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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta El mito de la palabra [Abel Ros]. Mostrar todas las entradas
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11 de enero de 2014

  • 11.1.14
El bar de Inés está situado a dos manzanas del hospital, entre la iglesia de San José y la panadería de Martín. Allí –en el bar- todas las mañanas se citan las mismas caras para desayunar. En la barra se entremezclan los "monos azules" del taller de Andrés con los "cuellos blancos" del Banco Sabadell. En la mesa del fondo, justo al lado del futbolín, “las maestras" del Azorín" son las primeras en llegar.

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Ayer, mientras desayunaba la tostada y el café, tuve la ocasión de hablar con Antonio. Antonio es un viejo profesor de Matemáticas que, por cuestiones de amor, viaja con frecuencia a Caracas. "La gran diferencia entre España y Caracas –decía este humilde señor- es su nefasta organización. Allí, en el país de Chávez, existe el robo de baja intensidad.

Mientras aquí –en Hispania- es muy poco probable que atraquen a alguien en plena calle para robarle diez o veinte euros, allí –en Caracas- el robo del monedero está a la orden día. Tanto es así –decía Antonio- que a los turistas se les advierte que circulen por las aceras sin portar nada que, por insignificante que sea (collares, relojes, anillos…) pueda llamar la atención a los ojos del ladrón.

Hace tres meses, la última vez que estuve allí, cuatro encapuchados secuestraron el autocar que nos conducía con destino a Altamira (un barrio "bien" de la zona Este). Encañonaron al conductor; nos pusieron a todos contra las ventanas y nos cachearon, como si fuéramos delincuentes de la calle, hasta desnudar nuestros bolsillos. Y todo ello, querido Abel, por unos cuantos móviles, cámaras de video y algún que otro objeto de escaso valor. Después, obligaron al conductor a parar el autobús y, corrieron como galgos asustados escapando de su cazador".

Al final, no sé muy bien por qué, siempre terminamos –Antonio y yo- hablando de política. "En Caracas –me decía- he leído con frecuencia las últimas publicaciones de 'El País'. Quién nos iba a decir que el verso suelto del PP –en referencia a Gallardón- se convertiría, a día de hoy, en el estribillo retrógrado de Rajoy.

Me arrepiento cuando en los años del "Tamayazo" defendí, en este mismo taburete, al ministro de Mariano como el nuevo Suárez de los tiempos aznarianos. Hoy se ha demostrado que aquel alcalde de Madrid era uno más del pedigrí. Uno más, querido Ros, de la derecha en blanco y negro, que tanto daño hizo al devenir de este país.

Dentro de unos años veremos en las alfombras mundanas a cientos de discapacitados deambulando como zombis por las selvas neoliberales. Estamos, en temas del aborto, más atrasados que nuestra querida Venezuela. Allí, en el país de Maduro, siguen perennes los tres supuestos abortivos (amenaza para la salud de la mujer, malformación del feto y violación).

Los mismos, que teníamos aquí en la era de Felipe. Hoy, con la gallordanada de Alberto se ha eliminado de un plumazo la Ley de Zapatero y, para desgracia de la izquierda, también se han cargado el supuesto de las "malformaciones fetales", o sea, que si, por hache o por be, tu hijo –el antesnacido, en términos de Gallardón- te sale "defectuoso", no te cabe otra que apechugar con el "marrón" o abortar en el extranjero".

Por mucho que don Alberto nos venda la moto con el rollo de la "igualdad entre nacidos" –en referencia a "fetos normales" y "fetos anormales"- no hay nada más dictatorial que una ley cocinada con el final de prohibir.

Prohibir, le dije al matemático, porque mientras que con la ley de ZP –la de la libertad- la mujer tenía el instrumento legal para elegir, con la nueva norma del exalcalde madrileño, quien pierde es la mujer. Pierde la mujer, he dicho bien, porque sea su "feto normal o anormal", no tendrá más remedio que parir –sí o sí- a un ser que probablemente pasará las de Caín, si no tiene un buen papá que le garantice un porvenir.

El efecto Gallardón, como así se conoce en los foros sociológicos de la izquierda, será un aumento "involuntario" de la natalidad y un incremento de la discapacidad. Una discapacidad condenada a vivir en la precariedad de las redes "merkelianas".

Las "niñas y niños de Rajoy" vivirán en un entorno liderado por el "darwinismo educativo" de Wert. Una escuela futura, y ustedes lo saben bien, con escasas adaptaciones curriculares y con la puesta de perfil ante los débiles de la clase.

Solamente los mejores, o mejor dicho, los mejores dotados por su genética y socialización culta podrán tocar la tecla del ascensor social. Los otros –los discapacitados o "malformados de Gallardón"- serán vistos como bichos raros a la espera de que Rajoy apruebe alguna ley que los salve de la marginalidad.

"Es, querido Abel, el coste que pagarán nuestros hijos por la ley de Gallardón. Una norma nacida en el seno de un Gobierno que no ha hecho otra cosa que desmantelar el Estado del Bienestar. Me molesta que Alberto y los suyos hablen de "igualdad", cuando son, precisamente ellos, quienes han hecho de España, la "España desigual".

Hablan de "libertad", cuando son ellos quienes intervienen en la libertad privada de la mujer y le cortan las alas de su "derecho a decidir". Son ellos, quienes hablan de moralidad, los mismos que fomentan la "doble moral". Con la nueva ley volveremos a la mentira y al disimulo de las barrigas.

Volverán las mujeres de la "derecha" a viajar a clínicas clandestinas para desprenderse de sus barrigas y contar su fechoría al señor de la eucaristía. Volverán las plebeyas de Felipe a abortar como "antes" en las mesas de la cocina.

La nueva ley de Gallardón nos sitúa a la cola de Europa en prácticas abortivas y nos acerca a los postulados de Caracas. Allí, en la tierra de Maduro, por abortar, de forma ilegal, a la mujer le pueden caer entre seis y dos años de cárcel". ¿Veremos en España a alguna mujer encarcelada por abortar a un "antesnacido malformado"? A este ritmo, probablemente sí.

ABEL ROS

19 de diciembre de 2013

  • 19.12.13
La cuestión catalana –como así se le conoce en los foros politólogos al licor separatista- invita a la crítica a reflexionar sobre los pros y contras que entrañan las preguntas a las estructuras democráticas planteadas por el líder de Convergència y sus aliados. La libertad de la política está limitada por las barreras del Estado de Derecho. Es precisamente el pacto social de Rousseau el que sirve a los humanos para poner obstáculos voluntarios a su libertad de movimientos.

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Sin dicho acuerdo colectivo –o, dicho en otros términos, sin el compromiso ciudadano al sometimiento voluntario de las reglas de juego democrático- los Estados se convierten en lugares inseguros, gobernados por el ordeno y mando de los tiempos absolutos. Para garantizar el orden establecido, el respeto al ordenamiento jurídico se convierte en condición necesaria para garantizar la eficacia del Estado de Derecho.

Las preguntas que Mas y los suyos han cocinado para ser servidas al "pueblo catalán" no tienen cabida en nuestro comedor normativo. Las comunidades autónomas, como ustedes saben bien, no están legitimadas para preguntar a sus ciudadanos acerca de cuestiones soberanistas. Por ello, con los mimbres que tenemos sobre los tapetes de Hispania, no tiene sentido "perder el tiempo" con tales menesteres sin contar, previamente, con los instrumentos adecuados para ello.

No tiene sentido, les decía, porque saltarse a la torera los preceptos constitucionales es lo mismo que atentar contra las reglas de juego acordadas por la mayoría, o sea, por nosotros. Sin embargo, el Estado de Derecho debe cambiar de conformidad con el devenir de los hechos mundanos.

En días como hoy, la Constitución se ha convertido en un florero más de los estercoleros políticos. Un florero más, decíamos bien, que necesita algún que otro retoque para recuperar su función en "el encaje autonómico".

Llegados a este punto, cabe que nos preguntemos: ¿se debería cambiar la Constitución para permitir la consulta separatista? ¿Nos interesa al resto de los españoles que el "pueblo catalán" manifieste en las urnas sus sentimientos separatistas? ¿Qué consecuencias tendría para nuestra "marca España" tener en su estrofa un "verso suelto", huérfano de rima?

Aplicando el sentido común, como diría mi viejo amigo Antonio, estamos edificando "la casa por el tejado". La Constitución Española, la misma que todos los diciembres celebramos, se distingue por su consenso, rigidez y ambigüedad. Es, queridos lectores y lectoras, la "ambigüedad" de algunos de sus capítulos la que sirvió de licor para que el proyecto se pariese en los paritorios adolfinos.

Hoy, treinta y tantos años después de aquella "ambigüedad" en la redacción de sus preceptos –con la intencionalidad de acercar posiciones entre las partes nacionalistas- se ha convertido en el cáncer que recorre la savia de sus huesos.

