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JUNTA DE ANDALUCÍA - Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional

XXV CATA DE MORILES - DEL 21 AL 23 DE OCTUBRE DE 2023

Mostrando entradas con la etiqueta Los cuentos de Canterbury [Enrique F. Granados]. Mostrar todas las entradas
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6 de octubre de 2017

  • 6.10.17
—Señoras y señores, les he convocado hoy para informarles sobre la consulta que celebraremos el próximo domingo. Haciendo ejercicio de nuestro sacrosanto, inmarcesible, irrenunciable y legítimo derecho a decidir, democráticamente y con las máximas garantías, manifestaremos nuestra voluntad de permanecer bajo el actual statu quo o abandonarlo de manera pacífica.



Como sabrán, el presidente se ha enrocado en una postura antidemocrática y contraria a cualquier norma básica de convivencia impidiendo con todas las herramientas a su alcance que ejerzamos nuestra misión, contraviniendo nuestros derechos humanos.

Sus actuaciones menoscaban la libertad y la dignidad de todas las personas que conformamos este colectivo, humilla la inteligencia de quienes, después de mucho meditar y tras años de vejaciones y desprecios, queremos saber si hay una mayoría que desee emprender un camino diferente al de quienes nos detestan día sí y día también.

Con una sonrisa en los labios queremos decir: basta ya. Pase lo que pase este domingo consignaremos en completa libertad nuestro voto, expresaremos democráticamente nuestra voluntad y ejerciendo nuestro derecho a decidir determinaremos si deseamos seguir bajo este régimen o crear uno nuevo que nos conceda la tan ansiada libertad.

No podemos negociar la libertad, la democracia, los derechos humanos. No podemos negar la voz a quien aquí convivimos a diario. Desde ya quiero dejar bien claro que no obedeceremos ninguna orden que vulnere estos derechos inalienables, por dignidad. Por eso le pedimos al presidente que ceje en sus planes y nos deje manifestarnos en paz y democracia, porque expresarse nunca fue ilegal y nunca lo será. No nos sentimos intimidados ante sus amenazas, su represión encubierta o abierta. No tenemos miedo. Escúchenos: ¡no tenemos miedo!

En aquel preciso instante se abrió la puerta. Los gestos de asombro inundaron la sala en una tensa calma. El rostro serio del presidente apareció. Una agria mueca asomaba en sus ojos. Caminó entre los asistentes que se apartaban como si se tratara de una quilla abriendo las aguas del mar. Se aproximó en silencio a quien hasta hacía poco hablaba con una sosegada exaltación, miró a los asistentes y se aclaró la garganta.

—Hombre, Carlos, ya no sé cómo decírtelo. Me da igual que los de Recursos Humanos no te hayan concedido los días para la comunión de tu sobrino, pero esto de escindir el Departamento de Fontanería de la empresa me parece un exceso. Vete a tu puesto de trabajo y déjate de coñas marineras o voy a llamar a Bartolo, el segurata, y te va a explicar lo que significa organización jerárquica piramidal.

Si no fueras mi cuñado y tu hermana una bestia parda ya te habría despedido hace años. Así que no me toques las pelotas y ponte a trabajar, que ya nos han llamado dos veces los de la fosa séptica. La mierda les sale por los desagües y tú aquí largando bobadas. Como no te presentes con el camión allí en dos horas, a quien le va a llegar la mierda a las cejas es a ti.

—Fascista, que eres un fascista. ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

ENRIQUE F. GRANADOS

28 de marzo de 2017

  • 28.3.17
Señorías, compatriotas todos. Celebramos hoy, mediante este solemne acto, un día histórico para nuestra nación. Tras años de incesante trabajo, hemos conseguido alcanzar un acuerdo entre todos los sectores sociales para hacer avanzar nuestro país como nunca antes lo hizo. Debemos estar todos satisfechos y orgullosos de que este día haya llegado.



Un arduo y difícil proceso, en el que ha imperado el diálogo y el entendimiento entre las distintas fuerzas políticas de todo el espectro ideológico, ha culminado con este hecho histórico, solo comparable con la fundación de nuestra nación.

En efecto, podríamos hablar de una auténtica refundación en la que, por fin, la libertad de los ciudadanos impere por encima de cualquier otro elemento. Es un hito histórico mayor. En otras palabras: no es algo menor.

Esta reforma constitucional, que hoy hemos ratificado solemnemente, no se detendrá en una mera declaración de intenciones. En esta misma sesión aprobaremos un paquete de medidas consensuadas con todas las fuerzas políticas, que desarrollarán los preceptos contenidos en nuestra Carta Magna. No podemos demorar la entrada en vigor efectiva de este felicísimo hecho.

