“Has vuelto para hablarme de ríos de mercurio”, decía Pablo Guerrero en una estrofa de Duele la herida, una de las nueve composiciones de El hombre que vendió el desierto. Salió a la luz en 1988. Las canciones hacen de puente mientras llega el momento del reencuentro.
Pablo Guerrero, en una de sus últimas imágenes.
[FOTO: RTVE]
Al cabo de los años, viajé a Madrid para hablar de esta exquisita grabación, en la que —cosa habitual en él— tuvo acompañantes de lujo en el estudio: Suso Sáiz, en la guitarras y efectos sonoros; Tino Di Geraldo, a la batería, y el viento siempre exótico de Javier Paxariño, entre otros grandes instrumentistas.
Por entonces, Pablo repartía su tiempo entre los escenarios y el entarimado de sus clases de Lengua y Literatura. En uno y otro ámbito, daba gusto escuchar su voz pausada, que se iba volviendo rugosa. Aquella conversación se emitió en Radiocadena Española, en Cabra, donde, en verdad, yo me gradué como periodista, más que en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Sus versos, tan profundos, renacían en cada audición. La última vez que lo vi fue en Málaga, en el Auditorio del Centro Cultural "María Victoria Atencia". Lo respaldaba, fiel a la leyenda, Luis Mendo. El humo había apagado su garganta. Pero, en cada nota, en cada palabra, condensaba emoción. Sus letras eran el oxígeno que respiraban por él. Escucharlo —más recitar que cantar— cortaba el aliento.
De forma imaginaria, Pablo Guerrero habría de volver a Montilla. Lo hizo al cobijo de la Hermandad de la Santa Pereza, tal y como evoca José Antonio Ponferrada. "Coincidimos viendo recitar a Pablo Guerrero en la Sala Orive, en Córdoba, Rafael Álvarez Merlo, creo que Paco Gálvez, Rafael Aguilar con Mercedes Márquez, quizá algún otro amigo y yo mismo. Luego íbamos a tomar una copa y le dijimos si se venía".
"Así lo hizo, fuimos a La Corredera y, charlando de esto y de aquello, bebiendo y fumando —él y alguno más de la reunión eran grandes fumadores— salió lo de nuestra Hermandad de la Santa Pereza. A él le encantó la idea, se le planteó ingresar, sin ningún compromiso, y dijo que sí señor".
"Le propusimos que figurara como Correspondiente en Madrid, pero él dijo que Madrid era mucho Madrid y que lo hiciéramos por Saconia, que es donde él vivía. Y así figura en 'Miscelánea' (Montilla, 2015) y en 'Fragmentos' (Córdoba, 2023). Le gustaba allí porque ese distrito de Fuencarral-El Pardo es el que tiene más arbolado, más zonas verdes de toda la ciudad".
Pablo Guerrero llegó a enviar un par de poemas para el segundo número de la revista que edita la Hermandad de la Santa Pereza. Uno de ellos, en el que aludía a Esparragosa, su pueblo extremeño, decía así:
Dragones negros
Esparragosa de Lares
Los membrillos
Días de olivos
Nombres
El aguacero
Cierro los ojos
Un día los dioses
La Pedriza
Tres deseos
Patio y noche
Mar del sur
Cantábrico
Los dioses hablan por boca de los vecinos.
Un par de semanas antes, el sábado 19 de julio, nada más terminar la Feria de El Santo, vimos cumplido otro anhelo: traer a Montilla a Luis Eduardo Aute. Sabido era que, entonces, el hacedor de Al alba y De alguna manera mantenía con los escenarios una relación de amor-odio.
Grababa discos, todos ellos con un atractivo diseño en doble cubierta desplegable, cuyo concepto gráfico se solía realizar con sus propios dibujos y pinturas. Pero le daba de lado a los conciertos. Prefería no hacerlos y quedarse en casa. Esta postura de rechazo visceral a los directos con el público iría a cambiar de forma radical y definitiva con la edición de Alma, el álbum con el que acudió al inolvidable, sencillo y añorado Cine Ideal.
Luis Eduardo Aute, en el Cine Ideal de Montilla.
[FOTO: RAFA JIMÉNEZ]
En plan asambleario, y con mucha gente implicada, se sacó adelante con el impulso de la Comisión Municipal de Cultura, tal y como de manera oportuna y con abundantes detalles ya ha contado José Antonio Ponferrada en tres entregas publicadas en Montilla Digital: la primera, el 6 de abril de 2020; la segunda, el 21 de abril de ese mismo año; y la tercera, cuatro días más tarde.
