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ERE que ERE

Indudablemente, una democracia no se entiende sin partidos políticos; indudablemente, los partidos políticos (dos, tres, cuatro o los que sean) se presentan a las elecciones y son votados por los ciudadanos; indudablemente, unos partidos ganan y otros pierden: ¡hagan juego señores!; indudablemente, las “urnas” eligen al partido que en teoría debe gobernar, menos cuando hay alianzas raras -me refiero para gobernar-.

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Indudablemente, estamos refiriéndonos a una democracia sana y no tan sana y, por supuesto, si hablamos de "democracia" no nos referimos a una dictadura, nacionalcatólica o musulmana-integrista o nacional corporativa, de Franco, Gadafi u Oliveira Salazar. Pero, desgraciadamente, la democracia -o “escribo” con más propiedad si digo "sus políticos" pueden estar corrompidos-.

Según opinión de mentes más lúcidas y más preparadas que la mía, la democracia española está enferma de corrupción. Esa enfermedad -la corrupción- ha estado presente en todas las épocas y en todos los países a lo largo de la historia. Pero ¡mal de muchos consuelo de tontos! El problema no es la enfermedad "corrupción" sino la actitud que mantengamos frente a ella. O tal vez ¿los españoles somos un país corrupto per se? Me niego a creerlo.

Se dice que cada ser humano tiene un precio y que solo es cuestión de ofrecerle hasta llegar a su límite. Puede que sea verdad y en ello esté la clave de la enfermedad corrupción.

Insistimos que corrupción ha habido siempre y en todos los países, pero el problema no es ya la corrupción en sí, que sí que lo es, sino la actitud ante esa corrupción. Según el escritor y pensador José Luis Sampedro, “hay corrupción porque hay hombres en venta y otros dispuestos a comprarlos”. ¡Está todo dicho!

En los países de nuestro entorno, al podrido se le combate con mayor o menor éxito y si tiene la mano más larga de lo debido, se le corta la posibilidad de seguir metiendo la mano en la tinaja. No estoy pidiendo una amputación real, al estilo musulmán, que pienso es una práctica atroz: se le expulsa del cargo y del partido, si antes el interfecto no ha tenido la dignidad de dimitir motu proprio.

Recordemos el caso último del ministro de Defensa de Alemania que dimite por haber copiado su tesis doctoral: dimite por un engaño. La vicepresidenta del Gobierno catalán “se ha visto obligada a pedir disculpas" (solamente) por falsear su currículum, donde ponía que era licenciada y le faltan dos asignaturas aún. ¡Disculpas aceptadas! pues ha sido un “fallo de transcripción”.

Bien es verdad que en España pocos doctores (no me refiero a los médicos que, aunque les llamemos "doctores", no todos ellos tienen el doctorado y son solo licenciados) debe haber en política activa.

Lo que no podemos seguir ocultando es que en la política (sea nacional, autonómica o municipal) esté prevaleciendo, de forma galopante, la enfermedad de la corrupción y no queda más opción que poner remedio, antes de que el cuerpo político fallezca o lo que es peor, antes de que contagie a toda la población.

Una de las causas, me atrevo a aventurar, quizás sea que como el dinero público no es de nadie (teoría que no comparto bajo ningún concepto) se puede coger siempre que esté a nuestro alcance, porque si no lo agarro yo lo pescará otro.

Aunque eso no es lo peor. Lo peor es la falta de reacción ciudadana. Da la impresión de que aquí no pasa nada. Y yo me pregunto: ¿dónde están las manifestaciones contra los últimos escándalos, despilfarros y granujadas descubiertas? ¿No somos capaces de salir a la calle protestando contra los ERE, los Gürtel, los Fabra, la trama Malaya, contra los exalcaldes de Totana o de Pernambuco, etecé, etecé, etecé?

Seguro que me dejo en el tintero más casos. Y la pregunta es inevitable: ¿es que unos temen se les acabe “la teta” y otros esperan que les llegue la posibilidad de mamar de ella cuando ganen los “suyos” y por eso hay que mirar para otro lado?

Corrupción ha habido en todas las épocas y en todos los países. La diferencia está en la actitud ante ella. Una actitud de honradez a machamartillo, una actitud estrictamente ética basada en el principio del bien común y en contra del bien personal. Una actitud de saber hacer y no de dejar hacer a una conciencia laxa, abiertamente relajada, con unas manos “atracadoras” de todo lo que pase por delante.

En un artículo anterior apuntaba que “no es bueno” que un partido político esté durante mucho tiempo en el poder. Sigo manteniendo la misma tesis. Si un partido está en el poder es porque le hemos votado. Conforme. Pero también tenemos la opción de no votarlo, que es lo que estoy defendiendo en diversos momentos, si ese “clan” deja que sus miembros se comporten mal, metiendo la mano donde no deben, pidiendo lucrativas comisiones por hacer “favores” de la índole que sea. Si eso es así, hay que castigarlo en las urnas. Y no me vale aquello de que “las promesas electorales están para no cumplirlas”.

En el caso más reciente, el de los ERE, primero se dijo que no había nada de que preocuparse, luego que de haber irregularidades serían dos o tres casos sin importancia, luego se amplió el tema hasta treinta y a fecha de hoy vamos por ciento y pico… y parece que aún no se ha terminado la madeja de la que seguir extrayendo hilo.

Tengo entendido y leído que el PP ha firmado un “manifiesto en favor de la regeneración y en contra de la corrupción”. Si su actitud no es espuria y farisaica, bienvenida sea; pero tantas veces nos han gritado los unos y los otros ¡que viene el lobo! que ahora, precisamente ahora, cuesta trabajo darles crédito.

Pero parece ser, según diversos informes aparecidos en prensa que “la corrupción no pasa factura electoral, que es idéntica en todos los casos y al margen de si el edil pertenece al PP, al PSOE o a otras formaciones políticas”.

Estamos pasando un mal momento que ya dura algunos años. Para muestra un botón. ¡Y qué botón!: “Cada día del año 2011 añade 3.400 trabajadores más a las listas del paro” según datos de la prensa nacional. Y mientras tanto las “cortinas de humo” ciegan nuestros ojos: tema de los apellidos, visita del Papa, triunfo de la roja.

Aún no se han extinguido los humos de los prohibidos cigarrillos y ya tenemos un nuevo frente para discutir. Ahora son los 110 km/h en autovías y autopistas, neumáticos ecológicos, cambio de bombillas en alumbrado público (que, por cierto, cada uno de nosotros las cambiamos conforme se funden ¿...?), los recursos que nos hacen desviar la vista para otros cerros.

Como botón de muestra hemos tenido una manifestación para protestar contra los 110 km/h. ¿España tiene serios problemas de abastecimiento energético? Según los entendidos poco vamos a ahorrar con estas medidas, pero lo que está claro es que durante cuatro meses (¿de momento?, soy escéptico en este tema) podremos estar entretenidos protestando contra la ocurrencia, es decir, desviando la mirada de problemas más acuciantes e importantes. Como dato curioso, el fin de semana ha dejado en el asfalto 15 muertos. ¡Exceso de velocidad!
PEPE CANTILLO
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