Quiero agradecer a todos los partidos del hemiciclo y a los ciudadanos que han respaldado de manera unánime en referendo el apoyo a esta nueva Constitución que hemos tenido el honor de impulsar. Finalmente, hemos encontrado un objetivo común para nuestro país, un propósito que nos une en el presente y que lo seguirá haciendo en el futuro, sustentado en la libertad individual de todos los ciudadanos, la misma que nos hará iguales ante la Ley y que nos permitirá a todos escribir nuestro sino, sin cortapisas, sin un Estado que dicte qué y qué no podrá hacer un ciudadano, sin más límites a su libre albedrío que el respeto al juego democrático.

Nada ni nadie detendrá la voluntad y la determinación de las personas que deseen el progreso y la prosperidad a través de sus acciones. Nadie volverá a verse impedido en sus posibilidades sociales, económicas y humanas. Nadie podrá coartar la libertad de los ciudadanos, ni siquiera el propio Estado que, por fin, se limitará a velar por el respeto de la Ley sin inmiscuirse en los asuntos de quienes por ella se rigen.

Nos hemos dado un marco legal de convivencia que amplía nuestras posibilidades vitales y nos ofrece un esplendoroso futuro en lo personal, en lo social, en lo económico. Un marco en el que podremos hacer uso, en toda su extensión, de la libertad personal, sin cortapisas de tipo alguno.

Desde todos los rincones del orbe se observa con admiración y, déjenme decirlo, hasta con envidia, la valentía demostrada por los representantes de la soberanía nacional. Nuestros socios y aliados nos admiran por este paso hacia el progreso y la modernidad. Un cambio liderado por nuestro país que abrirá nuevas sendas para el resto de naciones y que nos sitúa a la vanguardia de los países defensores de la libertad; un cambio que nos convierte en faro para el progreso de la humanidad.

Los prejuicios y viejos esquemas que nos anclaban aún en el siglo XIX, la dialéctica de clases sociales que intoxicaba el verdadero debate, que no es sino el de lograr la auténtica y completa libertad individual, ha sido desterrada sin posibilidad de reversión. Este acuerdo nacional nos ha dotado de un poderoso instrumento para el bienestar espiritual y material.

Por todo lo anterior, me llena de orgullo y satisfacción proclamar solemnemente la entrada en vigor de la nueva Constitución. A continuación, procederemos a lectura de la nueva Ley de Libertad Social por la cual se derogan, en primera instancia, la legislación laboral y civil.

Gracias a este avance legislativo se constituirá una nueva figura legal por la que cualquier ciudadano podrá negociar y acordar con cualquier empresa o particular la cesión de su faceta de fuerza de trabajo de manera indefinida y sin límite a los términos de esta, sin obligación de abonar cuotas de aseguramiento social obligatorias, las cuales quedan suprimidas en pos de la libre elección de proveedores de utilidades de todo tipo: sanitarias, indemnizatorias, educativas...

Y si, libremente así lo desea, podrá convenir una remuneración exclusivamente en especie como, por ejemplo, soluciones habitacionales o manutención familiar. Para maximizar el alcance de esta eficiente herramienta, se suprimirán todas las barreras de entrada y salida en el mercado laboral, para que nada coarte la libertad de elección de los ciudadanos. Solo las decisiones libres de los individuos conformarán, por agregación, un mercado perfecto en el que se premiarán los esfuerzos de quienes tomen las decisiones personales.

Gracias a esta nueva figura se incrementará el dinamismo del mercado de trabajo nacional y la competitividad, lo que, sin duda, nos convertirá en la economía más próspera de nuestro entorno y, por qué no decirlo, del mundo.

Los emprendedores y empresas van a gozar de unas condiciones inmejorables de creación de actividad económica y, por ende, se espera que lleguemos al pleno empleo en el corto plazo. De igual manera, los trabajadores tendrán a su disposición todas las posibilidades para su empleabilidad, superando por fin una situación en la que un estado sobreprotector y esclerótico coartaba la libertad de nuestros conciudadanos, trabajadores y empresarios.

Adicionalmente, gracias a la nueva Ley de Estabilidad de las cuentas nacionales, en su disposición adicional única, se procederá a asignar la parte alícuota de la deuda soberana entre los poseedores de la nacionalidad española. De esta manera, cada ciudadano, de manera libre, podrá hacer frente a su parte, en la manera en la que crea más conveniente.

