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Mostrando entradas con la etiqueta Mirada crepuscular [Daniel Guerrero]. Mostrar todas las entradas
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2 de octubre de 2023

  • 2.10.23
En julio se celebraron elecciones generales anticipadas cuyo resultado parece más un damero que una sentencia dictada por las urnas. En vez de un claro mensaje de la decisión popular, lo que surge de los comicios es un complicado crucigrama de letras o siglas con las que se deberá formar la cita que permita, a quien lo consiga, ser proclamado candidato para una investidura exitosa. Si nadie logra resolver el damero, se deberán convocar nuevas elecciones que ofrezcan otro damero con combinaciones de siglas similares. Así es el juego.


En principio, aunque a sabiendas de que no había completado el damero con la cita a descubrir, el líder conservador intentó, sin mucho interés, rellenar las casillas que le permitiesen ser investido. Para ello, reclamó, sin tener todavía resuelto el damero, que lo propusieran como candidato, mientras cuestionaba a los demás jugadores por no ayudarle a descubrir la palabra oculta y por no dar como válido su incompleto crucigrama.

Incluso pretendió crear normas nuevas que le permitieran proclamarse ganador por reunir el mayor número de puntos o votos, siendo perfecto conocedor de que no son los puntos sino el número de casillas completas o apoyos parlamentarios los que dan la victoria, pues permiten armar la cita oculta que hace ganador a un candidato.

El jugador conservador sólo había podido descubrir las siglas de tres casillas: Vox, CC y UPN. Pero eran insuficientes para elaborar la frase `mayoría parlamentaria´ con la que se resolvía el damero y se ganaba el juego. Y se enfadó. Se enfadó muchísimo desde que vio el damero surgido de las urnas y al que tenía que enfrentarse.

Con todo, se le dio una oportunidad para que resolviese el damero con algo más de tiempo. Pero en vez de dedicarse a ello, ha empleado ese plazo en cuestionar y boicotear a otro competidor que podía presentar un damero mejor rellenado.

Como jugador, no soportaba que nadie le ganase la partida. No se había preparado para ser derrotado. Y menos aun cuando creía que el juego estaba hecho a su medida, que iba a ganarlo de carretilla. Pero se equivocó: sobrevaloró sus fuerzas. Y desde entonces anda refunfuñando y haciendo advertencias apocalípticas y descalificando a todo el mundo que no admite su victoria por puntos.

Así, en vez de asumir su derrota y renunciar a cantar una victoria que nadie le reconocía, se dedicó a armar mucho alboroto, mediante amenazas y movilizaciones de sus seguidores, para que su competidor no pudiera ser propuesto o, si lo conseguía y ganara, deslegitimar su probable éxito.

Es la triste reacción de un mal perdedor que no es nueva en su equipo, pues se trata de una estrategia, algo chapucera pero bastante eficaz, que ya habían empleado en otras ediciones del juego, consistente en propalar infundios e insidias con mucho ruido para poner nervioso al público con el fantasma del rompimiento de España.

Fue justamente lo que hicieron, en 2004, cuando se enfrentaron a Zapatero, un jugador novato recién ascendido en su equipo, que consiguió completar, contra todo pronóstico, aquel damero a pesar de batirse con otro jugador conservador, otro gallego apellidado Rajoy, todo un veterano que creía, como su paisano Feijóo actualmente, que la victoria estaba cantada.

Y como hoy con el pretexto de una amnistía, aquellos perdedores de 2004 se emplearon a fondo entonces para deslucir la victoria del ganador mediante una agria campaña de movilizaciones, manifestaciones, mesas petitorias, boicots a productos catalanes, acusaciones de atentar contra la democracia y la igualdad de los españoles, con la excusa de una oportuna y aprobada legalmente reforma del Estatut de Catalunya, cuyo articulado era calcado al de Andalucía.

En aquella ocasión, como hoy, los perdedores vocearon indignados que aquel novel contrincante había incurrido, para completar el damero, en el uso de siglas de partidos independentistas y de herederos del terrorismo, como si tales siglas no formaran parte del juego y no fuesen representativas de la pluralidad parlamentaria que ampara la Constitución, siendo sus votos y apoyos igual de válidos que cualesquiera del Parlamento. ¿Les suena la argucia?

Se trata del mismo argumentario e idéntica reacción del actual perdedor ante un resultado que no ha salido como esperaba. Pero exhibiendo mayor hipocresía, porque hoy reconoce la validez de los apoyos de los nacionalistas catalanes y vascos si sirven para que el jugador conservador gane la partida, pero que considera inadmisibles si contribuyen a que el contrincante progresista complete el damero, como se prevé. De ahí esa reacción visceral y exagerada, basada en mentiras, bulos, tergiversaciones y descalificaciones, del actual perdedor, quien niega legitimidad y hasta considera indigno cualquier acuerdo o resultado que no le favorezca.

Es así como, de aquellos barros, estos lodos que hoy enfangan y judicializan las relaciones de Cataluña con el resto de España. Y también la polarización, los enfrentamientos y la desconfianza que tensionan no solo la política, sino la convivencia entre catalanes y el conjunto de España.

Sin embargo, esos perdedores enrabietados no escarmientan y continúan con el mismo proceder, como acostumbra el equipo que abandera el nacionalismo español intolerante, excluyente y antidemocrático. Por eso salen en tromba a demonizar a cualquiera que gane el damero si no pertenece a su equipo.

Todo lo que consiguió el candidato conservador fue perder el tiempo, obtener el fracaso previsto de su investidura, verse identificado con su único socio, la ultraderecha irredenta, lo que le granjea el aislamiento de todos los demás jugadores, y consolarse con un mitin callejero de autoestima donde pudo arengar a los suyos con sus manidas amenazas y aspavientos.

Ni tan siquiera el apoyo senil de incorruptas “momias del 78” –no solo de su equipo, sino también de las del contrario- permitió que completara con éxito el juego. Su actuación fue todo un lío de contradicciones y bandazos que de nada sirvieron para que reuniese las siglas necesarias. El damero, al parecer, se le atragantó y no supo, no pudo o no quiso resolverlo como establece la normativa.

Porque, en vez de presentar al jurado parlamentario las casillas perfectamente rellenadas del damero, pretendió poner en cuestión las de su adversario, a pesar de que este todavía no podía competir, ni siquiera se había presentado a jugar. Buscó desesperadamente un cuerpo a cuerpo que el otro rehusó e ignoró ostentosamente.

Consciente, al fin, de su inevitable derrota, sólo pudo intentar achacarla a supuestos principios que le impedían ganar a cualquier precio. Es decir, adoptó la actitud del zorro ante las uvas: no las cogía porque no estaban maduras, no porque no podía alcanzarlas.

No se daba cuenta de que había asumido los postulados de su único socio ultra, y que lo alejan del resto de jugadores, cuando rechazaba el “adoctrinamiento en las escuelas”, las “visiones apocalípticas” del cambio climático, la “dictadura del activismo” de la transición ecológica, el “karaoke” del Congreso por el uso de las lenguas oficiales de España, y tachaba de “inmoral” a Pedro Sánchez por pactar con los independentistas.

También por hablar del “encaje de Cataluña” sin explicar nada al respecto y demostrar, así, su evidente imposibilidad de entendimiento con los nacionalismos periféricos, incluidos los de su ideología conservadora, como son el PNV (vasco) y Junts per Catalunya (catalán).

Fue de este modo como Alberto Núñez Feijóo, para desconsuelo en su equipo y seguidores, no consiguió las uvas que pretendía. Las 172 que logró arrancar, en las dos tandas en que pudo intentarlo, eran insuficientes para llenar el cesto de su ambición presidencial.

No completó el damero, como estaba cantado. Tanto presumir, con paseíllo teatral a la entrada del palacio de juego, para acabar como un mal perdedor que sigue creyendo que le hacen “estafa electoral” y que su contrincante es un "cobarde", como le gritó su bancada en el Parlamento, porque no participa de su estrategia de enfrentamiento personal, a quien acusa de ganar -cosa que aun no se sabe- por plegarse a los “chantajes” de sus socios.

Fue, en fin, la crónica de una derrota anunciada. A ver qué hace ahora el contrincante progresista y actual campeón del juego en funciones. Todavía está en el aire el título.

DANIEL GUERRERO

25 de septiembre de 2023

  • 25.9.23
Con septiembre arranca siempre un nuevo curso lectivo, económico y político –en la enseñanza, las empresas y la gobernanza de lo público, lo que de verdad condiciona la vida de las personas (no en lo tradicional, que lo marcan la cronología anual y las navidades)– esta vez de una forma un tanto atípica, por aquello de unas elecciones generales en plena canícula de julio.


Septiembre es, de algún modo, el comienzo real de año. Y la verdad es que el año se presenta de lo más interesante y movido, no sólo por los condicionantes internos (nuestros problemas domésticos), sino también por el contexto global en que se produce (la coyuntura internacional). Parece conveniente, por tanto, alejar nuestra mirada del detalle para observar el conjunto del cuadro y poder valorar lo que representa.

Los colegios, institutos y universidades abren sus puertas a lo largo de septiembre para acoger las nuevas remesas de alumnos que inauguran cada etapa educativa con una ilusión que, desgraciadamente, irá menguando conforme se disponen, con los diplomas bajo el brazo, a ofrecerse a un mercado laboral endemoniado que apenas valora su formación y su esfuerzo.

El mundo laboral solo tiene aprecio por la mano de obra barata, la disponibilidad cuasi absoluta a sus condiciones y las destrezas y conocimientos que pueda aportar el empleado sin que sean remunerados. Aquello de la educación como “ascensor social” ha devenido frustración entre quienes se resistían a pensar que fuera un cuento chino para obligarlos a estudiar, y también entre unos padres que estaban convencidos de que, gracias a los estudios, sus hijos podrían escapar del destino familiar y acceder a un estatus social más elevado.

Si a esa inoperancia de la educación unimos la inutilidad de unas leyes educativas que, cada dos por tres, son cambiadas por el Gobierno de turno, un profesorado harto de promesas –y no me refiero a las salariales, que también– que se incumplen sistemáticamente y unos hogares que afrontan las carestías que conlleva cada nueva “entreé” escolar, lo más suave que se puede decir del arranque del curso académico es que sólo los alumnos más ingenuos lo aguardan con inocente ilusión.

Porque, hasta la fecha, ningún “libro blanco” elaborado al respecto ha servido para consensuar, tratándolo como Pacto de Estado, un verdadero Plan Educativo serio, fiable, eficaz, estable y duradero, ajeno a los tumbos de la política y a la tentación adoctrinadora de cada Gobierno.

Y así va, con ocho leyes educativas (una cada ocho años, aproximadamente) y una Evau –el último diseño de Selectividad– cuya implantación se prorroga al próximo curso. ¿Cabe ejemplo más palpable de la eterna provisionalidad de la política educativa de España?

Mejor arranca el curso para las empresas y las finanzas. Al menos, para las grandes empresas que se reparten el pastel del comercio en nuestro país. Porque, después de tanto quejarse de los desajustes (menos ganancias) que padecieron (¡pobrecitas!) por culpa de la pandemia y los problemas que ha supuesto la guerra en Ucrania, las firmas más destacadas, en el balance anual que publican siempre en septiembre, muestran unos beneficios extraordinarios que hacen palidecer a los de años anteriores. Sobre todo, en las empresas del sector de la energía (eléctricas, gasísticas y petroleras) y, por supuesto, las de finanzas (la banca).