El cine de verano se quedó pequeño para recibir a este artista polifacético. Este hecho, las diferentes vertientes creativas que lo cohabitaban como tocado por la gracia, era uno de los puntos que se especificaban en una hoja informativa que, al modo de la costumbre existente en algún cineclub, se entregó en la entrada. La redactó también José Antonio Ponferrada, que sabía de lo que hablaba. Reproducimos aquí algunos extractos de esta interesante nota, que resumía la personalidad y la obra de nuestro invitado.
“Aute fue el primero que introdujo la preocupación por el texto en la canción castellana, al lado de nombres como Hilario Camacho, Adolfo Celdrán o Elisa Serna [...]. En Aute se da un tipo de artista en el sentido amplio, de forma que, además de su faceta más conocida de cantante, reúne la de compositor, pintor, poeta (con varios libros de poesía publicados), realizador de cine…”.
“Frente a la imagen de febril actividad que este recuento nos puede dar, sus temas respiran sencillez (en el buen sentido del término), intimismo, magia. Canciones satíricas ('Retales, chapuza y pastiche'), irónicas ('Autotango del cantautor'), de amor y muerte ('Rito', etcétera), componen su repertorio”.
De nuevo, el imprescindible reportaje gráfico de Rafa Jiménez nos permite revivir aquella calurosa velada. Si no media manipulación, una fotografía es un documento de veracidad inapelable que nos informa de todo lo que está a la vista. Y, en este caso, entre otros placeres, nos procura una visión panorámica del lugar. Resalta lo bien cuidado que estaba, la pintura y el blanqueo reciente para la temporada estival de cine al fresco de la noche.
Luis Eduardo Aute, en el Cine Ideal de Montilla.
[FOTO: RAFA JIMÉNEZ]
La empresa Ortiz de Galisteo, que lo gestionaba, cuidaba la limpieza y el encalado. A ambos lados del proscenio, llaman la atención las molduras. Son unas airosas figuras lineales en relieve con delicado trazo que se complementan con sendas celosías en forma de rombo.
Y en el centro, en la cabecera del estrado como objeto principal, el emblema con las iniciales rotuladas del cine. Envueltas en una orla con forma de racimo, tenían algo en su hechura de acta y rubrica de notaría, remedando el estilo de la letra capitular, casi como letra corpórea.
Todo de pura y sustantiva sobriedad. Lejos de lo ostentoso y recargado. Sin embargo, en esta elemental decoración era apreciable una intencionalidad estética. Lo que allí se levantaba no era un lienzo cualquiera. Estaba ideado para el ceremonial de la cultura. Era una pared que se veía rematada por una cornisa levemente sinuosa, en un juego de sutiles curvas que enmarcaban el escenario.
Luis Eduardo Aute, en el Cine Ideal de Montilla.
[FOTO: RAFA JIMÉNEZ]
Y, una curiosidad más, en él, en esta caja escénica, había cuatro boquetes pequeños, o aberturas, desde donde se proyectaba el haz de luz de las películas. Así, el Ideal (qué denominación tan explícita y atinada) se prestaba a un doble uso: el teatral y el cinematográfico, con espléndidos resultados.
Repasar estas instantáneas también nos traslada hasta el rudimentario camerino momentos antes del comienzo de la función. El invitado, desprovisto de prisas, está tranquilo y dispuesto, sin solemnidades, a la comunión con el auditorio. Incluso, al presentar alguna composición, saca a relucir la vena humorística con la que deshace rigores y formalidades. Está allí, cuerpo a cuerpo.
Con la camisa entreabierta (clara, por supuesto), que dejaba al descubierto parte del pecho; el pitillo de empedernido fumador en la comisura de los labios; pantalón ajustado, también blanco; el cabello largo y una característica media barba de varios días, Luis Eduardo Aute, con su inseparable guitarrista Gaspar Payá, se dispone en encandilar con el fulgor de sus canciones.
Y Rafa Jiménez, que sabe intuir la potencia visual de la música, lo tenía todo preparado para dejar constancia de aquella compenetración (es inevitable aquí la insinuación sensual en alguien tan dado al erotismo). Así, con la asombrosa nitidez del blanco y negro, asistimos como si no hubiera pasado el tiempo al bisbiseo de un seductor en la plenitud física de quien, con 37 años, le iba la vida en ello.
“Eran momentos muy emocionantes, porque iba a escuchar a uno de mis artistas favoritos”, recuerda Rafa. “Tenía ante mí a quien tantas veces había sentido en casa y en las emisoras de radio. Pero, además, contabas con que ibas con la cámara en la mano dispuesto a capturar algo soñado. Tenía la posibilidad de hacerle fotos con toda libertad. Y no solo esto: se presentaba la posibilidad de colarme hasta los camerinos, donde podías entrevistarlo y estar con el artista, sin presiones, con tranquilidad, en un ambiente relajado”.