La supresión de la deuda soberana ofrecerá una infinidad de posibilidades económicas a nuestra nación, que la hará aún más grande, aún más libre. La primera de esas posibilidades será la garantizada en la nueva Ley de Tributos, que prescribirá cualquier tipo de impuesto dado que son contrarios a nuestro nuevo ordenamiento jurídico.

Como reza el artículo de nuestra Carta Magna, "queda prohibido cualquier tipo de impuesto o tasa gubernamental ya que limita la libertad individual de los ciudadanos, precepto primero y principal del estado de derecho". Porque nuestra nación es, precisamente, libre y muy libre. Saludemos un nuevo tiempo que nos ofrecerá libertad absoluta a todos los que habitamos en este país. Muchas gracias.

ENRIQUE F. GRANADOS

30 de agosto de 2016

  • 30.8.16
El primer paso en la pasarela es el más difícil. Es en ese momento cuando se recurre a toda la decisión que pueda acumularse. Da igual que haya muchos ojos expectantes: la cegadora luz impide ver claramente quién está allí para mirar. El tacto del pie con las tablas es lo único que la conecta con el mundo y la realidad. Es, al mismo tiempo, el cable gracias al cual el funambulista se aferra a la vida y el trampolín que permite volar durante unos instantes con gloriosa gracilidad.



Algunos dirán que ese es el juego, que está hecho para eso. Para otros es una estupidez solo dirigida a mentes faltas de distracción. Pero para ella era mucho más. Desde la niñez soñó con ese día, notar ese calor en sus mejillas, refrenar los nervios e irrumpir con paso decidido entre quienes juzgarían si eran solo simples retales combinados o algo más, algo superior al arte y al genio, a la estricta naturaleza humana.

De nada valía la técnica empleada en la costura, la calidad de los tejidos, el cuidadoso hilvanado que había incubado la innovadora idea, las pruebas que habían determinado si estaba destinado a cubrir un cuerpo; todo quedaría reducido a la imagen mental que crearían en sus cabezas los allí presentes.

Habrá quien diga que no importa lo que digan los demás, que lo que realmente ha de considerarse es la sensación de trascendencia, la eclosión de un sentimiento profundo e íntimo, la superación de lo tangible hacia lo metafísico y lo espiritual. Miles de jóvenes en la etapa más vital de la existencia no pueden estar equivocados.

Otros dirán que solo es ropa: ¡ropa! Se preguntarán el porqué de darle tal importancia a fibras entretejidas, teñidas y cosidas, de una manera más o menos ajustada a una silueta antropomorfa. ¿Qué trascendencia puede haber en eso?

La nula voluntad de suscitar la impaciencia de quienes esperaban su turno para ingresar en la pasarela fue el empujón definitivo. Con paso firme comenzó el paseo de no más de diez metros sobre la estructura que la situaba ligeramente por encima del nivel de quienes la observaban.

Las primeras reacciones fueron de tenue indiferencia, pero conforme avanzaba en su trayecto brotaba a borbotones la desaprobación. Podía ver cómo el fracaso la hundía a cada paso. Tan solo un sector de los que observaban mostraron su satisfacción con miradas felices y de admiración por la propuesta.

En ese momento, el gendarme Louis Bouquets y su compañera, desde los tiempos de la Academia, Marie Thérèse, se aproximaron a la joven y la impelieron a descubrirse con un vehemente: «Madame, está usted infringiendo la Ley, destápese, ¡por el amor de dios!».

Justo en ese preciso instante supo que su carrera como modelo de burkinis estaba acabada y decidió ponerle como broche de oro un fin brillante, luminoso, explosivo. Se despojó de la prenda y dejó a la vista un voluptuoso cuerpo dorado con tatuajes en vívidos colores que iban desde el cuello hasta sus depiladas partes más íntimas. En un relampagueante movimiento instintivo, Monsieur Bouquets, tapó los ojos de su compañera y exclamó: «¡Qué escándalo, cúbrase!».

ENRIQUE F. GRANADOS

19 de agosto de 2016

  • 19.8.16
Recientemente tuve la oportunidad de leer una interesante entrevista a un afamado músico español, conocido en el mundo entero. En ella hacía gala de pagar sus impuestos en España pese a pasar buena parte del año fuera de nuestras fronteras, lo que es loable y de agradecer en estos tiempos de evasores, elusores y corruptos de toda clase.



En la entrevista, este exitoso músico también daba su parecer sobre otros asuntos de actualidad, aunque fueran casi íntegramente mediante opiniones «políticamente correctas». De esa superficialidad se salvaba un fragmento en el que hablaba sobre un país caribeño que ocupa buena parte de las noticias internacionales en nuestro país.

