Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector del relato de un agente de la Policía Local de Montilla acerca del incendio que tuvo lugar anoche en una vivienda de la calle Córdoba y que se saldó con tres personas heridas de diversa gravedad. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico a la Redacción del periódico (montilladigital@gmail.com) exponiendo su queja, comentario, sugerencia o relato. Si es posible, puede acompañar su mensaje de alguna fotografía para ilustrar la publicación.
Son las 22:29 horas. Suena el teléfono en Jefatura.
—Policía Local, dígame.
—Un incendio en la calle Córdoba. Hay dos personas atrapadas, sale mucho humo… Por favor, llamen a los bomberos.
La tranquilidad de la noche se quiebra de golpe. Me viene a la mente la conversación que, paradójicamente, tuvimos mi oficial y yo un rato antes, mientras cenábamos.
—Otra vez dos policías solos de servicio —dice mi compañero—. Si pasa algo grave, ¿qué hacemos? Yo creo que, si es algo muy grave, voy contigo y dejamos la Jefatura cerrada.
—No sé, Rafa… Aquí hay cerca de cuarenta armas guardadas, mucha munición, dinero de objetos perdidos, la centralita del 112… No podemos dejar esto solo.
—Sí, pero tu seguridad en la calle o la de quien necesite ayuda es más importante, ¿no crees?
—No sé…
—Joder, Fran… Incendio en la calle Córdoba. Dos personas mayores atrapadas.
—Mierda… Llama a bomberos y a la Guardia Civil; voy para allá.
—Voy contigo y cerramos esto.
—No, Rafa, quédate. El turno entrante llegará en breve, y además es importante tu gestión en comunicaciones.
—Vale.
Miro las cámaras de Jefatura y veo salir el vehículo patrulla con los prioritarios puestos, casi derrapando en la curva. Mi cuerpo me pide a gritos desobedecer las órdenes de mi oficial, cerrar la Jefatura y salir en otro coche detrás de él. Pero me recompongo y obedezco; al fin y al cabo —como él suele bromear—, por algo cobra cinco euros más que yo.
22:30 horas. La centralita del 112 estalla en alarmas. Las líneas de diálogo se amontonan unas sobre otras:
“Incendio en la calle Córdoba. Posibles atrapados. Bomberos avisados. Guardia Civil avisada. Emergencias sanitarias en preaviso. Se desconoce el origen del incendio y el volumen del mismo. Vías de evacuación…”.
Abro Google Maps: una casa de tres plantas, a mitad de la calle, en una pendiente ascendente. Suena otra llamada. Bomberos. Una voz conocida.
—¿Habéis recibido la llamada del incendio en la calle Córdoba?
—Sí, va un compañero para el lugar.
—¿Qué sabéis?
—La llamante dice que hay dos atrapados y que sale mucho humo. En la comunicación con el bombero se oyen golpes de fondo, ruidos de ropa, alguna sirena… Nada más. Cuando llegue mi compañero, te informo.
—Vale. El camión de bomberos ya ha salido y yo voy también en otro vehículo auxiliar en apoyo. Es en la calle Córdoba, ¿verdad?
—Sí, a mitad de la calle. Casa unifamiliar de tres plantas. Desde el Parque de Bomberos, mejor acceded por la Ronda Norte, salvo que mi compañero indique otra cosa. Cualquier incidencia, te llamo.
—Ok.
—Tened cuidado, Miguel.
Intento comunicar por radio con mi oficial. Le explico el lugar, que los bomberos ya van de camino, la estructura de la vivienda y la pendiente de la calle. Nada. Silencio… Los segundos pesan como minutos.
22:32 horas. Por fin, su voz rompe la espera:
—Reitera bomberos… Avisa ambulancia… —su respiración entrecortada deja escapar una ansiedad que nunca le había oído—.
Trato de escribir en la centralita del 112; el teclado no me responde. Un círculo de puntitos gira en la pantalla: el ordenador se ha bloqueado. Joder. Tiro de teléfono. A media marcación del número de bomberos, entra una llamada: un ciudadano pide permiso para acceder a la calle Corredera para descargar unas maletas. ¿En serio?
