Hay bodegas que presentan signos devocionales. Contienen referencias de santidad, de milagros, de advocaciones o abren pequeños nichos con alguna talla mariana en forma de capilla protectora. Jesús también camina por estos alberos. En Montulia (ahora Navisa) es relevante la nave presidida por un Cristo sobre una cruz sarmentosa. Credo de pura cepa.
Bodega de botas en Navisa Industrial, con el crucificado al fondo de la imagen.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Fachada de la Cooperativa Nuestra Señora de la Aurora de Montilla.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Fiel a este mismo espíritu, la fachada de la Cooperativa Nuestra Señora de la Aurora se asemeja a la de un templo ermita. Está rematada por una curiosa y sinuosa espadaña con una veleta en la que gira la silueta de san Francisco Solano. Y, para más señas de fervor y veneración, bajo ella, en un altar de ladrillo con faroles, se enmarca la imagen de la patrona de Montilla, la Virgen de la Aurora, que da nombre a esta sociedad cooperativa. Es el carácter sagrado del vino lo que aquí se invoca en una liturgia que acerca lo humano a Dios.
En cambio, la sede de Cooperativa Agrícola La Unión carece de rasgos religiosos. No fue concebida para bodega, sino que ocupa las dependencias del antiguo molino aceitero de Álvarez. Debidamente acondicionado para su nuevo uso, ahora presenta una estampa típica con una gran puerta tras la que se abre un magnífico patio, además de una serie de bodegas y sala de catas.
Este de La Unión no es el único ejemplo de reutilización de un edificio industrial que no fue creado para este fin. La Algodonera, la casi olvidada CEPANSA, se reencarnó en Bodegas Gracia Hermanos después de haber estado sin uso mucho tiempo. Su diseño fabril de solidez contrastada en cubiertas de hierro se adaptó a su nuevo cometido reviviendo en plenitud.
Fachada de la Cooperativa Agrícola La Unión.
[FOTO: AYUNTAMIENTO DE MONTILLA (ARCHIVO)]
Patio interior de las Bodegas Gracia Hermanos.
[FOTO: BODEGAS GRACIA HERMANOS]
El encalado y la distribución de calles, según la costumbre, más algún que otro pormenor (el depósito que nos recuerda la falta de agua años atrás), le da un inconfundible aire bodeguero, de modo que al visitarla, sea difícil sospechar su originario planteamiento.
Aunque pensado para el textil, es un tipo de nave polivalente que comparte alguna que otra afinidad con lo estrictamente bodeguero, en particular por su notable capacidad de almacenaje. Pero ¿hay algún rasgo arquitectónico que defina a las de Montilla en relación a otras? Quizás Carlos Cobos pueda ayudarnos a dilucidar esta cuestión.
Con Carlos Cobos Ortiz, que hoy en día ejerce de arquitecto municipal, compartí buena parte del Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media Inca Garcilaso. Ya entonces dejaba ver sus cualidades como dibujante, incluido el temido dibujo técnico, por supuesto. Estas aptitudes para el arte le habrían de servir tiempo después en su plaza de alto funcionario, primero en Lucena y, más tarde, en Montilla.
En él confluyen los conocimientos propios de su oficio, el gusto por el urbanismo y por la respetuosa rehabilitación de lo que nos ha dejado el pasado. Y en esta labor ocupa un lugar primordial la preservación del patrimonio bodeguero —mejor dicho: lo que queda de él—.
Para Carlos Cobos, en cuyo árbol familiar reverdece la savia de antiguas soleras, este parece un destino ineludible que agita y remueve en su interior emociones y memoria. Todo lo relacionado con las bodegas, también en la faceta arquitectónica, forma parte de su álbum familiar.
“No hay vestigios antiguos, no más allá del siglo XIX, y se desconoce exactamente el origen de este tipo de construcciones —nos dice para empezar—. De lo que sí hay constancia es de la existencia de restos decimonónicos. Pero no creo que sea un modelo copiado de otras zonas de España, de Jerez en concreto. En época más reciente sí se siguió esa tipología”.
“En cualquier caso, se trata siempre de unas edificaciones alrededor de un pasaje con una estructura de naves de no mucha anchura. Solían ser más bien estrechas debido a la cubierta, que siempre era a dos aguas, de madera, con teja, lo que condicionaba bastante la anchura”.
