Una buena cartera todo lo puede y todo lo mueve, incluso lo que puede parecer imposible de desplazar. Y ahora verán por qué digo esto. En sus años de apogeo, cuando a su alrededor bailaban las lisonjas y una tribu de acólitos le regalaban los oídos a cada paso, Rafael Gómez levitaba con el dinero. El joyero y constructor, en aquellos días triunfales, tenía la sensación de poder conseguir todo cuanto quisiera, que no había límite para su ambición, por desmesurada y disparatada que esta fuera.
Era capaz de ponerle su careto a las efigies arcangélicas. Y en materia de bodorrios, la de su hija alcanzaba esas cotas ostentóreas tan propias del gilismo. Buena parte de la flota de taxis de Córdoba trabajó una noche entera para Sandokán y sus invitados, además de 250 camareros y 120 ayudantes que despacharon entre muchas otras viandas hasta 36 000 piezas de berenjenas a la miel, marisco y jamón aparte. Háganse una idea de la logística nupcial que desplegó que haría palidecer las fastuosas y cervantinas bodas de Camacho. El vino, por cierto, fue de Alvear, a decir de la detallada crónica del enlace en el diario Córdoba.
Pensé en él, en un capricho alucinado, cuando de pronto vi dos vagones de tren ahí varados en mitad de la Sierra de Montilla. Podría parecer un ensueño, o un espejismo ferroviario debido a la sofocante calima, una visión irreal dado que la estación más próxima está a unos diez kilómetros de distancia. Pero alguien, se supone que con una cuenta corriente saneada y desafiando toda lógica, había tenido la idea de situarlo allí.
Su objeto, ya que no funciona, ni se menea, se ciñe a ser un ornamento más. Es lo que queda de un ferrocarril en desuso, un par de vagonetas de tablas con aroma de western que llama poderosamente la atención. Los 17 concejales comunistas del Ayuntamiento de Córdoba, con Julio Anguita a la cabeza, también se extrañaron al verlo. Pero lo que estos ediles en plan retiro hicieron en este extraordinario paraje lo cuento más adelante.
Estaba allí quieto sobre un trozo de railes, inmóvil, como petrificado en una estampa de vieja película de vaqueros, invitando a hacerse una foto junto a él. A mí me paso lo mismo. Y agarré la cámara. Es un fondo magnífico para darse un aire de cowboy despistado. Al observarlo, de inmediato también pensé en Fitzcarraldo, el impactante largometraje de Werner Herzog.
Me rondó (quien la ha visto no puede olvidarla) esa imagen del barco de vapor, un crucero fluvial que fue sacado del río y transportado a una montaña amazónica en un viaje al infierno por la jungla peruana. Y allí se quedó cruzado en una pendiente, como un pecio seco, absurdo y fantasmal.
Los vagones de tren y el tramo de vías se lo trajo Curro Doblas. En concreto, lo rescató del antiguo nudo ferroviario de Puente Genil, cuando lo desmantelaron en parte con el cierre de la Línea del Aceite. Es un coche de carga de mercancías, junto a otro. Una de esas unidades de madera en las que se metían vagabundos y forajidos. Es el imaginario de las huidas y de los pobres que no tienen para abonar el billete.
Lo situó en uno de los costados de La Inglesa, junto a un tentadero que también preparó como plaza para pequeños festejos taurinos. Pero ahí no quedó su incondicional entrega a la tauromaquia, porque durante años tuvo allí mismo un cercado con toros de lidia. Un cartel avisaba a los lugareños del peligro de los astados sueltos. Es un hecho casi insólito esto de la presencia de reses bravas en suelos de viñas y olivos, aunque también es verdad que un antiguo grabado presenta a Montilla con bureles y garrochistas.
El Cordobés, gran amigo del propietario de esta hacienda, bautizó aquí a uno de sus hijos. Cuando Manuel Benítez venía a Montilla era fácil encontrarlo entre Las Camachas y La Inglesa, dos polos de su geografía de afectos y de francachelas por estos contornos.
Curro Doblas adquirió esta emblemática finca de recreo a la familia Alvear en 1965, y en ella organizó cenas y saraos con motivo de la Fiesta de la Vendimia. Sirvió de aposento, de ocio y descanso a gente principal, del mundo de los negocios y del espectáculo, pero también de la Casa Real. Antonio Curro Doblas poseía una simpatía natural, y qué duda cabe que su campechanía le abría puertas.
