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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta Al Sur de Europa [Raúl Solís]. Mostrar todas las entradas
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6 de septiembre de 2016

  • 6.9.16
Acostumbra la izquierda independentista catalana a hablarle a la izquierda española con una superioridad moral fuera de lo normal, como si ser independentista, catalán y de izquierdas fuera la virtud hecha ideología política. Es como si con la independencia de Cataluña fuera a llegar la ansiada victoria final y la liberación proletaria que se le resiste a la izquierda en el resto del mundo.



La última prueba ha sido la intervención de Gabriel Rufián, diputado de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en el Congreso de los Diputados, durante la sesión fallida de investidura de Mariano Rajoy. El político republicano catalán, valiéndose de su original oratoria, se ha atrevido a recordarle a la izquierda no independentista que el país que sueña –republicano y con un PP residual– ya existe. "Y se llama Cataluña", dijo el diputado mirando a la bancada de Unidos Podemos.

Lo dijo con una solemnidad que sonó al Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Pues bien, el PP, la ideología que esta formación representa, en el país de los sueños de Rufián se llama Partido Demócrata Catalán, antes Convergencia Democrática de Cataluña y antes Convergencia i Unió. Un partido que, como el PP, recorta, maltrata a la gente sencilla y gobierna pensando en el IBEX-35. Eso sí, en el catalán.

Cabe recordarle al señor Rufián que el Partido Demócrata Catalán se llama así porque su anterior nombre (Convergencia Democrática de Cataluña) estaba mancillado y acosado por múltiples casos de corrupción, sobornos y comisiones del 3 por ciento al mejor postor. Sedes embargadas, una saga familiar –los Pujol– enriquecida gracias al saqueo, acusados que han sido indultados en Consejo de Ministros en connivencia con el PP y un sinfín de casos de corrupción, nepotismo y chalaneo con el capital privado en detrimento del bien común de los catalanes.

Con este partido –CiU, Convergencia o Partido Demócrata Catalán– y su curriculum de recortes, política económica neoliberal, privatizaciones de hospitales, degradación de la escuela pública, enriquecimiento ilícito, tramas organizadas de corrupción, prevaricación, financiación ilegal y mirada amable con los bolsillos catalanes más acaudalados, es con quien ERC se presentó conjuntamente a las últimas elecciones catalanas y con quien gobierna el país en el que la derecha parece no serlo si ondea con garbo una estelada.

Que el PP sea una maquinaria de corrupción no convierte al socio de ERC en Cataluña en un ejemplo de nada. Convénzase, señor Rufián: Convergencia aspira a la independencia de los ricos catalanes y no de quienes habitan los barrios populosos del extrarradio de las principales ciudades catalanas. Ni más ni menos que como el PP en España.

Recuérdelo, señor Rufián: el PP en Cataluña se llama Partido Democrático Catalán que, acosado por decenas de sentencias judiciales por corrupción, ahora se llama Partido Demócrata Catalán y ha gobernado con mano de hierro contra la gente sencilla y se ha jartao de votar presupuestos y políticas económicas de derechas con el PP, ese partido residual que usted cree que no existe en Cataluña.

Lecciones de un representante de ERC, que gobierna con un partido podrido de corrupción como Convergencia, ni una, señor Rufián. Los corruptos y neoliberales son iguales en todos sitios y todos apelan al bien de la patria para invisibilizar a los pobres y tapar vergüenzas y corruptelas propias. Da igual que hablen castellano, catalán o andaluz o que se llamen Albert Rivera, Artur Mas, Susana Díaz o Mariano Rajoy.

RAÚL SOLÍS

2 de septiembre de 2016

  • 2.9.16
Cada cierto tiempo cobra protagonismo el debate sobre las etiquetas. O mejor dicho, sobre lo pesado de vivir con etiquetas. Eso sí, solo se le dice que no se etiqueten a gais, lesbianas, bisexuales o transexuales. Nunca nadie le ha dicho a un heterosexual que no se etiquete, a pesar de que los heterosexuales llevan una etiqueta en la frente diciendo que le gustan las personas de su distinto sexo y de que tienen una pluma hetero con la que lanzan señales a diario de su orientación sexual.



Los fieles seguidores de esta ideología del noetiquetismo suelen ser quienes están en contra de la igualdad de homosexuales, transexuales o mujeres. ¡Qué casualidad! También militan en estas filas del noetiquetismo homosexuales no aceptados que travisten su represión en libertad, como si no ser capaz de decir que se es gay, bisexual, transexual o lesbiana fuera fruto de la libertad y no de la represión que sufrimos desde que descubrimos que somos atraídos por personas de nuestro mismo sexo o que nuestra identidad de género no se amolda a lo que se espera socialmente de nosotros.

En lugar de exigir que las palabras ‘gay’, ‘maricón’, ‘lesbiana’, ‘bollera’, ‘transexual’, ‘bisexual’, ‘travelo’ o ‘tortillera’ no sean estigmatizadas, los noetiquetistas prefieren acabar con la diversidad y meterlo todo en el saco de ‘somos personas’.

Esta absurdez, promovida por no pocas personas homosexuales, es un peligro para la igualdad y para la felicidad y libre desarrollo de la personalidad de miles y miles de niños y niñas que necesitan como el comer ponerle nombre a su realidad, tener referentes, saber que no son los únicos, que no son bichos raros.

A nadie se le ocurre afirmar que deberían desaparecer las etiquetas de ‘negro’, ‘gitano’, ‘católico’, ‘occidental’, ‘hombre’, ‘blanco’, ‘heterosexual’, ‘adinerado’, ‘banquero’, ‘diputada’, ‘abogada’, ‘médico’ o ‘investigadora’. Siempre, siempre, quienes militan en esta causa del noetiquetismo le piden a quienes no se adaptan a la norma social dominante –hombre, blanco, rico, de derechas y heterosexual– que renuncien a lo que son, que no se llamen, que no sean nombrados, que no existan.

Lejos de ser una anécdota, el noetiquetismo se esconde detrás de un discurso de garrafón construido para invisibilizar lo que nos hace diversos. Solo desde la visibilidad y las etiquetas se puede trabajar para romper las barreras de la desigualdad. Si todos somos personas, no existe ningún problema. Y las personas homosexuales no sufren ningún rechazo social por su condición de personas, sino por su condición de gais, bisexuales, lesbianas o transexuales.

No me imagino a ninguno de estos activistas del mundo sin etiquetas decirle a una pareja heterosexual que quite del buzón el papelito que dice que en esa casa viven dos personas de distinto sexo. O que le prohíba a una pareja hombre-mujer que vayan agarrados de la mano por la calle para no llamar la atención.

Nadie nunca se ha parado a pensar que existen miles de bares y discotecas que son auténticos guetos del mundo heterosexual donde, si una pareja homosexual se atreviera a besarse, podría, como poco, ser expulsada de la discoteca y, en el mejor de los casos, sin agresión de por medio.

Necesitamos etiquetas para vivir, para conocernos, para descifrar la diversidad, para sentir quiénes son como nosotros, para ponerle nombre a la realidad y referenciar la multitud de maneras que existen de habitar una sociedad plural. De mismo modo que las ciudades están divididas por distritos, barrios y calles –etiquetas, al fin y al cabo–, los seres humanos también nos dividimos en barrios, calles y distritos.

Renunciar a las etiquetas sería renunciar al lenguaje, a la función que éste tiene para definir. Que este discurso lo fomenten quienes siempre se han posicionado en contra de la igualdad es, hasta cierto punto, comprensible; no hablando de nosotros, no existimos y no somos objetos de derecho. Pero que a esta moda absurda se hayan apuntado un sinfín de gais, lesbianas, bisexuales y transexuales es un tiro en el pie de sí mismos. Además de patético, absurdo y una bomba atómica contra la igualdad.

Uno tiene la opción de no decir abiertamente que es gay o lesbiana, faltaría más, pero si un gay o una lesbiana no lo dice con naturalidad es señal de que vive en una sociedad que lo reprime, lo humilla y lo persigue por su orientación sexual.

Para alcanzar la igualdad no necesitamos renunciar a las etiquetas –no nombrarnos–, sino convertir en positivas y despojar el estigma negativo a las etiquetas que históricamente han sido usadas en contra de gais, lesbianas, bisexuales y transexuales. Concluyendo: el absurdismo gay perjudica seriamente la igualdad.

RAÚL SOLÍS

22 de julio de 2016

  • 22.7.16
Me confieso: en las pasadas elecciones generales voté a Unidos Podemos. No sin dudas, pero convencido de que era la mejor opción para luchar a la mayor urgencia posible contra la situación dramática que vive un 30 por ciento de la población española. Voté a Unidos Podemos porque creo que no hay nada más radical que permitir que este país siga estando gobernado por el sadismo, la insensibilidad y el odio hacia la gente sencilla.



Sin embargo, cuál es mi sorpresa que la misma noche de las elecciones, los tertulianos me llamaban "populista", "irresponsable" y "gamberro". No me lo llamaron sólo a a mí: se lo llamaron a cinco millones de españoles que decidimos libremente votar a Unidos Podemos, un 21 por ciento del total de españoles que ejercieron su derecho al voto.

Es más, Susana Díaz, la Rita Barberá del Sur que perdió el 26 de junio las elecciones en Andalucía, declaró a los medios su alegría por haber evitado que el “populismo” de Unidos Podemos ganara en España. Y se quedó tan demócrata y tan moderada.

Esos mismos que llaman "populistas", "irresponsables", "gamberros", "extremistas" o "antidemócratas nazis" a los votantes de Unidos Podemos son los mismos que piden respeto para los votantes del PP o del PSOE. Y llevan razón cuando piden respeto por los votantes de PP o PSOE: es una falta de respeto y un síntoma de la cultura antidemocrática de este país que el insulto sea considerado un argumento legítimo.