“Estaban hechas con muros de carga laterales, de modo que se pudieran adosar varias naves con este sistema, por lo general con paredes de mampostería en las que mediante un sistema de arcos se iba pasando una cimbra para ahorrar material. La anchura de cada nave la daba, precisamente, la longitud de estas maderas como elementos de cubrición. A esto se añadía una especie de caballo o triángulo en el que se apoyaban las viguetas”.
La proliferación de bodegas, lagares y lagaretas hizo que el gremio de albañilería se especializase en este tipo de obras. Su experiencia, recogida de la tradición de arquitectura popular, dio soluciones diferenciadas, tanto para bodegas de mayores proporciones como para las más reducidas, según fuera a servir para envejecimiento o para albergar vasijas con mosto.
“De este modo, ahí se alineaba la crianza y las lagaretas. Era un ancho que se ajustaba a la medida de las tinajas y los elementos de fermentación. Llevaban un entarimado a modo de pasillo central con las tinajas. Este modelo ha llegado vivo hasta nuestros días. Es, por ejemplo, la forma empleada en la restauración de El Parador, para que pueda ser visitado”.
Al describir la distribución de espacios en la bodega, Carlos Cobos recalca el papel aglutinador del patio, con una morfología que interconecta varias piezas a modo de núcleo central. Es un universo propio e independiente con vida autónoma. Un pueblo dentro de un pueblo.
“En cuanto a las bodegas de botas, estas se ubican alrededor de unos patios, y en estas se dispone de una mayor anchura para llevar a cabo el sistema tradicional montillano de criaderas y soleras. Si la nave era muy ancha no tenía apoyos intermedios. Podía haber calles adosadas a los muros, pero sin apoyos centrales”.
Fachada del Lagar de Las Puentes, de Bodegas Alvear.
[FOTO: J.P. BELLIDO]
Patio del Lagar de Las Puentes, en la Sierra de Montilla.
[FOTO: J.P. BELLIDO]
“El resto de dependencias también se organizaban alrededor de patios: las oficinas, primero; a continuación el despacho de vinos para la venta a la población; alguna sala como de recepción o sala de muestras; los despachos. Más adelante, el embotellado, almacenes, sala de empaquetado y luego se pasaba al resto de naves con las botas, además de talleres de carpintería, tonelería, mecánico, es decir, habitáculos para oficios auxiliares que tan necesarios son para la industria bodeguera”.
Lo primero que se advierte, si hablamos de bodegas tradicionales, es que es un mundo armónico, desprovisto de excesos. No están hechas para impresionar con un despliegue de medios, sino que lo que exhiben es sencillez y sobriedad. Aquí lo aparatoso está proscrito.
Son construcciones orientadas con un enorme sentido práctico en el que prima la austeridad por encima de la utilización de elementos superfluos. Es un ejemplo de arquitectura dirigida en todo momento al beneficio de los vinos con las condiciones óptimas de temperatura, gracias al empleo de materiales y muros que proporcionen el frescor exigido. Pero a partir de esta premisa, ¿cómo se consigue la belleza? ¿Cómo se armoniza lo útil con lo delicado?
La cal, la vegetación, el adorno sutil aportan una imagen de suave belleza a todo el conjunto. En ocasiones, entrar a una bodega es como penetrar en una comunidad medio secreta, con sus calles adoquinadas, vericuetos y galerías. Mires adonde mires resulta placentero con infinidad de detalles.
“Estos muros de carga de mampostería, con su arcada correspondiente, le dan una belleza inigualable, de modo que las hace reconocibles. Es como un acueducto sobre el que se fija la cubierta a dos aguas. En el caso de las lagaretas, el patio también es esencial. Es a partir de finales de siglo XIX y comienzos del XX cuando empiezan a aparecer las bodegas de mayor tamaño, pero conservando un idéntico orden organizativo”.
“Surge aquí una belleza natural y equilibrada a base de arcos, huecos, emparrados, viseras. Tienen la belleza como un don natural: son espacios que la tienen en sí mismos con el enchinado como pavimento, las portadas de acceso a las naves, el uso de azulejos y de simbología vinícola”.
“Puertas de color verde de madera —de hecho, hay un color que se llama verde bodega, verde mayo, como también se le ha denominado, con el que se pintaban las carpinterías–. Y por otro lado, la doble función de la parra de entrada, a modo de bóveda vegetal que daba sombra y una imagen muy estética en estos ámbitos. Es así, de forma sencilla, como se consigue la belleza: con la simple acumulación de elementos bonitos, como son naves, tejados, ventanas, puertas, patios, pilas y pozos en los patios”.