“Era un hombre extraordinario. Tenía un carisma que conquistaba a todo el mundo con el que trataba y hablaba. Durante muchos años aquí se realizaron diversos actos relacionados con la Fiesta de la Vendimia, era punto de encuentro de reuniones sociales y se daba acogida a un buen número de invitados. Paraban y se alojaban aquí, se hacían reuniones por la noche que no terminaban nunca”, rememora su hijo y heredero, Antonio Doblas.
Doblas hizo fortuna como ganadero y agricultor, no sin algún traspié, pero sobre todo fue un hombre de mundo. Uno de los grandes hitos en su faceta de negociante fue la adquisición de La Inglesa, con la que se convirtió en un afamado anfitrión.
Estaba orgulloso de esta operación porque, así, pasaba a formar parte de su patrimonio “una excelente muestra de refinamiento formal y del empaque que puede cobrar el señorío en las unidades vitivinícolas”, según aparece definido este palacio rural en la magna obra Cortijos, haciendas y lagares, que publicó la Junta de Andalucía.
“Mi padre siempre fue extremadamente respetuoso con la integridad del edificio”, asegura Antonio Doblas, que cuida esta finca como su mayor legado. Las contadas intervenciones que hizo, en un sentido decorativo por lo general, Curro Doblas las realizó en el exterior de este aristocrático edificio.
Llevado por su afición taurina hizo una plaza de tientas. El redondel lo completó reutilizando los conos de fermentación del mosto de una antigua bodega de tinajas. Mandó extraerlas de allí para cambiar el uso de la nave y poner en su lugar una bodega de botas. Las desmontó de su posición original y dispuso aquellas vasijas sobrantes en círculo, de modo que se quedó un precioso coso de gran sabor taurino.
A nadie hubiera extrañado observar en este escenario al Vinotauro del que nos habló José Ponferrada Gómez, pastando como un animal sagrado en este incomparable laberinto de tinajas y albero. En La arqueología y abolengo de los vinos de Montilla, que es un breve ensayo anecdótico e imprescindible, él se refiere, con acierto, "al singular carácter que tienen las bodegas de Montilla: mitad Cosos de Taurus, mitad Templos de Baco".
“Mi padre era muy aficionado. Tenía dos grandes pasiones: los toros y el vino”. El empresario puso mucha ilusión en este ruedo que se utilizó en diversas ocasiones. José Ortega Cano fue uno de los que pisó el albero de La Inglesa. “Era muy amigo de mi padre, tenían mucha confianza entre ellos. Estuvo aquí varías veces y se quedó a dormir más de una vez acompañado de su esposa, Rocío Jurado, que también fue muy amiga de mi padre. Echamos muy buenos ratos con ella”.
Paco Moreno, en una estupenda crónica en el periódico ABC, recalcó el gran afecto existente entre Curro Doblas y la tonadillera, incluso cuando la enfermedad ya anunciaba un fatal desenlace. Para él fue inolvidable aquel último encuentro con Rocío en el que, ya recluida en su domicilio de La Moraleja, ella le habló de un aciago presentimiento: “Este toro no voy a poderlo torear; este viene a por mí y no tengo más pena que los hijos que me dejo, a José y a mi familia, y también no poder dejar las cosas como yo quisiera”.
“Mi padre y ella se conocían de siempre, de su época de juventud”, remacha Antonio, “pero a raíz del matrimonio con Ortega Cano, se estrechó la relación. Otro gran matador que nos visitó alguna vez fue Pepe Luis Vázquez, que era un diestro predilecto para nosotros”
La Inglesa tampoco es ajena a la Casa Real española. Recibió como huéspedes de honor a varios integrantes de la familia Borbón, aunque Antonio Doblas prefiere reservarse la identidad de estos amigos especiales de su familia. “Han estado por aquí porque mantenían una relación cordial y continuada con mi padre”.
En una inscripción existente en la capilla, que contiene bellos ejemplos de azulejería sevillana, se indica que las obras de construcción de este conjunto comenzaron en 1870 (se refiere al primitivo lagar), aunque no finalizaron hasta 1913, tal y como también se especifica en el estudio antes citado Cortijos, haciendas y lagares.
Lo cierto es que el anterior lagar que ordenó levantar Diego de Alvear en el muy vinícola pago de Riofrío (diversos hallazgos arqueológicos testimonian esta remota identidad) tuvo que ser demolido después de un incendio que asoló esta propiedad en septiembre de 1885.