El cantautor señalaba, con vehemencia, que se sentía enfermo cuando escuchaba que alguien pudiera decir que tal nación era un paraíso terrenal y añadía: «...la gente no tiene libertad ni para comprar papel higiénico».

En realidad, no importa que hablara sobre ese u otro país, no es eso lo que suscita esta reflexión. No tiene nada que ver con que alguien esté a favor o en contra de las ideas que esgrimen los gobernantes de determinado país. Ni siquiera trata de ese lugar: la cuestión es puramente filosófica.

Me llamó terriblemente la atención la idea de libertad que subyace en «...la gente no tiene libertad ni para comprar papel higiénico». La deducción lógica inmediata es que la libertad está íntimamente ligada a satisfacer las decisiones de compra y si estas se pueden ver cubiertas por el mercado. Aunque pueda parecer un enunciado simple, encierra numerosas derivadas.

En cualquier caso, lo que no logro entender con claridad es si el producto nombrado —papel higiénico— es central en el razonamiento o no. Tampoco menciona algunos aspectos que se antojan capitales en el silogismo: ¿es de una capa¿ ¿De dos? ¿Triple capa? ¿Lo promociona un golden retriever? ¿Está impreso con finas flores en colores pastel...?

Sería conveniente saber si la libertad abarca cualquier bien o se limita a determinados objetos, si incluye los servicios o solo los efectos materiales. Así, podría decirse: «no es libre porque no puede ni comprarse un libro (una barra de pan, un jamón de bellota, un ventilador, una lavadora, un coche o un jet privado, recibir educación, sanidad, clases de mecanografía, un workshop sobre styling o contar con los servicios de un personal brand manager)».

Quizás, siguiendo la lógica, alguien podría argüir que «A es mucho más libre que B porque tiene un poder de compra mucho mayor», o enunciar: «este año el índice de libertad ha descendido un 3 por ciento por la subida del IPC», «el Gobierno impulsa un plan de incremento de la libertad subvencionando los precios del papel higiénico», etc.

No sé si algo se me escapa pero, parece ser, para algunos la libertad está mucho más relacionada con las curvas de oferta y demanda que con otros menesteres. Aparentemente, la libertad está controlada por las curvas del mercado, y es variable según localización y culturas; no está vinculada a un ideal absoluto que trascienda lo material y fungible.

Pudiera ser que exista una frontera entre dos tipos de bienes: los que proporcionan libertad y los que no, que podríamos denominar libertíferos y no libertíferos, debiéndose enumerar en sendos listados. En ese caso, los gobiernos deberían preservar la libertad de sus gobernados imponiendo controles en los bienes libertíferos, legislando para que sean accesibles para todas las personas, regulando el mercado, dictando precios máximos, ofertas mínimas, expropiando las instalaciones productoras que no cumplan adecuadamente con ese fin, sancionando a los comercializadores que impidan la labor libertadora, incluso estatalizando los medios de producción de dichos productos, etc.; en resumen, interviniendo en los mercados. Aunque eso ya se hace en el Caribe, pero no es probable ya que constituiría una contradicción evidente.

Supongo que este destacado intérprete concordará en que el Partido Comunista chino está incrementando notablemente la libertad en tal país ya que ha venido incrementando una media del 8 por ciento su PIB durante la última década y elevando la renta per cápita de los ciudadanos.

Por mi parte, y por desgracia, no veo la correlación, pero mis entendederas son escasas para estos asuntos de tan profundo calado existencial. En mi discreto conocer creo que eso no está relacionado con la libertad, que es algo mucho mayor y más complejo como para caracterizarlo según la capacidad para adquirir papel para el aseo de las posaderas. Solo me queda decir: «Viva la libertad y vivan las existencias de papel higiénico».

ENRIQUE F. GRANADOS

10 de diciembre de 2014

  • 10.12.14
Lo miraba y no podía evitar enfurecerse: desgreñado, con perilla y bigote. Ni siquiera era una perilla cuidada, perfilada, limpia. ¿Cómo es posible que le guste?... Pero si lleva un pendiente. Además, en su ceja derecha tiene una pequeña marca. Seguro que es de esos que se hacen piercings en el arco superciliar, o en algún arco peor. No puede ser, no puede ser…

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Su tono de enteradillo le sacaba de quicio. Seguro que los vecinos hablaban ya de ellos. No comprendía qué podría haber hecho mal para que su familia, católica, apostólica y romana, tuviera que padecer semejante castigo. Ni siquiera el primo díscolo le había hecho pasarlo tan mal. Al fin y al cabo él era sencillo, solo había que darle un buen dinero de vez en cuando.