La redacción y planteamiento del capítulo referente a "El Estado de las Autonomías" adolece de la inconcreción que estamos criticando. Desde los ecos republicanos, en la Hispania de Rajoy siempre ha habido "comunidades de primera" y "comunidades de segunda".

Las alianzas parlamentarias, tanto en los periplos aznaristas y felipistas, han cocido a fuego lento la "patata caliente" que hoy nos incomoda. Estamos, en palabras del camarada, recogiendo los frutos de las diferentes semillas. Diferentes semillas que, con el paso de los tiempos, ha convertido los prados del Derecho en una mezcla anómala de palmeras y limoneros.

Llegados a este punto, es de vital necesidad abrir un proceso reconstituyente para pulir, de una vez por todas, las "ambigüedades constitucionales". Ambigüedades interesadas por todos los firmantes con el objeto de salvar a la España de entonces, de las sombras del Generalísimo.

Solamente así, limando las asperezas que se quedaron en el tintero, podremos mirar para nuestros adentros y repensar, con los ojos de la crítica, la España que queremos. Una España repensada, tanto por españoles y catalanes como por españoles o catalanes, para ser reconstruida con las voces ciudadanas.

La nueva Constitución debería distinguirse por los rasgos de "concreción" y "flexibilidad", en contraposición con los de "ambigüedad" y "rigidez", que son los que tenemos. Una nueva Carta Suprema concreta y flexible serviría para que los catalanes expresasen sus sentimientos internos y el resto, nosotros, expresemos los nuestros como compañeros "legítimos" de piso.

Ahora bien, ni a Rajoy ni a Rubalcaba –tanto monta, monta tanto- les interesa el proceso reconstituyente. No les interesa porque ello supondría más democracia y menos poder para su silla y, al mismo tiempo, supondría más miedo para sus sueños ante la pérdida inminente del último de sus feudos.

El último bastión territorial duele, tal y como nos ocurrió en los tiempos decimonónicos. Por ello, por el miedo de algunos y por intereses económicos de otros, más de uno desearía que nunca se hicieran las dos preguntas "malditas".

ABEL ROS

12 de diciembre de 2013

  • 12.12.13
En las últimas semanas, las columnas de la izquierda han lanzado toda su artillería contra la gestión nefasta de Rajoy al frente de la Moncloa. Se ha hablado, y mucho, de las mentiras de la derecha y, sobre todo, del desmantelamiento literal del Estado del Bienestar. Escribir más de lo mismo significaría, por parte de la crítica, echar más leña al fuego sin analizar, con acierto, los mimbres para apagarlo.

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Llegados a este punto, es de recibo hacer autocrítica progresista y mirar con lupa los dos años de Rubalcaba en su pugna por el cetro. Hace tiempo escribí sobre las grietas que salpicaban al partido socialista desde el "sapo tragado" la noche del 20-N.

Decía entonces que Alfredo, a pesar de todos sus años de experiencia política, representaba páginas pasadas de los puños y las rosas. Rubalcaba, cierto, era un "viejo zorro" de las triquiñuelas políticas, pero, sin embargo, formaba parte de las heridas de Zapatero.

Después de dos años con Alfredo a la cabeza, el PSOE continúa en el kilómetro cero del zapaterismo tardío. A día de hoy, el sprinter de la izquierda no ha conseguido adelantar, a pesar de los soplos a favor, a un pelotón compuesto por ciclistas de segunda.

Es, precisamente, este hecho extraído de las encuestas recientes, el que invita a la crítica intelectual a mirar de reojo las tierras agrietadas de una "rosa marchitada". "¿Por qué la casa de Ferraz –se preguntaba un bombero de Madrid- no consigue apagar, de una vez por todas, una España en llamas a punto de cenizas?". Por el debilitamiento ideológico del partido; por la falta de liderazgo –en palabras de Felipe-, y; por la configuración de un partido, más parecido a un corral de gallos que a una organización política.

Son, estas tres patas de la mesa, las que deben revisarse para evitar que sus comensales pierdan el equilibrio. La última Conferencia Política de los "socialistas" se habló, largo y tendido, de regeneracionismo ideológico, pero dejaron en los cajones del olvido la cuestión del liderazgo y las líneas del partido.

En aquella Conferencia se recuperó la música oxidada de los tiempos zapateristas. Se habló de igualdad y protección social como banderas incuestionables de la socialdemocracia occidental. Se criticó hasta la saciedad la gestión de la derecha, pero, sin embargo no se habló de Europa como problema principal de la desideologización actual.

"¿Quién nos avisó de los riesgos de Europa?", se preguntaba el cuñado de Alejandra. "¿Quién nos dijo que el invento europeo solo valía la pena en tiempos de bonanza?". Nadie, querida Alejandra, nadie.

Por ello, mientras los marcos europeos no cambien las esculturas que los decoran, no nos podremos creer el discurso de la izquierda. Por muy poco estético que sea, señores y señoras, las políticas de Merkel no convergen con el "rubalcalismo" fracasado. No convergen, porque mientras la socialdemocracia tira para la igualdad, el neoliberalismo lo hace hacia el mercado.

No convergen, decía, porque, aunque un hipotético gato maullara en los techos merkelianos, siempre habrá un dóberman que espantará al más rebelde de los felinos. Por ello, querida amiga, hasta que no nos concienciemos de que la solución a nuestro problema no pasa por nuestro rodillo sino por las brochas de arriba, es poco inteligente seguir "erre que erre" haciéndonos daño en el seno de la herida.

En estos dos años, al PSOE le ha faltado levantar la pasión a una izquierda entristecida. Digo la "pasión" y digo bien, porque en la España que vivimos, la inmensa mayoría de la población ha perdido la razón en los partidos idealistas.

Una sociedad electoral que no cree en las siglas de su partido, es absurdo reorientarla por las calles del pasado. ¿No sería más inteligente articular un PSOE antieuropa para recuperar su encaje ideológico en el ideario colectivo?

Si miramos a nuestros vecinos de arriba, los franceses, nos daremos cuenta que mientras Hollande intenta conciliar al gato –Francia- con el perro –Europa-, Le Pen, por su parte, articula una alianza neoliberal en consonancia con la ideología merkeliana.

Si François hubiera optado por el discurso euroescéptico alejado de la línea presente, otro gallo hubiese cantado en las encuestas neoliberales. Por ello, señores y señoras, es necesario que el PSOE busque alianzas, al igual que Le Pen, con partidos socialdemócratas occidentales. Partidos progresistas, convencidos de que su veneno es Europa. Mientras no se busque la anestesia en otros rincones del globo, tendremos a Rajoy hasta en la sopa. Al tiempo.

ABEL ROS

19 de octubre de 2013

  • 19.10.13
Decía Martin Lipset, profesor de la Universidad George Mason, que existía una alta correlación entre crecimiento económico y democracia. Después de analizar varios países, llegó a la conclusión de que factores como la riqueza media, el grado de industrialización, el nivel de urbanización y la instrucción de una nación son más altos en los países democráticos. Dicho de otra manera: a menos modernización, menor es "el porcentaje" de democratización.

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Su explicación era la siguiente: el capitalismo, decía a sus alumnos, crea las condiciones para la aparición de la democracia. Gracias al crecimiento económico aparecen, tarde o temprano, grupos sociales –la burguesía y la clase obrera- que compiten con la clase propietaria tradicional –o sea, los terratenientes- por el acceso al poder político.

Este rifirrafe por el cetro ocasiona un doble proceso en los marcos sociales. Por un lado, como hemos visto, se produce una competición entre élites y, por otro, una amplitud de los derechos políticos hasta la universalización de los mismos. Dicho proceso democratizador varía en cada época y país concreto. Por ello, cuando hablamos de democracia debemos hablar en términos relativos: democracia española, americana, etc.

Según este sociólogo y político americano, el proceso democrático transcurre en una gradación que va de menos a más inclusión social. Dicho de otro modo, los derechos políticos –tanto activos como pasivos- han ido ampliando su ámbito de aplicación hasta la generalización.

A día de hoy, si miramos con atención a las democracias de nuestro alrededor nos daremos cuenta de que el derecho al voto no está sometido a los condicionantes de propiedad y sexo de antaño. La universalización del derecho al voto ha sido unos de los principales retos conseguidos por los movimientos sufragistas.

Reto que ha servido a los sociólogos del XX para afirmar la falacia de que "calidad democrática igual a sufragio universal". Es precisamente esta correlación errónea entre democracia e inclusión social la que invita a la crítica a cuestionar los planteamientos de Lipset con los contraejemplos de la evidencia empírica.