Para todas ellas, las crisis han supuesto una providencial oportunidad para incrementar sus resultados, con solo trasladar a precios los costes adicionales que estas acarrearon. Son sus clientes quienes cargan con todos los sobrecostes, mientras el accionariado engrosa sus retribuciones.

Hasta las cadenas de alimentación (distribuidoras y supermercados) vieron crecer sus rendimientos a pesar de la inflación, cobrando al consumidor hasta la bolsa para cargar la compra, cosa que, en todo caso, siempre habían hecho, prorrateando su coste en el precio de los productos.

No, el arranque de curso para las empresas y la economía no es en absoluto pesimista, sino todo lo contrario. Hasta la industria del turismo se ha visto agraciada con grandes beneficios, pues la temporada que acaba de finalizar ha sido espectacular, mejor incluso que las anteriores a la pandemia, aunque ya vuelven a quejarse de las dificultades en las que se enreda el Gobierno para poner en marcha los viajes del Imserso. Nunca tienen bastante.

Distinto es el panorama político, de extrema polarización y mayor confrontación, después de unas elecciones generales que la derecha estaba convencida de poder ganar por goleada. Hay que recordar que se convocaron de manera anticipada tras el enorme batacazo del partido gobernante en las elecciones municipales y autonómicas.

El PSOE, que perdió muchísimo poder local y regional, interpretó aquel resultado como una pérdida de confianza de los ciudadanos y creyó oportuno convocar a urnas para clarificar la situación. El resultado no ha podido ser más nefasto, tanto para la derecha, que ganó las elecciones pero sin conseguir mayoría absoluta, como para la izquierda, que obtuvo mayoría parlamentaria si logra el acuerdo con todas las formaciones de izquierdas, incluidos nacionalistas e independentistas.

Así, el panorama político empeoró notablemente respecto a la legislatura anterior, ya que ahora no basta con repetir el acuerdo de la moción de censura. Ahora hay que pactar también con el partido cuyo líder está fugado de la Justicia por organizar un referendo ilegal y declarar fugazmente la república de Cataluña.

Se trata, por tanto, de un panorama realmente endemoniado que alimentará, más si cabe, la polarización y la confrontación que soporta el país. Ninguna de las alternativas que se barajan, tanto si el PP y Vox consiguen culminar el proceso de investidura de su candidato, lo que parece improbable, como si el PSOE y Sumar aglutinan los apoyos necesarios para investir al suyo, lo que se antoja más probable pero no menos complicado, no augura una legislatura tranquila y duradera.

Porque la tensión política se agudizará con cada votación parlamentaria y en cada iniciativa legislativa. Tampoco una repetición electoral, bien porque ningún candidato consiga la investidura, o bien dentro de unos meses porque gobernar en tales condiciones sea imposible, garantiza solventar el problema de la gobernabilidad de España.

Tal parece que estamos condenados a chocar siempre con el empate entre los bloques ideológicos y la fragmentación parlamentaria. Y con la intransigencia de quienes son incapaces de alcanzar acuerdos con sus rivales políticos en favor de los intereses de la Nación.

Mientras tanto, el país se mantiene en “stand by”, con un Gobierno en funciones que, por si fuera poco, asume la Presidencia del Consejo de la Unión Europea, hasta el próximo 31 de diciembre, organizando sus reuniones y representándola ante las demás instituciones europeas, como el Parlamento y la Comisión.

De hecho, esta “interinidad” del actual Gobierno ha obligado que Pedro Sánchez retrasara por segunda vez su comparecencia ante el Parlamento europeo, donde debía exponer las prioridades que abordaría en el semestre de presidencia española de la UE. No puede presentar el programa, aunque esté elaborado y ejecutándose, puesto que todavía no se sabe quién será el presidente del Gobierno que culminará el semestre de presidencia española de la UE. Nada más rocambolesco.

Y todo ello enmarcado en un ambiente global de inestabilidad y enfrentamientos, si no bélico directamente, sí diplomático, comercial y de sanciones económicas con Rusia, por emprender la invasión y guerra de Ucrania; con China, por la desconfianza que entraña su penetración tecnológica y económica en Occidente, donde disputa la supremacía que ejerce EE. UU.; y con África, en la que se suceden los golpes de estado en los países de la Franja del Sahel, antiguas colonias de potencias europeas, y donde se engendran los mayores problemas que preocupan a Europa, como los del yihadismo y la migración, que alimentan las respuestas populistas y los votos a partidos radicales en nuestro continente.

En conclusión, el arranque del curso nunca ha sido más convulso como el presente, por la multitud de problemas y obstáculos que ennegrecen el futuro inmediato. Tanto es así que nadie descarta nada puesto que todo es posible, frase que evidencia la incapacidad de quien la pronuncia –o escribe– para aventurar cualquier vaticinio o prever alguna expectativa. Es mi caso, justamente. Habrá que seguir atentos.

DANIEL GUERRERO

18 de septiembre de 2023

  • 18.9.23
Cuando parecía olvidado el llamado –en mis tiempos– “fenómeno ovni”, gracias a los avances científicos y astronómicos que se disponen en la actualidad, ahora resulta que es motivo de especial interés nada menos que por la NASA, la agencia norteamericana del espacio y de la tecnología astronáutica.


No es que la reputada institución astronáutica se alinee, como la mayoría de los ufólogos (estudiosos de los UFO, "ovni" en inglés), con los simpatizantes de la teoría extraterrestre de unos fenómenos que no parecen verse afectados por las leyes de la física, sino que pretende estudiarlos desde una perspectiva científica que posibilite hallar una explicación racional y demostrable a los mismos.

En teoría, el mismo objetivo que perseguían todos los estudiosos de los “platillos volantes”, antes de que algunos de ellos –como fue mi caso– abandonaran frustrados el empeño, en gran medida por la negativa de las autoridades, de todas ellas, de abordar el problema con un mínimo de rigor e interés y de compartir información e investigaciones. Así ha sido hasta hoy, en que la misma NASA, nada menos, ha decidido crear un equipo de expertos para estudiar lo que ahora se denomina "FANI".

Bajo este contexto, ha tenido enorme repercusión mediática, y especialmente entre los citados ufólogos, la publicación de un informe de un comité de la NASA sobre los Unidentified Anomalous Phenomena (UAP) o Fenómenos Anómalos No Identificados (FANI).

Y ha tenido esa enorme repercusión por proceder de la agencia que lo patrocina, la NASA, puesto que la creación de tal comité de expertos parece respaldar las sospechas de los infatigables estudiosos de los UFO: que existe “algo que flota en el mundo” y es uno de los mayores misterios del planeta. La mera existencia de dicho comité alimentará, sin duda, el decaído interés que despiertan hoy en día los ovnis.

Porque no es mala cosa que se tomen en serio estos fenómenos (UFO o FANI) que, de manera recurrente y confiemos en que no intencionada, emergen a la actualidad informativa y atraen la atención pública. Aunque la mayor parte de los hechos o casos que lo componen puedan explicarse como fenómenos naturales o frutos de una actividad humana (experimentos, artefactos, etc.) todavía secreta para el público, parece conveniente que el residuo que carece de explicación posible merezca la atención y la dedicación de los más reputados expertos científicos en las materias concernidas y no en manos de voluntariosos profanos carentes de medios, capacidad y apoyos.

En cualquier caso, curándose en salud, el informe de la NASA concluye que “la ausencia de observaciones consistentes, detalladas y contrastadas significa que actualmente no tenemos datos necesarios para llegar a conclusiones científicas definitivas sobre los FANI”.

Y que “en este momento, no hay motivos para concluir que los informes existentes sobre FANI tengan un origen extraterrestre”. Como si de una maldición se tratase, siempre se obtiene el mismo resultado. Esto es, que de la repercusión inicial se desemboca en la ineludible y reiterada frustración del “no sabemos”.

Y para ese viaje no se necesitaban las alforjas de la NASA. ¿Tantos expertos respaldados por la mayor agencia espacial del mundo para eso? Acabamos como siempre: no sabemos la causa de unos fenómenos cuya existencia es percibida por todo tipo de personas, pero que apenas es registrada por la miríada de sensores que controlan la atmósfera y vigilan desde el espacio.

Muchos avistamientos y testimonios de cabreros, automovilistas y algunos pilotos entre una larga lista de testigos de diversa y variada condición, pero ningún registro indiscutible de cuantos radares controlan el espacio aéreo del mundo, de las estaciones de vigilancia aérea civiles y militares que cubren el territorio de los países, de los telescopios astronómicos de observatorios oficiales o de aficionados, ni de las cámaras de los miles de satélites artificiales que continuamente mapean de distintas maneras la superficie de la Tierra y que detectan cualquier misil que acabe de emprender el vuelo en cualquier lugar del globo.

Si la poderosa agencia astronáutica, que se supone puede disponer de los recursos y acceder a todas esas fuentes de información y recogida sistemática de datos sobre estos “fenómenos anómalos no identificados”, solo es capaz de concluir que “no se tienen datos para llegar a conclusiones científicas sobre los FANI”, apaga y vámonos.

A esa conclusión llegó hace décadas ADIASA, una asociación ufológica de adolescentes sevillanos, y fue la razón de su disolución. Eso sí, el informe del comité de la NASA está bellamente editado. Se nota que cuentan con financiación suficiente. Algo es algo.

DANIEL GUERRERO

11 de septiembre de 2023

  • 11.9.23
Hoy se cumplen 50 años del fallecimiento del presidente de Chile, Salvador Allende (1908-1973), quien se suicidó viéndose acorralado en el Palacio de La Moneda por el bombardeo al que sometió al edificio, con aviones y tanques, el golpista Augusto Pinochet.


Con casco y un fusil, dejó su vida defendiendo la democracia de su país. Este médico, socialista y presidente de Chile (uno de los cuatro médicos entre los 500 militantes que fundaron el Partido Socialista de Chile) describió así su lucha: “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

Tenía buenas intenciones y sólidas convicciones, pero se equivocó. El Golpe de Estado de Pinochet logró aplastar, con la criminal fuerza de las armas, la democracia y el Gobierno elegido en las urnas para implantar a continuación una sangrienta y férrea dictadura en el país, cuyas heridas todavía supuran dolor y división en buena parte de la sociedad chilena.

Hoy se rememora, con la muerte de Allende, el 50.º aniversario de un sueño roto. Porque, con Allende, era la primera vez en la historia de Occidente que un candidato marxista accedía a la presidencia de un país a través de las urnas. Se convirtió, así, en un peligroso ejemplo para el resto de países.

Precisamente por esa razón, el cruento y sanguinario Golpe de Estado fue organizado y patrocinado por Estados Unidos, decidido a impedir como sea un proyecto socialista de cambio social llegado al poder gracias a los votos de los ciudadanos.

No podían tolerar que el Gobierno elegido en noviembre de 1970 en Chile, una auténtica revolución socialista por vía democrática, protagonizada por la Unidad Popular liderada por Allende y apoyada por la Democracia Cristiana chilena, prosperase y fuera emulado en otras latitudes de América y del mundo, hasta el punto de poner en peligro los equilibrios de poder y la preponderancia de EE UU en el sistema político global.

