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Aureliano Sáinz | Premio Nobel en tierras extremeñas

Cuando se acerca la fecha de la concesión del Premio Nobel de Literatura se suelen hacer propuestas por parte de los críticos sobre los escritores que tienen más probabilidades en ese año. Como es habitual, casi siempre fallan, pues lo más probable es que aparezca un nombre que no estaba en esas quinielas e, incluso, alguien casi desconocido en el mundo de las letras.


En este año 2025, que yo sepa, nadie imaginaba que lo iba a recibir el húngaro László Krasznahorkai (nombre, por cierto, bastante difícil de recordar), a pesar de que varias de sus obras están traducidas al castellano y algunas de ellas publicadas en la prestigiosa editorial Acantilado.

¿Quién podía pensar que un escritor con un nombre tan extraño y difícil de pronunciar iba a ser el receptor de tan preciado galardón? Y cuando digo difícil no solo me refiero a su enrevesado nombre; también lo es su escritura, ya que nada tiene que ver con los esquemas narrativos a los que estamos acostumbrados, pues sus párrafos son larguísimos, sin que utilice los puntos y seguidos ni los puntos y aparte en la mayoría de sus libros. Camina, pues, en sentido opuesto a lo que ahora acontece, ya que en estos tiempos digitales predominan los mensajes lo más breves posibles.

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Con ello no cuestiono su imaginación y capacidad creativa, puesto que una vez que uno se introduce en sus textos, y nos acostumbramos a una lectura sosegada, acaba convenciéndonos su manera de escribir, en la que la voz del narrador, el pensamiento del propio sujeto protagonista y los diálogos se funden para ofrecernos una especie de continuidad narrativa a lo largo de la obra.

Pero si traigo a estas líneas a este autor se debe a que, en 2008, es decir, casi dos décadas atrás, estuvo en Extremadura invitado por la Fundación Ortega Muñoz para que escribiera sobre la desaparición de los lobos en la España que se encuentra al sur del río Duero.

Lo sorprendente para Krasznahorkai es que no sabía dónde estaba Extremadura, ni tenía conocimiento de los lobos, ni tampoco quiénes le invitaban, por lo que no entendía para nada el sentido de esa invitación. De todos modos, acabó aceptándola, por lo que finalmente acudió a una tierra que lo dejó totalmente sorprendido, pues no encontraba similitudes con otras de los países europeos. Eso, reiteradamente, lo dejó por escrito:

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Él también se daba cuenta, dijo al húngaro, de que la naturaleza era espléndida en Extremadura, de que a él le gustaba sobre todo la dehesa, ese paisaje que era una superficie ondulada salpicada con un tipo de roble, la llamada encina…

Como resultado de esa estancia en tierras extremeñas fue la aparición en húngaro y en castellano de El último lobo. Tengo que confesar que yo no había leído con anterioridad el libro. Acudí a él no solo porque hablaba de mi tierra, sino también de Alburquerque, mi pueblo de origen. Así, cuando lo tuve en mis manos, me entregué con entusiasmo y atención a su lectura. Lectura que acabó convenciéndome de que nos encontramos ante un escritor un tanto difícil, singular y con una enorme capacidad narrativa.

Puesto que resulta bastante complicado hacer una síntesis de un texto en el que, tal como he apuntado, se unen de manera continua la voz del narrador y el pensamiento del propio escritor, como si fueran un río cuyas aguas no descansan hasta que alcanzan el mar en el que desembocan, me parece que lo más oportuno es, aparte de esas breves líneas sobre las dehesas extremeñas que he mencionado, destacar algunas de las líneas en las que hace referencia a Alburquerque y que comienzan a aparecer hacia la mitad del texto:

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Hizo un gesto de disgusto con los labios, lo esencial era que el agente forestal los esperaba a las cuatro de la tarde en un restaurante de Alburquerque, dijo levantando todavía más la voz, como si eso ayudara, pero ya no hacía falta, él ya entendía, sí, el hombre con el que iban a encontrarse en Alburquerque era un agente forestal, que, según decían, conocía perfectamente el territorio…

La referencia a Alburquerque se produce porque al norte de esta localidad se encuentra la Sierra de San Pedro, lugar en el que tiempo atrás hubo lobos; aunque, cuando vino el escritor húngaro, ya habían desaparecido definitivamente.

Pero de verdad sólo cuando, regresando ya por la carretera de Alburquerque bajo el cielo más y más oscuro, José Miguel explicó que el macho joven desapareció hacia la frontera portuguesa, según se desprendía de las huellas…

El escritor pudo comprobar que, a pesar de las líneas artificiales que separan los dos países de la Península ibérica, el territorio hispano y luso tienen una clara continuidad especialmente en la zona de la Raya extremeña, ya que son territorios muy similares.

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La historia, sin embargo, no concluyó allí, sino que primero dieron un amplio rodeo para inspeccionar brevemente el punto entre los kilómetros 30 y 31 de la carretera hacia Badajoz, luego volvieron a entrar en La Gegosa y, sin recibir explicación alguna, visitaron un lugar situado junto a un pequeño lago, y después regresaron a Alburquerque…

Hay un par de errores en el texto de Krasznahorkai. Uno de ellos es cuando dice que las fincas extremeñas estaban separadas por alambradas, cuando lo habitual es que sean por muros de piedra. También, como acabamos de ver, habla de un “pequeño lago” al referirse al pantano de la Peña del Águila. Pero esto son detalles que no desmerecen el valor El último lobo.

Para finalizar, a quienes les gusta la lectura, les recomendaría que se acercaran a esta breve obra, ya que no pasa de las sesenta páginas. Estoy seguro de que se sorprenderán al ver a una forma narrativa que posiblemente desconozcan, al tiempo que puede ser la puerta de entrada al mundo de un premio Nobel que bien merece ser más conocido en nuestro país.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: CARMEN MARTÍN

EVA LARA - ASESORA PERSONAL INMOBILIARIA

COOPERATIVA AGRÍCOLA LA UNIÓN (MONTILLA) — VÍBELO — BLANCO PEDRO XIMÉNEZ FRIZZANTE


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