Carmen Polonio Baena nos dice que en Bodegas Márquez Panadero, al ser un negocio muy familiar, había empleados que entraron a trabajar al mismo tiempo que los propietarios. Y, de esta misma manera, hubo una cierta continuidad con la incorporación de los hijos e hijas de los trabajadores.
Mujeres del embotellado de Montulia, donde también trabajaron las hermanas Rueda.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: PEPE POLONIO]
De este modo, padres, hijos y hermanas estaban en la bodega. "Era una forma de ayudar a esas familias: si querían trabajar, allí tenían esa posibilidad. Ellas, preferentemente, trabajaban en el embotellado. Era este un trabajo muy delicado del que se ocupaban las mujeres".
Al contrario de lo que sucedía en otras bodegas de Montilla, donde prácticamente no había puestos ocupados por mujeres, excepto en las faenas de vendimia, en Márquez Panadero la presencia femenina era muy notable. Es algo que tiene relación directa con que durante largos años esta bodega estuvo dirigida por una mujer. José Márquez Panadero fue el fundador de esta bodega y era el padre de Manolita Márquez. Ella gobernó la empresa con acierto desde su casa, que formaba parte inseparable de la bodega.
“De hecho —puntualiza Rosa— en la cancela de entrada aún están las iniciales de Manuela Márquez García. Es una de las primeras mujeres en Montilla que ha llevado una bodega y lo hizo bajo la denominación de 'Hija de José Márquez Panadero' para, finalmente, pasar a manos de sus cuatro sobrinos, que eran mi padre y mis tíos Luis, Miguel y Conchita Polonio Pérez, cuando ella muere en 1957. Es en este momento cuando una nueva generación empieza a gestionar la bodega, ocupándose de la gerencia José Polonio”.
Manuela Márquez García.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: ROSA POLONIO]
La presencia de una mujer al frente de esta sociedad hizo que allí, lógicamente, trabajaran otras muchas mujeres, en particular en el embotellado, mientras que las labores de bodega se dejaban en manos masculinas. "Recuerdo perfectamente —rememora Rosa Polonio— a las empleadas del embotellado: Loli, las hermanas Conchi y Rosi Trenas, Joaquina, la Pacheca, Pepi y muchas más".
"Tuve una gran amistad con todas ellas. Ten en cuenta que era una bodega muy entrañable y cercana. Allí lo normal era que los hijos de los empleados, hombres o mujeres, entrasen en la nómina. El hecho fundamental fue que una mujer era la persona que llevaba la bodega en aquellos difíciles años de la posguerra”.
“Era una mujer emprendedora, cariñosa y atenta con las personas desfavorecidas. Tú sabes las necesidades que había en esos años. Ella ayudaba a todo el barrio de la Parroquia de San Sebastián. Era una mujer simpática y echada para adelante. Decidió, por su cuenta, arreglar la calle desde la bodega a la iglesia con motivo de la boda de mi tía Conchita. Asfaltó todo el recorrido para que su sobrina fuera en condiciones, porque esa calle estaba de tierra. La arregló entera a su costa".
"Era una mujer que ayudaba a muchísima gente dando trabajo en la bodega o en la casa. Tenía una gran visión para los negocios y entendía de vinos como el que más. Mi padre siempre decía que su tía le enseñó de vinos lo más grande. Ella fue quien le inculcó el oficio de la bodega”.
Alfonso Rueda Hidalgo hizo miles de kilómetros con los camiones y furgonetas de Márquez Panadero. Era el conductor oficial, con el que iba, como ayudante, Paco Bautista. Antes de llegar a este puesto del que ya nunca se separó, había estado en los Talleres Arce.
Alfonso Rueda Hidalgo, junto a Miguel Rueda Márquez.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: JOSÉ ALFONSO RUEDA]
Carreteras y vehículos no tenían secretos para él. Era un conductor seguro y experimentado. Lo que se dice un profesional del volante que nunca dio un volantazo. Lo conocí en el barrio de las Casas Nuevas, cuando ya estaba retirado y llevaba una vida apacible. Estaba ajeno, por fin, a las prisas y las urgencias. Liberado en su vejez del ajetreo del transporte, hacía su ruta más fiable, la que le conducía cada día como la más perfecta rutina cotidiana a su casa en la calle El Pulsista, número 4.