A diferencia de los insultados votantes del PP, que han sido justamente defendidos por miles de articulistas en distintos medios de comunicación, el insulto a los electores de Unidos Podemos cae en la impunidad. A nadie se le ocurre pensar que insultar a un votante de Unidos Podemos es tan antidemocrático como hacerlo con un votante del PP o de cualquier otro partido.

En esta estrategia de insultar a los votantes de Unidos Podemos, sin que nadie defienda en un medio de comunicación que no es tolerable, se pretende convencernos de que quienes han depositado su confianza en UP son una panda minoritaria de exaltados, como si cinco millones de votos no fuera una barbaridad de personas para un proyecto que sólo tiene dos años y el mejor resultado obtenido por la izquierda en España.

La gente insultada de Unidos Podemos ha ganado en dos comunidades autónomas: País Vasco o Cataluña. Y, juntos, suman los mismos habitantes que tiene la Comunidad Valenciana. O los censos unidos de Extremadura, Murcia, Castilla y León y Asturias.

A pesar de esto, el kilo de votante de Unidos Podemos está mucho más barato que el kilo de voto al resto de partidos moderados y constitucionalistas que han empobrecido a un tercio de la sociedad, que se han asociado con los poderes financieros para arrodillar a la gente sencilla y que incumplen la Constitución cuando ésta habla de proteger los derechos de los españoles.

Ni radicales, ni extremistas, ni populistas, ni gamberros, ni antidemócratas. Mi padre, que es una de esas cinco millones de personas que han votado a Unidos Podemos por miedo a que continúe el saqueo, el empobrecimiento y el sadismo del partido moderado que ha ganado las elecciones, se merece, como poco, tanto respeto como un votante del PP o del PSOE.

RAÚL SOLÍS

10 de junio de 2016

  • 10.6.16
Es espeluznante el desgarro de la manipulación informativa con Venezuela y el intento de compararla con España, como si Venezuela fuera un país de nuestro entorno y no un Estado latinoamericano, una región inestable del mundo, entre otras cosas, porque ni a EEUU ni a las grandes corporaciones mundiales, que se alimentan del capitalismo, les interesa que en la zona se estabilicen sus sistemas democráticos.



Los análisis políticos y económicos de Venezuela deben encontrar paralelismo con Nicaragua, Panamá, Colombia, Brasil, México, Bolivia, Argentina o Perú, por ejemplo. ¿Por qué? Porque estos países tienen un pasado histórico, social, económico y una realidad productiva y democrática común. Igual que Francia es comparable con Alemania, con Bélgica, Países Bajos, Austria o Suecia y no con Túnez.

En primero de Relaciones Internacionales se estudia que el mundo se divide, para poderlo analizar con una mínima decencia intelectual, en regiones políticas: Europa (norte y sur), Norteamérica (EEUU y Canadá), Oriente-Medio, Latinoamérica y el Caribe y África que, a su vez, se subdivide en el Magreb y el África subsahariana.

¿Por qué nos informan de Venezuela y no de Brasil? ¿Por qué Albert Rivera no ha viajado, aprovechando la cercanía con Caracas, a Brasil, donde se ha dado un golpe de Estado contra su presidenta, democráticamente elegida, por parte de los grandes poderes económicos del país? Si preguntamos en la calle quién sabe de este acontecimiento, seguramente poca gente respondería afirmativamente.

Ocurre lo mismo con Honduras, un país que sufrió un golpe de Estado en 2009, apoyado por la derecha española y consentido por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Hubo asesinatos, tortura y exilio que siguen impunes. Como derrocaron a Manuel Zelaya, un izquierdista, nada ya se habla. Se habló, poco, de las elecciones amañadas que democratizaron a la ultraderecha que dio el golpe de Estado y permitió que la comunidad internacional, entre ella España, ya no tuviera reparo en admitir como legal el golpe de Estado.

Nicaragua, en manos de un sandinista que nada tiene ya de izquierdas porque ha vendido el país a las compañías chinas y estadounidenses, es otro caso con el que se podría comparar la situación de Venezuela. Pero nada se habla ya de la oposición nicaragüense, que denuncia tropelías contra los derechos humanos por parte su presidente, Daniel Ortega, porque la multinacional china HKND ha recibido el visto bueno para construir el Canal de Nicaragua, la mayor infraestructura –y por tanto, la mayor fuente de beneficios– jamás acometida en el país centroamericano.

¿Es Venezuela una democracia garantista? No, por supuesto que no. ¿Lo es Honduras, Brasil Panamá, Paraguay o Nicaragua? Tampoco. Entonces, ¿por qué a Venezuela se la compara con España y no con los países de su entorno? ¿Por qué la derecha española y sus medios tratan a Venezuela como si fuera Canarias, Almería, Ceuta o Melilla? ¿Por qué los medios y la derecha española está tan callada con el golpe de Estado en Brasil de hace unas semanas? ¿Por qué la derecha española –y la Embajada de España– avaló el golpe de Estado de Porfirio Lobo en Honduras en 2009, negando incluso asilo en Barajas a quienes huían para salvar la vida?

A la derecha española no le importa la libertad en Venezuela, como tampoco le importa Cuba, donde, como ya pueden hacer negocios, la tienen de ejemplo de aperturismo. No le importan los derechos humanos ni la democracia, que se incumplen en Arabia Saudí, Marruecos, Guinea Ecuatorial o Catar, en manos todos estos países de familias dictatoriales.

Lo que les interesa es asustar contra Podemos, situando en la agenda mediática el asunto del que quieren que se hable para que no hablemos del desabastecimiento que sufre un 30 por ciento de los españoles en sus neveras, aunque para ello tengan que saltarse la lección primera de Relaciones Internacionales.

Se llama agenda setting, que viene a querer decir el poder que los medios de comunicación de los bancos tienen sobre el público para determinar qué historias poseen interés informativo, qué espacio ocupan, con qué frecuencia y por cuánto tiempo están en portada. Y como intuiréis, estos medios de comunicación de los bancos tienen poco interés en que gobierne Unidos Podemos.

RAÚL SOLÍS

25 de mayo de 2016

  • 25.5.16
“El PSOE habla como la derecha, ¿no lo ves?”. Esta frase me la acaba de decir mi padre, un hombre de campo extremeño que ha votado toda su vida al PSOE, que tenía a Felipe González y a Rodríguez Ibarra en su particular altar laico, y que me ha confesado que, por primera vez, cambiará su voto y votará por la coalición Unidos Podemos, la suma de Podemos, Izquierda Unida, Compromís, Equo y otros partidos progresistas.



“El PSOE habla como la derecha, ¿no lo ves por la tele?” es una frase sencilla que encierra una realidad palpable que nace de la epidermis de las bolsas de votantes tradicionales socialistas y que viene a explicar que el PSOE responde a la nueva realidad con una lógica conservadora, porque piensa que la gente no tiene derecho a cambiar su voto y, en lugar de ir contra las políticas de derechas y el PP, ha decidido hacer campaña contra la coalición de Podemos, IU, Compromís y otras fuerzas de la izquierda territorial con el mismo idioma que lo hace la derecha.

Mi padre, de 73 años, tiene un análisis de la realidad más progresista y elaborado –a pesar de su sencillez y de su poca formación académica– que el de Susana Díaz, Pedro Sánchez y Antonio Hernando, cuando deciden violar la memoria democrática de este país y atacar a la coalición Unidos Podemos con anticomunismo y discursos de miedo, en clave de derechas y no progresista.

Mi madre ya dejó de votar al PSOE, después de más de tres décadas siendo fiel al puño y la rosa, en las últimas elecciones del 20D. Lo hizo por “los comunistas” de Izquierda Unida, sin miedo y sin complejos, porque para ella ser comunista significa ser antifranquista, luchar por los derechos laborales a pie de fábrica y defender la libertad aunque esté prohibida.

De la misma manera, mis cuatro hermanos, también tradicionales votantes socialistas, han ido progresivamente dejando de votar al PSOE porque sus circunstancias vitales se han ido endureciendo y empobreciendo a la vez que el PSOE ha ido bunkerizándose y negándose a tomar medidas de raíz –sí, radicales– para combatir una extrema desigualdad y pobreza que hace que tres de mis hermanos hayan vuelto a casa de mis padres.

Parafraseando el título de un pequeño libro llamado No pienses en un elefante, escrito por el neurolingüista norteamericano George Lakoff, el PSOE debería dejar de pensar en Podemos y en la coalición del “reencuentro de los jóvenes comunistas”, como la ha definido Susana Díaz, para pensar en las nuevas bolsas de pobres y en gente tan sencilla como mi padre.

Mi familia responde a la realidad de un país en el que miles de familias trabajadoras y sencillas consiguieron progresar, comprarse un pisito, ir de vacaciones, comer pescado más de una vez por semana, enviar a algunos de sus hijos a la universidad y hasta comprarse algún caprichito. Y ahora, con la gestión de la crisis, han vuelto a la casilla de salida.

Lo peor no es el retroceso, sino la vulnerabilidad y la certeza de que la situación de empobrecimiento ha venido para quedarse, salvo que se remedie. Y ese cambio de voto de mi padre es la única forma que un hombre sencillo tiene de ponerle remedio a un horizonte que pinta gris para sus hijos y para su nieta, quien el año que viene marchará a estudiar fuera y que, para pagar las tasas y hacer selectividad, tendrá que pedirle a su abuela –mi madre– que se las pague porque a sus padres no les llega con los 900 euros al mes que entran en casa a dividir entre cuatro cabezas.

