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Miopes

Para quien usa gafas desde los cinco años –según me contaron mis padres, aunque yo creía que había nacido con ellas–, el mundo no es tan claro. La miopía difumina los contornos. Lo que algunos distinguen con una nitidez indiscutible, para ti es un bulto borroso en el que se mezclan los colores como en un cuadro abstracto. Imaginas lo que intentas ver y te acostumbras a una realidad interpretada por tus ojos. Incluso adivinas aspectos de lo real que los demás no perciben.

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Lo mismo sucede, al parecer, con los demás sentidos. Hay gente que no oye las voces de angustia de personas que nos saludan en el ascensor, ni huelen la inquietud por los problemas que trata de ocultar el aroma con el que se perfuman.

Estrechamos la mano y damos besos con la candidez de un cumplido, sin palpar el miedo de una piel ante el futuro incierto, ante el extraño. Así, degustamos la vida en función de los sabores que nos la hacen apetecible. Son otros tipos de miopía.

Nos creemos objetivos a pesar de que todo lo valoramos desde nuestra subjetividad. Al nombrar las cosas ya estamos siendo parciales pues el lenguaje está compuesto de símbolos que no significan lo mismo para todo el mundo. Todos los malentendidos surgen por esta causa.

Con todo, pontificamos de lo divino y lo humano y elaboramos sesudos ensayos para demostrar que el universo gira a nuestro alrededor y acata nuestras leyes, que somos el centro de la Creación. Yo creía que el ciego era yo.
DANIEL GUERRERO
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