Ir al contenido principal

Mario Vargas Llosa en Montilla: crónica de una visita inolvidable y algo estrambótica

Montilla se ha despertado esta mañana con la triste noticia del fallecimiento en Lima, a los 89 años de edad, del escritor hispanoperuano Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura y "enamorado confeso" del Inca Garcilaso de la Vega, uno de los más grandes cronistas de América y uno de los mejores prosistas del renacimiento hispánico.


La localidad en la que residió el autor de Los Comentarios Reales a lo largo de treinta años fue testigo el 27 de julio de 1995 de una inolvidable –y algo estrambótica– visita que el tiempo no ha logrado borrar y que hoy, con la noticia del deceso de Mario Vargas Llosa, parece cobrar mayor trascendencia.

Y es que aquel caluroso día de finales de julio de 1995, el literato de talla universal, entonces ya consolidado como uno de los grandes narradores contemporáneos, encontró en Montilla una suerte de revelación emocional, cultural y, por qué no, ancestral.

BODEGAS PÉREZ BARQUERO - 1905 AMONTILLADO - 100 PUNTOS PARKER

Mario Vargas Llosa, que tres lustros más tarde sería reconocido con el Premio Nobel de Literatura, fue investido aquel día como Embajador de los Vinos de Montilla, en una ceremonia íntima organizada por la Cofradía de la Viña y el Vino, un colectivo que, desde su fundación en 1990, ha demostrado su compromiso con la Denominación de Origen Protegida (DOP) Montilla-Moriles.

Un acto simbólico –y, quizás, en exceso sobrio, por expreso deseo del autor de La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) o La fiesta del Chivo (2000)– que tuvo lugar en las históricas Bodegas Montulia y que, de algún modo, selló la relación entre el escritor peruano y los vinos que definen el carácter de los habitantes de la zona Montilla-Moriles.

Pero aquella visita no fue fruto del azar. Detrás de esta escapada a la localidad de la Campiña Sur estuvo la mano discreta pero firme de Fernando Iwasaki, escritor e historiador peruano, amigo personal y asesor de Vargas Llosa. El pregonero de la Fiesta de la Vendimia del año 2016 fue quien tendió el puente que permitió al autor hispanoperuano cumplir un deseo largamente acariciado: conocer la Casa del Inca, donde el cronista mestizo pasó treinta años de su vida antes de poner rumbo a la capital cordobesa, donde falleció el 23 de abril de 1616.

BODEGAS ALVEAR - EVENTOS CORPORATIVOS - BODAS - CELEBRACIONES

Vargas Llosa, que había interrumpido su retiro veraniego en la clínica de adelgazamiento Buchinger en Marbella, llegó a Montilla con su esposa Patricia, su hijo Álvaro y su nuera, Susana Cecilia Abad. Lo hizo casi en secreto, como quien regresa a una patria íntima. Pese a las restricciones de su dieta –que le impidieron degustar el vino del que se acababa de erigir en embajador, nada más y nada menos–, el Nobel se dejó llevar por la emoción del momento y, en un rincón de la recoleta bodega de la Casa del Inca, dejó un mensaje escrito con tiza en una bota de vino: “Entre Garcilazo y el vino montillano me quedo con los dos”.

El lapsus ortográfico —“Garcilazo” en lugar de “Garcilaso”—, lejos de restarle valor, añadía una pincelada humana a la escena. Un desliz poético muy celebrado a día de hoy por los cientos de visitantes que recibe esta señorial vivienda ubicada en la calle Capitán Alonso de Vargas y que descubren con una sonrisa, entre asombro y complicidad, que hasta los premios Nobel de Literatura pueden cometer alguna falta de ortografía.