Los papeles desclasificados que ya se han publicado en EE. UU. acerca de las reuniones, iniciativas y maniobras conspiratorias que decidieron Richard Nixon, presidente, y Henry Kissinger, consejero de Seguridad Nacional, así lo atestiguan para vergüenza de quienes sientan su ética y honestidad concernidas.

Y es que la vía socialista de Chile marcó entonces un hito en todas partes, también en España, donde aguardábamos impacientes el final de nuestra insoportable dictadura franquista, con la muerte en su cama del dictador (1975), para que emergiera una deseada e inevitable democracia. A tales ansias de libertad y democracia contribuyó también la Revolución de los Claveles, que derrocó sin disparar una bala la dictadura de Salazar de nuestro vecino e ignorado Portugal (1974).

Eran tiempos, por tanto, en los que nuestras aspiraciones y compromisos políticos estaban nutridos por los sucesos acaecidos en el extranjero (ante la censura existente en España), que parecían indicar la próxima caída, cual fichas de dominó, de las cadenas que nos inmovilizaban y asfixiaban, aquí, en nuestro país.

Porque, como dice Antonio Muñoz Molina en un artículo reciente, “la única actualidad política en una dictadura es la que sucede en el extranjero”. De ahí que siguiéramos con atención las tristes noticias que llegaban de Chile y que tuvieron enorme eco en la prensa de entonces y, en especial, en los medios progresistas que apostaban por la democracia y las libertades.

Algunas de aquellas portadas se hicieron icónicas con el transcurrir del tiempo, como las de las revista Triunfo o Cuadernos para el Diálogo. El rigor y la preocupación informativa las llevaban a cuidar con esmero la imagen y el diseño tipográfico con el que anunciaban, de un simple vistazo, el contenido que nos ofrecían.

Y es que, como destacan en el estudio titulado La prensa española y el golpe de estado en Chile, elaborado por los profesores Alfonso Díaz y Raúl Bustos, de la Universidad de Tarapacá (Chile), “medios como 'Pueblo',' Cuadernos para el Diálogo', 'Índice', 'Triunfo' y 'Cambio16', que habían seguido con expectación y esperanza la experiencia socialista chilena (...), no ocultaron su tristeza por lo sucedido, pero, al mismo tiempo, denunciaban fuertemente el quiebre de la legalidad en Chile…”.

Sí, el Gobierno de Allende concentró grandes esperanzas y despertó enormes simpatías, fundamentalmente entre quienes carecían de libertad y democracia. No es de extrañar que se convirtiera en un mito para los movimientos de izquierdas.

Muchas de las iniciativas que intentó poner en marcha, como la reforma agraria contra el latifundismo, la nacionalización de la minería del cobre (un recurso primordial de la economía chilena en manos de propietarios transfronterizos), la política sanitaria o las medidas sociales, supusieron el modelo a seguir para cualquier gobernante socialista del mundo.

Pero se equivocó. No supo entender que se enfrentaba a los poderes establecidos y a los detentadores de la Fuerza y el Capital, quienes manejan los hilos desde Washington sin rubor y, como en este caso, con descaro. No valoró Allende el grado de lealtad a la democracia de sus Fuerzas Armadas, ni el respeto a la soberanía nacional de los centros de poder económico internacionales, ni siquiera previó la influencia en su país de la geopolítica de Guerra Fría en que estaba inmerso el mundo. No alcanzó, en fin, a medir realmente las fuerzas contra las que se enfrentaba con su pacífica y democrática revolución socialista.

Fue un idealista. También ante su propio final trágico. Acorralado en el palacio presidencial, haciendo frente al Ejército sublevado y dispuesto a matarle, fue capaz de emitir un último mensaje, antes de suicidarse, a través de Radio Magallanes, en el que se ratifica en sus convicciones: “En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen, pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen”.

Esa es la razón por la que cada 11 de septiembre no puedo dejar de recordar a Salvador Allende, una persona que con su conducta, coherencia intelectual y entrega por su pueblo contribuyó a que tomara conciencia política y forjara el ideario de mis convicciones a favor de una sociedad más justa, libre, tolerante y democrática.

DANIEL GUERRERO

4 de septiembre de 2023

  • 4.9.23
India acaba de conseguir un indiscutible éxito astronáutico, al lograr que una sonda automática se pose suavemente cerca del polo sur de la Luna. Pero ni es el único país que fija como objetivo la exploración de nuestro satélite ni su nave tampoco ha sido la primera que pasa a formar parte de los restos de artefactos terrestres que se acumulan sobre la superficie lunar.


De hecho, son tantos los residuos dejados en la Luna y muchos los países que persiguen poner sus ojos y su bandera sobre un trozo del satélite que, de continuar la competición entre agencias espaciales de diversas naciones del mundo, la Luna acabará convirtiéndose en una auténtica chatarrería.

Lo que sigue es un recuento no exhaustivo de lo que hemos ido dejando en la Luna como chatarra. Y es que nuestro satélite siempre ha atraído el interés de las potencias capaces de explorar el espacio, una carrera que iniciaron la antigua Unión Soviética y EE UU, en la década de los cincuenta del siglo pasado.

Fruto de esa competición, sería la Unión Soviética la primera en enviar una nave a la Luna, en 1959, que acabó estrellándose contra la superficie del satélite. Se trataba de la sonda Luna-2, la que inició el programa soviético de exploración lunar.

Es curioso que el último cacharro que, también en este mes de agosto, se ha estrellado contra la superficie de la Luna sea, casualmente, Luna-25, la última sonda con la que Rusia retomaba su programa de exploración lunar. Entre ambas misiones, han sido más los vehículos que se estrellaron contra el satélite que los que alunizaron.

En total, cinco misiones del programa Luna de la agencia espacial soviética consiguieron alunizar con éxito (9, 13, 17, 21 y 23) y otras seis acabaron impactando sin control contra el suelo de la Luna (2, 5, 7, 8. 15 y 25). Y los restos de todas ellas han quedado esparcidos sobre la superficie polvorienta de nuestro satélite, como huellas de la obsesión humana por descubrir y colonizar lo que todavía permanece lejos del alcance de su mano.

Lo malo es que Rusia no es el único país que mantiene esa ambición de explorar y conquistar la Luna, sin importar el precio de dejarla llena de desechos metálicos. Antes del programa Apolo, con el que EE UU consiguió que el ser humano hollara la Luna por primera vez en la historia, en julio de 1969, otros proyectos habían sido emprendidos por la NASA, la agencia espacial norteamericana, hasta culminar en aquella hazaña que significó un “pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”.

Los comienzos de la aventura lunar de la NASA se materializan con el programa Pioneer, cuyas primeras sondas bien fallaron en el despegue o bien se perdieron en el espacio. Le sucedería el programa Ranger, del que todas las naves se estrellaron contra la Luna, a lo largo de 1964 y 1965. El mayor triunfo de ese programa lo consiguió la Ranger-4, que se estrelló en la cara oculta del satélite, siendo la primera nave de EE UU en impactar contra la Luna, en 1962. Allí reposan los restos de todas ellas.

Más suerte hubo con el programa Surveyor, de cuyas siete sondas, lanzadas entre 1966 y 1968, dos cayeron violentamente contra la superficie lunar y cinco lograron alunizar como estaba previsto. Pero después de su vida útil, los restos de esas sondas automáticas, cubiertos de polvo, configuran el mapa de vertederos de naves espaciales que el hombre está dejando en la Luna. ¿Llevan la suma?

A los anteriores habría que añadir los alunizajes del proyecto Apolo, desde que Neil Armstrong desembarcara en la Luna gracias a la misión del Apolo 11, en 1969. Le seguirían otras cinco misiones (12, 14, 15, 16 y 17) que, tras alunizar, contribuyeron a incrementar el volumen de chatarra en nuestra luminosa y plateada Luna, pues, aparte de los módulos de descenso, allí dejaron abandonados desde banderas hasta vehículos todoterreno para desplazarse y otros utensilios e instrumentos de apoyo a cada misión.

Lo triste es que la situación de la Luna, como vertedero de nuestra obsesión espacial, no ha ido a mejor, sino a peor. Porque ya no son solo EE UU y Rusia los países que dominan la tecnología astronáutica y aumentan con sus misiones de chatarra la Luna. Ahora, además, hay otros actores decididos a incrementar aquel vertedero lunar.

Japón ha sido el tercer país en participar de la exploración del satélite natural de la Tierra, enviando varias sondas a su encuentro. La nave Selene fue programada para impactar contra la Luna en el 2009, como le sucediera, sin estar programada para ello, a la Hakuto-R en 2022.

Por su parte, la Agencia Espacial Europea también hizo estrellar sobre la superficie selenita la nave Smart-1, en 2006. Y la India, la misma que acaba de lograr el último alunizaje con éxito en la Luna, ya había enviado varias naves con anterioridad al satélite, como la Chandrayaan-1, que transportó una sonda lunar que impactó contra el suelo lunar, y la Chandrayaan-2, que se estrelló con su módulo de alunizaje y el rover que transportaba, en 2009.

Incluso Israel, con la nave no tripulada bautizada como Beresheet-1, que se estrelló en 2019, también ha querido contribuir a enriquecer de chatarra la Luna. Pero quien más ha ayudado a ello, siguiendo los pasos de los pioneros de la cerrera espacial, ha sido China.

China, tercera potencia en la actualidad en la disputa por el espacio, ya en 2009 había sido capaz de lanzar un orbitador robotizado, denominado Chang'e-1, que, por desgracia, acabó chocando contra el satélite. El mismo destino correría la C-2. Sin embargo, la C-3 lograría alunizar sin problemas, en 2013. Y la C-4 hizo lo propio en la cara oculta de la Luna, en 2019, donde alunizó y depositó un rover para recoger datos sobre la superficie lunar. Allí siguen.

No sé si habrán contabilizado el número de misiones que tienen por objetivo la Luna. Son más de cincuenta, y la mayoría de ellas ha dejado su cuota de residuos sobre un satélite que sólo acumulaba polvo, regolitos y cráteres. Ahora también chatarra. Pero el futuro no es más prometedor. Nuevas misiones están en marcha este mismo año o se planifican para volver a llenar de escombros metálicos nuestro romántico disco luminoso del cielo nocturno.

La NASA continúa con su Proyecto Artemis, cuyo objetivo es volver a llevar un ser humano a la Luna, con todo lo que eso representa de desperdicios sobre el satélite. Aparte de ello, también tiene en marcha diversas misiones, como la Nova-C IM-1, para explorar la explotación de recursos de la Luna, y la Peregrine Mission, para alunizar y estudiar el hidrógeno del regolito lunar. Ambas colaborarán en el envío de material a la Luna bajo el programa Artemis.

Japón, por su parte, más cautelosa y con mala suerte, no abandona sus proyectos de enviar sondas a la Luna, como su proyecto SLIM, un módulo de alunizaje. Ni tampoco China, con su programa Chang'e. Ni Rusia, precisamente por resarcirse del fracaso de la misión de Luna-25. Ni, por supuesto, las agencias espaciales de India y de la Unión Europea.