De esa manera seguía vistiendo sus jerséis de cuello vuelto, hablando de Marx, juntándose de vez en cuando con sindicalistas, obreritos y gentuza de esa calaña. Pero nunca había traicionado a la familia, cuando había que ponerse de acuerdo en las cosas importantes lo hacía.

Las bravuconadas que de vez en cuando soltaba en reuniones no pasaban de ser eso. Al fin y al cabo es bueno tener alguien así en la familia: aunque sus formas sean horribles tiene claro que la familia es lo que importa, a pesar de que en público tengamos que desautorizarlo por lo que dice.

Aunque eso no fuese lo importante, dejaría de entrar dinero en casa. Habían hecho todo porque no malgastara su dinero con gente sin oficio ni beneficio, chusma, sin apellidos ni honra, muertos de hambre, sucios pobretones…

Toda la férrea educación que durante años pudieron darle entre todos, en especial el abuelo Francisco, se había empezado a disolver cuando ella pudo tener algo de libertad. Menos mal que aún continuaba bajo la enseñanza de los Hermanos de la Cruz Dorada. Gracias a ellos aún conservaba un mínimo de educación y decencia. Sin ellos, todo hubiese sido mucho peor.

Suprimirle la paga casi por completo fue una gran idea. Eso hizo que tuviera que preocuparse más en trabajar y no en darse caprichos, o peor aún, en darle dinero a los pobretones que frecuentaba. Si es que el dinero es un arma muy peligrosa y solo quien sabe, debe manejarlo.

Pero ahora ese deslenguado intentaba meterle en la cabeza que ese dinero era suyo, que la familia le había robado, que la estaban dilapidando, que estábamos directamente gastándonoslo en vicios. ¡Qué disgusto!

¿Desde cuándo un pobre diablo sin afeitar y pelo largo sabía qué había que hacer con el dinero? Seguro que quería separarla de la familia para quedarse con todo su dinero y, sobre todo, quitárnoslo a quienes hemos estado siempre con ella, la hemos educado, la hemos llevado a misa todas las semanas.

Nosotros, que siempre hemos velado por su honra y sus negocios, porque los dineros, aunque fueran suyos, solo puede manejarlos alguien formado, decente, religioso y que sabe distinguir por ella.

Está bien que alguno de nosotros ha podido tener algún desliz. Puede que en algún momento nos hayamos metido en asuntos no demasiado claros. Sí, alguno de los miembros más respetados de la familia, como Rodrigo, había tenido debilidades.

¿Quién no se ha gastado algunos cientos de euros en un club de alterne?... Bueno, sí, fueron bastantes días, y fueron más que cientos de euros, pero es que la carne es débil. Él ya está arrepentido, se confesó y redimió sus pecados. Siempre ha tenido un buen trabajo, es un empresario de éxito y siempre lo ha dado todo por la familia.

Siempre ha tenido amigos respetables. Algunos de ellos también han tenido debilidades, pero siempre han sido capaces de purgar sus pecados con sus confesores. Y aunque no tenga nada que ver, a la hora de los regalos en las ocasiones especiales son generosos con la familia. Son como chiquillos, pero anteponen la familia a todo lo demás.

Las malas juntas, solo es eso, las malas juntas. ¿Cuándo se dará cuenta de que ese zarrapastroso solo la llevará por el mal camino? Según dicen se junta con moros y sudamericanos. ¿A dónde vamos a llegar?

Nunca permitiría que se fuera con ese gualdrapa, calandrajo, trapacero. Cuando la consiga va a robarle todo el dinero y entregárselo a esa panda de vagos. Quiere robarle a la familia todo lo que le pertenece. ¡Qué vergüenza! ¡Ultraje!

En ese momento apareció en la pantalla el mensaje, el mensaje que todo lo cambiaría. Los hechos se precipitaron y ella había elegido a su nuevo novio, a Pablo. Fue el día más amargo para Mariano y toda la familia.

Quizás debería empezar a pensar en hacer las maletas. Menos mal que había guardado parte de la fortuna por si alguna vez esto pasaba. Al final, un rufián con perilla había puesto en su contra a su queridísima. ¡Qué pena negra le invadía! Y lo peor, qué dirían los primos extranjeros…. Ay, qué dolor.

ENRIQUE F. GRANADOS

7 de diciembre de 2013

  • 7.12.13
Volvía a sentir ese acre sabor en la boca. Una áspera sensación como de tejido adormecido y bilis seca. Probablemente el efecto del estrés, del agotamiento de estos últimos meses. Aún así, cada día sentía más ganas de continuar esta travesía como de vía crucis. Todas las miradas apoyadas en sus ojos cansados y en su afilada lengua, animándolo a expresar su veredicto.

