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Niños felices

A lo largo de distintos artículos hemos ido viendo el desarrollo de los sentimientos y de las emociones en las edades tempranas del ser humano a partir del dibujo de la familia. En las páginas de Montilla Digital han aparecido distintos temas -el miedo, familias adoptivas, separación de padres, celos entre hermanos…- que afectan al desarrollo de niños y niñas tanto en sus aspectos cognitivos como emocionales.

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Pudiera parecer que son los conflictos los temas más atrayentes en el análisis de la evolución psicológica de los hijos; sin embargo, y en mi caso, los estudios que he abordado se refieren tanto a los sentimientos positivos como a los negativos, puesto que los dibujos recogidos en las aulas nos muestran ambas situaciones, aunque hay que decir que, por suerte, la mayor parte de los trabajos de los escolares expresan un estado dichoso en el seno de la familia.

Y dado hay seguidores de la sección Negro sobre blanco que se muestran interesados en que aporte alguna información bibliográfica cuando trato algún aspecto relacionado con el mundo de la educación, en esta temática concreta me remitiría a un libro que ya es un auténtico clásico dentro de las publicaciones que abordan los criterios para construir un ambiente dichoso en la infancia. Me refiero a El niño feliz, de Dorothy Corkille Briggs.

Me atrevo a citarlo como obra clásica puesto que apareció en nuestro país en el año 1986. De todos modos, se ha reeditado de manera constante, ya que su aceptación da lugar a que se agoten pronto los ejemplares, de forma que, si no me equivoco, va por la edición número veintiséis.

Un concepto que Dorothy Corkille considera central en la educación de los hijos para su desarrollo emocional es el apoyo y el afianzamiento de la autoestima de los pequeños, ya que el niño que se sienta valioso y digno de ser quien es tendrá capacidad de manejarse por sí mismo ante los retos que vayan apareciendo en su crecimiento. Dicho de otro modo, es importante la formación de una autoimagen positiva, sea a través de sus propias experiencias o por las actitudes y respuestas que percibe de los demás con respecto a él mismo.

Esta imagen positiva de sí mismo, como fundamento de un desarrollo dichoso y feliz, la podemos ver claramente en el primer dibujo que presento, correspondiente a una niña de siete años.

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De entrada, hemos de tener en cuenta que uno de los criterios básicos para el estudio de los dibujos de la familia es el orden de aparición de los personajes, ya que ese orden refleja la importancia que el autor o la autora inconscientemente le atribuye a cada uno de ellos, siendo el primero el que más relevancia tiene, puesto que es el que ha ocupado su mente en el primer lugar.

En este caso, y siguiendo la dirección de izquierda a derecha, como corresponde a la de nuestra escritura occidental, la niña se ha dibujado la primera, como evidente signo de buena autoestima personal.

Otros factores a los que la autora de El niño feliz concede gran relevancia son la seguridad psicológica y el sentimiento de protección que debe experimentar el hijo en el seno de la familia.

En función de ello, su desarrollo debe basarse en una clara confianza hacia aquellos que le rodean, y de modo significativo hacia los padres, de forma que si en algún momento es reprendido por algo debe ser por ese acto concreto y no enjuiciado o cuestionado como persona.

Como apunto, la seguridad de sentirse querido es vital. Este es un sentimiento básico en todo ser humano para que crezca y evolucione de manera equilibrada y confiada en el mundo que le rodea. Es por lo que, de ningún modo, pueden los padres acudir a amenazarle con no quererle o retirarle el cariño si no sigue las pautas que ellos le han marcado; es un gran error utilizar los afectos como moneda de cambio para que los hijos respondan de manera favorable a las pautas marcadas por los progenitores.

Por otro lado, es necesario que se tengan en consideración tanto sus puntos de vista como sus sentimientos y sus emociones, puesto que se da con cierta frecuencia que si el niño no responde a las expectativas de sus padres comience a verse cuestionado, con formas de rechazo más o menos veladas.

Como ejemplo claro de sentimiento de protección es el que nos manifiesta el autor del segundo dibujo que presento, correspondiente a un chico de 11 años. En él puede verse que el grupo familiar está compuesto por cuatro miembros: sus padres, su hermano mayor y él mismo.