No es Podemos, no es IU, no es Compromís. No son los comunistas, no son las televisiones, no son las tácticas; no es Pablo Iglesias, no es Alberto Garzón, no es Mónica Oltra. No son los extremistas, no son los soviéticos, no es la gente enfadada. No es antipolítca, no es populismo, no es extremismo, no es odio al PSOE.

Es la pobreza, la desigualdad y la ruptura del pacto social de 1978 que tiene a mi padre compartiendo su raquítica pensión con tres de sus hijos como ocho de cada diez abuelos y abuelas de este país y a un tercio de la población española haciendo cola en los comedores sociales de Cáritas. No es extremismo: es la necesidad urgente de ponerle remedio a un horizonte tan negro.

RAÚL SOLÍS

17 de mayo de 2016

  • 17.5.16
La sesión de control al Gobierno del Parlamento de Andalucía del pasado jueves me dejó abochornado, noqueado, inquieto y preocupado. Vi a una Susana Díaz agresiva, violenta, chabacana, ordinaria y vulgar, que llegó a insultar a Teresa Rodríguez, la líder andaluza de Podemos, y a tratarla con una ira y un odio injustificado y exarcebado en el punto en el que la presidenta rechazó el acuerdo con la izquierda para echar al Partido Popular del Senado.



Desgraciadamente, no es una excepción. Las sesiones de control al Gobierno andaluz están protagonizadas por las malas formas y la violencia verbal de Susana Díaz con Teresa Rodríguez, a quien Díaz ha convertido en la líder de la oposición a fuerza de despreciarla y hablarle con altas dosis de inquina.

Lo peor es que en las filas del PSOE aplauden este chunguismo de la presidenta y lo justifican porque ella, Susana Díaz, “es una mujer muy andaluza, muy de barrio”, como si las mujeres de las clases populares andaluzas fueran chabacanas, ordinarias, insultaran y fueran por la vida escupiendo odio.

Todo lo contrario. Las clases populares andaluzas son irreverentes, alegres, ingeniosas, vehementes y educadas, saben estar y su comportamiento está más cerca de la ternura que de la soberbia y la mala educación. Susana Díaz en las sesiones de control al Gobierno parece más una Rita Barberá con acento del sur que una mujer andaluza de barrio, que es la etiqueta que a los feligreses del PSOE les gusta vender de la presidenta.

La vergüenza ajena del pasado jueves fue parecida a la de aquella tarde en la que, desde las filas socialistas, invitaron a callar a Teresa Rodríguez: “¿Por qué no te callas, bonita?”, le espetaron unos diputados socialistas sin que las parlamentarias del PSOE se levantaran a defender a Rodríguez del insulto machista de sus compañeros.

Lejos quedan aquellos tiempos, recién investida presidenta, en los que recibió clases de oratoria de un coaching y José Antonio Griñán, todo un caballero, le recomendó unos libros de cultura general para que estuviera a la altura de lo que merecen los andaluces. Quienes la conocemos de sus tiempos aguerridos de concejala en el Ayuntamiento de Sevilla sabíamos que la impostura no tardaría en descafeinarse para pasar a ser ella, en toda su plenitud.

Susana Díaz no es Andalucía. Los andaluces hablan en andaluz pero no se mueven con instintos de odio, ira y usan el insulto contra quienes tienen opiniones contrarias. Tampoco son los andaluces soberbios ni tienen en su pensamiento la bronca continua como manera de resolver sus conflictos sociales.

Todo lo contrario: si algo caracteriza a los andaluces, y especialmente a las andaluzas de las clases populares, es el humor, la irreverencia y la gracia para ir salteando las dificultades de la vida cotidiana; que no son pocas en una tierra con el 51 por ciento de niños y niñas en la exclusión, la mitad de los trabajadores cobrando menos de 650 euros y casi un millón de personas sin ningún tipo de ingresos.

No son pocos los periodistas que dicen en los corrillos privados que las formas de Susana Díaz rozan el esperpento, la vergüenza ajena y van en contra del decoro y de la ética democrática. Sin embargo, pocos lo publican en sus medios; porque otra característica de esta Rita Barberá del Sur y de la estructura de medios andaluza es premiar el servilismo y castigar a quienes intentan practicar la libertad de prensa y el derecho a la información que tanto le gusta controlar a la presidenta, quien últimamente parece un animal salvaje en peligro, dando los últimos coletazos antes de su rendición.

RAÚL SOLÍS

13 de mayo de 2016

  • 13.5.16
Antonio Hernando, portavoz del Comité Electoral del PSOE, acusó hace unos días a la suma de Podemos, IU, Compromís y del resto de las confluencias de ser “la vieja y vetusta izquierda comunista”, como dejando caer que los comunistas son poco más o menos que terroristas. O poco aseados. O extremistas peligrosos que se comen a los niños. O todo un poco.



En comunicación política se usa habitualmente el recurso de los “mensajes ciegos” para saber a quiénes se dirigen los líderes. Con este método se trabaja para saber si los líderes, independientemente de su ideología, están reforzando a su espectro ideológico o al contrario. Así, una persona progresista jamás diría que “el aborto no es un derecho”, al igual que un líder conservador no debería nunca jamás referirse al aborto como “interrupción voluntaria del embarazo”.

Si a Antonio Hernando se le hubiera tapado la cara y el logo del PSOE cuando ha dicho eso de “la vieja izquierda comunista” , cualquiera hubiera podido pensar que es un líder heredero ideológico del Franquismo, la versión española del fascismo que ha gobernado este país durante cuarenta años y que tenía como deporte nacional la persecución, encarcelamiento, torturas y fusilamientos de los comunistas.

En el único país del mundo en el que ganó el fascismo se da la casualidad que el estigma es ser comunista, no heredero ideológico del Franquismo. No soy comunista si ser comunista significa militar en el PCE, pero sí soy comunista si lo que significa es honrar la memoria de quienes dieron los mejores años de su vida luchando por el derecho a huelga, por la libertad de prensa, por los derechos de las mujeres a viajar sin el consentimiento de sus padres o maridos y por jornadas laborales humanas y sueldos decentes.

Cuando este país era un solar desierto y oscuro, escondido en el miedo y en el caciquismo, los únicos que elevaron sus voces para recordarle al dictador que no había ganado su maldad fueron los comunistas. Fue la única organización política organizada clandestinamente que fue abriendo agujeros de oxígeno a los muros rocosos del franquismo.

La vieja izquierda comunista, a la que se refiere el socialista Antonio Hernando, fue la que montó en España las primeras clínicas abortistas y consultas de planificación familiar clandestinas. Esta vieja izquierda comunista también atendía en consultas médicas a los hijos e hijas de los obreros desheredados por Franco que, por no tener, no tenían ni derecho a la salud.

Fueron estudiantes comunistas quienes rompieron la armonía de catedráticos y profesores franquistas en las universidades españolas, donde la libertad de cátedra era libertad para dar palos y tirar por los huecos de las escaleras a quienes se negaban al silencio instalado por la dictadura.

Comunistas eran también los primeros periodistas que, colándose por los agujeros que iba dejando la dictadura, trabajaban en publicaciones comprometidas con la libertad, la democracia, la igualdad y los derechos humanos por encima de las posibilidades del tardofranquismo. También eran comunistas aquellos actores y actrices que se atrevieron a poner en pie piezas teatrales prohibidas y que, en muchos casos, la taquilla era pasar la noche en los calabozos a base de palizas y torturas como meterles la cabeza en una bañera llena de agua.

Comunistas eran los abogados de Atocha que fueron asesinados por un grupo de ultraderecha en un despacho que cada día estaba atestado de gente sencilla que iba a reclamar un trabajo decente y dignidad frente a la avaricia de los poderosos. Comunista fue el partido que aceptó la bandera rojigualda y la monarquía, en contra de su misma ideología y en un acto de generosidad inaudito, para intentar construir una democracia decente que pusiera fin a tanto dolor y a tanto anticomunismo en forma de torturas, encarcelaciones y asesinatos.

En este país, señor Hernando, la libertad se la debemos a la vieja izquierda comunista que actuó no desde el exilio como el PSOE, sino a pie de calle, a cara descubierta, a riesgo de que se la partieran. Ahora que se habla de financiación ilegal de los partidos, poco o nada se habla de que un inexistente PSOE fue engordado con dinero de la socialdemocracia alemana para evitar que la vieja izquierda comunista canjeara en votos tantos años de cárceles, huelgas, asesinatos y martirio por defender la democracia.

Memoria histórica no significa sólo desenterrar a los fusilados por Franco, señor Hernando, es también tratar con justicia a quienes se dejaron la vida luchando por esas cosas tan poco importantes como la libertad de prensa, de huelga, de reunión, derecho a vacaciones y a un sueldo digno, un salario decente y a que las mujeres sólo fueran dueñas de sí mismas.

RAÚL SOLÍS

3 de mayo de 2016

  • 3.5.16
El próximo 26 de junio se repetirán las elecciones generales. Poco cambiará el tablero político si nada cambian los jugadores. Escaño arriba, escaño abajo, todo seguirá más o menos igual. La única baza es Andalucía, una nacionalidad histórica que, desde los partidos centralistas, ha sido considerada menor y a la que se mira con la misma lógica que a Murcia o Castilla, tropezando una y mil veces.



Probablemente sea Andalucía la comunidad española con más identidad política y cultural. Lo que pasa es que la identidad andaluza es la lucha por la desigualdad, la solidaridad, la ternura y también, por qué no decirlo, la alegría.