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El aroma especiado de recuerdos infantiles le llegó emplatado como nacido de un lago humeante. Finos hilos vaporosos nacían en la inmóvil superficie del espeso caldo amarillento en el que surgían, como pequeños archipiélagos perdidos en la inmensidad oceánica, escamas de parmesano curado.

Tomó la cuchara y miró con aire circunspecto. Cualquier gesto o insinuación sería observado con extrema atención, aunque lo que realmente fuese importante era lo que pudiera decir, su audiencia estaba hambrienta de comentarios y declaraciones.

Siempre había defendido la sencillez y del mandato de lo lógico, lo cercano, lo evidente. Quizás por eso era tan admirado por unos e incomprendido por otros. Siempre hay un componente de sumisión a lo visceral en lo mediático, en la masa auscultadora.

Vencedores y vencidos, los hay, en todo caso. No hay escapatoria. Esa es la victoria y la miseria de la justicia y él, como sumo depositario de la verdad sublime, hacía honor a ella.

El infinito cuidado con el que se había elaborado la sopa continuó en el limpio arco que describía la cuchara al entra y salir del líquido. La superficie apenas inquietada se mantuvo tan quieta como antes de penetrarla. La llevó a su boca y la degustó con desgana y sin hambre.

Los matices de los ingredientes tocaban cada espacio de su lengua, alterando las papilas gustativas, haciéndolas bailar al son de una sinfonía interpretada con precisión, de giros organolépticos insinuantes, primorosos.

Pero de nuevo, el amargor no le abandonaba, insistiendo en su machacona cantinela, como de bandoneón sostenido. Un tenue sabor metálico, tinta que escribía en su lengua palabras no pronunciadas, volvía una y otra vez, sin pausa pero sin prisa.

Sabía a ciencia cierta que sus palabras no gustaban a quienes perdían con ellas, pero también que hacía honor a lo que merecía la pena. Pese a todo, en el fondo sabía que solo eran palabras, como un pequeño teatro del mundo en el que se escenificaba una representación de la vida de cualquiera y de nadie, con sus glorias y sus miserias; pero estaba expuesto en el lugar indicado y todos lo escuchaban cuando expresaba sus juicios.

Y así continuó, hasta el final. Cuando expiraba su último aliento supo que pronto su vacante sería ocupada por otro y que no habría autopsia posible que mostrase que ese acre sabor no lo producía la tensión de su misión, sino la amargura que nacía del resentimiento de sus enemigos y el veneno que vertían en su comida.

Francisco vio en ese momento la luz que pretendió hacer llegar al mundo. A lo lejos oyó a Carlitos que entonaba Cambalache con aire socarrón mientras le indicaba con las manos que se aproximase a él. Requiescat in pace, Top Chef.

ENRIQUE F. GRANADOS

18 de mayo de 2013

  • 18.5.13
La expectación entre los asistentes era evidente. Numerosos vendedores ambulantes ofrecían sus mercancías: altramuces, avellanas, pipas de girasol, de calabaza, chufas, garbanzos, cacahuetes, maíz tostado, trozos de coco en agua, manzanas recubiertas de caramelo, garrapiñadas y caramelos. Sus voces coreaban las ofertas en un acorde asonante, mientras el bisbiseo del gentío le daba profundidad, como un monótono aullido que destacaba la musicalidad de los murmullos acompasados.

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Como todos los años se reunían en la pequeña plaza para conocer cuándo acabaría el invierno. Todo dependía de si era visible su sombra o por el contrario se difuminaba en el pavimento sin contornos definidos. La simpleza del método agradaba a la enorme concurrencia, que como siempre fingía descreimiento, pero anhelante del momento del anuncio. Albergaban en el fondo de su ser que todo fuera cierto. De otro modo, el desánimo y el escepticismo habrían ganado la batalla que libraban contra este tiempo tan adverso.

Todavía no se conocía el resultado y por esa misma razón todos miraban hacia el fondo de la plaza con un brillo en los ojos que iluminaba el estrado, como si de faroles parpadeantes se tratara. En realidad nadie quería saber más allá de disfrutar de esa sensación de venturosa esperanza. No es tan importante saber como creer, o al menos esperar creer. Esa era la verdad que flotaba en el ambiente.