En días como hoy, en tiempos caracterizados por brotes frustrados de democracias fallidas –me refiero a la Primavera Árabe, claro está- debemos preguntarnos si realmente el derecho al voto y el crecimiento económico determinan, de alguna manera, el éxito democrático. Para no ir más lejos en esta reflexión debemos poner sobre la mesa del debate el contraejemplo de los "tigres asiáticos" y las pseudodemocracias latinoamericanas.

En el primer ejemplo, tenemos la evidencia contrastada de países como China –de régimen comunista- que han experimentado grandes crecimientos en los últimos años y, sin embargo, para disgusto de Lipset no han desarrollado los mimbres de una democracia.

Al otro lado del charco tenemos claros ejemplos de países –tales como Brasil, Venezuela y Chile- que han tenido grandes avances económicos a costa de pseudodemocracias. Pseudodemocracias, digo bien, porque a pesar de sus altas dosis de sufragio universal siguen teniendo un tejido institucional muy alejado del ideal.

Mucha inseguridad ciudadana, populismo, censura mediática y corruptelas políticas son, entre otros, los rasgos distintivos de tales democracias. Democracias de calidad, como diría Lipset, si las medimos con los raseros de la inclusión y participación política. En el Norte, en EEUU, se dispone de un sistema democrático "avanzado" y, sin embargo, su índice de participación activa y pasiva por parte de los ciudadanos en la política, sigue siendo de las más bajas del mundo.

En la Hispania de Rajoy, siguiendo el razonamiento de Martin, estaríamos sufriendo un proceso de involución democrática. Un proceso de involución si tomamos como referencia la correlación "crecimiento económico igual a democracia". Con esta Teoría de la Modernización sobre los ojos de la crítica podríamos afirmar que, invirtiendo el razonamiento, tendríamos el resultado "a menos crecimiento, menos democracia".

Si por "calidad democrática" entendemos lo mismo que entendió Lipset (participación electoral) tendríamos que esperar dentro de dos años para poder decir si tenemos más o menos calidad democrática en función del porcentaje de participación electoral arrojado en la próximas Generales. Probablemente, como pronostican las encuestas, la participación bajará considerablemente. Por tanto, es probable, queridos amigos, que hayamos perdido pedigrí electoral.

Si por calidad democracia entendemos bajos índices de corrupción política, funcionamiento transparente de las instituciones y satisfacción ciudadana con sus elegidos, podríamos decir con mayúsculas que hemos perdido calidad democrática.

La hemos perdido porque en los tiempos de Rajoy hay corrupción; existe un funcionamiento oscuro de las instituciones (duplicidades administrativas, justicia lenta y colapsada, aulas masificadas…); y, sobre todo, un descontento generalizado con los elegidos. Descontento en forma de indignación ciudadana por el hachazo liberal al Estado del Bienestar.

Llegados a este punto podemos concluir que cada día estamos más cerca de las pseudodemocracias sudamericanas y, al mismo tiempo, más cerca de Estados Unidos en cuanto a la probable baja participación electoral. Si a estas variables le sumamos nuestra incapacidad para mover la máquina del dinero y comenzar la senda del crecimiento económico, es más que probable que dentro de unas décadas seamos la nueva África de Europa. Un país empobrecido y con graves problemas para recuperar su higiene democrática. Atentos.

ABEL ROS
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27 de septiembre de 2013

  • 27.9.13
Las sotanas y la derecha, decía el viejo camarada, siempre han ido cogidas de la mano. Sendas reliquias del pensamiento presente han compartido el "conservadurismo político" en el seno de sus tripas. Tanto las agujas de la Iglesia como las barrigas del fraguismo han mirado con recelo los embates del progreso.

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Es precisamente esta "resistencia a los cambios sociopolíticos" la que ha marcado la agenda de los curas y los "fachas" a lo largo de la historia. Ambos credos ideológicos –el liberalismo y el cristianismo- han sido reacios a las transformaciones culturales de los últimos tiempos.

Fue, para disgusto de algunos, un señor de apellido Zapatero quien puso tierra por medio entre los dogmas de la fe y las aguas de la política. Hoy, como ustedes saben bien, las gallardonadas de Alberto y el darwinismo de Wert intentan devolver a la derecha de Rajoy el cristianismo perdido durante el periplo de José Luis.

Las declaraciones de Francisco ("jamás fui de derechas") realizadas esta semana a una revista religiosa han hecho tambalear los cimientos agrietados del "liberalismo cristiano". El "Papa rojo" –como así se le conoce a Bergoglio en los foros de la izquierda- ha sido el primero en poner el dedo en la llaga a una Iglesia anclada en los muros medievales.

La fotografía retrógrada de una institución atascada por los dogmas de Benedicto ha visto, en las palabras de Francisco, un haz de progreso en las sinrazones de su juicio. La frase del Papa invita a la Crítica a reflexionar sobre las nuevas aguas que surcan los mares del novo pontificado.

Si Francisco es de izquierdas –decía el camarada- probablemente no comulgue con el conservadurismo propio de la derecha de siempre. Probablemente no esté de acuerdo con la distancia existente entre realidades sociales y discursos clericales.

Si el Papa es de izquierdas, como decíamos atrás, debería reinar con sus mimbres ideológicos. Ello supondría, para la indignación de algunos, el reformismo radical de una institución bautizada en las pilas de la tradición.

Así las cosas, la nueva Iglesia –acorde con la ideología del pontífice- debería replantear, en el seno de sus entrañas, los dogmas mantenidos desde los agudos de Enriqueta. Debería, y valga la repetición, reinventar la institución para que el "progreso" venza, de una vez por todas, al pensamiento conservador de "franquistas", "fraguistas", "aguirristas", "aznaristas", "marianistas" y toda la estirpe proveniente de las siglas peperas.

Desde que pisó el Vaticano, los pobres de Bergoglio han visto en el sustituto de Benedicto al mismo Galileo que, siglos atrás, fracasó en su lucha contra los curas. Tener un Papa rojo implicará, si éste es coherente con sus declaraciones, una nueva senda de aperturismo dogmático hacia el respeto y la tolerancia olvidada.

Respeto y tolerancia, decía, con la diversidad de género y libertad sexual; respeto y tolerancia, decía, con las medidas anticonceptivas, como ejercicio del derecho a la planificación familiar, derecho reconocido en la Conferencia del Cairo.

Tolerancia y respeto, decía, con la feminización de sus sotanas; tolerancia y respeto, decía, con los avances culturales de la postmodernidad. El despertar de la ceguera servirá para que los "creyentes de izquierdas" no sientan vergüenza ajena al "asistir como fachas" a la misa de los domingos.

La frase de Francisco no debería quedar en retórica barata. No debería, decía, porque una Iglesia Roja al servicio de la izquierda sería una bocanada de aire fresco para la socialdemocracia. Sería una bocanada –en términos coloquiales- porque cerraría muchas heridas de los momentos republicanos.

Serviría para que los moldes cristianos no sean una condición necesaria del pedigrí de la derecha. Serviría –y valga la redundancia- para que el Vaticano se convirtiera –aunque sinceramente lo dudo- en una institución generadora de opinión en las relaciones internacionales.

La utopía de una Iglesia Roja, independiente de sus sesgos conservadores, solamente sería real mediante un "reformismo radical". Reformismo radical entendido como un conjunto de mensajes y prácticas graduales a corto plazo en combinación con un horizonte drástico a largo plazo.

Solamente así, de forma gradual, demoliendo lentamente las pirámides de la Iglesia, conseguiríamos que el día de mañana el progreso fuera un asunto de crucifijos y sotanas. Mientras tanto, miles de monjes, curas y monaguillos rezan hasta el hastío para que ello no suceda.

ABEL ROS
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12 de septiembre de 2013

  • 12.9.13
El mercado laboral –en palabras de Agustín- es como un gran iceberg, por debajo del cual se esconden las estructuras informales que mueven los hilos de la contratación. En este país –decía su doctorando- es muy difícil romper los barrotes de las celdas circunstanciales.

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El derrumbe de los estamentos pasados no ha servido para destruir los mecanismos de los cierres sociales. En días como hoy, el desmantelamiento del Estado del Bienestar por parte de los tóxicos neoliberales dificulta al hijo del mileurista el camino por las sendas de sus deseos.

Es precisamente la teoría de los "umbrales de confianza" la que invita al crítico del presente a exigir las formalidades necesarias para que el "sueño americano" o, dicho de otro modo, “el llegar a ser” se haga realidad. Se haga realidad –verdad de las grandes- y el hijo del analfabeto consiga –por el mérito de su talento- codearse con los jeques del banquete.

Atendiendo a la evidencia empírica, el 80 por ciento de las ofertas de trabajo se concede a gente conocida. El empresario –aunque suponga incomodidad reconocerlo- contrata antes al recomendado –enchufado, como dicen en la calle- que al desconocido. Lo contrata, decía, por mucho máster que éste –el forastero- ostente entre sus brazos.