Ternura es la delicadeza con la que los vecinos le ponen en el pomo de la puerta una bolsa cargada de comida a un andaluz sin recursos para que éste no se sienta humillado. Alegría es rifar manojos de espárragos por las calles del pueblo para llevar algo de comer a casa después de años sin ingresos y sin jornales con los que alimentar a los hijos.

A Andalucía hay que saberla mirar y nadie mejor para mirarla, comprenderla y empoderarla que los propios andaluces. No se puede afrontar una campaña electoral, para ganarle al bipartidismo, sin conocer las intrahistorias del PER, cómo lo ha usado históricamente el PSOE como silenciador del descontento y no poca gente de izquierda también ha culpado a los andaluces de preferir el PER a salir de la pobreza.

Nadie en Andalucía ha votado al PSOE para que teja una red de favores, al menos no las clases populares andaluzas. Nadie ha votado al PSOE para que tenga a pueblos del interior con tasas de paro por encima del 50 por ciento. Nadie ha votado en Andalucía al PSOE para que vaciara el poder andaluz y usara esta tierra como campo fértil de votos con los que los líderes socialistas andaluces han medrado por las escaleras del poder.

Nadie ha votado al PSOE para que descapitalizara a Andalucía de poder político, económico y peso cultural, pero tampoco nadie votará a las fuerzas de izquierdas si éstas se presentan con un relato fabricado en Madrid que nada sabe de cómo son los andaluces y por qué, a pesar de todo, el PSOE sigue siendo la fuerza política mayoritaria a la que votan las gentes sencillas en Andalucía.

Antes de la conquista de la autonomía andaluza, en Andalucía había dos millones de analfabetos. No había carreteras. Ni hospitales. Ni escuelas. Ni centros de salud. Ni pabellones deportivos. Ni agua corriente. Ni calles asfaltadas. Andalucía era una región pobre, pobrísima, con décadas a sus espaldas de sumisión, maltrato y una población juvenil emigrada que casi alcanzó los dos millones de personas.

Ese recuerdo permanece en la conciencia colectiva de los andaluces. Por eso aquí nadie ha conseguido nada predicando discursos apocalípticos. Los andaluces han mascado la miseria y eso no se olvida: se transmite de hijos a nietos.

Aquí no triunfará un discurso agorero ni un relato centralista. En Andalucía será posible derribar al bipartidismo si se es capaz de explicarle a los andaluces que la situación de atraso está derivada de un modelo de capitalismo que se nutre de sus barbechos, de sus familias sin ingresos y de un modelo productivo de cafeterías, hoteles, grandes superficies comerciales y bajos derechos laborales que es el modelo por el que ha apostado el PSOE en la tierra con más posibilidades de Europa.

Andalucía votará cambio si una marea andaluza de confluencia de todas las fuerzas de izquierdas son capaces de hacer creer a los andaluces que, además de hospitales, carreteras, centros de salud y polideportivos, es posible construir un modelo económico que evite que los jóvenes mejor formados tengan que emigrar, que la mitad de la población infantil andaluza esté en la exclusión social y comunique la receta acertadamente para convertir el aire, el sol y la fuerza de las olas de los mares andaluces en materia prima para construir otro modelo productivo distinto al de la especulación.

Los andaluces ya conocen los males que les aquejan, los sufren y se los recuerdan a diario. Sólo votarán cambio si éste tiene más síes que noes y es capaz de dirigirse a la población andaluza con su lógica y conociendo los matices que hacen posible que se pueda ser socialmente progresista y ser un apasionado de la Semana Santa o de la romería de El Rocío. O lo que es lo mismo: alegría, ternura, futuro y en andaluz.

Sin cambio en Andalucía, no habrá cambio en el resto del Estado. Sólo construyendo un sujeto político en Andalucía y para Andalucía será posible desatascar el bloqueo institucional y que el grito por la autonomía del 4 de diciembre de 1977 tome cuerpo después de años frenado en seco por una especie de nacionalismo cortijero del bipartidismo que sólo ha ondeado la verdiblanca para enfrentar a los andaluces, contra los catalanes o contra cualquier otro territorio que viniera bien para la cuenta de resultados electorales.

RAÚL SOLÍS

29 de abril de 2016

  • 29.4.16
La coalición valencianista Compromís presentó este martes una inteligente propuesta de gobierno plural y de cambio in extremis. Inocentemente, prometo que pensé que el sí del PSOE, a primera hora de la mañana, era sincero. Igual que pensé que Pedro Sánchez, al principio de las negociaciones, meses atrás, quería de verdad conformar un Gobierno progresista y que lucharía contra los dragones internos del PSOE que prefieren un acercamiento de su partido al PP, al estilo de las grandes coaliciones austriaca o alemana, que volver a los orígenes del PSOE.



De todos modos, gracias a la apuesta y puesta en escena de Compromís, de una inteligencia brutal, todo ha quedado en su sitio y se han mostrado las cartas verdaderas del PSOE. Los socialistas no quieren gobernar haciendo políticas de izquierdas y en gobiernos compartidos tal y como han hablado las urnas y está conformado el Congreso: 90 diputados del PSOE frente a 71 de Podemos, Compromís e Izquierda Unida.

La frase que responde al título de este artículo, expresada por Mónica Oltra en un arrebato de indignación, la pronunció el mismo martes el socialista Antonio Hernando: “Un Gobierno de socialistas con independientes”, dijo sabedor que decir “no” abiertamente es un pésimo titular para ganar esta partida de ajedrez que libramos desde diciembre y que ha consistido, en todo momento, en parecer que querían conformar un Gobierno pero sin sentarse a negociar políticas a favor de la gente sencilla.

El PSOE pretendía gobernar sólo con ministros de su partido, justo en el momento histórico en el que menos diputados tiene. La soberbia de la propuesta insulta a cualquier demócrata. La única compañía que no desagrada al PSOE, a tenor de lo expresado por los socialistas, es Ciudadanos: la derecha de toda la vida vestida de Armani que cree que aprobar el matrimonio igualitario convierte en menos reaccionario el despido libre.

El PSOE se encuentra atrapado entre la mucha gente sencilla que aún sigue votándole y el poderoso mundo del dinero que le ha hecho creer que es posible luchar contra la desigualdad sin poner en entredicho los privilegios de la bancocracia y las grandes fortunas.

No hablamos de luchar contra la corrupción o de abrir las instituciones a la transparencia, eso se da por hecho; de lo que se habla es de si salvar a la gente del acantilado de la desigualdad y la miseria por el que se despeña un tercio de la población española y si democratizamos la economía para que vuelva a ser una herramienta de los Estados para luchar contra la pobreza, la precariedad laboral y la injusticia lacerante que padecen las capas sociales más sencillas de nuestro país.

De las 30 medidas propuestas por Compromís en ese Acuerdo del Prado, el PSOE tenía objeciones a tres:

1) Cumplir con las cinco propuestas de la Plataforma Antidesahucios para frenar radicalmente los lanzamientos hipotecarios por causas sobrevenidas.

2) Derogar las reformas laborales de 2010 (PSOE) y 2012 (PP).

3) Revisar la reforma del artículo 135 de la Constitución Española, aprobada por el PSOE con el PP en agosto de 2011 y que constitucionalizó el poder de los bancos sobre los derechos humanos y las necesidades vitales de los españoles.

Al PSOE se le ha terminado el tiempo. Se le terminó la posibilidad de decir que es de izquierdas y aprobar medidas económicas que van en contra de la gente sencilla. Este país no soporta ya más dolor social y necesita como el comer una opción que venga a defender lo que después de la Segunda Guerra Mundial defendían los partidos socialdemócratas: el Estado del Bienestar.

Aquellas políticas de viviendas y derechos laborales para todos, ayudas sociales para que no hubiera nadie sin nada, industrialización de la economía y mecanismos estatales para frenar el poder del mundo del dinero, capaz de aplastar a cualquier criatura sólo con mirarla. Medidas que son hoy de izquierda radical. No porque sean revolucionarias, sino porque el PSOE –y todos los partidos (ex) socialdemócratas europeos– han renunciado a defender a la gente sencilla.

Quizás lo que olvide el PSOE y que es el motivo por el que los socialistas griegos están ahora en el 4 por ciento de los votos, es que la socialdemocracia puede permitirse el lujo de renunciar a su gente, pero la gente no se puede permitir el lujo de renunciar a vivir mejor, con empleos de calidad y derechos, a conquistar espacios de igualdad para vivir en sociedades justas y a seguir votando a un PSOE insensible al sufrimiento social extremo que viven miles de personas a lo largo y ancho de la geografía española.

RAÚL SOLÍS

16 de marzo de 2016

  • 16.3.16
Soy hijo de una mujer que con nueve años empezó a limpiar suelos en casa de unos señoritos de mi pueblo. Esa mujer ahora tiene 72 años. Creció sin padre en una España enlutada y de silencio en la que las mujeres que fregaban suelos no trabajaban, servían. “Yo de chica servía”, ha dicho mi madre en más de una ocasión.



Servir significaba lo que significaba. Trabajar mucho, quejarse poco, ganar menos todavía y aceptar que tu nivel social y expectativas de futuro estaban a la altura del suelo en el que te arrodillabas para fregar a mano, por donde, una vez limpio, desfilarían los zapatos finos y elegantes de quienes pensaban que nacer pobre era un castigo divino porque ellos, su fortuna y bienestar, era lo que se merecían.

En su sociedad de perdedores y ganadores, el trozo de bacalao diario con el que le pagaban a mi madre por servirles era lo más a lo que podía aspirar una pobre desgraciada, hija de perdedores de la guerra civil y analfabeta. Pero aquella pobre y analfabeta mujer, de la Extremadura de posguerra, contra todo pronóstico no olvidaría jamás su memoria ni perdería la dignidad. Yo, su hijo, tampoco lo olvidaré nunca.