“Para nosotros, Alfonso Rueda era 'El Chato'. Era una persona muy querida. Y él era muy cariñoso y entrañable, de plena confianza. A mi padre le decía Pepito”, evoca Rosa, con una sonrisa. Estuvo toda la vida de chófer en la bodega. Y varias de sus hijas llegaron a estar empleadas en temporada de vendimia. En concreto, Chari y Pepi Rueda Márquez curraron en la pasera, tendiendo racimos y dándole la vuelta hasta que alcanzaban su punto de maduración.
Pepi, la hija mayor de Alfonso, estuvo cinco años hasta que se casó y se fue a Barcelona. “Lo queríamos mucho: Alfonso era los pies y las manos de mi padre. Anda que no me acuerdo yo de El Chato, con su calva y su simpatía. Y tampoco olvido a otros empleados”.
“En la oficina estaba Julio Trenas, padre del que fue maestro de escuela. Y no solo esto, porque, aparte de escribir, siempre fue un animador constante de fiestas y toda clase de actividades en Montilla. Su padre trabajó toda su vida en la bodega, tenía familia numerosa y alguno de sus hijos también pasó por la bodega".
Otro de los escribientes en la oficina fue Joaquín Salas Leña, que es el padre de Mercedes Salas, la dueña de la Librería Papelería Gala. Todo funcionaba como una gran familia. Pepe Gómez, Pepillo El Pintor, tuvo igualmente una importante relación con la bodega. Él se encargó de hacer la pintura de ambiente taurino, cómo no, que formó parte del expositor de Márquez Panadero en las Exposiciones de Industria y Artesanía en La Algodonera. Pintaba muy bien y le decían El Ingeniero”.
El vino de los toreros (I)
El vino de los toreros (II)
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: PEPE POLONIO]
De este modo, padres, hijos y hermanas estaban en la bodega. "Era una forma de ayudar a esas familias: si querían trabajar, allí tenían esa posibilidad. Ellas, preferentemente, trabajaban en el embotellado. Era este un trabajo muy delicado del que se ocupaban las mujeres".
Al contrario de lo que sucedía en otras bodegas de Montilla, donde prácticamente no había puestos ocupados por mujeres, excepto en las faenas de vendimia, en Márquez Panadero la presencia femenina era muy notable. Es algo que tiene relación directa con que durante largos años esta bodega estuvo dirigida por una mujer. José Márquez Panadero fue el fundador de esta bodega y era el padre de Manolita Márquez. Ella gobernó la empresa con acierto desde su casa, que formaba parte inseparable de la bodega.
“De hecho —puntualiza Rosa— en la cancela de entrada aún están las iniciales de Manuela Márquez García. Es una de las primeras mujeres en Montilla que ha llevado una bodega y lo hizo bajo la denominación de 'Hija de José Márquez Panadero' para, finalmente, pasar a manos de sus cuatro sobrinos, que eran mi padre y mis tíos Luis, Miguel y Conchita Polonio Pérez, cuando ella muere en 1957. Es en este momento cuando una nueva generación empieza a gestionar la bodega, ocupándose de la gerencia José Polonio”.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: ROSA POLONIO]
La presencia de una mujer al frente de esta sociedad hizo que allí, lógicamente, trabajaran otras muchas mujeres, en particular en el embotellado, mientras que las labores de bodega se dejaban en manos masculinas. "Recuerdo perfectamente —rememora Rosa Polonio— a las empleadas del embotellado: Loli, las hermanas Conchi y Rosi Trenas, Joaquina, la Pacheca, Pepi y muchas más".