Solo cuando el "umbral de confianza" está agotado es cuando la información –la oferta de empleo- fluye a la superficie y es contemplada por millones de náufragos desiertos de padrino. Así las cosas, los nudos entre conocidos y familiares tejen las telas de las plantillas en la mayoría de las cocinas productivas. Es precisamente esta “cultura del enchufismo” y no otra, la que debemos atender para comprender el reducto presente de los estamentos medievales.

La eficacia del ascensor social o, dicho de otro modo, las garantías necesarias para que la movilización social sea una realidad pasa necesariamente por la implicación de los estados. Es el Estado –o mejor dicho, los políticos libremente elegidos- quienes deben construir los puentes para que se crucen los sueños de los mendigos con las realidades de los ricos.

Sin tales puentes (“facilidades”) el hijo del mileurista no podrá o, al menos, le costará el doble de pedaleo salir de los barrotes de su cuna. Es el sistema educativo –he dicho bien- el mecanismo imprescindible para que las sociedades clasistas garanticen la igualdad entre "los de arriba" y "los de abajo". Igualdad entendida como "facilidades al ciudadano" para acceder desde posiciones distintas a peldaños similares.

La mayor diferencia –y esto viene de antaño- entre la izquierda y la derecha es, precisamente, todo lo relativo al concepto de "facilidad". Mientras los gobiernos progresistas (socialdemócratas) velan más por mantener abiertos los cauces del aperturismo social, los cetros neoliberales –por su parte-, barren para los suyos con tal de impedir que los otros (nosotros) consigamos entrar en sus círculos mundanos.

Barren para los suyos o, mejor dicho, dificultan el camino a aquellos que necesitan el empujón del Estado para subir de peldaño y ser liberados de su determinismo social. "Los impedimentos al movimiento", como diría Hobbes, secuestran a la izquierda de Rajoy en los estamentos del ayer.

La subida de las tasas universitarias, el endurecimiento de las becas, las reválidas en la LOMCE… son, entre muchas, las zancadillas que la derecha pone, un día sí y otro también, a la clase media de este país para evitar que ésta despierte de su pesadilla. Mientras tanto, las élites cabalgan a sus anchas por los prados de la ventaja.

ABEL ROS
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29 de agosto de 2013

  • 29.8.13
Desde la Comisión Brundtland, decía esta mañana el viejo ecologista, el discurso del cambio global ha caído en el saco roto de las palabras. El imperio de los mercados ha ninguneado el papel de los estados en lo concerniente al diálogo ambientalista. En días como hoy, la disyuntiva entre la finitud de los recursos y el crecimiento exacerbado de un consumismo intoxicado invita a la Crítica a repensar lo verde como lo hizo Al Gore en los tiempos de Clinton.

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El espíritu del 68, en palabras de Jacinto, debería perturbar las conciencias civiles para recuperar en los programas políticos los renglones evaporados de la sostenibilidad. La revolución lenta, o dicho en otros términos, la unificación de acciones reformistas a corto plazo y objetivos radicales a largo, son los mimbres necesarios para dosificar el alimento de los lobos en la selva de los humanos.

Así las cosas, es necesario construir en el seno ideológico de las siglas actuales una opinión verde desde la perspectiva de la horizontalidad, la igualdad de género y la participación activa de los integrantes. Una opción, decía, capaz de pararle los pies al "culto a la abundancia". Un culto incompatible con la finitud de nuestra nave.

La crítica al industrialismo y la modernidad deben servir al intelectual contemporáneo para oxigenar nuevas corrientes de opinión. Nuevas corrientes de conciencia colectiva basadas en el crecimiento sostenible como modo de vida alternativo al crecimiento irresponsable de los últimos tiempos.

Las consecuencias del exceso han dejado su huella en la destrucción de la biodiversidad, el calentamiento global y el agotamiento de los recursos naturales. El aumento de la presión sobre los ecosistemas y el consumo energético sitúa al animal civilizado ante un escenario futuro nada halagüeño para las generaciones venideras.

Es precisamente esta responsabilidad intergeneracional la que debe servir de estímulo para articular un ambientalismo activo en sintonía con el sistema. Un pensamiento político que tome en consideración al ser humano como una especie más de una tierra castigada. Solamente así, considerándonos uno más del reino animal, conseguiremos que el león artificial –la industrialización- lo tenga difícil para saciar sus instintos.

La opción verde debe canalizar sus protestas contra los tres pilares básicos de la amenaza ecologista: la cultura del progreso ilimitado, el progreso consumista y el progreso jerárquico y patriarcal. Para ello, para construir la senda de la sostenibilidad, debemos reivindicar un sistema democrático más participativo.

Un sistema, decía, basado en la gobernanza y la horizontalidad. Decisiones compartidas entre organizaciones ecologistas, gobernantes y ciudadanos son la base para sembrar los cultivos del compromiso. Un compromiso necesario para no tropezar por segunda vez en una España degradada por la codicia del promotor y los sueños del ladrillo.

Una Hispania, cierto, convaleciente por los excesos de un consumo territorial exacerbado. Para ello, para evitar el tropiezo debemos cambiar el consumo de ostentación por un consumo funcional. Un consumo sostenido por la necesidad y alejado de la alienación publicitaria. De esta manera, articulando una crítica consumista activa podemos reinventar un país con vistas a un futuro. Un futuro lejano para nosotros pero cercano para las semillas de nuestros huertos.

El trato frívolo del cambio global por parte de algunos políticos conservadores –me refiero a Rajoy, claro está- sitúa a la sociedad civil en los riesgos denunciados por Beck. Una sociedad cada vez más vulnerable a los azotes de su predador y con menos resiliencia para soportar las perturbaciones de sus ecosistemas.

Así las cosas, la dejadez medioambiental de un Gobierno, más preocupado por la Prima que por el Riesgo, salpica al turismo como motor palanca de nuestra endémica economía. La proliferación de medusas en las costas alicantinas como consecuencia de la sobrepesca y el calentamiento; la salinización de los acuíferos por la intensificación de los cultivos y los efectos negativos de un litoral enladrillado sitúan a nuestra "marca España" en una posición de desventaja económica en contraste con otros países preocupados por "lo importante".

La respuesta política a los problemas medioambientales repercute de forma directa sobre el bienestar de los humanos. La concienciación sobre la escasez de los recursos naturales y la información ciudadana sobre los efectos de la contaminación en el organismo, serviría, por lo menos, para garantizar los mínimos de salud pública contemplados en la Suprema.

Para repensar lo verde es necesaria una colaboración de los medios. Una colaboración entorpecida –hasta ahora- por los intereses políticos y burgueses. Intereses que mueven los hilos de las cabeceras internacionales para preservar en sus espacios a la "flor y nata" de sus mercados.

El Estado del Miedo –obra de ciencia ficción escrita por Michael Crichton- fue utilizado como "documento científico" por políticos conservadores para ahuyentar del ideario colectivo los riesgos derivados del calentamiento global.

A este sesgo hemos de sumar las resistencias de la comunidad científica a publicar sus informes y avances en los medios. Resistencias provocadas por el miedo a las mofas y críticas de otros colegas de profesión y por la pérdida de precisión del mensaje científico al ser sintetizado por el lenguaje mediático.

Salvados estos sesgos –intereses políticos y económicos versus resistencias científicas- es el momento de dictar normas sancionadoras que pongan freno a las empresas que no cumplan con los límites de emisión de gases de efecto invernadero.

Es importante, decía, que recuperemos los mensajes de Comisión Brundtland para conseguir que el cambio global forme parte de las decisiones políticas. Mientras no lo consigamos, mientras tengamos políticos como Rajoy que se burlan del discurso ecologista y lo consideran la "cortina" de una izquierda desideologizada seguiremos, queridos amigos, sufriendo los efectos de un capitalismo ilimitado. Mal vamos.

ABEL ROS
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16 de agosto de 2013

  • 16.8.13
Decía Popper, filósofo de origen austriaco, que la crítica debería ser el motor que arrastrase a la ciencia y la sacara del dogmatismo historicista. Según él, el conocimiento es algo provisional. Algo sometido al dictamen de la duda continua. Solamente, de esta manera, mediante el ensayo y error –que diríamos hoy- las sociedades avanzan hacia cuotas cada vez más altas de conocimiento.

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Evolucionan –cuánta razón tenía este señor- desde la crítica hacia la perfección infinita. Existen mecanismos incrustados en la dinámica social –y es la gran crítica que le hacemos a Popper- que intentan paralizar o, dicho en otros términos, atrapar al conocimiento en las celdas del inmovilismo.

Es precisamente esta resistencia a los cambios de la razón la que encierra a algunas democracias en los muros del dogmatismo. Muros orquestados por las vitrinas del miedo y la mordaza. En días como hoy, como diría el viejo Rigodón, los surcos mentales –dibujados por la polarización ideológica de antaño- dificultan que las aguas de nuestros ríos cambien sus sendas para llegar a su destino.