Aquella dignidad de mi madre consiguió que, harta de que le pagaran en “trocitos de bacalao” en lugar de dinero, un día se jartara y les tirara en señal de desprecio el bacalao a los señoritos, que era el salario que le daban a mi madre a cambio de perder toda su adolescencia tirada en el suelo de rodillas para que ellos pudieran lucir estatus. Esa mujer, mi madre, antes había acarreado cubos de agua de la fuente pública a casa de los señoritos, los abuelos y padres ideológicos de los que hoy creen que Ada Colau “tendría que estar limpiando suelos”.

En el intento de insulto de la derecha cañí a Ada Colau, más que insulto a la alcaldesa de Barcelona lo que se esconde es el arsenal de desprecio y rabia que tienen y han tenido por las personas trabajadoras, a las que el máximo nivel que les permitían ocupar era el del suelo, de rodillas frente a su insaciable voracidad y odio por la gente sencilla.

En la gala de los Goya también insultaron a Pablo Iglesias y a Alberto Garzón porque “parecen dos camareros”, como si ser camarero fuera el escalafón más bajo de su sociedad clasista, en la que nacer en una cuna pobre bastaría para que toda la vida estuvieras de rodillas. No insultaron a Pablo Iglesias y a Alberto Garzón, sino que mostraron todo el odio que les sangra por la gente que les pone los cafés por la mañana.

Hoy, aquellos hijos y nietos de las mujeres que les fregaron los suelos a los abuelos y padres de la derecha española, andamos por la calle con la misma dignidad con la que mi madre les lanzó el bacalao a los señoritos que se negaban a pagarle el jornal que merecía. Somos los hijos e hijas y nietos y nietas de las mujeres que les han fregado los suelos. Pero somos algo más.

Además de títulos universitarios y ser hijos e hijas de la universidad pública que ahora quieren privatizar para que volvamos a estar a la altura del estropajo que usaba mi madre para fregar el suelo, sabemos de dónde venimos. Somos el símbolo más evidente de su derrota: los podemos mirar a los ojos y hasta ocupar los sillones de alcaldes, ministros y diputados en los que ellos se sentaban por la gracia de Dios. Y lo que es peor, tenemos memoria.

RAÚL SOLÍS

9 de febrero de 2016

  • 9.2.16
Birgitte Nyborg es la candidata a las elecciones generales de Dinamarca en una genialísima serie política llamada Borgen. Se presenta por el Partido Moderado, una formación pequeña que obtiene unos grandes resultados electorales y se convierte en tercera fuerza política del país. Los dos partidos que están por encima del partido de Birgitte no consiguen los apoyos suficientes del Parlamento danés para gobernar, pero Birgitte Nyborg conseguirá gobernar sacando a pesear toda su inteligencia y cordura y sabiendo leer los resultados electorales. Los daneses eligieron pluralidad y diálogo.



Consigue gobernar con laboristas y ecologistas a través de un pacto de legislatura y, en votaciones concretas, es también capaz de conseguir el apoyo de otras bancadas del Parlamento. Su secreto: el destierro de la testosterona como arma política, el diálogo, la inteligencia, la prudencia, el saber escuchar y la seguridad de que ningún grupo, ni el suyo propio, tiene la verdad absoluta sobre ningún tema.

Y, lo que es más importante, la certeza de que hacer política es la diferencia entre tus máximas ideológicas y las máximas ideológicas del resto de actores con los que firmas un acuerdo, sin que ello signifique que nadie renuncie a sus máxima ideológicas.

¿Y tiene principios? Por supuesto, y no trafica con ellos. Le sirven para a través del diálogo, mediante la argumentación, convencer a sus adversarios y también a sus propios colaboradores, a los que no tiene empacho en cesar cuando la ética y la decencia descarrilan.

Birgitte ejerce un poder tradicionalmente llamado “blando”, esto es, alejado de las formas rudas tradicionales en la que los hombres –aunque también muchas mujeres– han ejercido tradicionalmente el poder, paradigma que se refleja en la serie Juego de Tronos.

Frente a la estrategia de arrase, Birgitte destila encanto, amabilidad, empatía e intuición. Frente a los machos alfa de la política tradicional danesa, Birgitte consigue imponerse gracias a su temple, a sus convicciones y a su extremo compromiso de servicio público.

Frente a los egos desmedidos y la sobreactuación del paradigma masculino en el mundo político, Birgitte crea equipos, los hace sentir importantes, se nutre de ellos y no lanza una medida hasta que no está bien trabajada y son partícipes todos los interlocutores afectados.

Frente al insulto y conquista por derribo, Birgitte se trata de ganar a su electorado mediante la amabilidad. Birgitte pone nerviosos a sus rivales, desacostumbrados a tratar con una líder política a la que no le hace falta dar un puñetazo en la mesa para ganarles la partida.

Frente a las estrategias partidistas de "matar al enemigo", Birgitte sólo tiene una estrategia: poner en marcha su programa de gobierno y dar estabilidad a un gobierno cogido con pinzas. Su trato con la prensa, a pesar de tener enemigos furiosos en ella, es cordial, serio y respetuoso. A Birgitte no se le ocurriría nunca no responder una pregunta de un periodista o responder con evasivas. Mucho menos, despreciar a un periodista.

Tiene respuestas para todo, incluso para las preguntas incómodas. A las preguntas incómodas responde con verdad y cuando sus asesores pierden la verdad por el camino, es implacable con ellos. Si algo es Birgitte, es decencia y diálogo.

Por un momento, viendo a Mónica Oltra hace unos días en la rueda de prensa con los diputados de Compromís después de reunirse con Pedro Sánchez, creí que era Birgitte Nyborg y que todo sería más fácil si los acuerdos para formar un gobierno progresista en España se parecieran más a Borgen y menos a Juego de Tronos; si hubiera más inteligencia y menos testosterona. Más verdad y menos impostura.

RAÚL SOLÍS

2 de febrero de 2016

  • 2.2.16
Todas las tramas de corrupción españolas pasaban por Valencia y no precisamente a comer paella. Las primeras cifras que conocimos de la operación policial que saltó a los medios la semana pasada, y que es sólo uno de los varios, sonados y multimillonarios casos de corrupción que el PP tiene en la Comunidad Valenciana, deja cifras de banda mafiosa organizada para el crimen: 24 personas investigadas y embargados 150 coches de alta gama, 252 cuentas bancarias y 148 propiedades de implicados.



Entre los investigados, nada más y nada menos que la alcaldesa de Valencia y el presidente de la Diputación, además de asesores, alcaldes y jefes de gabinete de ambas instituciones. Una madeja de hilo que, a medida que se desenreda, señala con más claridad el saqueo institucionalizado del PP en la Comunidad Valenciana.

Y hoy que la corrupción y la poca vergüenza no se pueden tapar con inauguraciones megalómanas, que las televisiones apuntan con su objetivo el tamaño de la barbaridad democrática y del sabotaje a nuestras instituciones, me acuerdo de tantos héroes y heroínas que llevan años luchando contra la corrupción de quienes, ya se puede decir, son una banda mafiosa y que, en su momento, a quienes les denunciaban les valía para ser tratados más o menos como criminales.

“Su actitud va contra el decoro de la Cámara”, le decía a Mónica Oltra el expresidente de las Cortes Valencianas, Juan Cotino, que ahora mismo duerme en la cárcel de Picassent por comprar pisos de lujo y coches de alta gama con el dinero que debió llegar y nunca llegó a Nicaragua para paliar el hambre infantil y luchar contra el VIH y otras enfermedades que siguen costando la vida si has nacido en una cuna muy empobrecida.

Me acuerdo del día en el que Mónica Oltra (Compromís) y Marga Sanz (IU) fueron arrastradas por la fuerza bruta policial en el Barrio del Cabanyal; de las grabaciones de los mafiosos en las que decían que había que violar a Mireia Mollá, denunciante del caso Cooperación por el que Rafael Blasco duerme en la cárcel en soledad, a la espera de que llegue su mujer, también imputada en el caso de corrupción del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).

Me acuerdo de las veces que les cortaron el micrófono a los diputados de IU y Compromís en las Cortes Valencianas; de diputados socialistas como Andrés Perelló que gritaban en el desierto de los años en los que la pedrea de la corrupción no nos dejaba ver el tamaño de su monstruosidad; de las veces que expulsaron a Mónica Oltra hasta dejarla suspendida un mes de su condición de diputada; de los insultos de la bancada del PP hacia los diputados de IU que denunciaban su corrupción.

Hoy me acuerdo de aquellos años en los que denunciar la corrupción no daba votos y te convertía en antipático, poco moderno, contrario a la creación de empleo… Porque sí, porque la corrupción ha dejado mucha pedrea durante muchos años.

Hoy quiero recordar –que etimológicamente significa volver a pasar por el corazón– a quienes se jugaron el tipo y no sumaban más del 7 por ciento de votos en las urnas en los años en los que atábamos los perros con longanizas. Aquel tiempo de desamparo ya pasó, pero como demócratas debemos acordarnos y honrar a todos esos héroes y heroínas que llevan muchos años jugándose el tipo en la Comunidad Valenciana, no uno, ni dos, ni tres. En algunos casos, toda una vida: entre un atronador silencio cómplice que señalaba como criminal a quien denunciaba.