Como vemos, pues, el porvenir ineludible de la Luna es convertirse en una auténtica chatarrería cósmica, con lo que dejaría de ser una fuente de inspiración para poetas y gatos. Los selenitas, si existieran, andarían contentos con sus vecinos terrícolas, que todo lo ensucian cuando no lo destruyen.

DANIEL GUERRERO

28 de agosto de 2023

  • 28.8.23
Este verano nos está castigando, hasta el momento, con cuatro olas de calor que han derretido el país como si fuera una tableta de chocolate expuesta al sol. No resulta extraño, por tanto, que encontráramos pegajoso el asfalto de algunas calles y carreteras de buena parte de España, esa en la que la poca sombra solo la proporcionan edificaciones o caseríos, que permanecen recalentados hasta bien entrada la noche, por culpa de la falta de una cubierta vegetal y de refrescantes superficies líquidas que han sido víctimas del progreso y la economía.


Ni siquiera las urbes de la costa y los pueblos encaramados en las montañas se han librado del infernal azote de estos episodios extremos de calor, haciendo que, por ejemplo, Zaragoza, Orense, Valencia o Bilbao, entre otras, suden la gota gorda durante el día y afronten noches tropicales como si de ciudades caribeñas se trataran.

No, no está siendo un verano agradable en cuanto a temperaturas se refiere, en contra de lo que afirmen los negacionistas del cambio climático, quienes consideran normal y propio de la época estos continuos episodios de calor asfixiante. La realidad y la estadística los rebaten.

Porque, según los registros, el actual es el peor verano de los últimos ochenta años, y no sólo en Andalucía, alcanzando temperaturas muy superiores a los 40 grados en muchos lugares y por muchos días durante cada una de esas olas caloríficas.

Tanto es así que el pasado mes de julio ha sido el más cálido del siglo, según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Hay que tener en cuenta que el calor provoca muertes. De hecho, la mortalidad asociada a excesos de temperatura arroja la cifra de más de 11.000 fallecidos a causa del calor durante el verano de 2022 en España. Es importante, pues, no ignorar los efectos letales de un fenómeno que es cada vez más recurrente en España.

Si se suma a estas olas infernales la falta de lluvias que padece el país desde hace años, la situación no solo resulta complicada sino que se torna verdaderamente alarmante. Me refiero a lluvias persistentes, más en duración que en cantidad, habituales en otoño y primavera, y no a tormentas más o menos torrenciales que tal como caen se pierden por riadas y avenidas en el mar. Y es que, a pesar de las precipitaciones registradas a comienzos de año, nuestro país se mantiene en alerta por sequía y desertización. Una quinta parte de Andalucía, por ejemplo, sufre ya un proceso de alta erosión.

Sin embargo, tampoco convendría olvidar que la sequía es un fenómeno natural, consustancial al clima mediterráneo, que estamos acostumbrados a padecer de antiguo, y que da lugar a ciclos de escasez de agua que impactan de diversas maneras en la sociedad, la economía y el medio ambiente. Es decir, no se trata de algo nuevo. Es sabido, por quienes deberían conocerlo, que estamos expuestos a este clima mediterráneo y a la variabilidad natural de las precipitaciones. ¿Qué hemos hecho al respecto?

Pues esperar la sequía para implorar con rogativas y lamentos que llueva pronto. Es lo que hemos hecho en las últimas sequías de larga duración durante los períodos de 1979-83, 1990-95 y 2005-08. La actual, como cabía esperar, está dejando los embalses en mínimos históricos, y no, precisamente, porque esta sea una sequía mucho más acusada.

Tanto la sequía o las inundaciones como el calor extremo son síntomas asociados al cambio climático, que altera los ciclos de precipitaciones y las temperaturas de forma significativa. De ahí que, en la actualidad, quede disponible poca agua embalsada y siga haciendo muchísimo calor. Y lo que es peor, no solo se vacían los pantanos sino que los acuíferos están prácticamente agotados.

Consecuencia: nueve millones de personas de 600 municipios, principalmente de Cataluña y Andalucía, sufren este verano restricciones de agua de manera total o parcial. En Córdoba, sin ir más lejos, cerca de 100.000 vecinos de las comarcas de Los Pedroches y el Guadiato, incluyendo Pozoblanco, no disponen de agua en sus grifos y dependen de camiones cisternas, pues el pantano que los abastece, el de Sierra Boyera, ha sido el primero en secarse completamente en España.

Y en el Parque Nacional de Doñana, la laguna permanente Santa Olalla se ha secado por segundo año consecutivo. Es evidente que los efectos de la sequía en la vida diaria de las personas, en la actividad socioeconómica y en los sistemas ecológicos y la biodiversidad son considerables y sumamente perniciosos.

Pero no toda la culpa recae en la sequía. Para comprenderlo habría que diferenciar entre sequía meteorológica –provocada por la escasez prolongada de precipitaciones– y sequía hídrica –el agua disponible y su gestión–. Ambos conceptos guardan relación, pero no tienen necesariamente un efecto de causalidad directo (causa/efecto).

Me explico: hay veces que una sequía meteorológica no provoca sequía hídrica. Y otras, en que llueve, pero es insuficiente el agua embalsada. Los que debieran conocerlo saben que la falta de lluvias no es exclusivamente la responsable de la escasez de agua. Gran parte del problema consiste en cómo la gestionamos y gastamos.

En España, el principal consumidor de agua, con el 80 por ciento de la demanda, es la agricultura, un pilar básico de nuestra economía. Especialmente la agricultura de regadío intensiva e industrial. Otra parte del problema lo constituye el millón de pozos y regadíos ilegales que extraen sin control agua de acuíferos, desecando ríos y humedales y acabando con las reservas hídricas para los períodos prolongados de sequía, como el que soportamos hoy en día.

Un problema que se agrava por las fugas y pérdidas que se producen en la red de suministro de agua, infraestructuras cuyo deterioro hace que cerca del 20 por ciento del volumen total de agua embalsada se desperdicie por el camino.

Confiar en que siempre acabará lloviendo y que tendremos agua garantizada para seguir gastando en nuevos proyectos agrícolas, industriales y urbanos es, desde cualquier punto de vista, más que una temeridad, una irresponsabilidad. No hay agua suficiente, y menos aun para seguir incrementando su consumo continuamente.

Sin embargo, es lo que pretende la Junta de Andalucía al aprobar multiplicar la superficie de regadío y duplicar su demanda hasta 2027, “uno de los mayores crecimientos contemplados en toda Europa”, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en el área de Huelva y la corona norte de Doñana. Ello depende de un trasvase desde la cuenca exprimida del Guadiana a la de los ríos Piedras, Tinto y Odiel, estas últimas gestionadas por el Gobierno andaluz.

Es verdad que estas cuencas de Huelva han sido las menos afectadas por la sequía, pero por primera vez se han visto obligadas este año a imponer restricciones al riego. Y aunque el trasvase sirva, como se esgrime, para alimentar el agua superficial y aliviar la presión sobre el acuífero casi extinguido de Doñana, permitiendo cerrar algunos pozos ilegales de la zona, los agricultores confían, como se les ha prometido, ampliar sus regadíos y que los regantes ilegales sean amnistiados.

También la industria onubense aspira a que se ejecute el trasvase y se impulsen las obras de Bocachanza. Como prevén los naturalistas, nunca habrá suficiente agua porque la demanda aumenta en proporción directa a las capacidades y las promesas.

Mientras no hagamos un uso eficiente del agua y se adopten medidas sostenibles para su conservación, así como la adaptación de nuestro modelo productivo y económico al cambio climático, siempre seremos deficitarios del líquido elemento. Y más en un país como el nuestro, suscrito a las sequías y proclive al derroche de agua.

Eso sí, siempre podremos elaborar campañas de concienciación sobre el agua en el ámbito doméstico (que consume el 10 por ciento del agua embalsada), cuyo ahorro, en el mejor de los casos, supondría sólo el uno por ciento del agua que se gasta en el país. Es lo que hace esa Administración regional que, paralelamente, aprueba ampliar regadíos. Pura demagogia.

DANIEL GUERRERO

21 de agosto de 2023

  • 21.8.23
En España, hay quien lo olvida, hubo una guerra civil (1936-39) provocada por una asonada de militares fascistas contra el Gobierno legítimo, surgido de unas elecciones, de la República. Aquel levantamiento militar y la consiguiente guerra fratricida obligó a quienes sentían sus vidas amenazadas a huir del país (los golpistas fusilaban a toda persona que hubiera colaborado o simpatizado con la República o, con suerte, les incautaban sus bienes, despojaban de sus trabajos e invalidaban sus carreras profesionales), emprendiendo un exilio de destino incierto.


América, por afinidad cultural e idiomática, fue uno de los destinos preferidos de los españoles a los que la guerra y la posterior represión de la dictadura franquista expulsaron de su país. De entre las naciones hispanoamericanas, en Puerto Rico hallaron refugio hospitalario un grupo muy destacado de esos exiliados forzosos, cuya presencia en la isla causó un impacto significativo que incentivó el ámbito cultural puertorriqueño.

Sobre esta historia del exilio intelectual español y de reconocimiento al país caribeño que los acogió es lo que versa una emotiva exposición que se exhibe, hasta comienzos de septiembre, en la Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional de España, en Madrid. Se trata de una muestra de recuerdo, reconocimiento y gratitud muy oportuna en estos tiempos en que tendemos a soslayar la historia.

Para aquellos exiliados, el camino para llegar a Puerto Rico no fue sencillo. Muchos de ellos recalaron en la isla como escala hacia otros destinos, pues venían con un billete gestionado desde Francia por organizaciones creadas por el Gobierno republicano, exiliado en 1939 en París tras perder la guerra, en virtud de acuerdos suscritos con diversos países para recibir refugiados.

De ahí que, en junio de ese mismo año, atracara en Puerto Rico el vapor francés Sinaia, que transportaba exiliados españoles desde los puertos de Setes y Marsella rumbo a México. Muchos de ellos conocían y preferían países de América Latina porque en algunos de esos lugares habían impartido conferencias y cursos con anterioridad. Así fue como comenzó a llegar a Puerto Rico un nutrido y selecto grupo de intelectuales que contribuyeron al desarrollo de la vida cultural de la isla, incluso antes de la derrota republicana en la Guerra Civil española.

Además, Puerto Rico ofrecía una seguridad añadida a la acogida, ya que contaba con el antecedente de las relaciones establecidas en los años veinte entre su Universidad y el Centro de Estudios Históricos de Madrid (CEH), creado en 1910, que permitieron forjar un intercambio cultural y académico que pivotaba entre España, Puerto Rico y Estados Unidos.

Ese tejido cultural fue hilvanado gracias, entre otros, a los esfuerzos de Federico de Onís, que se empeñó desde la Universidad de Columbia (EE UU), donde ocupaba una cátedra en el Departamento de Lenguas Romances, de iniciar aquellos intercambios universitarios entre la Universidad de Puerto Rico (UPR) y el CEH.