—Sí, acceda—. Ni siquiera le tomo la matrícula. “Qué policía tan antipático”, habrá pensado.
22:33 horas. Mi oficial habla por radio:
—Los bomberos están en el lugar, también una patrulla de la Guardia Civil. Han podido sacar a los atrapados —uff, menos mal—. Urge una ambulancia medicalizada.
Su tono de voz se nota más calmado.
Llaman al timbre de Jefatura: un compañero del turno de noche llega, como casi siempre, veinte minutos antes de su hora. Apenas me escucha hablar por teléfono con los servicios sanitarios y ya ha bajado para ponerse el uniforme, presto a dirigirse al lugar. Cualquiera diría que tiene más de 60 años.
22:39 horas. Mi oficial habla por radio:
—Una ambulancia está en el lugar, los bomberos casi tienen sofocado el incendio.
El tono de voz de Fran ya me indica que tiene la situación controlada. Una sensación de alivio recorre mi interior, mezclada con rabia y emoción. Qué mal rato habrá pasado mi compañero hasta que todo se ha encauzado; un sentimiento de admiración hacia él me inunda.
Me vienen a la mente las últimas publicaciones en las redes sociales del Ayuntamiento de esta localidad: una exposición de no sé qué, un torneo deportivo, una jornada de convivencia, una nueva inauguración… En las fotos de los eventos se repiten los mismos cromos de los ediles.
¿Cómo es posible que, entre tanto alarde de actividad municipal, no se tenga la capacidad de solucionar la falta de personal y de unas condiciones laborales dignas de un colectivo tan importante como el nuestro?
22:40 horas: el turno de la noche entra al completo y colabora con mi oficial en el traslado de los heridos, la regulación del tráfico y la toma de datos. Trasladan a tres heridos al hospital; esperamos su pronta recuperación. Finalmente, como siempre, todo el colectivo de emergencias ha funcionado a la perfección, como una orquesta sinfónica, a pesar de las carencias.
Mi padre, antaño, decía: “Los hombres fuertes nunca lloran” y mucho menos si eres policía, ¿no? En fin, ya lloraremos mañana. Aunque estaremos los mismos.
Son las 22:29 horas. Suena el teléfono en Jefatura.
—Policía Local, dígame.
—Un incendio en la calle Córdoba. Hay dos personas atrapadas, sale mucho humo… Por favor, llamen a los bomberos.
La tranquilidad de la noche se quiebra de golpe. Me viene a la mente la conversación que, paradójicamente, tuvimos mi oficial y yo un rato antes, mientras cenábamos.
—Otra vez dos policías solos de servicio —dice mi compañero—. Si pasa algo grave, ¿qué hacemos? Yo creo que, si es algo muy grave, voy contigo y dejamos la Jefatura cerrada.
—No sé, Rafa… Aquí hay cerca de cuarenta armas guardadas, mucha munición, dinero de objetos perdidos, la centralita del 112… No podemos dejar esto solo.
—Sí, pero tu seguridad en la calle o la de quien necesite ayuda es más importante, ¿no crees?
—No sé…
—Joder, Fran… Incendio en la calle Córdoba. Dos personas mayores atrapadas.
—Mierda… Llama a bomberos y a la Guardia Civil; voy para allá.
—Voy contigo y cerramos esto.
—No, Rafa, quédate. El turno entrante llegará en breve, y además es importante tu gestión en comunicaciones.
—Vale.
Miro las cámaras de Jefatura y veo salir el vehículo patrulla con los prioritarios puestos, casi derrapando en la curva. Mi cuerpo me pide a gritos desobedecer las órdenes de mi oficial, cerrar la Jefatura y salir en otro coche detrás de él. Pero me recompongo y obedezco; al fin y al cabo —como él suele bromear—, por algo cobra cinco euros más que yo.
22:30 horas. La centralita del 112 estalla en alarmas. Las líneas de diálogo se amontonan unas sobre otras:
“Incendio en la calle Córdoba. Posibles atrapados. Bomberos avisados. Guardia Civil avisada. Emergencias sanitarias en preaviso. Se desconoce el origen del incendio y el volumen del mismo. Vías de evacuación…”.
Abro Google Maps: una casa de tres plantas, a mitad de la calle, en una pendiente ascendente. Suena otra llamada. Bomberos. Una voz conocida.