Tanto el periodismo como la política han perpetuado el corsé de la bipolaridad. A través del “boca-oído”, el diálogo intergeneracional entre padres e hijos ha mantenido enjaulado el espíritu crítico de “los ni-ni de Zapatero” en un limbo de fieles al argumento de autoridad.

Las “Dos Españas mediáticas”, esto es, la brecha entre periódicos de derechas –ya saben a cuáles me refiero- y cabeceras de izquierda han parcializado a la intelectualidad en una contienda entre conservadores y progresistas. Son precisamente estas corrientes de opinión sesgadas por los intereses infraestructurales de algunos las que han contribuido al empeoramiento de la alienación intelectual.

Una alienación que impide la concienciación de una crítica independiente y constructiva para dibujar corrientes alternativas a la bipolaridad. Una democracia sin espíritu crítico, es decir, una masa lectora que no contrasta sus lecturas, se convierte en el peor tóxico para el avance del conocimiento.

Es una obligación por parte de la sociedad civil reivindicar, en todos los foros de opinión, la pluralidad. Pluralidad manifiesta en debates de televisión. Pluralidad manifiesta en los paraninfos españoles y, sobre todo, pluralidad entendida como respeto hacia la diversidad.

Las sociedades críticas, es decir, aquellas en las que abundan los versos libres por encima de las estrofas, son las que han conseguido sacar al pensamiento atrapado de sus miedos y temores. Solamente así, mediante opiniones independientes, alejadas del guión político y mediático de las dos Españas podemos, y lo digo con todo convencimiento, construir una intelectualidad de calidad alejada de telarañas y prejuicios perturbadores.

Llegados a este punto es el momento de pasar a la acción. Para pasar a la acción se necesita la construcción de nuevos surcos mentales que articulen sendas distintas al pensamiento vertical. En primer lugar, debemos cambiar las lecturas y enfrentar nuestra crítica hacia aquello que nos molesta.

El progresista que nunca lee a las plumas de la derecha no podrá –o al menos le costará- construir una autocrítica que le permita edificar una alternativa independiente en el juicio que le domina. Solamente así, desde la incomodidad de las lecturas, conseguiremos liberar a nuestra mente de los surcos mentales que la secuestran desde que estuvimos en la cuna.

ABEL ROS
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2 de agosto de 2013

  • 2.8.13
Mientras el gato caminaba despacio para no ser visto por las gafas de Jacinto, en el salón de los Rodríguez se cocían las palabras en los fogones de los mejores chefs del pensamiento. A la derecha de Ernesto solía sentarse Amalia junto a su marido Gregorio. Amalia impartía clases de Periodismo en la Complutense de Madrid. Roja hasta la médula –como así se definía- criticaba sin piedad “la decadencia inadmisible de la opinión dada”.

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Su marido, Gregorio, comenzó de botones en ABC. Ahora, jubilado desde hace tres, colecciona artículos de Camba y Larra para comprender cómo se construyeron las corrientes del ayer. Jacinto –hombre de costumbres- leía y releía todo lo concerniente al principio de realidad. Le gustaba hablar hasta altas horas de la madrugada sobre Habermas y Kant, acerca de la síntesis existente entre empirismo y racionalismo.

Encima del sillón siempre descansaba algún que otro libro deteriorado de Immanuel. A Ernesto, hermano de Amalia, profesor de Ética en La Sorbona de París, le apasionaba la política pero su talante, crítico y lejano, le impedía dar el salto a las aguas de Hollande.

Es intolerable –decía Amalia, mientras veía la Primera- que señores que no saben ni de motores ni de turbinas hablen del accidente de Santiago como si fueran doctores en Ingeniería Ferroviaria. El Periodismo, querido hermano, ha enfermado por el virus sistémico que invade los paraninfos.

La facilidad de acceso al conocimiento, por medio de Internet, y la globalización del diálogo, por el influjo de las redes sociales, han hecho que el periodista de ayer haya perdido su sentido en los escenarios presentes.

La recuperación del enfermo –en palabras de Ernesto- pasa, estimada hermana, por una reestructuración de los mimbres del oficio. La calidad en la escritura y el rigor en la información son, desde mi humilde punto de vista, los instrumentos necesarios para curar el cáncer que padece la profesión que nos merece.

Los pasos tímidos del felino contrastaban con la voz opulenta del incansable de Camba. El periodismo presente debería ser un conocimiento adjetivo del otro. La reconversión del título de grado por un postgrado serviría para que “la decadencia de la opinión dada”, en referencia al pensamiento de la catedrática, sirviese para que el filósofo de hoy, o sea los periodistas, cambiasen su rol de habladores por el de conocedores.

Solamente así conseguiríamos que economistas, ingenieros y abogados conjugasen sus conocimientos profesionales con una pedagogía necesaria para alfabetizar, con acierto, al rebaño que les mira.

De esta manera, estimada Amalia, la opinión saldría fortalecida del virus sistémico que la debilita. Hablaríamos de un periodismo relativo, o dicho en otros términos, de un periodismo adjetivo. Un periodismo de algo, sin caer en el reduccionismo actual de un conocimiento rico en las formas pero endémico de contenidos.

Sin especialización académica, el periodismo tiene los días contados en la era que nos toca. "¿Qué puede saber un periodista de motores, dispositivos de frenada y otros tecnicismos, si algunos, ni tan siquiera, han subido a un tren en su vida?", se preguntaba Ernesto mientras ojeaba los garabatos de su nieta.

Por mucho que le echemos la culpa a la crisis de todos nuestros males profesionales, debemos hacer autocrítica para saber qué estamos haciendo mal de puertas para adentro. Sin especialización académica, el periodismo –sentenciaba el enérgico camarada- tiene los días contados en la era que nos toca. Mientras tanto, el gato miraba de reojo las sombras que se movían al trasluz de la cortina.

ABEL ROS
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26 de junio de 2012

  • 26.6.12
La minicumbre de Roma no ha servido al viajero de la Moncloa para arrancar un "sí" a su jefa de brigada. Mientras Hollande ha conseguido el 1 por ciento del PIB para los mares de Europa, el presidente de Hispania ha insuflado nuevos aires saharianos a los desiertos del bienestar.

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La resistencia de Merkel a pasar por el aro de Rajoy nos sitúa a las periferias de una utopía llamada "Europa", dominada por las teorías de Charles y la brecha de la desigualdad. La "buena noticia" del "euromillón merkeliano" significará para la ignorancia de los felices nuevas subidas de la prima y más agujeros en los precipicios del déficit.

Las condiciones del rescate, o dicho en términos más claros, el precio que pagaremos los civiles por salvar el culo a los bancos, son la letras pequeñas que se esconden detrás de la rúbrica de Luis de Guindos.

Ahora que ha finalizado el capítulo de Michigan, entendemos la música distorsionada que sonaba desde los violines de Chicago. El encuentro pasado de Santamaría con Lagarde (¿recuerdan?) corrobora con creces las vocales de la hipótesis, sobre los guisos del rescate.

Las recomendaciones del FMI acerca de nuevas subidas del IVA y bajadas de sueldos a los funcionarios de Rajoy comienzan a ser creíbles en los titulares de la mañana. Las declaraciones de Mariano a la salida de la clausura de la asamblea de la CEOE ("pronto el Gobierno aprobará nuevas y duras medidas") ponen en el escenario de la actualidad aquella frase del refranero popular que decía: "cuando el río suena, agua lleva".

Las palabras de Rajoy: "el rescate acabará con la incertidumbre de los mercados", no han terminado de calar en las curvas díscolas de la prima. La carta del ministro, huérfana de transparencia, no ha servido para tejer el vestido del titular en los talleres de la Caverna.

La opacidad en el mensaje ha sido directamente proporcional al comportamiento negativo de los mercados. En días como hoy, la posición de Mariano en las trincheras de la ambigüedad no ha inyectado confianza a los bolsillos del capital. De nada sirve salvar a la banca, si paralelamente endeudamos al Estado y castigamos su crecimiento.

El rescate, señor Rajoy, no acabará con "la incertidumbre de los mercados". No acabará porque el precio de la "ayuda a los bancos" traerá consigo nuevas subidas del IVA y más recortes para las víctimas del riesgo.

Por ello, aunque a usted no le guste reconocerlo, los que no sabemos de economía pero sí tenemos algo de sentido común le decimos desde la crítica de la izquierda que mientras no cabalguemos por la senda de Hollande, seguiremos tropezando con las piedras de la miseria.