"Tuve una gran amistad con todas ellas. Ten en cuenta que era una bodega muy entrañable y cercana. Allí lo normal era que los hijos de los empleados, hombres o mujeres, entrasen en la nómina. El hecho fundamental fue que una mujer era la persona que llevaba la bodega en aquellos difíciles años de la posguerra”.
“Era una mujer emprendedora, cariñosa y atenta con las personas desfavorecidas. Tú sabes las necesidades que había en esos años. Ella ayudaba a todo el barrio de la Parroquia de San Sebastián. Era una mujer simpática y echada para adelante. Decidió, por su cuenta, arreglar la calle desde la bodega a la iglesia con motivo de la boda de mi tía Conchita. Asfaltó todo el recorrido para que su sobrina fuera en condiciones, porque esa calle estaba de tierra. La arregló entera a su costa".
"Era una mujer que ayudaba a muchísima gente dando trabajo en la bodega o en la casa. Tenía una gran visión para los negocios y entendía de vinos como el que más. Mi padre siempre decía que su tía le enseñó de vinos lo más grande. Ella fue quien le inculcó el oficio de la bodega”.
El Chato, un conductor de primera
Alfonso Rueda Hidalgo hizo miles de kilómetros con los camiones y furgonetas de Márquez Panadero. Era el conductor oficial, con el que iba, como ayudante, Paco Bautista. Antes de llegar a este puesto del que ya nunca se separó, había estado en los Talleres Arce.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: JOSÉ ALFONSO RUEDA]
Carreteras y vehículos no tenían secretos para él. Era un conductor seguro y experimentado. Lo que se dice un profesional del volante que nunca dio un volantazo. Lo conocí en el barrio de las Casas Nuevas, cuando ya estaba retirado y llevaba una vida apacible. Estaba ajeno, por fin, a las prisas y las urgencias. Liberado en su vejez del ajetreo del transporte, hacía su ruta más fiable, la que le conducía cada día como la más perfecta rutina cotidiana a su casa en la calle El Pulsista, número 4.
“Para nosotros, Alfonso Rueda era 'El Chato'. Era una persona muy querida. Y él era muy cariñoso y entrañable, de plena confianza. A mi padre le decía Pepito”, evoca Rosa, con una sonrisa. Estuvo toda la vida de chófer en la bodega. Y varias de sus hijas llegaron a estar empleadas en temporada de vendimia. En concreto, Chari y Pepi Rueda Márquez curraron en la pasera, tendiendo racimos y dándole la vuelta hasta que alcanzaban su punto de maduración.
Pepi, la hija mayor de Alfonso, estuvo cinco años hasta que se casó y se fue a Barcelona. “Lo queríamos mucho: Alfonso era los pies y las manos de mi padre. Anda que no me acuerdo yo de El Chato, con su calva y su simpatía. Y tampoco olvido a otros empleados”.
“En la oficina estaba Julio Trenas, padre del que fue maestro de escuela. Y no solo esto, porque, aparte de escribir, siempre fue un animador constante de fiestas y toda clase de actividades en Montilla. Su padre trabajó toda su vida en la bodega, tenía familia numerosa y alguno de sus hijos también pasó por la bodega".
Otro de los escribientes en la oficina fue Joaquín Salas Leña, que es el padre de Mercedes Salas, la dueña de la Librería Papelería Gala. Todo funcionaba como una gran familia. Pepe Gómez, Pepillo El Pintor, tuvo igualmente una importante relación con la bodega. Él se encargó de hacer la pintura de ambiente taurino, cómo no, que formó parte del expositor de Márquez Panadero en las Exposiciones de Industria y Artesanía en La Algodonera. Pintaba muy bien y le decían El Ingeniero”.
Entregas anteriores
El vino de los toreros (I)
El vino de los toreros (II)
MANUEL BELLIDO MORA
ARCHIVO FOTOGRÁFICO: PEPE POLONIO
ARCHIVO FOTOGRÁFICO: PEPE POLONIO




















































