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Moi Palmero | Los Caminantes Blancos

Apurado por el precio de la energía, compré un botijo. Mi idea es refrescarme sin necesidad de sentirme culpable por abrir la nevera, el mismo sentimiento que me invade cuando arranco el coche o me quedo dormido durante la siesta con la televisión encendida. Sencillos gestos que, hasta hace unos meses, eran sinónimos de la placentera, regalada y merecida vida que nos ha tocado vivir y que ahora se han convertido en acciones antipatrióticas que fortalecen al enemigo.


Por un lado, me censuro pensando en mi maltrecha economía pero, sobre todo, para que Borrell no se me aparezca en sueños recordándome que reduzca el consumo de gas para no tener que importarlo de Rusia. En su momento me recordó la icónica imagen publicitaria del Tío Sam que los estadounidenses popularizaron para atraer reclutas que combatiesen contra los alemanes en la I Guerra Mundial.

Estoy seguro de que habrán visto alguna vez al hombre vestido con chaqueta y chistera, canoso, barba de chivo, que te señala y te mira con el ceño fruncido sobre el lema “Te quiero a ti para el Ejército de los EE.UU”.

Un afiche reconocido a nivel mundial, que fue lo que Biden les recordó a todos durante la Cumbre y que no me extrañaría que lo rescatasen desde la OTAN para prepararnos e involucrarnos a título individual en el conflicto en el que estamos envueltos.

Pero la gran campaña comenzará cuando pase el verano porque, a pesar de la inflación y de los disparatados precios, tenemos que seguir consumiendo para mantener la economía, para llegar al invierno contentos y apretarnos el cinturón con los estómagos satisfechos y con los recuerdos agradables aún fresquitos en el corazón. El baile antes de la tormenta.

La cumbre de la OTAN, que tanto hemos aplaudido y vitoreado porque ha beneficiado la marca España, ha sido el último aviso de lo que nos espera en el otoño y el invierno: el recrudecimiento del conflicto, la falta de suministros, el desorbitado precio de los carburantes y la energía necesaria para calentarnos, alimentarnos, sobrevivir, para seguir produciendo, para no detener el insostenible sistema económico que hemos creado.

Tras las risas, el buen rollito, las cenas de gala, las compras y el turismo por la capital, se esconde el anuncio de que lo peor está por venir; que lo imprevisible, la Tercera Guerra Mundial, es una realidad; que la amenaza nuclear que acabaría con la especie humana está cada vez más cerca; que la llegada de los Caminantes Blancos, del largo invierno, es inminente.

Como en la saga de George R.R. Martin, Canción de hielo y fuego, popularizada como Juego de Tronos en la televisión, las disputas entre los Estados queda en un segundo plano ante la aparición de un enemigo común al que tienen que combatir unidos o la especie humana desaparecerá.

En la ficción, los Siete Reinos que se alían, luchan y se traicionan por conseguir el Trono de Hierro deben aparcar sus diferencias, sus disputas, ante la amenaza de Los Otros, los Caminantes Blancos, seres sobrenaturales que quedaron replegados y vigilados tras el Muro después del pacto de los Hijos del Bosque y de los Primeros Hombres.

Una historia que nada tiene que ver con este conflicto, porque su autor comenzó a escribirla en los noventa, pero que refleja casi milimétricamente lo que está ocurriendo en la actualidad. Las intrigas, las traiciones, los pactos, los sentimientos e intereses reflejados en esas novelas no difieren mucho de lo que se ha tratado en la Cumbre de la OTAN: determinar los aliados y los enemigos; concretar quién es el que manda (que ya lo sabíamos), el que determina la estrategia ante la batalla final; qué puede aportar cada uno y las recompensas que recibirán en caso de victoria.

Una Cumbre en la que se nos ha vendido lo superficial, lo anecdótico, lo frívolo, pero en la que se han sellado los acuerdos para prepararnos para la guerra, para desplegar más de 300.000 militares por Europa, para reforzar las defensas por tierra, mar y aire. Una Cumbre que me da miedo, porque refleja la incertidumbre de nuestro futuro, un mundo a punto de estallar, otro punto de inflexión de la raza humana, otra moneda lanzada al aire.

Da igual si votaste sí a la OTAN, si gritaste “Yankee go home”, si los nuevos destructores que llegarán a Rota te parecen una oportunidad o una amenaza... La guerra, las balas, el hambre y el frío no harán distinción ninguna. Quizás no sea mala idea gastarse los últimos ahorros en unas vacaciones, disfrutar del verano que precederá al largo invierno, a la llegada de los Caminantes Blancos. Porque la otra opción es aprovisionarse de Vidriagón, hacerle caso al Tío Sam y alistarse para combatir al Rey de la Noche.

MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
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