Aunque esas relaciones ya eran bastante sólidas cuando estalló la Guerra Civil, otro factor que explica la afluencia de exiliados intelectuales españoles a Puerto Rico fue, por una parte, la ideología progresista de estos y, por otra, la actitud de la persona que gestó, en la década de los cuarenta, la renovación y reforma de la UPR: su rector Jaime Benítez Rexach, quien procuró la continuidad de unas relaciones que descansaban en la universalidad de la cultura y el saber, valores que procuró y consiguió que fueran uno de los puntales del crecimiento de la Universidad que dirigía.

Con estas premisas, la exposición de la Biblioteca Nacional rastrea documentalmente esa historia a través de las vicisitudes y el contexto vital de unas figuras de indudable relieve intelectual y artístico que hicieron de Puerto Rico su segundo hogar, aquel que les permitiría estar activos y participar de la vida sociocultural de la isla.

Esa fecunda participación atrajo la visita de otros españoles, exiliados como ellos en otros países del continente (México, Cuba, Argentina, EE UU, etc.), para impartir charlas y conferencias, contribuyendo a enriquecerla. La relevancia del exilio español en Puerto Rico se constata con los nombres de sus figuras más insignes: Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí, Pau Casals, Pedro Salinas, María Zambrano, Jorge Guillén, Francisco Ayala, Aurora de Albornoz o Federico de Onís, entre otros.

Poetas, filósofos, ensayistas, violoncelistas, científicos, artistas… La mejor y más nutrida intelectualidad española expulsada de su país por la brutalidad de los sublevados en armas. Nunca se sintieron completamente desarraigados, pues, como escribió Dos Passos, “podéis arrancar al hombre de su país, pero no podéis arrancar el país del corazón del hombre”.

La exposición madrileña se configura en torno a la relación sentimental y artística que establecieron el poeta de Moguer, Juan Ramón Jiménez, y su esposa, la también poetisa Zenobia Camprubí, desde que se hicieron novios, en la España anterior a la guerra, hasta la concesión del Premio Nobel a Juan Ramón y la muerte de ambos en San Juan de Puerto Rico.

Siguiendo ese hilo expositivo, la muestra reconstruye, mediante fotografías, documentos, audiovisuales de la época y testimonios de intelectuales y artistas contemporáneos, un período enriquecedor, a pesar de haber sido forzado, de historia compartida entre ambos mundos culturales.

Abarca una historia que se extiende entre las décadas de los años treinta y cincuenta, y que dio lugar a una serie de confluencias que de otro modo serían impensables, al abrigo de una Universidad, bajo el rectorado de Benítez Rexach, admirador y conocedor de las ideas de Ortega y Gasset sobre la misión y función de la Universidad, que se preocupó de atraer al ámbito académico y cultural puertorriqueño a los intelectuales y artistas que huían de España durante la Guerra Civil y posterior dictadura.

Descubrimos, así, que en Puerto Rico recalan, en 1936, Juan Ramón Jiménez y su mujer, Zenobia Camprubí, y que, en 1939, el matrimonio se instala en EE UU, donde Juan Ramón imparte clases y da conferencias. Pero en 1951 retornan a Puerto Rico para no abandonarlo jamás.

El poeta sentía una unión especial con la isla, a la que llamaba “la islita verde” y la “isla de la simpatía”. De hecho, llegó a confesar que: “Yo sé que estoy unido a un destino de Puerto Rico, a un destino ineludible y verdadero”.

Saltando de un destino a otro, en los años cuarenta llega la malagueña María Zambrano, filósofa discípula de Ortega y Gasset, que hace de San Juan de Puerto Rico, durante un lustro, una capital cultural palpitante, pues se vuelca en trabajar en seminarios y conferencias, en impartir lecciones y cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR, y en participar en tertulias y acalorados debates políticos.

De esa experiencia extrae la base para su obra Isla de Puerto Rico, nostalgia y esperanza de un mundo mejor, donde expresa: “De la isla se espera siempre el prodigio, el prodigio de una vida en paz, de la vida acordada, en una armonía perdida y cuyo lejano eco es capaz de confrontarnos con el corazón”.

También desembarca, en 1943, el poeta Pedro Salinas, otro de los integrantes de la diáspora de intelectuales españoles a causa de la guerra, perteneciente a la Generación del 27, que primero se exilia en EE UU tras pasar por Francia. En la isla encuentra acomodo profesional en el campus de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, época fecunda durante la cual escribe algunas obras inspiradas por la isla.

Podría decirse lo mismo del granadino Francisco Ayala, escritor y sociólogo, que arriba en Puerto Rico en 1950, donde, tras impartir un curso semestral como profesor invitado, el rector Jaime Benítez le encomienda la organización de los estudios de Ciencias Sociales y la dirección de la editorial universitaria.

Funda la revista La Torre y pone en marcha la colección Biblioteca de Cultura Básica. En sus memorias recordaría: “En modo alguno esperaba yo, cuando me incorporé a la Universidad de Puerto Rico, encontrar en ella un foco tan encendido, entusiasta y estimulante como el que allí ardía”.

Otros insignes exiliados siguieron, durante aquellos años, el camino hacia Puerto Rico. Como el compositor y violoncelista Pau Casals, que acabó siendo responsable de la fundación de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico y del Conservatorio puertorriqueño. Murió y fue enterrado en San Juan, pero restablecida la democracia en España, sus restos fueron trasladados a El Vendrell, su pueblo natal.

Más tardíamente se incorporaría al grupo de exiliados Aurora de Albornoz, poeta, ensayista y profesora de literatura, que fue protagonista, testigo e impulsora del diálogo fructífero entre los españoles de ambos lados del océano, pues era hija y nieta de puertorriqueños. Al llegar a la isla en 1944, estudia en la UPR y conoce la historia y cultura española que entonces, a causa de la censura, no se enseñaba en España (García Lorca, los Machado, etc.)

Por último, para no hacer demasiado extensa la relación, no debemos olvidar a Federico de Onís, filólogo, hispanista y crítico literario que, aunque residía en EE UU como profesor de varias universidades, aceptó la invitación de su amigo Francisco Ayala para impartir clases en el Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR, donde fundó y dirigió el Seminario de Estudios Hispánicos, al que donó su biblioteca personal. Este inquieto intelectual fue, como ya hemos dicho, actor fundamental de esa especial relación cultural entre Puerto Rico y los intelectuales españoles exiliados.

Pero más allá de los intelectuales que son objeto de la exposición de la Biblioteca Nacional, cabría añadir a la lista a muchos otros exiliados artistas y científicos españoles que también fueron acogidos cálida y positivamente en esta Perla del Caribe cuya herencia hispana tanto los atraía.

Desde la llegada de Cristóbal Ruiz, en 1938, hasta la de Eugenio Fernández Granell, en 1950, son varios los artistas que llegan a Puerto Rico, cuya participación favorece un rico ambiente cultural en la isla. En 1943, el rector Benítez segrega la Facultad de Artes y Ciencias para crear la de Humanidades, nombrando como primer decano a un exiliado de la Guerra Civil: Sebastián González García, que ya era profesor de Historia del Arte, desde 1939, en la Universidad de Puerto Rico.

Lo mismo puede decirse del exilio de científicos y médicos que, aunque no muy numeroso, fue muy beneficioso para el desarrollo y progreso de las instituciones académicas y de Puerto Rico. Ellos colaboraron con las instituciones receptoras, tanto científicas como médicas y técnicas, para crear laboratorios y otros centros. Se trata de uno de los exilios menos conocido del éxodo republicano hacia Puerto Rico.

Y es que Puerto Rico no solo era un país que atraía a las mentes más preclaras de la diáspora intelectual española, sino que, por su relación singular con EE UU y el entorno americano, también era una vía de proyección para la ingente actividad cultural de estos intelectuales hacia EE UU y otros países hispánicos del continente americano.

La duración del exilio, la enorme calidad intelectual de sus figuras, su compenetración con la cultura hispanoamericana y las oportunidades que brindaba la singularidad geopolítica de la isla (Estado Libre Asociado de EE UU), hicieron que se forjara un legado cultural compartido que se prolonga en el tiempo hasta nuestros días.

La exposición El exilio intelectual español en Puerto Rico, comisariada por Ernesto Estrella Cózar, es un justo y oportuno tributo a tantos ilustres compatriotas que se vieron forzados a huir de su patria, a la par que una muestra de agradecimiento hacia el país que los acogió y les permitió continuar con sus afanes y fatigas.

Con tal propósito, se exhiben más de un centenar de obras, tanto de las colecciones de la Biblioteca Nacional como de otras instituciones españolas y de Puerto Rico, en un intento –conseguido– de reconstruir el contexto de la historia de ese exilio español y expresar el merecido reconocimiento y gratitud a un país tan generoso.

Tanto que, frente al Museo de la Universidad de Puerto Rico, está enclavado el monumento La bóveda del hombre, un legado al país por parte de un grupo de exiliados. En su pedestal puede leerse la siguiente dedicatoria: “A Puerto Rico. Los españoles que aquí encontraron la libertad perdida”.

DANIEL GUERRERO

14 de agosto de 2023

  • 14.8.23
Cualquier persona curiosa y con memoria conoce que los norteamericanos lanzaron el 6 de agosto de 1945 sobre Hiroshima una bomba atómica, bautizada como Little Boy, desde el avión Enola Gay, un bombardero B-29. Y que, no conformes con un solo golpe, tiraron otra sobre Nagasaki varios días después, demostrando así que poseían una nueva arma sumamente terrorífica con la que vencieron y dieron fin, tras la capitulación de Japón, a la Segunda Guerra Mundial. Es probable que esa persona también recuerde que el inventor de aquella primera bomba atómica fue un científico apellidado Oppenheimer. Son hechos históricos que no se olvidan fácilmente.


De ahí que genere gran expectación, entre los memoriosos y, cómo no, entre los amantes del buen cine, el estreno de un film norteamericano, escrito y dirigido por Christopher Nolan, que profundiza en los dilemas morales y la compleja personalidad de quien, basándose en teorías e intuiciones antes que en experimentos y trabajos de laboratorio, acabaría figurando en los libros de historia como el "padre de la bomba atómica": el físico Robert Oppenheimer.

Este científico norteamericano, profesor en la Universidad de Berkeley (California) y a la vanguardia de la física cuántica en los años veinte y treinta del siglo pasado, hijo de un empresario textil que emigró a los Estados Unidos desde la Alemania nazi, fue reclutado por el Ejército norteamericano para encabezar, bajo la supervisión del mayor general Leslie R. Grover, del cuerpo de ingenieros, el Proyecto Manhattan, un laboratorio secreto –mejor, una ciudad secreta, habitada por cuatro mil civiles y dos mil militares– en el desierto de Los Álamos (Nuevo México).

En esas instalaciones acabaría desarrollándose la primera bomba atómica, usando plutonio como material fisionable, que sería detonada con éxito el 16 de julio de 1945, hace 78 años, liberando una energía equivalente a 19.000 toneladas de TNT. Aquella prueba se denominó Trinity.

Eso permitió al presidente Truman ordenar, apenas dos semanas más tarde, el lanzamiento de sendas bombas atómicas, una de uranio y otra de plutonio, sobre las citadas ciudades japonesas, provocando tal devastación y muertes (se estima que murieron más de 200.000 personas por la explosión y la radiactividad) que el mundo quedó conmocionado, incluido el propio "padre" de las bombas.