Los dos presentadores aparecieron. El pequeño hombrecillo de orejas caídas y dientes de conejo encabezaba la fila, mirando de soslayo a través de sus gafas de contable. Le seguía el hombretón calvo de aire aristocrático, estirado como de costumbre y sonriendo entre dientes, apabullado por la multitud, escondiéndose tras las alzadas comisuras. Se situaron a ambos lados de ese rectángulo a modo de oráculo de Delfos redivivo.

Tras un primer suspiro de alivio el silencio más absoluto se posó sobre la audiencia. El chisporroteo del equipo de sonido corroía la quietud como una gran termita eléctrica. Lo siguió un carraspeo que resonó en la plaza, mientras el pequeño hombre daba indicaciones a un operario oculto en un lateral del estrado. El calvo apretó su nudo de la corbata, tratando siempre de mostrarse infranqueable pero afable, cercano pero superior, ante su audiencia.

La voz estridente del hombre con cara de conejo astuto surgió por todas partes, retumbando en las paredes con un eco envolvente, y a continuación un agudo pitido saturó los oídos de la concurrencia. Un técnico azorado sufrió la mirada asesina del hombrecillo. Comenzó a toquetear botones y ruedas, interruptores y pulsadores hasta que consiguió hacer callar el molesto silbido. Después no se atrevió a mirar al estrado, pensando encontrar una risa maliciosa antesala de un despido inmediato.

De nuevo el pequeño hombre tomó la palabra, esta vez sin más estridencia que su propia voz, y anunció con pompa y circunstancia que por fin se desvelaría si acabaría el invierno o aún se demoraría por más tiempo. El público vitoreó las esperadas palabras y calló al instante, aguardando tan deseada proclama. Todas las miradas se centraron en la caja. En ese preciso momento se iluminó el plasma y el presidente anunció: «El invierno se ha acabado».

Pero nadie vio su sombra.

ENRIQUE F. GRANADOS
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13 de abril de 2013

  • 13.4.13
Después de inspirar profundamente y calmar sus nervios, aplacando sus impulsos, aguijoneado por la vista nublada y los sudores de lo desconocido, alzó la voz y proclamó:

—Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo. Por eso trataban con mayor empeño de mancharme, porque no sólo quebrantaba el descanso, sino que llamaba a Él mi propio Padre, haciéndome a mi mismo igual a Él.

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Retomando pues la palabra, decía:

—En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis.

Porque, como el Padre les ama y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida y no incurre en juicio, sino que ha pasado a la vida.

En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que oirán la voz del Hijo, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén ocultos oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una aparición de vida, y los que hayan hecho el mal, para una aparición de juicio.

Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Porqué Él es mi Padre, aunque no haya nacido de Él, porque...

En ese momento, el juez lo interrumpió secamente, con la tez enrojecida por un disgusto contenido mal disimulado:

—Lamento tener que interrumpirle, pero aquí estamos para tomarle declaración. Si no desea contestar está en su derecho y así lo respetará el tribunal, pero por favor, responda a la pregunta y no retrase las actuaciones con subterfugios, circunloquios o directamente manifestando asuntos diferentes a aquellos por los que se le interroga. No me obligue a acusarlo de desacato. Si lo desea, puedo repetirle la pregunta para que responda con precisión o guarde silencio acogiéndose a su derecho.

Sus celestes ojos empequeñecidos miraron a su abogado y a continuación a Miguel, que lo contemplaba como un conejillo agazapado, con una ligera, casi invisible mueca de burla, con la familiaridad que durante años habían cultivado.

Mientras tanto pensaba que tal vez no era él el verdadero hijo, sino que lo fuera el otro, el que sí portaba la sangre, el grial redentor, el Mesías sobradamente preparado. Se giró hacia el estrado y cabizbajo habló dirigiéndose al juez:

—Pasapalabra.

ENRIQUE F. GRANADOS
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16 de marzo de 2013

  • 16.3.13
Giotto di Bondone, nació probablemente en Colle de Vespignano, cerca de Vicchio del Mugello, un pueblo cercano a Florencia. Algunas fuentes sostienen que su verdadero nombre era Ambrogio o Angelo, de ahí "Giotto", como diminutivo de Ambrogiotto o Angelotto. Puede que naciera en 1266 o 1267, dado que según el cronista florentino Antonio Pucci, murió en 1377 a los setenta años de edad. En cualquier caso, estos datos no son sino simples entretenimientos para el fin que persigo.

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Cualquiera que haya contemplado la Cappella degli Scrovegni en Padua podrá captar rápidamente la tesis que radica en este escrito. Una pequeña capilla ornada de frescos en los que se muestran las historias de Cristo y la Virgen, y en cuya contrafachada se encuentra un excelso Juicio Final, es el escenario que con asombrosa clarividencia, Giotto pintó, bajo el encargo realizado por Enrico degli Scrovegni.

