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Soledad Galán | La reina de nuestras vidas

Veo poco la televisión. Y no lo hago porque sea malo: simplemente, me falta tiempo. Prefiero la radio porque me permite hacer otra cosa mientras la escucho. A diario veo las noticias -porque coinciden con la hora de la comida- aunque he de confesar que me gusta más la noticia escrita porque, además de enterarme de lo que pasa por este mundo, entre las páginas de los periódicos encuentro artículos de opinión que, por su variedad, me enriquecen y, a veces, hasta me aportan un punto de vista edificante de la dura realidad cotidiana.


De lo poco que veo por televisión, a veces me detengo, por curiosidad, en determinados programas llamados “de ocio y entretenimiento”. No sé quién los califico así, pero si estoy más de cinco minutos atenta a lo que allí se cuece, termino con los nervios de punta.

Por lo visto, lo "más de lo más" es lo que dice una señora cuyo único merito ha sido dedicarse durante toda su vida a criticar al padre de su hija que, además, le abona religiosamente una sustanciosa pensión de alimentos y cumple también con el régimen de visitas porque, si no lo hiciera, la “Princesa del Pueblo”, que así la llaman en el mencionado programa, ya lo hubiera denunciado a bombo y platillo en la televisión que le da de comer a fuerza de utilizar a su hija en algo ciertamente deplorable, como es criticar a su padre.

Este personaje, al que los de “su cadena” lo tienen como a un mono de feria, aplaudiendo sus exabruptos y llamándolo "madre coraje", se ha creído realmente lo de ser princesa y madre coraje. Y ya sabemos cómo son las mentiras: que, a fuerza de repetirlas, llegamos a creer que son verdad.

Esto es sólo un apunte de lo que significa la pérdida de valores en nuestra sociedad y la contribución que a dicho fin realizan determinados medios de comunicación. El problema es que ciertas conductas pueden llegar a confundir a determinados sectores de la sociedad, sobre todo en proceso de formación, como son nuestros jóvenes.

Puede que haya gente que llegue a pensar que una forma de vivir es criticar al padre de sus hijos y que eso está bien. Habrá que decir, para quien lo quiera leer, que por respeto a los hijos, a los que tanto se quiere, y sólo por respeto a ellos, hablar mal de su padre es una ignominia.

Si es merecedor de reproches, ya el propio hijo -cuando tenga su edad- lo valorará y ponderará, sacando sus propias conclusiones. Pero bajo ningún concepto debería utilizar una madre valoraciones perniciosas contra el otro progenitor, para obtener mayor cariño de sus hijos o para conseguir beneficio económico.

No puede haber dinero que avale semejante tropelía, ni persona sensata que apruebe dicha conducta. Si ese primer escalón de la maledicencia del padre nos lleva al siguiente de madre coraje, es para morir de pena.

Una madre coraje es la que decide dar la vida a sus hijos, obviando problemas presentes y futuros; la que lucha por ellos, en el día a día; la que los lleva al colegio, a veces, raspando la hora de entrar a su propio trabajo; la que le dedica parte de su escaso tiempo ayudándoles en ese problema de Matemáticas o en aquel de Lengua que, para su hijo, es un verdadero mundo.

Una madre coraje es aquella que se preocupa de la educación de sus hijos, colaborando con su presencia en el colegio; la que pasa noches insomnes ante pesadillas, enfermedades o simple penosería por miedos nocturnos; la que, a deshoras, por causa del trabajo, prepara esa comida que tanto les gusta; la que derrocha paciencia escuchando problemas inexistentes; la que tiene siempre la sonrisa dispuesta, la mirada cálida, el gesto amable, la reprensión a tiempo, el perdón eterno y, además, colabora a su sustento, de cualquiera de las formas posibles.

En definitiva, una madre coraje es la que lucha y procura el bienestar de sus hijos, desde su concepción hasta la muerte de la propia madre, con su esfuerzo, tesón y cariño. Si a eso añadimos que tiene que educar a sus hijos en solitario, por la causa que sea, esa mujer merece ser, no ya princesa, sino toda una reina en el corazón de sus hijos.

Y la sociedad debería admirar y apoyar, sin paliativo alguno, el coraje de ser madre y, además, en solitario. Ya sabemos que la madre coraje es anónima por naturaleza: no la veremos en programas de televisión por eso de que los valores "no se llevan", no gustan a la audiencia y la televisión se rige por dicho criterio: la audiencia.

Pero todos hemos sido o somos hijos, y llevamos en nuestro corazón y en nuestra mente el recuerdo siempre vivo de nuestra madre y de esos momentos anónimos de arrojo y de valor, de comprensión y de perdón compartidos con ella. No hace falta que nadie venga a proclamarla princesa porque el titulo devendría escaso, corto. Para nosotros es, sin lugar a dudas, la reina de nuestras vidas.

SOLEDAD GALÁN JORDANO
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