De estos acontecimientos nos refresca la memoria la extensa película de Nolan, que se basa en una biografía del científico, titulada American Prometheus, escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, ganadora de un Premio Pullitzer en 2006.

Quienes recuerdan estos hechos pero son profanos en física y en los detalles biográficos de una personalidad tan enigmática, descubrirán gracias a la película que Oppenheimer, de azarosa vida personal, fue considerado un héroe pero, al mismo tiempo, un elemento peligroso para el FBI, que llegó acusarlo de ser simpatizante del comunismo (hacía donativos a las Brigadas Internacionales que combatían al lado de la República en la Guerra Civil española).

Por todo ello, en una humillante audiencia de Seguridad Nacional, se le retiraría la autorización para seguir investigando, lo que afectó a su carrera y prestigio. Nada extraño por aquel entonces, cuando la sociedad norteamericana empezaba a ser objeto de la paranoia de Hoover y la subsiguiente caza de brujas de McCarthy.

Pero es que, además, Oppenheimer, tras relacionarse con Albert Einstein, comenzó a dar pruebas de un progresivo pacifismo. Albergaba el temor de que la nueva tecnología que acababa de descubrir pudiera causar el fin del mundo, al haber puesto en manos de la humanidad el poder de autodestruirse.

Llegó a expresar, recordando una frase del Bhagavad Gita, que se había "convertido en la muerte, el destructor de mundos". Le preocupaba que se desatara una proliferación nuclear, por lo que comenzó abogar a favor del control internacional de estas armas y a oponerse al desarrollo de nuevas bombas, como las de hidrógeno.

Aun así, bajo su dirección el Proyecto Manhattan, cuyo objetivo era disponer de la bomba atómica antes que la Alemania de Hitler, desarrolló dos de los cuatro modelos de bomba por fisión posibles, debido a las limitaciones de los aviones para transportarla, como explica el divulgador Daniel Marín en su blog Eureka. Sin embargo, poco más tarde, en los años cincuenta, ya sin Oppenheimer al frente del laboratorio, se consiguió construir la bomba de hidrógeno, lo que incrementó considerablemente el poder destructivo del núcleo atómico.

En la actualidad, por desgracia, las peores pesadillas de este científico contradictorio se han hecho realidad: miles de ojivas nucleares, mucho más potentes que la que él ideó, instaladas en misiles y aviones, están listas para ser lanzadas a cualquier parte del mundo en cualquier momento, incluso desde dictaduras como la de Corea del Norte, si al lunático de turno le da por apretar el maldito botón.

Es por ello que ese punto de vista subjetivo, válido para hacer una reflexión sumamente pertinente sobre los dilemas morales y las contradicciones que albergaba la prodigiosa mente privilegiada de Oppenheimer, sea uno de los aciertos de la película de Nolan.

La cinta nos muestra a un personaje que, lo sepamos o no, inoculó con su invento el miedo a una época y en nuestras vidas, porque contribuyó a hacer depender la paz de una mutua aniquilación asegurada. Y en esa estamos: angustiados por que Rusia no tire una bomba atómica sobre Ucrania. ¡Qué horror!

DANIEL GUERRERO

7 de agosto de 2023

  • 7.8.23
Los meteorólogos aseguran, con datos en la mano, que el mes de julio ha sido el más caluroso de la historia, al menos desde que se tienen registros. Han demostrado que sucesivas olas de calor, que asfixiaban día y noche a la gente, convirtieron el pasado mes en un horno insoportable. Y no solo por las temperaturas máximas sino también por el clima político que padecimos esos días. Se juntaron, así, dos combustibles inflamables que lograron hacer arder al país. El ambiente estaba mucho más que caldeado: era abrasador.


De esas dos mechas, a mi juicio, la que mayor peligro representaba era el comburente político, enriquecido con una pirómana campaña electoral sumamente enrabietada. Tanto fue así que, de hecho, me fui de vacaciones con miedo en el cuerpo. Temía acabar chamuscado por las llamas de la intolerancia y el sectarismo, como las que conocí en una época que creía superada, cuando los derechos y las libertades emanaban de concesiones arbitrarias, según conveniencia, de un dictador.

Entonces no era necesario que cometieras un delito, porque delito era cualquier cosa que desagradara al régimen, para que te enchironaran. Muchos libros eran considerados subversivos y estaba prohibido publicarlos. Así como obras de teatro, cinematográficas o musicales. Algunos quieren recuperar esas tijeras a la libertad y volver aplicar aquella censura.

Es lo que sentí a lo largo del pasado mes de julio, cuando algunos de los partidos que competían en las elecciones pretendían que retrocediéramos a los tiempos de la desigualdad, la discriminación y las mordazas, como ya empiezan a hacer en aquellos municipios y comunidades en las que han accedido al gobierno.

Intentan imponer una moral indiscutida, una verdad única y un pensamiento adoctrinado. Solo permitirán los suyos: su moral, su verdad y su pensamiento. No admiten el disenso ni la pluralidad ni la diversidad. Ni siquiera admiten unas autonomías que se asientan en la pluralidad, incluso de lenguas, del país.

Y persiguen, para combatirlo y anularlo, el feminismo porque apela a la igualdad en derechos de la mujer respecto del hombre. Clausuran oficinas contra la violencia machista y eliminan toda referencia –y ayudas, por supuesto– a las personas LGTBI. Incluso desprograman obras y espectáculos porque airean ansias de libertad, de tolerancia y de justicia. Por eso tuve mucho miedo.

De hecho, interrumpí mis vacaciones para acudir a votar, recorriendo varios centenares de kilómetros en el trayecto de ida y vuelta, inmerso en temores y sudores. Y no solo por el calor que registraban los termómetros de los meteorólogos. No empecé a relajarme y dejar de sudar hasta cerca de la medianoche del día 23, cuando, contra el pronóstico de encuestas que no admitían otra posibilidad, el fuego se apagó, el peligró desapareció temporalmente y mi desasosiego disminuyó considerablemente.

Sé que nada se ha resuelto satisfactoria y completamente. Quedan muchos rescoldos que podrían volver a prender en cualquier momento, es cierto. Pero aquellas llamas gigantescas que iban a devorar todo el país, dejándonos otra vez a la intemperie de lo reaccionario, han sido apagadas por los bomberos de las urnas y el agua de los votos.

Fue entonces cuando pude respirar más tranquilo. Pero acabé mis vacaciones con la sensación agridulce de habernos librado de un grave peligro por los pelos, casi de no contarlo, porque solo lo hemos sorteado de milagro. El milagro que consiguen quienes sienten miedo porque tienen memoria, aunque guarden silencio, y no renuncian a la tolerancia, al progreso y a la convivencia.

No estoy contento, sin embargo. El futuro sigue siendo incierto y complicado. Nada se conquista para siempre puesto que todo puede derrumbarse –o quemarse– cuando menos se espera. Los logros alcanzados están continuamente amenazados por el fuego del populismo retrógrado, negacionista, misógino e intolerante que todo lo destruye y convierte en cenizas.

Hasta las certezas que anteriormente nos mantenían rectos en nuestras convicciones se diluyen en la lucidez de las dudas y las desconfianzas. Porque viendo cómo las gastan los pirómanos del progreso y la pluralidad, ninguna parcela de nuestra convivencia en libertad está libre de las llamas.

Estos pirómanos son capaces de volver a intentar un incendio social. Da miedo de solo pensarlo. Y más si para ello no tienen empacho en recurrir a la mentira, la descalificación y el insulto. Se valen de cualquier medio, hasta de poner en duda las instituciones y cuestionar las reglas de la democracia. No se paran en chiquitas. Y con gente así es mejor estar prevenidos y no bajar la guardia. Es lo que tienen las libertades: hay que defenderlas, no solo disfrutarlas.

DANIEL GUERRERO

31 de julio de 2023

  • 31.7.23
Ni las personas ni los pueblos pueden vivir sin memoria. Se trata de una facultad esencial de la vida que nos permite recordar el pasado para conducir el presente y optar por un futuro libre de errores. Si no somos capaces de aprender de las lecciones recibidas, como personas y como colectivos estamos condenados a repetir lo que pretendemos olvidar. La amnesia sólo posibilita volver a equivocarnos.


Honrar la memoria no es revanchismo ni juzgar el pasado. Todos los países, cuya historia está salpicada de acontecimientos bochornosos junto a otros gloriosos, asimilan su pasado para, conociéndolo, encauzar su presente por sendas de integración, reconciliación y progreso. Deciden asumirlo para cicatrizar sus heridas, como se hace con los pacientes a quienes los psicólogos ayudan a superar traumas, intentando que acepten lo sucedido para poder curarse.

Es lo que hizo Alemania con su pasado nazi, los EE.UU. con su Guerra de Secesión, los japoneses con sus afanes imperialistas que dieron lugar a la II Guerra Mundial, Argentina con sus dictaduras, el Portugal de Salazar, la Francia de Petain o Chile con Pinochet. Todos buscan descubrir su pasado para limpiar de cargas el presente y encarar con optimismo el futuro, sin lastres ni vergüenzas que lo hipotequen.

Abrir las fosas del franquismo en España es el obligado colofón de una Transición que, de lo contrario, no estaría definitivamente cerrada. Es un acto de necesidad, no sólo con la Historia, sino con vecinos que aún sufren por el desconocimiento del familiar desaparecido en una contienda fratricida que incluso las víctimas desean dejar atrás.

Es humano enterrar a los muertos, cualesquiera que hayan sido los motivos de su muerte. Dejarlos tirados por las cunetas, en fosas comunes o junto a tapias de cementerio siempre movilizará a quienes consideran a los seres humanos depositarios de una dignidad que los distingue de los animales.

No se trata de rescatar propiedades expropiadas, de juzgar comportamientos de guerra, de recuperar cargos o títulos invalidados por los vencedores, no. Se trata solo de extraer unos cuerpos para que sus familiares puedan, al fin, darles pacífica sepultura y puedan llorarlos en tumbas conocidas y visitables, como hacemos todos. ¿Qué derecho hay para impedírselo?

DANIEL GUERRERO

24 de julio de 2023

  • 24.7.23
Siempre me pareció síntoma de peligrosidad ver en las viejas películas americanas aquellos vagones del metro cubiertos de pintadas y garabatos. Eran la muestra evidente de la falta de educación y respeto por parte de pandillas de cuasi delincuentes que estropeaban todo lo que se les pusiera por delante, incluido el único medio de transporte que podían permitirse. Entrar en un metro así significaba, en aquellos años, una alta posibilidad de que te robaran o te agredieran.


Desgraciadamente, la “moda” no se ha limitado solo al tren, sino que se ha ido extendiendo por todas las ciudades, no solo americanas, hasta el extremo de que ya no hay una pared virgen que dure dos segundos sin que un “artista” venga a pintorrearla.

Es el fenómeno del grafiti, una plaga a erradicar para algunos, una forma de arte para otros. Estoy de acuerdo que hay pinturas y pinturas, es decir, que se mezclan simples actos de vandalismo con auténticas obras de gran perfección bajo la consideración de grafiti.