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Cuando en la clase a los alumnos les pedí que dibujaran a la familia, él no tuvo problemas en construir una escena colectiva y situarse en el centro del grupo, de modo que los otros tres miembros se encuentran detrás suya, como formando una barrera con la que el protagonista se siente resguardado.

Incluso la relación que expresa gráficamente con su hermano mayor no es la de cierta rivalidad o celos, habituales en el seno familiar, sino todo lo contrario: encuentra un hermano que le arropa y le protege.

Desde el punto de vista gráfico, la expresión de felicidad o de dicha aparece de modo temprano en los dibujos de los niños. Así, los más pequeños acuden de manera espontánea al trazado de figuras sonrientes y de símbolos, como son el corazón o el arco iris, para manifestar visualmente los estados de entusiasmo en el entorno familiar.

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Esto se evidencia en el dibujo tercero, correspondiente a una niña de 5 años, que ha representado a los cuatro miembros de su familia debajo de un arco iris, como expresión de alegría y de protección que ejerce este elemento de la naturaleza, ya que se curva arropándolos de modo que se sienten acogidos como grupo. A ello hay que añadir el conjunto de corazones que la pequeña ha trazado como manifestación del amor que siente recibir por parte de sus padres y de su hermano.

En los niños de edades más pequeñas es frecuente encontrar, como expresión de unidad y de cariño, a los miembros cogidos de la mano. Hemos de tener en cuenta, tal como apuntaba el gran psicólogo que fue Erich Fromm, que uno de los miedos básicos de todo ser humano es el temor a la soledad, el de sentir que no tienes a nadie a tu lado en tu vida cotidiana o en los momentos más difíciles.

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Un niño que se siente aislado difícilmente puede ser un niño feliz. Esa necesidad de cariño y confianza queda manifiesta en el dibujo número cuatro, correspondiente a un niño de cinco años, que ha trazado a todos los miembros de la familia cogidos de la mano, como si formaran una especie de onda construida con los brazos y las manos que se unen entre ellos.

Como refuerzo de esta unidad se presenta el trazado de la casa, que no es meramente un edificio para el autor, sino que simboliza el hogar, como lugar cálido en el que desarrolla su vida.

Para ser felices también tenemos que jugar, ya que las actividades lúdicas, individuales o colectivas son parte de las experiencias más gratas de los seres humanos. Todos jugamos, de una o de otra forma, a lo largo de nuestra vida, y encontramos un enorme placer si esas actividades son compartidas con los amigos.

Pero si hay una etapa en la que juego y edad se articulan estrechamente y de manera espontánea es la infancia. Y, claro está, para los niños el jugar con los padres es una actividad que les resulta verdaderamente placentera, especialmente si estos la realizan con claro interés.

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Es lo que gráficamente manifiesta el dibujo de este niño de ocho años que se ha dibujado subido en los hombros de su padre. Y aunque, por su edad y tamaño, este tipo de juego ya no era tan habitual, lo cierto es que lo recordaba como una de las experiencias más gratas que había tenido con su padre, tal como lo manifiesta en la escena que representó.

Para cerrar este breve repaso por las representaciones gráficas de los niños y niñas felices, no me resisto a traer el dibujo de una niña de ocho años en el que quedan plasmadas la mayor parte de las características que he expuesto.

De entrada, la niña ha representado a la familia de modo ampliado, con la incorporación de las generaciones precedentes -es decir, sus abuelos- al núcleo familiar.

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Por otro lado, la autora se ha ubicado dentro de las componentes femeninas, como signo de identidad de género en el que se va configurando, al tiempo que detrás de todos los personajes sonrientes traza una gran casa, que, como he indicado, es símbolo del hogar cálido y protector como es el que lo viven quienes se sienten felices.

Posdata: En el anterior artículo hablé de la felicidad y, por lo que comentamos, parece que para los adultos está constituida por momentos que nos los tenemos que ir ganando a pulso; algo muy distinto para los niños. No en vano todos recordamos la infancia como una etapa dichosa, tanto que Sigmund Freud llegó a sostener que el “Paraíso original”, del que hablan muchas religiones, se refieren de modo simbólico a la infancia, ese paraíso del que por “haber mordido del fruto del conocimiento” somos expulsados de él para no regresar más. Quizás tuviera razón.

Para mis amigos Antonio Hidalgo y María Luisa Herrador,
magníficos padres, que con su cariño y empeño
lograron que su hija alcanzara su sueño.

AURELIANO SÁINZ
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