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Soledad Galán | A Marisol y Efrén, con cariño

Acabo de llegar de una boda. ¡Qué acontecimiento tan grato! Es la ocasión para saludar, para hablar y para convivir, aunque sólo sea un momento, con amigos, con familiares o simplemente con conocidos a los que llevas un tiempo que no contactas con ellos. Ya sabemos lo ocupados que estamos todos en este peculiar mundo que nos ha tocado vivir, donde siempre hay algo por hacer. Hay otras ocasiones en las que sucede lo mismo: que te reencuentras con personas queridas. Pero ésta de la boda es especialmente agradable.



Vas predispuesto a pasártelo bien, a desinhibirte del trabajo semanal. Por eso te acicalas de manera especial. Quieres ir estupenda, preparada para la ocasión y entiendes que lo que vas a vivir merece ese esmero en el vestir, y te engalanas para el momento.

Los hombres, formalmente: traje de chaqueta, corbata y zapatos nuevos. Las mujeres, un poco mas de refinamiento: el perfume, el bolso y los zapatos a juego -aunque eso ya esta demodé-. En fin, dispuestos todos a pasar un rato inolvidable.

Pero cuando vas a la boda de alguien a quien quieres, además de lo externo, te preocupa lo interno. Y los ves ahí, tan jóvenes, voluntariamente comprometerse a vivir un proyecto de vida en común, todavía sin perfilar, que llegas a emocionarte.

Porque tú no le puedes decir en ese momento que los primeros años de matrimonio no son los mejores como la gente dice por ahí; que cada cual viene de una casa con sus costumbres y su forma de vida y que tendrá que pasar un tiempo para ir dejando atrás las costumbres propias; para llegar a establecer las comunes, las de la pareja que termina de darse el “sí quiero”.

No le puedes decir en ese momento que la convivencia necesita de mucho, muchísimo cariño, entendiendo por tal la entrega, la empatía con el otro, el pasar la mano, la ayuda mutua, el mutuo respeto, la fidelidad de pensamiento y de obra, y la ilusión que mantiene vivo ese proyecto de vida común, que nunca debe perderse.

Tampoco puedes decirles que el egoísmo, propio del ser humano, no puede tener cabida en el corazón de los nuevos desposados, porque es tan pernicioso que si llegara a anidar en él, los destruiría. La decisión de ser padres supone la mayor satisfacción que la vida les depara, pero también un cambio en ella.

Tendrán que olvidar, por sus hijos, las noches de fiesta, de amigos, de restaurantes y bares durante algún tiempo -puede que casi la mayor parte de su vida-. Deberán saber que les esperan largas y penosas noches de insomnio y vela; que sufrirán, infinitamente, si alguna vez un hijo cae enfermo; que tendrán la responsabilidad de educarlo, para que llegue a ser económicamente independiente, un buen ciudadano, mejor hijo y excelente persona.

Esa será la tarea de la joven pareja si deciden ser padres. Y tendrán que trabajar para ello, codo con codo y todos los días de esa vida en común que hoy han querido regalarse. Porque el matrimonio es un regalo.

No es fácil encontrar a una persona que te ilusione lo suficiente como para compartir con ella algo tan íntimo y personal como es tu vida. Si lo consigues, deberás dar gracias, porque no todo el mundo tiene la suerte de dar con alguien tan especial.

Vendrán momentos difíciles, pero no tan imposibles que el cariño mutuo no pueda superar. Y cuando, pasado el tiempo, hagan un balance de esa ilusión de hoy, verán que la fogosidad del amor que ahora sienten ha dado paso a un cariño sereno y profundo, inatacable e inalterable, fruto de los duros momentos y de las edificantes satisfacciones comúnmente vividas. Y pensarán que mereció la pena…

SOLEDAD GALÁN JORDANO
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