ABEL ROS

21 de junio de 2012

  • 21.6.12
Mientras cinco millones y medio de parados hacen malabarismos con las limosnas del Estado para cuadrar el círculo de sus endémicas economías, el delfín de la Moncloa canta gol en las gradas de Polonia para transmitir tranquilidad a los hogares de La Roja. Esta actitud demagógica del "aquí no pasa nada" a las puertas de un rescate nos recuerda a la España en blanco y negro de los tiempos de Paquito. La misma Hispania de millones de analfabetos comiendo pipas y altramuces mientras disfrutaban la final de la Copa del Generalísimo.

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La "buena noticia", en palabras de la derecha, no ha sentado nada bien en los foros de Bruselas. Los agravios comparativos por los rescates intracomunitarios han encendido los odios y reproches entre los hermanos de Europa.

Este caldo de cultivo cocinado en los fogones de la inequidad merkeliana sienta las bases de la contienda entre griegos, portugueses, irlandeses y españoles. Ahora, con la desigualdad sobre la mesa, se abre un debate crónico de reivindicaciones y compensaciones entre pobres y mendigos para equilibrar la balanza histórica de las irracionalidades europeas.

Las condiciones del rescate, o dicho en otros términos, el precio que pagaremos los humildes por la compra de la moto será, sin duda alguna, el siguiente capítulo de un best-seller escrito con las plumas de la mentira para un público sediento de lectura.

La fórmula civil de "dar mucho a cambio de nada" no se cumplirá en la selva de los hombres. Los controles de la Troika pondrán contra las cuerdas a los cuellos azules de la derecha. Los 100.000 millones de hojalata otorgados al guante blanco del capital no caerán en los sacos rotos de la gracia. Los intereses de la ayuda serán los recortes del mañana.

Una vez más, los justos pagaremos los desaguisados de la política. El incremento de la deuda por la supuesta "buena noticia" se traducirá, y si no ya lo verán, en una factura más gorda para el Estado del Bienestar.

A pocos días de cumplirse seis meses del Gobierno marianista, la aznarización del presidente ha situado a España al borde del abismo. El cheque en blanco de los ciudadanos al Merlín de la Moncloa ha resultado ser un papel mojado a las puertas de la ventanilla.

Hoy, desde la cola del INEM, miles de ciudadanos, vestidos con el chándal desgastado de los tiempos del ladrillo esperan con el número arrugado para solicitar al funcionario de turno el sustento de sus retoños.

La subida incesante de la prima de riesgo anuncia malos augurios para los bolsillos mileuristas. Mientras, la banca de este país se viste de largo con los manjares germanos. La niña de Rajoy –¿recuerdan?- tendrá que esperar varios años para ponerse, de una vez por todas, el vestido de princesa.

ABEL ROS

14 de junio de 2012

  • 14.6.12
Desde los foros asiáticos de la pobreza se entiende por "Estado fuerte" a aquel Gobierno con suficiente organización y poder racional para alcanzar las metas de su desarrollo. La fortaleza de un pueblo, dicen las lenguas niponas, depende de unos príncipes capaces de realizar y llevar a cabo políticas que protejan los intereses comunales, asegurando el desarrollo a largo plazo.

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La capacidad para proporcionar una dirección económica coherente, un liderazgo consolidado y una burocracia eficaz y honesta son los mimbres necesarios para edificar una interpretación beneficiosa en la leyenda de los DAFO.

Los pueblos de hierro son aquellos que no se dejan cortejar por las corporaciones extranjeras. Las mismas multinacionales que buscan en las penurias del otro las causas de su riqueza.

Es precisamente, la dialéctica entre la sustentabilidad del Estado fuerte y el ritual de conquista del mercado omnipresente la que somete a los pobres a comer eternamente las migajas que se desprenden del festín capitalista.

La reducción de la corrupción y el control interno sobre quién se beneficiará de los proyectos de desarrollo son los mecanismos indispensables para frenar la carrera a los caballos utilitaristas de la pobreza.

El fortalecimiento de un Estado, dicen los recovecos históricos, no equivale a dictaduras militares sino a la empatía de las élites con las angustias civiles. Solamente a través del intercambio de roles entre Sanchos y Quijotes, los pueblos consiguen vencer los obstáculos que se interponen en sus sendas decisorias.

Las aldeas de paja son aquellas que no han resistido a las tentaciones cortoplacistas de los mercados. El interés de los de arriba en mantener la pobreza de los de abajo ha escondido durante siglos en los sótanos del secreto las llaves de la igualdad.

La corrupción burocrática y la falta de control interno sobre los beneficios del desarrollo han sembrado los bolsillos de cientos de jefecillos dispersos por las cloacas del capital.

La política de las metralletas ha mantenido la silueta histórica de miles de dictaduras decoradas con medidas populistas para legitimar los negocios y chanchullos de los líderes del gatillo.

En días como hoy, la España de Rajoy huele al hierro fundido de sus forjados olvidados. El crepitar de la paja dibuja en el horizonte cercano la silueta negra de sus nubarrones.

El botín de la batalla se esconde debajo del manto polvoriento levantado por el relinche de los caballos. El cetro de la Moncloa yace quebrado junto a los sables de los mercados. La carroza de Europa –la misma que vislumbraron griegos, irlandeses y portugueses- atraviesa las cortinas de Hispania para saludar a los moribundos de la contienda. La guerra está perdida.

ABEL ROS

31 de mayo de 2012

  • 31.5.12
La subida de las tasas universitarias y el endurecimiento de las becas ponen sobre el tapete de los problemas el interés latente de las élites en descongestionar los paraninfos y hacinar las aulas de FP. Los recortes abusivos en materia educativa, en contraste con el "rescate" precipitado de Bankia, reflejan las intenciones de la derecha en salvar a lo privado y olvidarse de lo público. Estas maniobras orquestadas desde las capas de la nobleza son los retales que configurarán los futuros estratos de la pobreza.

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El fósil sociológico de hoy dejará para los arqueólogos del mañana una España fragmentada por los criterios del dinero y de las desigualdades de oportunidades. Mientras los hijos de los pudientes podrán estudiar tranquilamente en los paraninfos de siempre, los hijos del mileurista deberán conformarse con la FP Dual para pulsar el botón que los eleve en el ascensor social.

La desmasificación de las universidades por la culpa del dinero nos conducirá a una Hispania alemanizada, donde solamente una minoría tendrá la oportunidad de optar a los cuadros directivos de las pirámides organizativas. En la base de los triángulos corporativos se situarán una inmensa mayoría de mano de obra barata acorde con la formación adquirida.

En tiempos de Franco, dicen las voces octogenarias de la intrahistoria mundana, solamente podían aprender las cuatro reglas del saber. Aquellos hijos de familias acomodadas, que valiesen más o valiesen menos para estudiar, tenían que ser médicos o abogados para perpetuar el prestigio familiar.

Los hijos de padres con manos ásperas y caras marrones tenían que servir al nido familiar para que sus hermanos pudieran llevarse a la boca un trozo de pan con sal y medallones. Medallones, dicen las lenguas vivas de aquella triste morada, eran las huellas circulares que dejaban en el pan las boquillas de las botellas de aceite cuando la última gota se hacía de rogar.

En aquellos tiempos, de nada servía tener talento para los libros si no había ni un real en los bolsillos para vestir dignamente y para comer un buen cocido en vísperas de Navidad.

En pleno siglo XXI, las políticas educativas de la derecha son la involución acelerada a los tiempos de la dictadura. A este Gobierno le interesa a toda prisa desmantelar la educación pública para conseguir que se adhiera en el ideario popular la nefasta fórmula "lo público igual a malo".

Una vez conseguido este reto, la educación en España –la de todos- se convertirá en un negocio para unos pocos y en un producto de calidad para los fieles de la derecha. Los débiles –la mayoría– tendrán que gastarse los ahorros de toda la vida para que sus hijos tengan la oportunidad que ellos nunca tuvieron.

Las grúas del ayer volverán a subir los ladrillos en la España de Rajoy, para edificar cientos de centros educativos y perpetuar el conocimiento superior entre los hijos de los suyos. Mientras tanto, los hijos del mileurista echarán diez euros a la hucha todos los viernes al mediodía para conseguir, semana tras semana, los mil quinientos de la matrícula. Crudo.

ABEL ROS

24 de mayo de 2012

  • 24.5.12
Mientras Obama lucha a bombo y platillo contra los sesgos perceptivos de la homosexualidad, en España sin embargo, volvemos a los tiempos de Franco, en los que ser gay o lesbiana era pecado para las élites del qué dirán. En pleno siglo XXI, los sastres de las sotanas siguen tejiendo las solapas de la derecha.

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La tijera de Wert ha cortado por lo sano los pocos párrafos que le quedaban al reducto socialdemócrata de las siglas "ZP". Hoy, la palabra "homosexual" vuelve a ser tabú en la diversidad del presente. Una vez más, el cristianismo ideológico de la derecha vuelve a ocupar la palestra de la vergüenza.