RAÚL SOLÍS

26 de enero de 2016

  • 26.1.16
Abro el periódico y leo que un niño en Valencia está ingresado con una enfermedad que en Europa estaba extinguida. Se llama “escorbuto”. Está provocada por la ausencia de leche animal y como síntoma, falta de desarrollo del sistema óseo del niño por ausencia de la vitamina C. Problemas en el crecimiento, ausencia de estabilidad y agotamiento vital son las causas de alimentar a los lactantes con leche vegetal, que es ahora lo más de lo más en el submundo de los progres de Desigual, en la élite del mundo alternativo.



Estos progres de Desigual abogan por no vacunar a sus hijos, porque es introducir en el cuerpo de los niños un material farmacológico que no está en conexión directa con la naturaleza; también está de moda parir en casa. Ahora que casi ninguna mujer muere en el parto debido a que casi nadie pare en casa, estas mamás progres de Desigual tienen que parir en casa porque así están más cerca de su hijo, de su hábitat natural y en armonía con la naturaleza.

Tampoco está bonito llevar a los niños a la guardería, ahora que cada vez es más grande la red de guarderías para los niños de 0 a 3 años. Lo progre de Desigual es llevarse a los niños al trabajo con mamá o papá hasta que tengan edad para tomar clases en casa; en casa sí, porque los hijos de los progres de Desigual no van tampoco a la educación formal.

Ahora que todos los niños están escolarizados y que es obligatorio permanecer en la educación formal hasta los 16 años, los hijos e hijas de los progres de Desigual estudian solos en casa con mamá o papá de profesores, que eso de relacionarse con otros niños y niñas es un peligro para crecer en armonía con la naturaleza.

Son mil y uno los hábitos que los progres de Desigual ensayan con sus hijos, como si el derecho fuera de los padres y no de los niños a crecer sin enfermedades y a no ser conejillos de indias del clasismo de sus padres.

Ahora que todos los niños pueden estar escolarizados y no tienen que ser explotados en trabajos infantiles, que todos los niños pueden comer una dieta más o menos nutritiva, que si los padres trabajan hay una red de guarderías para facilitar la conciliación y que ya no paren solamente las ricas en los hospitales, lo progre de Desigual, lo que da diferenciación social sobre el resto de los mortales, es alimentar a los niños sólo con leche vegetal.

Parir en casa, llevarse a los hijos a la oficina –a coger aceitunas sería más complicado– y no escolarizarlos en la educación formal es lo más de lo más si quieres ser alguien en el mundo alternativo pijopgre que buscan por todos los medios vivir en armonía con la naturaleza.

Y ya si te compras una furgo para viajar con ella en verano –a gasolina, no a agua: el ecologismo para después– serás la envidia de la fauna alternativa al completo. ¿Leche animal a mi niño? Ni loco, ni loca, no sea que mi niño sea igual que los otros niños y no haya manera de distinguirlo socialmente.

RAÚL SOLÍS

19 de enero de 2016

  • 19.1.16
En los primeros plenos constitutivos de una institución, los nuevos políticos son una mina de oro para subir las audiencias televisivas: promesas del cargo espectaculares, eslóganes ocurrentes y una puesta en escena que parece diseñada por un director de televisión. Pasado el primer pleno, otros quince días de grandes titulares y momentazos que matan de gusto a cualquier director de programación.



Que si el nuevo político va en metro, en bus o andando a la institución pertinente; que si se ha bajado el sueldo un 30 por ciento; que si donará el sobrante a una asociación distinta cada mes, con el consiguiente nuevo titular mensual y el canje de la beneficencia por rédito electoral.

Que si el político de turno compartirá piso para “ser como la gente”; que si no viajará en primera clase; que si no comerá en el comedor de los diputados; que si renunciará a una pensión que ya no existe porque fue suprimida; que si cualquier cosa de titular fácil proclive para consumir, con la misma voracidad que consumimos comida basura.

Y con tanto teatro, tanto eslogan barato, tan poca solidez ideológica, tan poco cálculo de que en el fango le irá mejor a quienes han producido el fango y que la política no es una lista de deseos, van pasando las semanas y estos nuevos políticos de promesas grandilocuentes no son capaces de hacer valer sus escaños para influir en las leyes, en el Boletín Oficial del Estado, que es donde hay que dar los ‘zascas’; aunque la política del entretenimiento es más dada a dar jugosos titulares que de nada sirven para cambiar la situación de la gente sencilla a la que dicen defender.

Podemos lleva ya casi dos años en las instituciones desde su irrupción en el Parlamento Europeo y, salvo titulares y donativos a asociaciones varias –con el consiguiente titular a costa de la caridad y la necesidad de grupos sociales vulnerables–, ¿para qué le han valido sus numerosos diputados en los parlamentos regionales?

En Asturias, negarse a negociar los presupuestos, ha servido para empoderar más al PSOE que dice que los podemitas no tienen ningún interés en dialogar; en Extremadura, los diputados de la formación de Pablo Iglesias han servido también para que el presidente de la Junta de Extremadura retire los presupuestos ante la negativa de Podemos a negociar.

En Andalucía, con 15 escaños, Podemos no ha sido capaz de sacar adelante ninguna ley ni medida que de verdad favorezca los intereses de las clases populares. En Madrid, la bancada de Podemos no es que haya conseguido mucho más, aunque aquí está más que justificado por el bloque que ejerce el pacto PP-Ciudadanos. Ser radical es lo contrario de ser un exaltado.

Introducir el entretenimiento en la política ha sido el último gran logro cultural del neoliberalismo, que ha banalizado todo lo banalizable hasta convertir la vida misma en basura al servicio de sus propios intereses. Mientras que un diputado convoca a los medios para que le fotografíen entrando en bicicleta, que oye, que también se puede ir en bici sin avisar a los medios de comunicación –hay diputados que llevan años yendo en bici y no se le ha ocurrido hacer un circo de la circunstancia–, un miembro del PP ya tiene desarrollada una modificación legislativa para achicar más si cabe el Estado del Bienestar.

El gran beneficiario de la política como espectáculo, de no ir al fondo de la cosas y quedarnos en lo superfluo, en lo que sólo da audiencia, en lo que entretiene, en el titular fácil, es la ideología que nos está robando los derechos con más rapidez de la que viajan los coches oficiales.

Negociar, ceder, dialogar, abandonar la sobreactuación, huir de líneas rojas y tratar así de conseguir avances sociales para quienes dices representar, no es ni vieja ni nueva política, es política, es la única manera posible de progresar y de construir sociedades más felices, más humanas y más justas para la gente sencilla.

La política es la vida misma de las personas, no entretenimiento vulgar. Dejen ya los coches oficiales aparcados en los garajes, dejen de convocar a los medios para sus postureos, que la ética es más ética cuanto menos se presume de ella, y empiecen a escribir en el BOE, que el neoliberalismo y el IBEX-35 han de estar muy contentos viendo que el circo de la nueva política sirve para tapar que el imputado Gómez de la Serna ha jurado su acta de diputado, que PP, PSOE y Ciudadanos ya han firmado su primera fase de la Gran Coalición y de que nadie hable de que casi el 40 por ciento de los trabajadores españoles gana menos de 700 euros al mes.

RAÚL SOLÍS

8 de enero de 2016

  • 8.1.16
No sé si pudisteis escuchar la entrevista a Susana Díaz en la SER para analizar la situación política después del 20D. Si se oye con detenimiento, el fondo de su discurso es de una falta de inteligencia y habilidad desconocida en la líder andaluza del PSOE. Plantea una elección sin matices, ella o Podemos, porque dice que Podemos (y no el PP) es su contrincante directo.



Es decir, Susana Díaz está situando a Podemos (y no al PP) como rival a batir y no como formación con la que cooperar, lo que fortalece mucho más al partido de Pablo Iglesias porque pasa a ocupar, ahora sí, el centro del pimpampún político y se convierte así en la única alternativa de cambio para echar al PP frente al bloqueo del PSOE.

Luego, dice que no tiene “nada que hablar” con quienes planteen un referéndum en Cataluña –que ella llama intencionadamente “fuerzas soberanistas”– aunque nunca Podemos ha dicho que fuera a pedir en Cataluña el voto para la independencia y todos los sondeos indiquen que el 80 por ciento de los catalanes está a favor de un referéndum con garantías y éste sea lo único que pueda neutralizar al independentismo y seducir a quienes, no siendo nunca independentistas, han abrazado la causa soberanista por reacción a las imposiciones antidemocráticas del PP.

Cuando Susana Díaz dice que no tiene nada que hablar con quienes defienden el derecho a decidir, está despreciando ocho millones de votos, más de la mitad fuera de territorio catalán, que votaron el 20D en las urnas a opciones que abogan por abrir las urnas para desbloquear la parálisis que sufre Cataluña. También nos está diciendo Susana Díaz que en democracia no se puede hablar de todo y que da igual lo que votemos, que sólo se hablará de lo que ella o el IBEX-35 quieran.

Por si fuera poco, trata de enfrentar a Andalucía, la tierra con más paro de Europa, con casos sonados de corrupción, en la que su partido lleva 35 años gobernando y por tanto alguna responsabilidad tendrá, con otros territorios del Estado: repugnante, mezquino y suicida enfrentar a gente de uno y otro lado de España y amenazar la convivencia por puro tacticismo electoral.



La gente ha votado diálogo, derechos sociales, pluralismo político y entendimiento entre las formaciones progresistas, incluido el PSOE, pero Susana Díaz, con sueldo y coche oficial desde los 18 años, que tardó diez años en sacarse la carrera de Derecho y que no tiene más experiencia laboral que sus cargos políticos, ha decidido que actuará como muro frente al huracán electoral de regeneración democrática y diálogo que ha votado la ciudadanía.