—¿Habéis recibido la llamada del incendio en la calle Córdoba?
—Sí, va un compañero para el lugar.
—¿Qué sabéis?
—La llamante dice que hay dos atrapados y que sale mucho humo. En la comunicación con el bombero se oyen golpes de fondo, ruidos de ropa, alguna sirena… Nada más. Cuando llegue mi compañero, te informo.
—Vale. El camión de bomberos ya ha salido y yo voy también en otro vehículo auxiliar en apoyo. Es en la calle Córdoba, ¿verdad?
—Sí, a mitad de la calle. Casa unifamiliar de tres plantas. Desde el Parque de Bomberos, mejor acceded por la Ronda Norte, salvo que mi compañero indique otra cosa. Cualquier incidencia, te llamo.
—Ok.
—Tened cuidado, Miguel.
Intento comunicar por radio con mi oficial. Le explico el lugar, que los bomberos ya van de camino, la estructura de la vivienda y la pendiente de la calle. Nada. Silencio… Los segundos pesan como minutos.
22:32 horas. Por fin, su voz rompe la espera:
—Reitera bomberos… Avisa ambulancia… —su respiración entrecortada deja escapar una ansiedad que nunca le había oído—.
Trato de escribir en la centralita del 112; el teclado no me responde. Un círculo de puntitos gira en la pantalla: el ordenador se ha bloqueado. Joder. Tiro de teléfono. A media marcación del número de bomberos, entra una llamada: un ciudadano pide permiso para acceder a la calle Corredera para descargar unas maletas. ¿En serio?
—Sí, acceda—. Ni siquiera le tomo la matrícula. “Qué policía tan antipático”, habrá pensado.
22:33 horas. Mi oficial habla por radio:
—Los bomberos están en el lugar, también una patrulla de la Guardia Civil. Han podido sacar a los atrapados —uff, menos mal—. Urge una ambulancia medicalizada.
Su tono de voz se nota más calmado.
Llaman al timbre de Jefatura: un compañero del turno de noche llega, como casi siempre, veinte minutos antes de su hora. Apenas me escucha hablar por teléfono con los servicios sanitarios y ya ha bajado para ponerse el uniforme, presto a dirigirse al lugar. Cualquiera diría que tiene más de 60 años.
22:39 horas. Mi oficial habla por radio:
—Una ambulancia está en el lugar, los bomberos casi tienen sofocado el incendio.
El tono de voz de Fran ya me indica que tiene la situación controlada. Una sensación de alivio recorre mi interior, mezclada con rabia y emoción. Qué mal rato habrá pasado mi compañero hasta que todo se ha encauzado; un sentimiento de admiración hacia él me inunda.
Me vienen a la mente las últimas publicaciones en las redes sociales del Ayuntamiento de esta localidad: una exposición de no sé qué, un torneo deportivo, una jornada de convivencia, una nueva inauguración… En las fotos de los eventos se repiten los mismos cromos de los ediles.
¿Cómo es posible que, entre tanto alarde de actividad municipal, no se tenga la capacidad de solucionar la falta de personal y de unas condiciones laborales dignas de un colectivo tan importante como el nuestro?
22:40 horas: el turno de la noche entra al completo y colabora con mi oficial en el traslado de los heridos, la regulación del tráfico y la toma de datos. Trasladan a tres heridos al hospital; esperamos su pronta recuperación. Finalmente, como siempre, todo el colectivo de emergencias ha funcionado a la perfección, como una orquesta sinfónica, a pesar de las carencias.
Mi padre, antaño, decía: “Los hombres fuertes nunca lloran” y mucho menos si eres policía, ¿no? En fin, ya lloraremos mañana. Aunque estaremos los mismos.
RAFAEL PEDRAZA AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

NOTA: Los comentarios publicados en el Buzón del Lector no representan la opinión de Andalucía Digital. En ese sentido, este periódico no hace necesariamente suyas las denuncias, quejas o sugerencias recogidas en este espacio y que han sido enviadas por sus lectores.















