La arquitectura del vino (I)
La arquitectura del vino (II)
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Fachada de la Cooperativa Nuestra Señora de la Aurora de Montilla.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
Fiel a este mismo espíritu, la fachada de la Cooperativa Nuestra Señora de la Aurora se asemeja a la de un templo ermita. Está rematada por una curiosa y sinuosa espadaña con una veleta en la que gira la silueta de san Francisco Solano. Y, para más señas de fervor y veneración, bajo ella, en un altar de ladrillo con faroles, se enmarca la imagen de la patrona de Montilla, la Virgen de la Aurora, que da nombre a esta sociedad cooperativa. Es el carácter sagrado del vino lo que aquí se invoca en una liturgia que acerca lo humano a Dios.
En cambio, la sede de Cooperativa Agrícola La Unión carece de rasgos religiosos. No fue concebida para bodega, sino que ocupa las dependencias del antiguo molino aceitero de Álvarez. Debidamente acondicionado para su nuevo uso, ahora presenta una estampa típica con una gran puerta tras la que se abre un magnífico patio, además de una serie de bodegas y sala de catas.
Este de La Unión no es el único ejemplo de reutilización de un edificio industrial que no fue creado para este fin. La Algodonera, la casi olvidada CEPANSA, se reencarnó en Bodegas Gracia Hermanos después de haber estado sin uso mucho tiempo. Su diseño fabril de solidez contrastada en cubiertas de hierro se adaptó a su nuevo cometido reviviendo en plenitud.
[FOTO: AYUNTAMIENTO DE MONTILLA (ARCHIVO)]
Patio interior de las Bodegas Gracia Hermanos.
[FOTO: BODEGAS GRACIA HERMANOS]
El encalado y la distribución de calles, según la costumbre, más algún que otro pormenor (el depósito que nos recuerda la falta de agua años atrás), le da un inconfundible aire bodeguero, de modo que al visitarla, sea difícil sospechar su originario planteamiento.
Aunque pensado para el textil, es un tipo de nave polivalente que comparte alguna que otra afinidad con lo estrictamente bodeguero, en particular por su notable capacidad de almacenaje. Pero ¿hay algún rasgo arquitectónico que defina a las de Montilla en relación a otras? Quizás Carlos Cobos pueda ayudarnos a dilucidar esta cuestión.
Solera Cobos
Con Carlos Cobos Ortiz, que hoy en día ejerce de arquitecto municipal, compartí buena parte del Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media Inca Garcilaso. Ya entonces dejaba ver sus cualidades como dibujante, incluido el temido dibujo técnico, por supuesto. Estas aptitudes para el arte le habrían de servir tiempo después en su plaza de alto funcionario, primero en Lucena y, más tarde, en Montilla.
En él confluyen los conocimientos propios de su oficio, el gusto por el urbanismo y por la respetuosa rehabilitación de lo que nos ha dejado el pasado. Y en esta labor ocupa un lugar primordial la preservación del patrimonio bodeguero —mejor dicho: lo que queda de él—.
Para Carlos Cobos, en cuyo árbol familiar reverdece la savia de antiguas soleras, este parece un destino ineludible que agita y remueve en su interior emociones y memoria. Todo lo relacionado con las bodegas, también en la faceta arquitectónica, forma parte de su álbum familiar.
“No hay vestigios antiguos, no más allá del siglo XIX, y se desconoce exactamente el origen de este tipo de construcciones —nos dice para empezar—. De lo que sí hay constancia es de la existencia de restos decimonónicos. Pero no creo que sea un modelo copiado de otras zonas de España, de Jerez en concreto. En época más reciente sí se siguió esa tipología”.
“En cualquier caso, se trata siempre de unas edificaciones alrededor de un pasaje con una estructura de naves de no mucha anchura. Solían ser más bien estrechas debido a la cubierta, que siempre era a dos aguas, de madera, con teja, lo que condicionaba bastante la anchura”.
“Estaban hechas con muros de carga laterales, de modo que se pudieran adosar varias naves con este sistema, por lo general con paredes de mampostería en las que mediante un sistema de arcos se iba pasando una cimbra para ahorrar material. La anchura de cada nave la daba, precisamente, la longitud de estas maderas como elementos de cubrición. A esto se añadía una especie de caballo o triángulo en el que se apoyaban las viguetas”.