Susana Díaz quizás no lo sabe, pero está cavando la tumba del PSOE y la suya misma al lanzar a los socialistas a las manos del PP como en Grecia. Hace tiempo, de broma, unos amigos se referían a Susana Díaz como “Esperanza Aguirre de Triana”, sin saber que llegaría el día que costaría trabajo diferenciar un discurso político de Susana Díaz de Esperanza Aguirre.

La presidenta andaluza provocará nuevas elecciones y derribará a Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE, no tengáis ninguna duda. Ella ha sido capaz de entrar a un congreso siendo la mujer de confianza del actual secretario general del PSOE de Sevilla y salir investida como la mujer de confianza del rival de su exjefe. A Juego de Tronos no hay quien le gane.

No tiene escrúpulos en usar las formas más cruentas para derribar a sus contrincantes. Ahí están los hombres y mujeres que apoyaban a Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde de Sevilla entre 1999 y 2011, con el que Díaz mantuvo un enfrentamiento fraticida por el control del PSOE en la capital andaluza: desterrados de la vida pública por orden y mandato de ‘Susana Aguirre de Triana’.

Habrá nuevas elecciones generales y Díaz nos planteará que ella o la barbarie, sin saber que la barbarie es ella misma, que Andalucía no es España y que, en tiempos de demandas de diálogo y colaboración, vender odio, muros y soberbia es la peor de todas las estrategias para evitar que el PSOE termine en el cementerio donde ya descansa el PASOK.

RAÚL SOLÍS

15 de diciembre de 2015

  • 15.12.15
Si te desahucian, sonríe; si pierdes el trabajo, sonríe; si trabajas doce horas al día; sonríe; si tu jefe te tiene dado o dada de alta la mitad del tiempo que realmente trabajas, sonríe; si no tienes ingresos y acudes a un comedor social a comer cada día; sonríe mientras esperas en la cola a que te sirvan la ración diaria de beneficencia.



Si eres autónomo y de los 1.000 euros que facturas mensualmente, 500 se te van entre pagar IVA y la cuota mensual de la Seguridad Social, sonríe; si tienes un hijo o un padre o madre dependiente y, después de haber sido evaluado, llevas dos años esperando el ingreso de la ayuda que por derecho te corresponde, sonríe.

Si tienes una idea de negocio pero no tienes papás con dinero ni herencia que te persiga para ser un afamado y reputado emprendedor, sonríe; si has vuelto a vivir a casa de tus padres, con tu pareja y tus hijos, tras ser despedida o despedido de tu empresa, sonríe.

Si con tu escasa pensión alimentas a tus nietos y pagas la hipoteca de tu hijo, porque no pagarla significaría perder también tu casa que pusiste como aval para su crédito hipotecario, sonríe; si la muerte de tus padres llevaría aparejada que tú y tu familia no pudierais comer todos los días, sonríe; si formas parte de ese diez por ciento de personas tan empobrecidas que no tienen derecho a calefacción, agua y luz eléctrica, sonríe.

Si no te has podido matricular este año en la universidad para hacer tercero de Derecho porque no te han dado la beca y tus padres te han dicho que ellos no pueden mantenerte estudiando en una ciudad fuera de la tuya, sonríe; si vives en el extranjero porque te has visto obligado a emigrar y trabajas de camarero, aunque a tus amigos le dices que estás aprendiendo idiomas hasta que encuentres algo de lo tuyo, sonríe.

Si eres mujer y ganas un 30 por ciento menos que tu compañero por realizar el mismo trabajo, sonríe; si eres cajera de supermercado, cobras 750 euros al mes, tardas más de una hora –dos, si sumas ida y vuelta- en llegar a tu centro de trabajo y no tienes derecho ni a quejarte, sonríe. Haz caso a Pablo Iglesias y sonríe, tal como te invitó en el debate electoral de La Sexta.

Sonríe, deja insultar tu inteligencia, no te quejes, no te organices, no te manifiestes, no vayas a ninguna huelga, no respondas a tu jefe, no denuncies la desigualdad que sufres y no se te ocurra mandar a la mierda a quien te invite a sonreír, que entonces se asustarán los bancos, tu jefe, el IBEX-35, La Sexta y te tacharán de ser de izquierdas; y eso sí que no, que luego vas y no votas por ninguno de los cuatro candidatos que te proponen los grandes grupos mediáticos y económicos.

RAÚL SOLÍS

8 de diciembre de 2015

  • 8.12.15
Alberto Garzón viaja en Ryanair. Lo sabemos porque su servicio de prensa ha subido una foto a las redes sociales del candidato de IU-Unidad Popular para informarnos de que el líder de izquierdas es un político cercano, nada dado a los excesos, austero, sencillo, como el pueblo: ¡¡Viaja en Ryanair!! Se tiende a creer que el uso de los vuelos low cost tiene algo de progresista, igual que comprarse bragas y calzoncillos a dos euros en Primark. Es la subida a los altares del empobrecimiento lo que está reivindicando Alberto Garzón y otros políticos de la izquierda franciscana que, antes de hacer el programa electoral, prometen los votos de pobreza; como si ser pobre fuera sinónimo de justicia.



Además de que el modelo social que producen empresas como Ryanair o Primark, precios irrisorios para lo que es preciso tener unas condiciones laborales de esclavitud y salarios de depresión, defender lo low cost como sinónimo de emancipación, además de ser de un infantilismo intelectual de libro, no es más que darle argumentos a esa derecha que se lleva la manos a la cabeza si Manuela Carmena se va de vacaciones una semana a Almería.

Esta derecha encantada con la izquierda franciscana no dudará, dentro de tres días y medio, en abogar por la retirada de las vacaciones con sueldo que tantísimo costó conseguir a los trabajadores y trabajadoras. Irse de vacaciones será visto como un lujo gracias a los imitadores de la pobreza de Pepe Mújica, ese líder uruguayo con el que la derecha internacional está encantada de hacerse fotos con él y le compra a pares el discurso franciscano de vivir, y la izquierda de voto de pobreza lo aclama como líder mundial.

Nunca ha sido un valor de la izquierda aspirar a vivir como un pobre, como una persona empobrecida; al contrario, la izquierda ha aspirado y debería aspirar a que nadie tuviera que vivir como pobre, a que nadie tuviera que viajar en Ryanair, a que nadie se viera obligado a trabajar en Ryanair, Inditex o Primark por salarios de esclavitud y, sobre todo, a que nadie tuviera que comprarse bragas y calzoncillos a un euro de tejidos de mala calidad, contaminantes y que explotan hasta matar a las niñas que las fabrican en Bangladesh.

Lo ideal no es que Alberto Garzón viaje en Ryanair para demostrar que es muy justo, sino que pudiera viajar en una compañía de precio medio en la que los sueldos y condiciones laborales de sus empleados no fueran low cost y la aerolínea no fiscalizara en Irlanda, el país con el impuesto de sociedad más bajo de toda la UE y que en la práctica es un paraíso fiscal, como hace Ryanair y el modelo que está premiando Alberto Garzón como consumidor.

Lejos de ser de izquierdas viajar en Ryanair, Alberto Garzón está hoy fomentando con la compra de su billete unas condiciones laborales, salarios, modelo fiscal y de sociedad injustos, insolidarios, antiecológicos, depredador y explotador, que es así como se comporta Ryanair con sus empleados, con el planeta y con sus clientes, turistas empobrecidos que se compran billetes a 30 euros no por marketing político, sino porque no tienen capacidad para comprarse un billete de 100 euros y son capaces hasta de soportar ser llevados como ganado en un avión.

La emancipación es que todos podamos aspirar a viajar en condiciones dignas, y no solamente esa derecha que publica indignada en portada que Manuela Carmena se vaya de vacaciones una semana en agosto a Almería. Viajar en Ryanair es de derechas, no de izquierdas, Alberto Garzón.

RAÚL SOLÍS

18 de noviembre de 2015

  • 18.11.15
Todas las televisiones nos enseñan el horror ocurrido en París. Todos los medios escritos publican artículos de opinión condenando sin paliativos la carnicería perpetrada en la capital de las luces. Y todos los líderes políticos del establishment, o aspirantes a entrar en el club, muestran su dolor, su condena firme, su repulsa y sacan a pasear la literatura barata de la libertad y la democracia.



Sin embargo, ni una sola pieza en los informativos, ni un artículo de opinión y ni un líder político explica con decencia intelectual y moral por qué nos encontramos en esta situación de barbarie. Y los pocos ciudadanos o políticos que se atreven a ponerle el cascabel al gato corren el riesgo de ser tachados de cómplices con los terroristas y de falta de sensibilidad. Explicar no es justificar.

Quienes introdujeron a los talibanes en Afganistán en su batalla contra el contrincante imperialista soviético, quienes convirtieron Irak en un polvorín en busca de unas “armas de destrucción masiva” que no han aparecido todavía, los mandatarios que pusieron a sátrapas de su confianza a gobernar los países árabes –que provocó la primavera árabe y el posterior invierno–, quienes pactan con Israel la masacre continua del pueblo palestino y quienes han financiado a los “defensores de la libertad y democracia” del Estado Islámico –esos a los que los líderes de la UE, EEUU y los países occidentales reunieron en París para “liderar la transición hacia la democracia” en Siria– nos dicen que firmemos un pacto antiyihadista.

No quieren acabar con el terrorismo, porque ellos son los padres de los terroristas. Ellos los han financiado para asegurarse el control del Mediterráneo y de recursos estratégicos sirios en su lucha contra Rusia y el presidente sirio.