Pero no sé hasta qué punto deben permitirse que unas y otras proliferen sin control sobre los paramentos de los edificios de la ciudad. Porque, aunque al mismísimo Kandinsky le diera por pintar las paredes del Ayuntamiento –por comparar el arte abstracto con el grafiti, lo que para mí es mucho comparar– habría que poner coto a semejante expansión arbitraria de un “arte” que no se para a respetar ninguna otra forma de expresión artística, como es la monumental o arquitectónica.

A los grafiteros les sobra gamberrismo y les falta educación. Algunos de ellos están dotados de un talento para el dibujo que desperdician ensuciando las paredes. Si en vez de gastar dinero en espráis lo invirtieran matriculándose en las facultades o escuelas de Bellas Artes, posiblemente lograrían vivir de ello. Pero mientras no entiendan que, por mucho arte que digan atesorar, lo único que consiguen pintando en cualquier pared es hacer una gamberrada. Tal vez sea lo que pretenden: ejercer el arte de la gamberrada.

DANIEL GUERRERO

17 de julio de 2023

  • 17.7.23
Ejercer el periodismo en Huelva puede acarrear pena de cárcel. Es lo que se colige de una sentencia de la Audiencia de aquella provincia que condena a dos años de cárcel e inhabilitación para el ejercicio de su profesión a la periodista encargada de tribunales de un diario onubense por “revelación de secretos” relacionados con el caso del brutal asesinato de Laura Luelmo, una joven maestra que al poco de instalarse en El Campillo fue violada y asesinada por Bernardo Montoya, autor confeso del crimen y agresor reincidente, castigado con prisión permanente en 2018.


Según la sentencia, la periodista obtuvo información del sumario del caso y la difundió a través de los artículos que elaboraba para el periódico en el que trabajaba. Los jueces consideran que algunos de los detalles revelados eran “innecesarios e irrelevantes” para el interés público y afectaban “a la intimidad de la víctima y su familia”. Por tal motivo, no la condenan por atentar contra la intimidad de la víctima o el honor de la familia, sino por “revelación de secretos” contenidos en un sumario que, paradójicamente, no estaba declarado secreto.

En virtud del artículo 197.3 del Código Penal, que castiga la revelación de secretos que vulneren la intimidad de las personas y obtengan esa información de manera ilícita, la periodista va a pagar por un delito que se supone cometen quienes tienen la obligación de guardar o custodiar tales secretos.

Pero, que se sepa, hasta la fecha no se ha hallado ni ha sido condenado ningún juez, funcionario judicial o profesional del Derecho personado en la causa, único personal capaz de filtrar o revelar datos e información de los sumarios que manejan, sean secretos o no.

Por otra parte, en el ordenamiento jurídico español no se contempla el castigo a periodistas por revelar informaciones de sumarios judiciales, ya que, por definición, la justicia es pública y la publicidad de los actos procesales está reconocida por la Constitución.

De hecho, existen sentencias del Tribunal Constitucional que se fundamentan en la conveniencia y la necesidad de que la sociedad sea informada sobre sucesos de relevancia penal, con independencia del sujeto privado o personas afectadas por la noticia. Un derecho a la información que ha de prevalecer cuando los delitos cometidos comportan cierta gravedad o han causado un impacto considerable en la opinión pública. Como es el caso.

Causa estupor, por tanto, que una periodista pueda quebrar el secreto de un sumario que, para colmo de contradicciones, ni siquiera era secreto. O que pudiera extraer la información de manera ilícita por cuanto del sumario, al no ser secreto, cualquier implicado podría habérsela facilitado.

O que lo difundido a través de sus artículos periodísticos pudiera afectar a la intimidad de la víctima o sus familiares cuando se trata de un suceso que ha causado una fuerte conmoción en la sociedad y cuyas pesquisas policiales (la propia Guardia Civil ofreció numerosos detalles en una rueda de prensa), desarrollo sumarial y la práctica de algunas providencias ya habían sido dadas a conocer con anterioridad a lo publicado por la periodista.

¿Quién violó qué secreto entonces? Es práctica habitual del periodismo que alguna fuente hubiese facilitado a la periodista los pormenores del caso que sirvieron para confeccionar los artículos periodísticos. Valerse de “fuentes” es, como digo, un método común no solo en periodismo de tribunales, sino también en cuestiones de política, economía, finanzas, cultura o sociedad.

Y en cualquiera de estos ámbitos, corresponde a la diligencia periodística valorar qué es relevante para la opinión pública, asegurándose antes de nada de comprobar la veracidad, importancia y trascendencia de la información recabada.

Siempre que tenga ese carácter de interés general y se ajuste a la verdad de los hechos, la información prevalece sobre el derecho a la intimidad. En eso consiste, justamente, la función del periodismo: en descubrir y revelar lo que se pretende mantener oculto y es relevante para conocer lo que sucede en realidad. Solo así, con información veraz, contrastada y plural, se conforma una opinión pública fundada.

Y no es ningún juez quien determina qué tiene relevancia pública o no la tiene. Su labor, en todo caso, se circunscribe a ponderar cuál derecho en conflicto ha de prevalecer. Y en este caso, tal ponderación jurídica no se ha efectuado con rigor, pues los magistrados que han instruido el sumario han preferido recurrir al supuesto delito de revelación de secretos para poder condenar a la periodista.

Ello es, precisamente, lo más chocante de esta resolución sin precedentes: el proceso que realiza el tribunal para extraer de los artículos elaborados por la periodista qué información debió omitirse y no hacerse público. En otras palabras, el sumario practica un auténtico acto de censura al estimar, a tenor del criterio de los magistrados, qué información es relevante y cuál no lo es.

Aunque sean datos veraces y legítimamente obtenidos, el juez se arroga la facultad, como en tiempos pretéritos, de establecer lo que el ciudadano puede conocer o ignorar sobre hechos que le incumben como miembro de una sociedad democrática al que le asiste el derecho a estar informado.

Si el contenido de un reportaje sobre un asunto judicial no aborda las declaraciones contradictorias del acusado, omite la existencia de pruebas inculpatorias, elude los datos aportados por la autopsia que corroboran la violencia del crimen y no detalla las diversas providencias practicadas para esclarecer, sin lugar a dudas, la autoría del delito, el resultado será cualquier cosa menos un trabajo de información periodística.

Si eso es lo que esperaban los magistrados que condenaron a la periodista, no se entiende tampoco cuál es su conocimiento del periodismo de tribunales. Máxime cuando esos artículos, objetos de censura por la Audiencia de Huelva, habían sido premiados por la Asociación de la Prensa de Huelva y por la Diputación onubense.

Y aunque es obvio que no siempre se practica una buena praxis en la labor periodística, fundamentalmente en la prensa que alimenta el amarillismo y el espectáculo, la deontología profesional de la inmensa mayoría de los periodistas sabe distinguir qué es relevante y pertinente de cualquier información que caiga en sus manos.

Otra cosa es la judicialización de la labor periodística como método espurio para evitar u obstaculizar sus pesquisas en pos de cualquier información de interés general, tanto judicial como empresarial, política, deportiva o social.

La sentencia de Huelva no es la primera imputación a un periodista, pero sí la primera condena basada en la revelación de secretos que, por su gravedad, extiende entre los periodistas la sensación cautelar de la autocensura. Lo que es aún más peligroso para una sociedad informada.

Los jueces no pueden encarnar una nueva inquisición para el periodismo responsable, riguroso y veraz, por lo que esta sentencia deberá ser recurrida y archivada en la instancia que corresponda. Entre otras cosas porque en su resolución ningún párrafo responde quién violó qué secreto.

DANIEL GUERRERO

13 de julio de 2023

  • 13.7.23
Este lunes se celebró, ya saben, el único y ansiado debate cara a cara entre los dos aspirantes de los grandes partidos –PSOE (en el Gobierno) y PP (en la oposición)– que tienen posibilidad de acceder al Palacio de La Moncloa para ostentar la Presidencia del Gobierno: Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.


Un debate precedido de demasiada expectación para tan desagradables y magros resultados. Porque, más que un debate, los candidatos socialista y conservador protagonizaron un combate dialéctico para ver quién conseguía noquear al contrario.

Y, desde el primer minuto del encuentro, ambos contrincantes se lanzaron a ello. No dejaron de acusarse de mentir, de tergiversar hechos, de inventarse datos, de exagerar problemas y de aburrir a los sufridos espectadores de lo que el canal privado de televisión preparó y publicitó como tal: un espectáculo.

Lo que en un principio parecía que iba a ser un mero trámite para el presidente del Gobierno, pronto se convirtió en una angustiosa y dura pugna por no dejarse arrinconar por el candidato conservador, que quería “derogarlo”. Fue evidente el “descoloque” inicial de Pedro Sánchez, a quien Núñez Feijóo le estaba resultando respondón y escurridizo.

Nadie lo hubiera imaginado tras los enfrentamientos entre ambos en el Senado. El PSOE tenía todas las papeletas para salir airoso del debate. Entre otras cosas, por exhibir una hoja de servicios gubernamental que lo situaban como favorito en los pronósticos y con la que podía vanagloriarse del desempeño y resultados con solo haber sabido explicarla y contextualizarla. Pero se confió.

Peor aún, infravaloró al líder del PP, un experimentado expresidente con mayorías absolutas en Galicia, que hizo lo mejor que sabe: repetir eslóganes, falsear datos, faltar a la verdad, enfatizar problemas, presentar cuadros que nada aclaran e interrumpir y poner nervioso a su interlocutor. Sánchez no se lo esperaba. Incluso reconoció que desconocía el humor satírico que exhibía Feijóo en sus intervenciones. Y le costó reaccionar, pero no lo suficiente para ganar el envite.

Lo más curioso es que no supo cómo contrarrestar eficazmente los golpes del adversario, para quien el problema era la igualdad de género que propugna con sus políticas el Gobierno, no la desigualdad que sufren las mujeres en todos los ámbitos sociales por el mero hecho de ser mujeres.

Tampoco supo afear la espuria utilización que hizo Núñez Feijóo de las víctimas de la violencia machista y sexual para atacar y prometer derogar una ley que condena como agresión contra la libertad sexual de la mujer todo abuso, agresión, violación y violencia cometida contra ella.

Una ley que ha sido corregida para enmendar errores en su aplicación. Con lo fácil que hubiera sido denunciar esa obscena utilización de las víctimas como las que hace el partido conservador con las del terrorismo, hasta el extremo de que la propia presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo ha tenido que desautorizar y repudiar tal utilización en la lid política.

Ni siquiera supo ser convincente con lo más obvio: los datos económicos. Frente a las medias verdades y exageraciones de Feijóo, Sánchez repetía el argumentario memorizado sin improvisar respuestas que fueran más espontáneas, comprensibles y contundentes. Llegó un momento en que Núñez Feijóo parecía ser el defensor del incremento de las pensiones de acuerdo al IPC, cuando su partido y su programa aboga por todo lo contrario: disminución y austeridad en el gasto.

En conclusión, a mi juicio, los candidatos a gobernar hicieron tablas en el debate más hosco y chusco que he visto nunca. Y he visto todos los que se han televisado en la España democrática. Eso sí, los dirigentes y simpatizantes de ambas formaciones enseguida se proclamaron vencedores del mismo. Como siempre.

Ya veremos quién gana en la cita con las urnas. Los ciudadanos, en cambio, perdimos una preciosa oportunidad para recibir información de primera mano sobre lo que los candidatos a presidente del Gobierno piensan hacer de nuestro país y con nuestras vidas.