El hombre cámara (I)
[FOTO: RTVE]
Al cabo de los años, viajé a Madrid para hablar de esta exquisita grabación, en la que —cosa habitual en él— tuvo acompañantes de lujo en el estudio: Suso Sáiz, en la guitarras y efectos sonoros; Tino Di Geraldo, a la batería, y el viento siempre exótico de Javier Paxariño, entre otros grandes instrumentistas.
Por entonces, Pablo repartía su tiempo entre los escenarios y el entarimado de sus clases de Lengua y Literatura. En uno y otro ámbito, daba gusto escuchar su voz pausada, que se iba volviendo rugosa. Aquella conversación se emitió en Radiocadena Española, en Cabra, donde, en verdad, yo me gradué como periodista, más que en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Sus versos, tan profundos, renacían en cada audición. La última vez que lo vi fue en Málaga, en el Auditorio del Centro Cultural "María Victoria Atencia". Lo respaldaba, fiel a la leyenda, Luis Mendo. El humo había apagado su garganta. Pero, en cada nota, en cada palabra, condensaba emoción. Sus letras eran el oxígeno que respiraban por él. Escucharlo —más recitar que cantar— cortaba el aliento.
De forma imaginaria, Pablo Guerrero habría de volver a Montilla. Lo hizo al cobijo de la Hermandad de la Santa Pereza, tal y como evoca José Antonio Ponferrada. "Coincidimos viendo recitar a Pablo Guerrero en la Sala Orive, en Córdoba, Rafael Álvarez Merlo, creo que Paco Gálvez, Rafael Aguilar con Mercedes Márquez, quizá algún otro amigo y yo mismo. Luego íbamos a tomar una copa y le dijimos si se venía".
"Así lo hizo, fuimos a La Corredera y, charlando de esto y de aquello, bebiendo y fumando —él y alguno más de la reunión eran grandes fumadores— salió lo de nuestra Hermandad de la Santa Pereza. A él le encantó la idea, se le planteó ingresar, sin ningún compromiso, y dijo que sí señor".
"Le propusimos que figurara como Correspondiente en Madrid, pero él dijo que Madrid era mucho Madrid y que lo hiciéramos por Saconia, que es donde él vivía. Y así figura en 'Miscelánea' (Montilla, 2015) y en 'Fragmentos' (Córdoba, 2023). Le gustaba allí porque ese distrito de Fuencarral-El Pardo es el que tiene más arbolado, más zonas verdes de toda la ciudad".
Pablo Guerrero llegó a enviar un par de poemas para el segundo número de la revista que edita la Hermandad de la Santa Pereza. Uno de ellos, en el que aludía a Esparragosa, su pueblo extremeño, decía así:
Dragones negros
Esparragosa de Lares
Los membrillos
Días de olivos
Nombres
El aguacero
Cierro los ojos
Un día los dioses
La Pedriza
Tres deseos
Patio y noche
Mar del sur
Cantábrico
Los dioses hablan por boca de los vecinos.
Aute y muchos más
Un par de semanas antes, el sábado 19 de julio, nada más terminar la Feria de El Santo, vimos cumplido otro anhelo: traer a Montilla a Luis Eduardo Aute. Sabido era que, entonces, el hacedor de Al alba y De alguna manera mantenía con los escenarios una relación de amor-odio.
Grababa discos, todos ellos con un atractivo diseño en doble cubierta desplegable, cuyo concepto gráfico se solía realizar con sus propios dibujos y pinturas. Pero le daba de lado a los conciertos. Prefería no hacerlos y quedarse en casa. Esta postura de rechazo visceral a los directos con el público iría a cambiar de forma radical y definitiva con la edición de Alma, el álbum con el que acudió al inolvidable, sencillo y añorado Cine Ideal.
[FOTO: RAFA JIMÉNEZ]
En plan asambleario, y con mucha gente implicada, se sacó adelante con el impulso de la Comisión Municipal de Cultura, tal y como de manera oportuna y con abundantes detalles ya ha contado José Antonio Ponferrada en tres entregas publicadas en Montilla Digital: la primera, el 6 de abril de 2020; la segunda, el 21 de abril de ese mismo año; y la tercera, cuatro días más tarde.
El cine de verano se quedó pequeño para recibir a este artista polifacético. Este hecho, las diferentes vertientes creativas que lo cohabitaban como tocado por la gracia, era uno de los puntos que se especificaban en una hoja informativa que, al modo de la costumbre existente en algún cineclub, se entregó en la entrada. La redactó también José Antonio Ponferrada, que sabía de lo que hablaba. Reproducimos aquí algunos extractos de esta interesante nota, que resumía la personalidad y la obra de nuestro invitado.
