primos y el cariño perpetuamente sincero de nuestros abuelos.

Utilicemos los medios de comunicación para algo útil y saludable a nuestra vida interior; cojamos el inseparable móvil y preocupémonos directamente de la salud, de los problemas, de la celebración, de la desesperanza y del júbilo que, seguramente, habrá por distintos motivos en nuestra familia y hagámoslos nuestros porque, en realidad, lo son.

SOLEDAD GALÁN JORDANO

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