Seguimos sin saber qué es lo que nos jugamos en estas elecciones. Tendremos que conformarnos con las pullas y las frases hueras con que intentan entretenernos y seducirnos. Para ser un combate, con Pedro Sánchez paseándose por el ring antes ponerse los guantes, el debate ha resultado ser una lucha libre. Todo tongo. ¡Una lástima!

DANIEL GUERRERO

10 de julio de 2023

  • 10.7.23
No es la religión mi obsesión predilecta, pero ella se empeña en estar de actualidad día sí y el otro también. Cuando no son musulmanes que intentan rezar en la Mezquita (¿dónde si no?), son cristianos condenados por hacer viñetas de Mahoma. Lo cierto es que todas las religiones muestran la misma intolerancia que dicen combatir y predican el amor del que carecen.


Se aposentan en un concepto del poder, terrenal por supuesto, que es incapaz de aceptar al discrepante, y reproducen en sus estructuras orgánicas los mismos estereotipos sociales que afirman haber superado. Mantienen castas jerarquizadas entre príncipes, ulemas y demás cúspides dirigentes diferenciadas del resto de la grey, y condenan a la mujer, como en la Edad Media, a una función subordinada de servidumbre al varón, quien podrá aspirar por su condición masculina a estamentos más elevados y no tendrá que exteriorizar su sometimiento con signos evidentes en el vestir, como pañuelos, velos y burkas que tanta discusión generan.

Afortunadamente, ya no existen lapidaciones y Cruzadas contra el infiel, pero no por falta de ganas. Viendo cómo se comportan en sus relaciones cotidianas, con prohibiciones de todo tipo, advertencias de excomunión por leyes civiles que no son de su agrado y otras formas de presión sutiles o groseras, las religiones –todas– exteriorizan cuando pueden su voluntad de ejercer un control férreo y absoluto sobre el hombre.

No terminan por asumir que su ámbito debe reducirse al íntimo de las creencias y que su Reino, como se lee en sus propias Escrituras, es el Cielo trascendente que prometen a sus fieles. Les cuesta trabajo aceptar que la Tierra pertenece a la razón y la inteligencia con las que el Dios de todas ellas insufló a la más amada de sus criaturas. ¿O es que no se creen su propio discurso?

DANIEL GUERRERO

3 de julio de 2023

  • 3.7.23
Nos jugamos mucho en todas las elecciones y lo hacemos, a veces, sin saber muy bien qué es lo que está en juego y sin valorar siquiera qué votamos exactamente, entre otros motivos, porque nos distraen y confunden intencionadamente con medias verdades, bulos, tergiversaciones, exageraciones y francas mentiras, generados de forma masiva y constante desde antes, durante y hasta después de cada campaña, de tal manera que somos incapaces de asimilar y contrastar tantísima información y distinguir la verdaderamente relevante.


Gracias a esa estrategia de "saturación desinformativa" es como nos predisponen a elegir, sin que rumiemos las consecuencias, entre "yo y el caos" o, como frente a las próximas del 23 de julio, entre "Sánchez y España", que es tanto como decir Sánchez y Feijóo (el orden de los factores no altera la... manipulación).

Tan sencilla nos plantean la cuestión que, sin necesidad de pensarlo, resulta fácil la elección. Es como si nos enfrentaran a la disyuntiva de civilización o la selva, patria o caos, progreso o barbarie y avanzar o retroceder. ¿Quién albergaría dudas ente semejante dilema?

Sin embargo, no se trata de seleccionar simplemente entre una cosa o la otra, como si fuese entre lo bueno y lo malo, sino de algo mucho más complejo y difícil: hemos de escoger entre lo que nos conviene o nos perjudica, valorando lo que en realidad nos jugamos con una u otra opción, sin caer en la trampa de una polarización afectiva.

Porque cuando nos interpelan con este tipo de alternativas, lo que se pretende es suscitar una respuesta emocional que estimule el sentimiento de pertenencia a un grupo y, por ende, el rechazo de otro, sin que nos detengamos a reflexionar sobre lo bueno o malo que podrían ofrecernos cada uno de ellos.

De este modo nos fuerzan a percibir la realidad desde unas identidades partidistas que desvirtúan o nublan la atención de lo que debiera, en verdad, interesarnos o convenirnos. Esa obnubilación gregaria hace que, incluso, lleguemos a despreciar lo que verdaderamente está en juego en unas elecciones.

Es evidente que con la estrategia de la polarización afectiva se refuerza la defensa del grupo y se anula u obstaculiza la capacidad de construir nuestro propio criterio, basado en razones y argumentos fundados. Nos hace participar de un rechazo visceral que excede toda base racional.

Y ello es, justamente, lo que persigue ese dilema que circunscribe la cuestión a elegir entre "Sánchez y España" o "derogar al sanchismo", induciéndonos asumir, sin más –y lo que es peor, sin pensar–, que Sánchez es la antítesis de la Patria, quien la destruye o rompe, y que Feijóo representa la España real, quien la rescata o la salva.

Frente a tales planteamientos "polarizantes" (alteran la realidad), que trascienden lo ideológico para incentivar lo emocional, la mejor vacuna es dotarse de un criterio racional que nos ayude a distinguir lo que realmente nos conviene como ciudadanos, pero también como país.

Y que nos permita, además, ser conscientes de lo que está en juego en unas elecciones que, despeñándose por una deriva peligrosa, se van a caracterizar por su extrema polarización política. Desde hace meses, ya se encargan los responsables de esta polarización de hurtarnos, valiéndose de una total falta de transparencia, los datos, las razones y los argumentos con los que podríamos elaborar un juicio racional que nos ayude a elegir con criterio y esquivar, en lo posible, la manipulación afectiva.

Ejemplo de esa estrategia polarizante y huérfana de datos fiables es la promesa del candidato del PP de revisar todas las leyes en las que el voto de Bildu ha sido determinante. ¿Debemos suponer, por tanto, que lo apoyado por Bildu no es legítimo ni válido? ¿Dejará, entonces, el candidato cuando sea presidente de indexar la subida anual de las pensiones al IPC?

¿Anulará los decretos anticrisis por la pandemia, la guerra de Ucrania, la tormenta Filomena o la erupción del volcán de La Palma? ¿Derogará la mayoría de las leyes sanitarias promovidas por el Gobierno, incluida la de la Eutanasia? ¿Revisará una por una las leyes de Presupuestos de los últimos años?

No hay que olvidar que, para poder aprobar las más de cien leyes en la legislatura que ahora acaba, el Ejecutivo ha tenido que negociar no sólo con Podemos, sino también con los partidos nacionalistas e independentistas catalanes y vascos que le han prestado apoyo en los últimos cuatro años, incluido el propio PP.

Son acuerdos parlamentarios conformes a las normas y procedimientos de un sistema democrático. ¿O acaso se pretende, en última instancia, que se haga tabla rasa de lo conseguido gracias, entre otros, al voto de Bildu (obsesión instrumental del PP), aunque sean leyes que benefician a la mayoría de la población, para que únicamente nos fijemos, con las gafas de la polarización, en la supuesta iniquidad de un Gobierno que ha recurrido al apoyo de comunistas, separatistas y filoterroristas en su acción legislativa?

Sólo desde una ingenua e irreflexiva actitud emocional se podría interpretar que si uno es digno, el otro es indigno. Y ello sería así porque nos habrían obligado a percibir y valorar la realidad sólo en blanco y negro. ¿Con qué actitud votaríamos? ¿Sabríamos, de verdad, lo que nos convendría como ciudadanos de a pie? ¿Qué nos estaríamos jugando con una visión tan pobre?

Realmente, lo que nos jugamos no es poco. Podríamos tirar por la borda, si no reflexionamos con detenimiento, un modelo de sociedad plural y tolerante que nos brinde la oportunidad de convivir en paz, armonía y progreso, sin que nadie ponga en cuestión o marque límites a los derechos y libertades conquistados hasta la fecha.

Y en la que se defienda el Estado de bienestar y no se desmantele lo público, permaneciendo en alerta ante cualquier retroceso de todos los progresos conseguidos. Una sociedad, en suma, libre de tutelas y dogmatismos, en la que el que desee abortar, por ejemplo, pueda hacerlo sin presiones, pero quien sea contrario a ese derecho también tenga libertad de no ejercerlo, con exquisito respeto y tolerancia hacia ambas libertades.

Eso es la libertad: que nadie imponga a otros sus creencias como las únicas posibles o verdaderas. Y eso es la tolerancia: que todos vivan su vida como decidan, sin más límite que la libertad de los demás, a quienes mi libertad no restringirá las suyas.

Esto es lo que no entienden los sectarios del pensamiento conservador más radical y trasnochado, pero sumamente astuto. De ahí que intenten manipularnos –en las últimas, las próximas y en todas las elecciones– con la estrategia de la polarización y la confrontación, a fin de que no tengamos en cuenta lo mucho que podríamos perder en función de la papeleta que echemos en la urna.

Y lo intentan actualizando el viejo consejo de Maquiavelo: "No hay que intentar ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira". Ya sabía entonces el amoral padre de la Ciencia Política que frente a la mentira somos increíblemente vulnerables y maleables, pues apenas podemos combatirla, como explicó también, posteriormente, Hannah Arendt en su ensayo La mentira en política.

Es mucho, por tanto, lo que nos jugamos en unas elecciones. Aparte del modelo social, están en juego iniciativas que nos ha ayudado a sortear dificultades, lo que no es poco, puesto que han contribuido a que nuestra calidad de vida sea algo mejor, como el aumento del Salario Mínimo, la protección de la clase trabajadora con los erte durante la pandemia, una Reforma Laboral que ha permitido el incremento del contrato indefinido y la estabilidad laboral, igualdad de derechos a las empleadas del hogar, el tope al gas, la subvención de veinte céntimos por litro a los carburantes, los bonos al transporte de Cercanías y medias distancias, el aumento significativo de las becas, las rebajas del IVA a los alimentos básicos afectados por la inflación y un largo etcétera de medidas progresistas que, a quienes prefieren un neoliberalismo económico, les parecen un despilfarro, un derroche y un gasto innecesario. ¿Vamos a ignorar todo ello a causa de una polarización envenenada?

Está en juego, en fin, el esfuerzo empleado en luchar contra la desigualdad y la injusticia, contra la precariedad y los abusos, contra el desmantelamiento de los servicios públicos para favorecer la iniciativa privada, contra la violencia machista y los techos de cristal, contra la misoginia, el racismo y la xenofobia, contra los negacionistas del cambio climático y de las vacunas, contra la industria esquilmadora de tierras y acuíferos, contra todo aquello que nos hace vulnerables y nos convierte en víctimas de cualquier poderoso o privilegiado en razón de su riqueza, religión, cultura, idioma o raza, contra la instrumentalización y deshumanización de las personas, degradándolas a meros objetos en tanto trabajadores o ciudadanos. Es mucho lo que está en juego en unas elecciones y que deberíamos tener en cuenta cuando vayamos a escoger una papeleta y depositarla en la urna. Piénselo, al menos, un momento. Es mucho lo que nos jugamos.

DANIEL GUERRERO

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