“Aute fue el primero que introdujo la preocupación por el texto en la canción castellana, al lado de nombres como Hilario Camacho, Adolfo Celdrán o Elisa Serna [...]. En Aute se da un tipo de artista en el sentido amplio, de forma que, además de su faceta más conocida de cantante, reúne la de compositor, pintor, poeta (con varios libros de poesía publicados), realizador de cine…”.
“Frente a la imagen de febril actividad que este recuento nos puede dar, sus temas respiran sencillez (en el buen sentido del término), intimismo, magia. Canciones satíricas ('Retales, chapuza y pastiche'), irónicas ('Autotango del cantautor'), de amor y muerte ('Rito', etcétera), componen su repertorio”.
De nuevo, el imprescindible reportaje gráfico de Rafa Jiménez nos permite revivir aquella calurosa velada. Si no media manipulación, una fotografía es un documento de veracidad inapelable que nos informa de todo lo que está a la vista. Y, en este caso, entre otros placeres, nos procura una visión panorámica del lugar. Resalta lo bien cuidado que estaba, la pintura y el blanqueo reciente para la temporada estival de cine al fresco de la noche.
[FOTO: RAFA JIMÉNEZ]
La empresa Ortiz de Galisteo, que lo gestionaba, cuidaba la limpieza y el encalado. A ambos lados del proscenio, llaman la atención las molduras. Son unas airosas figuras lineales en relieve con delicado trazo que se complementan con sendas celosías en forma de rombo.
Y en el centro, en la cabecera del estrado como objeto principal, el emblema con las iniciales rotuladas del cine. Envueltas en una orla con forma de racimo, tenían algo en su hechura de acta y rubrica de notaría, remedando el estilo de la letra capitular, casi como letra corpórea.
Todo de pura y sustantiva sobriedad. Lejos de lo ostentoso y recargado. Sin embargo, en esta elemental decoración era apreciable una intencionalidad estética. Lo que allí se levantaba no era un lienzo cualquiera. Estaba ideado para el ceremonial de la cultura. Era una pared que se veía rematada por una cornisa levemente sinuosa, en un juego de sutiles curvas que enmarcaban el escenario.
[FOTO: RAFA JIMÉNEZ]
Y, una curiosidad más, en él, en esta caja escénica, había cuatro boquetes pequeños, o aberturas, desde donde se proyectaba el haz de luz de las películas. Así, el Ideal (qué denominación tan explícita y atinada) se prestaba a un doble uso: el teatral y el cinematográfico, con espléndidos resultados.
Repasar estas instantáneas también nos traslada hasta el rudimentario camerino momentos antes del comienzo de la función. El invitado, desprovisto de prisas, está tranquilo y dispuesto, sin solemnidades, a la comunión con el auditorio. Incluso, al presentar alguna composición, saca a relucir la vena humorística con la que deshace rigores y formalidades. Está allí, cuerpo a cuerpo.
Con la camisa entreabierta (clara, por supuesto), que dejaba al descubierto parte del pecho; el pitillo de empedernido fumador en la comisura de los labios; pantalón ajustado, también blanco; el cabello largo y una característica media barba de varios días, Luis Eduardo Aute, con su inseparable guitarrista Gaspar Payá, se dispone en encandilar con el fulgor de sus canciones.
Y Rafa Jiménez, que sabe intuir la potencia visual de la música, lo tenía todo preparado para dejar constancia de aquella compenetración (es inevitable aquí la insinuación sensual en alguien tan dado al erotismo). Así, con la asombrosa nitidez del blanco y negro, asistimos como si no hubiera pasado el tiempo al bisbiseo de un seductor en la plenitud física de quien, con 37 años, le iba la vida en ello.
“Eran momentos muy emocionantes, porque iba a escuchar a uno de mis artistas favoritos”, recuerda Rafa. “Tenía ante mí a quien tantas veces había sentido en casa y en las emisoras de radio. Pero, además, contabas con que ibas con la cámara en la mano dispuesto a capturar algo soñado. Tenía la posibilidad de hacerle fotos con toda libertad. Y no solo esto: se presentaba la posibilidad de colarme hasta los camerinos, donde podías entrevistarlo y estar con el artista, sin presiones, con tranquilidad, en un ambiente relajado”.
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El hombre cámara (I)
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
























