En apariencia, esta obra tuvo como interés fundamental limpiar, fijar y dar esplendor a los Scrovegni, usureros de pro, vituperados por Dante Alighieri en su Divina Comedia. Sin embargo, y por asombroso que pudiera parecer, el auténtico y oculto designio de estos revolucionarios frescos no ha sido y no será más que representar a Córdoba.



En efecto, lo revolucionario de la pintura de Giotto no fue sino sustituir las planas formas medievales por construcciones en perspectiva, es decir, el juego de las proporciones. Pero no solo es esto sino que, al igual que el establishment cordobítico, sus figuras aparecen constreñidas por atuendos graníticos, pesados, fijos, inmóviles. Los Scrovegni de nuestros pagos no son necesariamente usureros, pero su moral es miserable, ruin y mezquina. Su argentina máscara cubre una carcasa pútrida de servidumbre.

El patetismo de las expresiones que nos evoca Giotto es inconfundible en escenas mil veces repetidas y nunca agotadas. El sacrificio ritual de los mesías se sigue de un entierro de vehementes afectos, de dolor, tristeza y melancolía.



Manierismo en los sacrificios de los héroes. Multitudes siguiendo a cadáveres; Manoletes a miles seguidos de cortejos compungidos. Y, sin embargo, la ciudad se muere poco a poco y ni una sola lágrima se pierde por ella. Sólo se lamenta la muerte de cristos de estraza y filigrana, de toreros y marqueses, de folclore y campanillas.

Y yo, como buen cordobés, sigo siendo parte del problema y no de la solución. Quizás algún día llegue el Renacimiento que nos prive de las marmóreas vestiduras que nos impiden abandonar la edad oscura. Va por Islero.

ENRIQUE F. GRANADOS
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9 de marzo de 2013

  • 9.3.13
Sus miradas se cruzaron en la distancia del largo pasillo con las pupilas agrandándose como el sol de la mañana. El trayecto entre ambos parecía una inmensidad, pero deseaban encontrarse. Los latidos de sus corazones auguraban la alegría de un nuevo reencuentro y el brillo de sus ojos se asemejaba al titilar de las gotas de rocío en una hoja que se curva, grácil como el despertar de una mañana de domingo.

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Con cierto nerviosismo pueril enderezaron su rumbo, acercándose al ritmo de sus corazones. Los cabellos arremolinados que poblaban su nuca se erizaron alzando en miles de pequeños pellizcos su piel, repentinamente. Era la emoción furtiva que lo embargaba en aquellas ocasiones. Las demás personas que se encontraban en el pasillo querrían haber sentido esa turbación clandestina que los abrumaba y que solo unos chiquillos podrían demostrar.

Hacía tantos años que se habían conocido que resultaba increíble que sus almas se alterasen de aquella manera cuando se encontraban. Fue un frio invierno de esos en los que la bruma y la fina lluvia hacen despertar las sensaciones, cuando los sentidos adquieren la habilidad casi olvidada de abrirse al mundo y a los otros. En esos momentos en el que el corazón se exhala en el cálido vaho, aquella mañana, supieron que el futuro podría unirlos o separarlos, pero que nunca serían indiferentes.

El resonar de sus pisadas se acompasaba como el melódico bamboleo de las olas de un mar en calma. Suaves arrumacos que inundaban de una música con sordina todo su alrededor, arremolinándose en sus pisadas. El movimiento de sus piernas al acercarse regaba de donosura los sutiles torbellinos del aire que apartaban con una indescriptible y tímida decisión.

Sus miradas sostenidas, frente a frente. Ambos con leves sonrisas que cantaban su regocijo. Con un frágil movimiento llevó su mano al corazón, extendida cual gaviota movida por las etéreas corrientes, dirigiendo su rumbo al único lugar que la sostuviera amorosamente. La calidez que su chaqueta de lana mantenía no era nada comparada con el calor de su cuerpo, humana combustión de ilusiones, lamentos, anhelos…

—Aquí tienes –le susurró en voz queda mientras no podía dejar de mirar sus ojos castaños, llenos de vida, los cuales nunca cesaban de moverse como pequeños animalillos que salen de su madriguera.

—Gracias –balbuceó con la boca seca, con el nerviosismo mitigado de las personas que han vivido mucho.

—No has de darlas. Tú lo mereces, Mariano.

—Hasta pronto, Luis. Siempre es un placer verte.

Y así se despidieron, sin volver la vista, aunque nunca más se volvieron a ver.

ENRIQUE F. GRANADOS
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