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Soledad Galán | Una mirada a la familia

En estos tiempos oscuros por la incertidumbre económica y por el fracaso, una vez más, de políticas de despilfarro, me gustaría hablar de algo que si no esperanza, genere al menos ilusión. Podría hablar del futuro, pero es incierto. También del pasado, pero no vuelve.


Lo haré del presente; me arriesgaré a sacar lo mejor del mismo. Tiene la ventaja que mañana es pasado, y hoy, alienta futuro. Y lo haré de la familia. Es algo que parece que no se lleva, porque cada día el concepto es más nuclear, más pequeño, más insignificante y no caben en el mismo tantas personas como en tiempos pasados, ciertamente cercanos.

Es lo que tiene esta sociedad: que cuanto más posibilidades tenemos de comunicarnos con el resto del mundo, lo hacemos menos con los nuestros. Por causa de los medios de comunicación, nos sentimos más cercanos a personas y a hechos inalcanzables, que a nuestra propia familia. ¡Y mira que es fácil!

Está viva en mí la presencia de mis abuelos. Hablo de ellos casi en presente y son el espejo donde a veces miro para ver la solución de mis problemas -que, como buena mortal, los tengo-. Los envidio por ello. Ojala mis nietos, cuando me haya ido, hablen de mí en presente y pueda ser el espejo que reverbere solución a sus inquietudes.

No podemos permitir que las prisas y el materialismo de la época terminen con la familia. Y no hablo sólo de la nuclear sino de la extensa. Necesitamos relacionarnos con nuestros primos por la contemporaneidad de lo que nos ocupa y nos preocupa; con nuestros tíos, porque son un reflejo de nuestros padres y de sus vivencias; deberíamos anhelar la sabiduría escondida bajo el cálido disfraz de nuestros abuelos y, para ello, el vehículo apropiado es la comunicación, el verbo, la palabra.

La vida es tan fugaz, pasa tan rápida que, a veces, no hay lugar para rectificaciones. Hay que estar atentos porque no merece la pena sembrar odio o rencor en el seno de nuestras familias por puro materialismo, por cabezonería que, a veces, abre las puertas del egoísmo.

Si miramos hacia nuestro interior, vemos cómo los buenos momentos afloran a nuestra mente. No necesitamos de vídeos ni de fotografías porque nuestra retina los mantiene vivos. En ellos aparecen la cálida mirada de nuestra madre, el saludo cariñoso de nuestros tíos, el abrazo de nuestros primos, la mano siempre tendida de nuestros abuelos…

Todos son actos de amor que alientan nuestras vidas. Es curioso el mecanismo de la mente: siempre intenta apartarnos de los recuerdos y de las vivencias negativas, las niega, las difumina para protegernos; en cambio, los positivos los mantiene y los potencia.

En este primaveral mayo de inocencia, de romerías de fe, de incierto futuro, volvamos nuestra mirada a la familia, apartemos de nuestra mente y de nuestra actitud aquello que impida la relación con cualquiera de sus miembros.

No hay motivo, por grande que nos parezca, que no merezca un perdón, una disculpa, en aras de esos momentos de felicidad que nos depara el abrazo de nuestros padres, la complicidad de los hermanos, el saludo afectuoso de nuestros tíos, la comunicación con nuestros primos y el cariño perpetuamente sincero de nuestros abuelos.

Utilicemos los medios de comunicación para algo útil y saludable a nuestra vida interior; cojamos el inseparable móvil y preocupémonos directamente de la salud, de los problemas, de la celebración, de la desesperanza y del júbilo que, seguramente, habrá por distintos motivos en nuestra familia y hagámoslos nuestros porque, en realidad, lo son.

SOLEDAD GALÁN JORDANO
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