La nueva asignatura Educación Cívica y Constitucional ocultará en el silencio de sus renglones la tolerancia como valor necesario de la convivencia democrática. Esta manipulación del conocimiento basada más en lo cínico que en lo cívico pone el acento en el adoctrinamiento negativo de las élites tóxicas de la derecha.

La callada por respuesta, o dicho de otro modo, esconder debajo de la alfombra los residuos incómodos del discurso presente, invita a la crítica a denunciar una educación incoherente e irreal con la praxis de la calle.

Cuando la escuela se convierte en un instrumento de la política para inculturalizar a las masas conforme al discurso ideológico de sus partidos, la sociedad se transforma en un producto alienado y esclavizado con el pensamiento de arriba.

La venganza de los obispos por la supuesta traición que en su día les hizo Zapatero a sus principios dogmáticos rinde hoy sus cuentas históricas mediante la supresión de la "homosexualidad" de los libros socialistas.

Es precisamente esta correlación entre el silencio del tabú y el beneplácito de las sotanas la que invita a la crítica a denunciar a la derecha por volver a educar con los mimbres de la Iglesia.

Las críticas de Botella a "las peras y las manzanas" y la objeción masiva de la derecha retrógrada a Educación para la Ciudadanía ponen sobre la mesa las rencillas ideológicas entre la defensa progresista de los nuevos modelos de convivencia y la resistencia conservadora a la crisis presente de la familia nuclear.

La no retirada del recurso interpuesto por la derecha a la Ley de Matrimonios Homosexuales y los testimonios en contra de los mismos vertidos por distintos políticos afines a la doctrina ponen en evidencia la supresión del término tabú y su correlación con el adoctrinamiento negativo.

"La traición de Zapatero al país por complacer a un lobby gay", en palabras históricas de lady Aznar a Il Giornale y las declaraciones recientes de Juan Antonio Reig, obispo de Alcalá, que afirmó que "la homosexualidad se puede curar con terapia", son una muestra, de tantas, de la repulsa histórica del "liberalismo cristiano" a los principios constitucionales de la tolerancia.

ABEL ROS

17 de mayo de 2012

  • 17.5.12
En estos días en los que se celebra el aniversario del 15-M, miles de "bankeros" despiertan de la anestesia que los mantuvo inconscientes a las puertas del corralito. Entre las ruinas de Bankia se esconden los trozos de frustración de pequeños ahorradores que confiaron los sacrificios de sus huchas a las credenciales de un tótem llamado Rato. La misma música de Rumasa pero con distintos violines ha vuelto a sonar con fuerza en las desconfianzas civiles.

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La "herencia recibida" y la "culpa fue de Ordóñez" han sido las sinrazones esgrimidas desde la bancada de la derecha para salvar la imagen mediática del exministro de las grúas. Una vez más, la política de escurrir el bulto y lanzar balones fuera decora el paisaje de una España en blanco y negro salpicada por noticias y tertulias bañadas con las aguas sucias de la irresponsabilidad organizada.

El ojito derecho de Aznar. El mismo señor que construyó la burbuja de los ladrillos y salió –años después- criticado hasta la médula por su mala gestión en el FMI, intenta culpabilizar de sus errores profesionales al Gobernador del Banco de España con el objeto de no salpicar a las corbatas cuestionadas del Ejecutivo.

Las fusiones de los bancos, decía un viejo profesor de Economía Aplicada, "son las manifestaciones de un cáncer latente". A través de la unión, los débiles buscan la fuerza en el otro para ganar la batalla al tecnocapitalismo presente.

En ocasiones –en palabras del maestro- "las fusiones salen airosas por la consecución de economías a escala", o dicho en la jerga moderna, por las sinergias del grupo. Sin embargo, en otros episodios, la suma de los débiles trae consigo un contagio de sus males y una aceleración de su agonía. La imposibilidad del grupo para pasar de una fase de conflicto a otra productiva impide activar los efectos de la sinergia y salir airosos de la tragedia.

Es precisamente este segundo análisis de las clases de don Antonio el que invita a la crítica intelectual a entender las claves del socorro. El derrumbe de Bankia ha sido suscitado por la propagación de un virus letal a través de transfusiones tóxicas de sangre entre enfermos financieros terminales y la mirada escéptica de sus enfermeros.

Ahora, la muerte es llorada por miles de bankeros que confiaron sus activos en el jefe de planta de un hospital reluciente por fuera pero nefasto en la gestión de puertas para adentro.

La carpeta azul de José María guarda en los archivos de la vergüenza el curriculum flamante de un ministro de Economía llamado Rodrigo Rato. Ministro que soñó con pisar los aposentos de la Moncloa y se quedó atrapado en los laberintos oscuros de la irresponsabilidad. Hoy, ese mismo señor de la derecha de ayer intenta buscar una salida airosa que lo exonere del peligro de caer en el limbo de sus hazañas. Indignante.

ABEL ROS

10 de mayo de 2012

  • 10.5.12
El último barómetro del CIS no ha dejado títere con cabeza en la farándula de la política. La cámara demoscópica ha arrojado una instantánea marcada por las sombras del desgaste y el suspenso de las élites. El paro y las penurias económicas son los temas que más preocupan a un país sociológicamente de izquierdas pero gobernado a base de embustes y mentiras por las capas de la derecha.

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En esta tierra de nadie, gobernada sin programa por el cetro de la mayoría, es donde el sinsentido de la política y la irresponsabilidad organizada cabalgan a sus anchas por los jardines de la demagogia.

La Hispania desencajada, como así se nos conoce en los foros literarios de la economía, es la principal perspectiva para entender una realidad de dimes y diretes que nos empobrece día tras día y nos sitúa en la mente de un sacerdote que ha perdido la fe durante el transcurso de su homilía.

El desajuste entre estructuras económicas y sociales, la desigualdad interregional de la renta, los desequilibrios intersectoriales, las corruptelas de palacio y la falta de eficiencia en la gestión del dinero de todos, son algunas de las razones que rotulan la etiqueta que se nos cuelga desde la crítica de los paraninfos.

Las políticas de austeridad, llevadas a cabo por el Ejecutivo sin las correspondientes medidas internas de cohesión y coordinación interministerial, son parte del sesgo que nos impide salir de este callejón oscuro ubicado en la periferia de una ciudad desigual llamada Europa.

La "España en sentido contrario" –expresión extraída de las tribunas y pizarras de las aulas de Madrid- sintetiza el mal sabor de boca mostrado por la panorámica reciente del CIS.

La existencia de contradicciones sistémicas en las políticas del Ejecutivo refleja la escultura social de un país esculpido a base de "matar moscas a cañonazos". Esta filosofía de la irracionalidad es la que invita a la crítica a poner su toque de atención a un conjunto de ministros desprovistos de titulación correlativa con los menesteres de su cartera.

En la España de hoy, donde para ser ministro de Sanidad no se necesita saber ni de jeringuillas ni de jarabes, no es de recibo solicitar peras al olmo porque seguro que no las dará.

Resulta deplorable que Mariano Rajoy, el mismo candidato que llegó a la Moncloa con los mismos moldes populistas que utilizaron los totalitarismos para ganarse la confianza de su gente, siga callado como una tumba con el único fin de no desgastar su figura ante las críticas vertidas por los rodillos de la izquierda.

Las dictaduras se caracterizan por la ausencia de programas y el "ordeno y mando" de sus caudillos. La democracia de Rajoy, por desgracia, se distingue por un presidente que gobierna con el poder absoluto de las urnas y el papel mojado de sus promesas. Preocupante.

ABEL ROS

4 de mayo de 2012

  • 4.5.12
A pocas semanas de cumplirse dos años del famoso Real Decreto de Zapatero, es hora de mirar atrás para comprender el escenario dantesco del presente. El "giro a la derecha" que tanto criticó Llamazares desde la tribuna de los leones y la música demagógica de "la culpa fue de ZP", entonada desde los escaños de Mariano, suscitaron el efecto deseado en las urnas de noviembre.

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Después de 120 días en la Moncloa, el argumento de Rajoy se desvanece por instantes conforme salen a la palestra los fundamentos de la economía. La falta de correlación entre los hechos del presente y las promesas del ayer son los principales factores del desgaste de un sistema de poder oxidado por los recursos de la mentira.

La "merkelización" de los partidos nos sitúa en una Europa al servicio irracional de los mercados. Desde esta perspectiva, solamente las organizaciones neoliberales de occidente pueden gobernar en sintonía con sus ideologías.

Es precisamente esta falta de espacio político a los márgenes de la izquierda la que impide al partido de Alfredo enderezar su discurso y recuperar el oxígeno perdido ante la erosión del volcán desencantado.

