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Manuel Bellido Mora | El hombre cámara (III)

Con apenas 19 años cumplidos, y unas nociones básicas de la técnica fotográfica, Rafa Jiménez tuvo por delante una oportunidad que no debía desaprovechar: un concierto del mismísimo Luis Eduardo Aute en Montilla. “Era estar con alguien del cual te sabías la mayoría de sus canciones. Y lo tenía allí muy cerca. Hablo de un concierto con el que avancé mucho en el dominio de la cámara”, recuerda.

Luis Eduardo Aute, en el Cine Ideal de Montilla.
[FOTO: RAFA JIMÉNEZ]

“Ahora puedo comprobarlo. Se puede ver que ya era capaz de tomar fotos medio en condiciones, esas que algunos llaman de pellizco. Y sobre todo en un local, el cine de verano de la calle Escuelas, que estaba a rebosar de gente. Estaba hasta la bandera para escuchar a Luis Eduardo Aute, que era entrañable. Era un tipo cercano que no puso objeción a mi trabajo, dentro y fuera del escenario”.

“Cuidado —valora Rafa—, que es un momento en que se me presenta la posibilidad de relacionarme directamente con uno de mis artistas más queridos. Son hechos que te dejan marcado y que los recuerdas siempre. Es algo que te engancha y que te anima a continuar. Me he pegado muchos años haciendo fotografía musical y hablando con los músicos a los que admiras como ídolos”.

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Disparar y gastar un carrete entero no lo era todo. Al principio, cuando todavía lo digital era lejana ciencia ficción, Rafa salía de los conciertos con una duda. La incertidumbre lo acompañaba hasta que se metía en el laboratorio, y de las cubetas del revelado emergía en papel lo que él, antes, había contemplado con sus ojos en la mirilla de la máquina.

Era un sufrimiento. Cuando todos paladeaban la voz del artista, él tenía que marcharse rápido. Estaba ansioso por comprobar que todo estaba correcto, que no había errores, ni estaban borrosas. “Son esos momentos de espera angustiosa, de preguntarte si saldrá bien o no, si la película responde a lo esperado”.

“Todo este proceso hasta conseguir ver las fotos era un tormento de nervios y de intriga. ¿Qué pasará? ¿Lo habré hecho bien, o no? Pero cuando veías la copia acabada, en particular en el caso de Aute, respirabas aliviado y satisfecho. Estaba contento, porque había logrado retratar bien a alguien que sigue siendo un icono para mí. Aquello era maravilloso”.

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A fuerza de estar con los músicos como una sombra, Rafa ha conseguido moverse con total complicidad en una perfecta simbiosis con ellos. No es un extraño, sino uno más en este universo artístico. “Entro con ellos a las actuaciones y, claro, los conoces, te integras en su mecánica de trabajo, te aceptan y te dan confianza”.

“Esto es fantástico, porque yo diría que nunca me he encontrado una mala cara cuando estoy con la cámara. Porque hay un respeto, una distancia que no les intimida. No los molesto y a poco que notas que se incomodan, te apartas y te vas. Pero si no, permaneces allí con acceso abierto a esos lugares privados en los que compartes risas y muchos secretos de sus canciones, de los proyectos que se traen entre manos”.

Rafa ha convivido con la fotografía desde pequeño. En su propia familia, su cuñado Manolo Rodríguez puso la primera cámara en sus manos. Se trataba de una Yashika compacta que tenía una llamativa particularidad: podía hacer dos fotos en el mismo espacio de un negativo.

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Ya era consciente entonces de las posibilidades de este artilugio, con el que podía expresarse sin palabras estirando toda la potencia plástica de las imágenes. “Hacía mis composiciones, algún bodegón, escenas familiares con puntos de vista diferentes a los habituales. Echaba la cámara abajo y perseguía enfoques y encuadres que se salían de lo normal”.

Esta incipiente afición suya la reforzó cuando en el colegio, con unos 12 años, coincidió con Antonio González, que hoy en día es un reconocido artista. Se habían unido por pura casualidad dos talentos precoces. Antonio es hijo de Manolo González, fotoperiodista con una sensibilidad especial que regentó durante muchos años, junto a su hermano Paco, un frecuentado estudió en la calle Puerta de Aguilar.

“Esto hacía que en más de una ocasión saliéramos al campo de excursión y él siempre llevaba una cámara. Me la prestaba y esta circunstancia me daba la posibilidad de experimentar con el objetivo y hacer, o intentar hacer, fotos diferentes”.

El fotógrafo Manuel González Candelas.
[FOTO: JOSÉ REY GARCÍA]

Sin embargo, el paso definitivo estaba pendiente. Lo dio bajo la tutela de otro fotógrafo profesional, el sevillano Juan Antonio Dalebrook, que abrió un estudio en la Plaza de la Rosa, verdadero fermento de la afición a la fotografía en Montilla.

“Con él tenía muy buena amistad, iba a diario a su tienda por la noche cuando yo terminaba de trabajar. Nos metíamos allí en su casa, me enseñó a revelar, todas las claves del funcionamiento de la cámara y del laboratorio, que era puramente artesanal. Nunca he sido profesional de esto, solo un aficionado que ha ido afinando poco a poco sus resultados. Y esto es lo que me ha hecho estar siempre con una cámara colgada”.

Entregas anteriores


El hombre cámara (I)
El hombre cámara (II)

MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: RAFA JIMÉNEZ

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