Con todo, la emoción que embargó a Vargas Llosa aquel día tiene raíces profundas. Durante sus años de formación en la Universidad de Lima, fue discípulo de Raúl Porras Barrenechea, historiador, diplomático y académico, cuya huella en Montilla permanece indeleble desde que investigara la figura del Inca Garcilaso en los años cuarenta y, de la mano de José Cobos, lograra localizar la vivienda en la que residió el gran cronista cuzqueño, acogido por su tío, el capitán Alonso de Vargas. Curiosamente, uno de los ayudantes de Porras Barrenechea en aquella etapa fue Fernando Llosa Porras, familiar de Vargas Llosa y de su esposa Patricia.


De algún modo, aquel viaje del Nobel de Literatura a Montilla –del que también fue testigo de excepción la historiadora montillana Pepa Polonio Armada– no solo fue un reencuentro con la historia, sino también con una parte de su propia genealogía espiritual. En palabras de Fernando Iwasaki, “latía entre aquellas paredes una emoción inolvidable que se plasmó en las caricias reverentes de Vargas Llosa sobre los muros, las cancelas y los postigos”.

Un embajador de excepción


La Cofradía de la Viña y el Vino de Montilla no desaprovechó la ocasión para rendir homenaje al visitante ilustre. Lo nombraron oficialmente Embajador de los Vinos de Montilla-Moriles, título que han ostentado otras figuras como Antonio Gala o Ian Gibson. En una ceremonia en petit comité, con toga, medallón y sin estridencias, Vargas Llosa aceptó un reconocimiento que llevaba tiempo gestándose. Ya antes había respondido por carta que se sentía honrado con tal distinción.

Curiosamente, aquel fue el único peso que el escritor ganó durante su breve paso por Montilla: el de la medalla honorífica de la Cofradía de la Viña y el Vino. Y es que su estricta dieta lo privaba, incluso, del placer de tomar una copa o de degustar algunas de las tapas que se sirvieron tras la ceremonia. Aun así, no pudo evitar dejarse llevar por la fuerza simbólica del momento y brindar, aunque fuera con las palabras, por el vino y por la historia que se entrelazaban en ese lugar.

SUMINISTROS AGRÍCOLAS LUQUE

Aquel lazo con Montilla no se limitó al plano vivencial. Años después, en 2002, Vargas Llosa pronunció un discurso en la Universidad San Antonio Abad del Cusco, con motivo de la concesión de un doctorado honoris causa. Ese texto inédito, titulado El Inca Garcilaso y la lengua general, vio la luz en 2011 gracias al sello Bibliofilia Montillana.

Editado con esmero por el bibliófilo Manuel Ruiz Luque, Hijo Predilecto de Montilla y Medalla de Andalucía, la obra incluye ilustraciones, una galería fotográfica de su visita a Montilla y prólogos de Fernando Iwasaki y de Antonio López Hidalgo, testigos directos de aquel día de verano de 1995. En el ensayo, Vargas Llosa elogia con fervor la figura del Inca Garcilaso, a quien describe como “un fino espíritu, impregnado de cultura renacentista y dueño de una prosa tan limpia como el aire de las alturas andinas”.

La huella que dejó aquel breve viaje perdura en las piedras, en un barril de la bodeguita de la Casa del Inca y en la memoria colectiva de Montilla. La visita fue cubierta por la Agencia EFE y su imagen, con toga y medallón de la Cofradía de la Viña y el Vino de Montilla, dio la vuelta al mundo. Años después, cuando en octubre de 2010 se anunció que Vargas Llosa había ganado el Premio Nobel de Literatura, muchos vecinos de Montilla recordaron con orgullo que aquel gigante de las letras había paseado por sus calles, había acariciado los muros de la señorial casa de Gómez Suárez Figueroa y había dejado una estela de afecto –y una errata tipográfica– que hoy vuelve a recobrar actualidad. Descanse en paz.

JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: RUQUEL / JOSÉ ANTONIO AGUILAR

SIDEMON - SERVICIO INTEGRAL A LA DEPENDENCIA

TANATORIO MONTILLA | TDCO | TANATORIOS DE CÓRDOBA


© 2020 Montilla Digital · Quiénes somos · C/ Fuente Álamo, 34 | 14550 Montilla (Córdoba) | montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.