La proliferación de bodegas, lagares y lagaretas hizo que el gremio de albañilería se especializase en este tipo de obras. Su experiencia, recogida de la tradición de arquitectura popular, dio soluciones diferenciadas, tanto para bodegas de mayores proporciones como para las más reducidas, según fuera a servir para envejecimiento o para albergar vasijas con mosto.
“De este modo, ahí se alineaba la crianza y las lagaretas. Era un ancho que se ajustaba a la medida de las tinajas y los elementos de fermentación. Llevaban un entarimado a modo de pasillo central con las tinajas. Este modelo ha llegado vivo hasta nuestros días. Es, por ejemplo, la forma empleada en la restauración de El Parador, para que pueda ser visitado”.
Al describir la distribución de espacios en la bodega, Carlos Cobos recalca el papel aglutinador del patio, con una morfología que interconecta varias piezas a modo de núcleo central. Es un universo propio e independiente con vida autónoma. Un pueblo dentro de un pueblo.
“En cuanto a las bodegas de botas, estas se ubican alrededor de unos patios, y en estas se dispone de una mayor anchura para llevar a cabo el sistema tradicional montillano de criaderas y soleras. Si la nave era muy ancha no tenía apoyos intermedios. Podía haber calles adosadas a los muros, pero sin apoyos centrales”.
[FOTO: J.P. BELLIDO]
Patio del Lagar de Las Puentes, en la Sierra de Montilla.
[FOTO: J.P. BELLIDO]
“El resto de dependencias también se organizaban alrededor de patios: las oficinas, primero; a continuación el despacho de vinos para la venta a la población; alguna sala como de recepción o sala de muestras; los despachos. Más adelante, el embotellado, almacenes, sala de empaquetado y luego se pasaba al resto de naves con las botas, además de talleres de carpintería, tonelería, mecánico, es decir, habitáculos para oficios auxiliares que tan necesarios son para la industria bodeguera”.
El encanto de la cal
Lo primero que se advierte, si hablamos de bodegas tradicionales, es que es un mundo armónico, desprovisto de excesos. No están hechas para impresionar con un despliegue de medios, sino que lo que exhiben es sencillez y sobriedad. Aquí lo aparatoso está proscrito.
Son construcciones orientadas con un enorme sentido práctico en el que prima la austeridad por encima de la utilización de elementos superfluos. Es un ejemplo de arquitectura dirigida en todo momento al beneficio de los vinos con las condiciones óptimas de temperatura, gracias al empleo de materiales y muros que proporcionen el frescor exigido. Pero a partir de esta premisa, ¿cómo se consigue la belleza? ¿Cómo se armoniza lo útil con lo delicado?
La cal, la vegetación, el adorno sutil aportan una imagen de suave belleza a todo el conjunto. En ocasiones, entrar a una bodega es como penetrar en una comunidad medio secreta, con sus calles adoquinadas, vericuetos y galerías. Mires adonde mires resulta placentero con infinidad de detalles.
“Estos muros de carga de mampostería, con su arcada correspondiente, le dan una belleza inigualable, de modo que las hace reconocibles. Es como un acueducto sobre el que se fija la cubierta a dos aguas. En el caso de las lagaretas, el patio también es esencial. Es a partir de finales de siglo XIX y comienzos del XX cuando empiezan a aparecer las bodegas de mayor tamaño, pero conservando un idéntico orden organizativo”.
“Surge aquí una belleza natural y equilibrada a base de arcos, huecos, emparrados, viseras. Tienen la belleza como un don natural: son espacios que la tienen en sí mismos con el enchinado como pavimento, las portadas de acceso a las naves, el uso de azulejos y de simbología vinícola”.
“Puertas de color verde de madera —de hecho, hay un color que se llama verde bodega, verde mayo, como también se le ha denominado, con el que se pintaban las carpinterías–. Y por otro lado, la doble función de la parra de entrada, a modo de bóveda vegetal que daba sombra y una imagen muy estética en estos ámbitos. Es así, de forma sencilla, como se consigue la belleza: con la simple acumulación de elementos bonitos, como son naves, tejados, ventanas, puertas, patios, pilas y pozos en los patios”.
Entregas anteriores
La arquitectura del vino (I)
La arquitectura del vino (II)
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR




















