La victoria de Hollande supondría para España un marco de referencia donde emular su discurso y recuperar el agua evaporada para regar las rosas marchitadas de hace dos primaveras.

La vía continuista del Partido Socialista está siendo el caldo de cultivo perfecto para que las manos de la derecha siembren sus campos con las semillas de la austeridad. "La herencia recibida" y la "falta de autoridad moral de Rubalcaba", en palabras de Montoro, por las críticas vertidas a unas políticas neoliberales iniciadas por su antecesor, ponen el acento en un momento político caracterizado por las mentiras del Gobierno y el descrédito civil de la oposición. Esta convulsión de paradojas en la tribuna de la discordia alimenta el motor del enfado en el asfalto de la calle.

La incoherencia de la oposición por la praxis kantiana de su discurso y el papel mojado del programa electoral de la derecha arrojan el resultado de una democracia basada en los fundamentos retrógrados del príncipe de Maquiavelo.

Es en este escenario de vergüenza internacional e incoherencia entre hechos y palabras donde la crítica intelectual debe levantar la cabeza y edificar su discurso contra los residuos tóxicos vertidos desde la industria de la cultura. Las palabras en política son las credenciales necesarias para la libertad de los pueblos. Como bien dijo Shakespeare "es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras".

ABEL ROS

19 de abril de 2012

  • 19.4.12
Es paradójico que con la que está cayendo en la sociedad, el movimiento 15-M haya pasado a las filas del silencio. A punto de cumplirse un año de su aniversario, los "camorristas y pendencieros" de Esperanza han perdido la fuerza social de su mensaje.

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Hoy, los "descamisados de Dragó", aquellos "perroflautas" cabreados con las élites tóxicas del poder, han abandonado el titular de la mañana en una España castigada por el error de millones de votantes procedentes de la izquierda que vieron en la retórica de las gaviotas la salvación a sus lamentos.

¿Dónde está la válvula de escape que expulse en la calle el descontento social con los ecos del rescate? Es deplorable que las velas de la indignación hayan quedado consumidas ante las promesas incumplidas de políticos alienados a los caprichos merkelianos.

El "circo del Sol", en palabras peyorativas de Dragó, no debería cerrar su taquilla ante las críticas vertidas por las corrientes ideológicas de la derecha. A través de su mensaje, jóvenes y no tan jóvenes de la España reciente consiguieron levantar de los aposentos del "credo americano" la lucha por el cambio social desde los valores cívicos occidentales.

Las plazas públicas de distintas capitales fueron el icono perfecto del descontento de millones de plebeyos contra los abusos de sus cortesanos. El grito del desahuciado y la ira del mileurista crearon las sinergias oportunas para que en la tribuna de los leones sonaran con fuerza los sables de la calle. El indignado de ayer se convirtió en el héroe abstracto de una sociedad frustrada con la incoherencia de sus élites y anclada en los barrotes de la depresión.

Desde la crítica civil es momento de reflexionar sobre el silencio de las plazas. La falta de correlación entre tijeretazos marianistas y la indignación manifiesta deja el cielo despejado para el vuelo carroñero de las gaviotas.

En días como hoy, es urgente que las tesis de Hessel recobren el poder de las acampadas preelectorales del mayo evaporado. El movimiento 15-M debería institucionalizar su mensaje y pasar el testigo a fuerzas políticas sensibles a sus reivindicaciones.

El simbolismo de la Primavera árabe debería servir a la "España tercermundista" de Rajoy, para tomar conciencia cívica de su problema y frenar la tiranía indiscriminada de los mercados. Solamente desde la pancarta y la unión podremos recuperar aquello que estamos perdiendo desde el asiento cómodo de la butaca.

ABEL ROS

9 de abril de 2012

  • 9.4.12
Las disputas internas en la institución de las sotanas salpicaron a los medios en el día más tétrico de la pasada semana. La ola reformista del clero, abanderada por 300 párrocos austriacos, ha metido el dedo en la llaga de la cúspide de las cruces. La reivindicación del sacerdocio femenino y el casamiento de los curas ponen sobre la mesa el debate para salvar la sociedad inteligente del analfabetismo religioso.

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La disonancia entre las teorías eclesiásticas y sus prácticas mundanas marcan el deterioro de su retórica y el descrédito de su mensaje. La prohibición del preservativo, el matrimonio como símbolo de unión y legitimación de la reproducción, la prohibición del aborto, la castidad de los curas y la discriminación femenina para realizar el rol de los masculinos son algunas de las premisas teóricas del conservadurismo retrógrado del Vaticano.

El aumento de las bodas civiles, la proliferación de otras formas de convivencia distintas a la familia nuclear, el aumento del uso de condones por parte de jóvenes y no tan jóvenes, los abortos clandestinos y los cientos de asuntos judiciales de curas pederastas ilustran con creces la falta de correlación entre praxis y teoría, que decíamos atrás.

La desobediencia organizada de grupos discordantes con la línea central de la Iglesia sienta las bases para abrir un haz de luz en la venda diacrónica de los curas. Es precisamente esta discordancia entre el mensaje conservador de la Iglesia y la hipocresía social de sus seguidores la que invita a la crítica a reflexionar sobre el modelo de institución religiosa que necesita la sociedad.

La culturalización civil y los avances de la ciencia han tocado pero no hundido a la escolástica de ayer. En días como hoy, aunque parezca mentira, millones de creyentes buscan en los argumentos divinos el sino de sus aciertos y desgracias. Es esta minoría de alfabetos religiosos la que mantiene viva la llama de una institución disonante con la sociedad del conocimiento.

La "analfabetización religiosa", en palabras del pontífice, es la principal amenaza de la dogmática divina. Después de cientos de años con el cetro del conocimiento en la mano, la Iglesia del presente reconoce ante sus "fieles" la principal razón de su declive.

El ala reformista de la Iglesia deberá esforzarse muchísimo para ganarle el pulso a los miles de seres que, día tras día, se levantan "sin Dios" con la creencia de su sino depositada en el producto de sus decisiones.

La alfabetización laica junto con una institución marcada por la desigualdad de género y la resistencia al cambio social son las principales razones que invitan a la "desobediencia organizada" en el seno de las sotanas.

ABEL ROS

4 de abril de 2012

  • 4.4.12
Después de cien días en La Moncloa, las patas cortas de la mentira han cedido el paso a los largos tentáculos de la verdad. ¿Dónde está la coherencia del "yo no subiré los impuestos si llego al Gobierno"? "Aguas de borrajas", diría don José, mientras juega la partida en el Bar de Manolé. Son precisamente estas perlas extraídas del ayer las que ponen de largo al dicho popular "por la boca muere el pez”.

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La "herencia de Zapatero", en boca de Rajoy, no calmará por mucho tiempo los humos de los desengañados. El balance de Mariano en los aromas del poder es el callejón sin salida de la voz oculta de los tecnócratas del presente.

¿Dónde está el PSOE cuando más lo necesitamos? Durante estos tres meses de derecha, las disputas internas del partido de la rosa han dejado huérfano de oposición a un Ejecutivo marcado por la involución conservadora y los recortes neoliberales.

La contrarreforma ideológica, tal y como se le conoce en los foros sociológicos de la izquierda, ha destruido los logros progresistas de José Luis. Las "gallardonadas" del hemiciclo y el réquiem por ciudadanía ponen en evidencia la marcha atrás al status quo aznariano.

Los cien días socialistas en las filas incómodas de las gaviotas han sido los pétalos pisados por la carroza de la derecha a su paso por Europa. Las críticas de Rubalcaba a las políticas de Rajoy son el ejemplo vivo de la ética kantiana que tanto defendió Immanuel. O dicho de otro modo: no critiques aquello que sea la fuente de tu crítica.

El último error de ZP ha venido como anillo al dedo a las siglas de Montoro para lanzar sus municiones contra el nefasto pasado de un Gobierno progresista que quebró por la traición a sus principios de partido en pro del neoliberalismo merkeliano.

Desde la autocrítica de la izquierda debemos reflexionar sobre la dirección que debe tomar el partido de don Alfredo para ser percibido como una alternativa de poder y no como un producto defectuoso que sigue expuesto en las baldas del mercado sin el aprobado del soberano.

Las disputas internas por el cetro entre chaconistas y rubalcabistas han dado rienda suelta a una derecha reciente que justifica su praxis de recortes con la "herencia recibida".

El partido de los obreros debería ejercer una oposición asertiva basada en el reconocimiento de sus equivocaciones y en la reconstrucción de su ideología. Cuando los socialistas cambien de paradigma y reconozcan públicamente los errores de su pasado, será cuando caminen por la senda de la alternativa.

Sin alternativa, la maquinaria de la derecha seguirá con sus "políticas de ajuste" hasta que el desgaste de sus turbinas haga necesario el trabajo de los rodillos de la izquierda. Preocupante.

ABEL ROS

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