Ellos, los que derrocaron al régimen afgano contrarios al capitalismo y apoyándose en los talibanes que luego terminó ser Al-Qaeda; ellos, los que recibían en visita de Estado a los sátrapas de Egipto, Libia o Túnez en las principales capitales europeas; ellos, los responsables de que las primavera árabes transmutaran en un largo invierno.

Ellos, los que firman contratos multimillonarios empresariales con la petrodictadura atroz e inmisericorde de Arabia Saudí que sirve de financiadora del Estado Islámico; ellos, que le compran el petróleo al Estado Islámico para que su máquina capitalista y devoradora de recursos no se frene; ellos, que han convertido Libia en un Estado fallido; ellos, que se niegan a salir en defensa del presidente sirio que lucha como puede contra el Estado Islámico.

Ellos, que recibían en visita oficial a los dictadores de Egipto, Libia o Túnez que ejercían como delegados de Occidente en sus respectivos países; ellos, que permiten que Israel incumpla sistemáticamente los derechos humanos y las resoluciones de la ONU; ellos, que toleran que un muro vergonzoso haya convertido Palestina en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.

Ellos, que no han sido todavía capaces de llegar a un acuerdo para dar refugio a las cientos de almas que deambulan por Europa huyendo de los terroristas del Estado islámico que ayer mataron a más de un centenar de víctimas de su política internacional errática, que sólo ha servido para globalizar la inseguridad.

Ellos son los que quieren firmar un pacto antiyihadista, vacío de medidas encaminadas a luchar contra el terrorismo, lleno de mentiras que los salva de su responsabilidad valiéndose del dolor y paralización que sufrimos como sociedad después de ver tan cerca la barbarie.

Ellos son los que se niegan a firmar el único pacto antiyihadista posible para parar esta locura a un lado y otro del Mediterráneo: No invadir militarmente la soberanía de países extranjeros, no llenarlos de bombas fabricadas en Europa y EEUU, no financiar a “rebeldes” que luego se convierten en el Estado islámico y no comprar el petróleo de estos terroristas que un día defendían “la libertad y la democracia”. Ellos, los que con su política internacional han llenado el mundo de bombas, no pueden darnos lecciones de paz y seguridad mundial.

RAÚL SOLÍS

30 de octubre de 2015

  • 30.10.15
“Mi hijo es muy trabajador y muy emprendedor. Su padre le prestó 40.000 euros y tiene una empresa con cuatro trabajadores y le va muy bien”, dice una señora en la parada del autobús a dos jóvenes universitarios que se lamentan de las pocas expectativas laborales que se les presentan al terminar la carrera.



Detrás de este discurso que fomentan las instituciones públicas y hasta el mismo monarca español hay un relato tramposo y un modelo de sociedad que da miedo. En la mayoría de publirreportajes que hablan de jóvenes que han triunfado en el mundo de los negocios nada se habla de la herencia recibida por estos jóvenes y/o de las ayudas en vida que sus papás les han dado para poner en pie su proyecto empresarial.

No lo sacan porque eso impediría que Felipe VI, El Emprendedor, predicara en conferencias dirigidas a jóvenes sobre los parabienes de hacerse emprendedor. Claro está que hay jóvenes con pocos recursos que han conseguido triunfar en el mundo de la empresa, pero la mayoría de jóvenes con sonrisa empresarial, que promocionan los miles y miles de seminarios sobre emprendimiento financiados por bancos, instituciones, universidades y fundaciones, no son precisamente hijos de trabajadores de bajos salarios o, peor aún, de padres desempleados.

Se obvia que ser trabajador, creativo y constante no es suficiente para triunfar en el mundo empresarial. Se necesita dinero, como poco esos 40.000 euros que recibió el hijo de esta señora que sermonea a los jóvenes y casi los hace sentir culpables de vivir en un país que no tiene modelo productivo con capacidad para absorber a la población joven.

El discurso del emprendimiento es al mundo del empleo lo que Paulo Coelho a la psicología. Es decir, según Paulo Coelho y los miles de libros de psicología positiva que abarrotan las estanterías de libros más vendidos de las librerías, uno no es feliz porque no tiene la actitud adecuada; da igual que hayas nacido en Senegal que en La Moraleja; da igual si enfermas y tienes sanidad pública o si vives en un país en el que la sanidad no está reservada para ti.

Da igual, al discurso neoliberal le da igual las condiciones sociales. Igual que Paulo Coelho te culpa de no ser feliz, aunque hayas nacido en uno de los países más pobres del mundo, el discurso tramposo sobre el emprendimiento culpa a los jóvenes, sin papás con capacidad de prestar dinero a sus hijos, de no tener empleo.

Detrás de todo este discurso que ha entrado de lleno en las universidades y hasta ha creado áreas gubernamentales específicas está un mensaje aterrador de las instituciones públicas: tienes derecho a buscar trabajo, a buscarte la vida, porque el derecho a un trabajo digno con un salario decente no te lo va a garantizar el Estado.

Es decir, tienes derecho al trabajo si te lo puedes pagar; si tienes un padre o una madre fuera de lo común o si recibes una buena herencia. Es el modelo neoliberal llevado al extremo, el modelo que te permite ser libre sólo si te puedes pagar la libertad de ir al médico, estudiar en la universidad o pagar una residencia de ancianos para vivir tu ancianidad.

Desde posiciones progresistas, estamos obligados a combatir este discurso tramposo, clasista, insolidario y cruel que obvia que la cuna en la que naces es determinante para el desarrollo de tu talento y de tus posibilidades laborales. O combatimos por tierra, mar y aire este discurso tramposo o cualquier día meterán a los jóvenes sin empleo y sin papás que le puedan prestar 40.000 euros en un centro de internamiento por vagos, maleantes y no atreverse a emprender. Quien te anime a hacerte emprendedor, dile que te dé su herencia o la que le dejaron sus padres.

RAÚL SOLÍS

23 de septiembre de 2015

  • 23.9.15
Los medios de comunicación y las multinacionales de la política ya han decretado el final de la crisis. Las grandes empresas han abaratado los costes laborales gracias a una reforma laboral inhumana que puede despedirte del empleo a precio de saldo y casi sin prestación por desempleo. Se empieza a crear empleo; donde antes había un trabajador con derechos y cobrando 1.500 euros, ahora hay tres a 500 euros sin derechos y con miedo a que lo echen de hoy para antes de ayer.



Los bancos e inmobiliarias que se hartaron de ganar dinero a costa de la crisis, ya vuelven a ver que sube el precio de la vivienda y que han vendido todas las viviendas ruinosas a un banco malo del Estado; tú has comprado las viviendas no vendidas por los bancos y las inmobiliarias.

El 40 por ciento de los trabajadores cobra menos de 700 euros, la pobreza infantil afecta a tres de cada diez niños y niñas, dos millones de personas no tienen ningún ingreso y la desigualdad muerde a los descalzos que un día creyeron ser clase media y que la crisis ha dejado tirados por el camino.

Y, por fin, llega el día de las elecciones generales y en el Congreso de los Diputados habrá partidos nacionalistas periféricos, de centroderecha, de centro y hasta ni de izquierdas ni de derechas, pero no habrá rastro de una izquierda de ámbito estatal que se atreva a plantear causas justas que, a pesar de no dar votos, son vitales plantear para que las sociedades avancen y no vivan en el conformismo y la resignación.

Ni en el mejor sueño mojado de Margaret Thatcher podría ésta haber pensado que, en la fase más radical del capitalismo, quien iba a desaparecer sería un espacio político claramente de izquierdas que tuviera su centro en el mundo del trabajo, en la igualdad de oportunidades y en la defensa de lo público frente a la libertad (para explotar) del neoliberalismo.

Olvidémonos de la defensa de la memoria democrática de un país que lidera el ranking de desaparecidos a nivel mundial, no dan votos y nadie hablará de ellos en el Congreso de los Diputados. Olvidémonos de la defensa de un sector público que garantice la igualdad de derechos y que los recursos estratégicos estén al servicio de la mayoría social y no de una mafia empresarial que se hace de oro con cada sector privatizado.

Olvidémonos de democratizar las finanzas. Nadie defenderá ya en el Congreso de los Diputados que un Estado digno de ser democrático ha de tener un sistema financiero público con el que financiar su sistema productivo para huir de la dependencia de un sector bancario privado que financia solamente sectores especulativos.

Olvidémonos de escuchar la palabra izquierda justo en la fase más dura del neoliberalismo, donde la desigualdad se ha apoderado de nuestras vidas y la vulnerabilidad es ya estructural en el día a día de la gente sencilla que depende de un sueldo para poder ser libre. Olvidémonos de que nadie defienda una lucha noble y justa de un grupo pequeño de trabajadores que reclamen derechos laborales frente a una gran empresa que, a cambio, sí tendrá a varios partidos sin pudor en llamarse “derecha”.

La única certeza de las próximas elecciones generales es que, gane quien gane, seremos un país sin izquierda. Un país sin memoria, cobarde, preso de la inmediatez, que mira los síntomas y no las causas de por qué tanto dolor social. Un país dependiente de los medios de comunicación y donde una causa justa, que no sea un buen titular digno de miles de “me gusta” en las redes sociales, será una causa que no se defenderá por miedo a no agradar “a toda la ciudadanía”.

Bienvenidos al gran triunfo y al sueño mojado del capitalismo y de sus medios de comunicación; que todos pensemos que somos “ciudadanía” y que los intereses de la ciudadana Botín son los mismos que los de la ciudadana Manuela que malvive con una pensión de viudedad de 600 euros, con la que tiene que alimentar a sus dos hijos, a sus cuatro nietos y a las parejas de éstos. La crisis nos regala un país sin izquierda. Enhorabuena a los agraciados.

RAÚL SOLÍS

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