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Un país sin izquierda

Los medios de comunicación y las multinacionales de la política ya han decretado el final de la crisis. Las grandes empresas han abaratado los costes laborales gracias a una reforma laboral inhumana que puede despedirte del empleo a precio de saldo y casi sin prestación por desempleo. Se empieza a crear empleo; donde antes había un trabajador con derechos y cobrando 1.500 euros, ahora hay tres a 500 euros sin derechos y con miedo a que lo echen de hoy para antes de ayer.



Los bancos e inmobiliarias que se hartaron de ganar dinero a costa de la crisis, ya vuelven a ver que sube el precio de la vivienda y que han vendido todas las viviendas ruinosas a un banco malo del Estado; tú has comprado las viviendas no vendidas por los bancos y las inmobiliarias.

El 40 por ciento de los trabajadores cobra menos de 700 euros, la pobreza infantil afecta a tres de cada diez niños y niñas, dos millones de personas no tienen ningún ingreso y la desigualdad muerde a los descalzos que un día creyeron ser clase media y que la crisis ha dejado tirados por el camino.

Y, por fin, llega el día de las elecciones generales y en el Congreso de los Diputados habrá partidos nacionalistas periféricos, de centroderecha, de centro y hasta ni de izquierdas ni de derechas, pero no habrá rastro de una izquierda de ámbito estatal que se atreva a plantear causas justas que, a pesar de no dar votos, son vitales plantear para que las sociedades avancen y no vivan en el conformismo y la resignación.

Ni en el mejor sueño mojado de Margaret Thatcher podría ésta haber pensado que, en la fase más radical del capitalismo, quien iba a desaparecer sería un espacio político claramente de izquierdas que tuviera su centro en el mundo del trabajo, en la igualdad de oportunidades y en la defensa de lo público frente a la libertad (para explotar) del neoliberalismo.

Olvidémonos de la defensa de la memoria democrática de un país que lidera el ranking de desaparecidos a nivel mundial, no dan votos y nadie hablará de ellos en el Congreso de los Diputados. Olvidémonos de la defensa de un sector público que garantice la igualdad de derechos y que los recursos estratégicos estén al servicio de la mayoría social y no de una mafia empresarial que se hace de oro con cada sector privatizado.

Olvidémonos de democratizar las finanzas. Nadie defenderá ya en el Congreso de los Diputados que un Estado digno de ser democrático ha de tener un sistema financiero público con el que financiar su sistema productivo para huir de la dependencia de un sector bancario privado que financia solamente sectores especulativos.

Olvidémonos de escuchar la palabra izquierda justo en la fase más dura del neoliberalismo, donde la desigualdad se ha apoderado de nuestras vidas y la vulnerabilidad es ya estructural en el día a día de la gente sencilla que depende de un sueldo para poder ser libre. Olvidémonos de que nadie defienda una lucha noble y justa de un grupo pequeño de trabajadores que reclamen derechos laborales frente a una gran empresa que, a cambio, sí tendrá a varios partidos sin pudor en llamarse “derecha”.

La única certeza de las próximas elecciones generales es que, gane quien gane, seremos un país sin izquierda. Un país sin memoria, cobarde, preso de la inmediatez, que mira los síntomas y no las causas de por qué tanto dolor social. Un país dependiente de los medios de comunicación y donde una causa justa, que no sea un buen titular digno de miles de “me gusta” en las redes sociales, será una causa que no se defenderá por miedo a no agradar “a toda la ciudadanía”.

Bienvenidos al gran triunfo y al sueño mojado del capitalismo y de sus medios de comunicación; que todos pensemos que somos “ciudadanía” y que los intereses de la ciudadana Botín son los mismos que los de la ciudadana Manuela que malvive con una pensión de viudedad de 600 euros, con la que tiene que alimentar a sus dos hijos, a sus cuatro nietos y a las parejas de éstos. La crisis nos regala un país sin izquierda. Enhorabuena a los agraciados.

RAÚL SOLÍS
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