“Quemó la mayor parte de los cuartos del piso superior de la casa principal, así como todos los tejados del edificio, debiendo colapsar el campanario…”. Esto es lo que señala Carmen Giménez Alvear, que está al frente de los archivos de esta prominente familia de próceres, navegantes y bodegueros.
La Inglesa actual, con su hechura palaciega, patio central y planta rectangular con torreón, es obra de Francisco Gómez de la Cortina, más conocido como El Conde de la Cortina, que residía aquí durante largas temporadas, especialmente en vendimia.
Tiene un diseño inspirado en la casa palacio sevillana de los Condes de Castilleja, que eran parientes –tíos, exactamente– del Conde la Cortina, cuyo trato fue frecuente, cercano y cariñoso durante los años de juventud de Francisco. Así se recoge igualmente, junto con fotos, dibujos y estadillos de cuentas en la investigación de Carmen Giménez Alvear, directora de la Fundación Alvear.
En estos apuntes históricos, se reitera que el Lagar de la Inglesa actual no es un palacio construido por Diego de Alvear y Ponce de León para su segunda mujer, la inglesa Luisa Ward. Es un edificio de 1913, construido por Francisco Alvear, Conde de la Cortina, y le llamó, rebautizándolo, Lagar de la Concepción. En la actualidad esta finca dispone de un pequeño museo de carruajes, lo que aumenta la sensación en el visitante de estar ante unas piedras históricas y unos objetos de tiempos pasados.
“Todo lo de La Inglesa trasciende”, nos dice Paco Hidalgo, que lo conoce bien. “Es un edificio magnífico, lo tiene todo: una excelente estructura arquitectónica e incluso una fabulosa sacristía, donde hay unos vinos de gran categoría que en pocos sitios más de Montilla los hay. Tiene una casa y unas habitaciones que todas están llenas de recuerdos, el edificio por dentro es una pasada. Es un monumento a visitar que tiene muchas posibilidades de desarrollo turístico como el gran palacio que es”.
Antonio Doblas cuida especialmente los vinos de La Inglesa. “Son unas soleras que llevan aquí muchos años, prácticamente desde que Curro Doblas adquirió la finca, que fue en el año 1965 o 1966”. Es fácil calcular, presume, los años que estos vinos tienen, ya que nunca se han movido de ahí: siempre han estado en este mismo lugar.
“Los ponemos en el mercado con sacas muy especiales y limitadas. Los vendemos con nuestro nombre y nuestra propia identidad. Nuestra marca general es 'La Inglesa' en su más variada tipología: fino en rama, solera, amontillado y palo cortado”.
La hospitalidad es y sigue siendo la divisa de la familia Doblas. Es fácil comprobarlo si se tiene la suerte de pasar por allí para pasear por sus salones, escaleras y galerías. La cocina, atestada de cazuelas, ollas y utensilios de otras costumbres y usos, también resulta una estancia evocadora.
Pues por todos estos lugares se movieron como monjes en un monasterio los 17 concejales del grupo comunista, mayoritario en el Ayuntamiento de la capital. Esto sucedió al comienzo de la segunda corporación, a mediados de 1983, tal vez en otoño. Fue la del mandato de la mayoría absoluta cuando el Partido Comunista consiguió una tremenda cosecha de votos, algo todavía no igualado. Herminio Trigo lo recuerda bien, como si este retiro hubiera ocurrido ayer mismo.
“Julio Anguita quería que nos juntáramos todos en un sitio para poder debatir, estudiar y sobre todo perfilar un programa para afrontar aquel gobierno municipal. Buscamos un sitio y, para ello, el alcalde habló incluso con otros ediles no comunistas. Rafael Molina Requena, que era el portavoz del Grupo Municipal de Alianza Popular en el Ayuntamiento de Córdoba, propuso que se hiciera en la Sierra de Montilla. Y se aceptó su sugerencia, de acuerdo con Currito Doblas, que era el dueño de esta conocida finca”.
Herminio, que terminaría sustituyendo a Anguita en el despacho de la Alcaldía antes del final de este mandato, describe La Inglesa como un espacio impresionante, pero muy adecuado para el fin que se perseguía con este enclaustramiento, porque algo tenía de refugio para meditar, alejados del mundanal ruido.
“Era un caserío que estaba en mitad del campo y que era un lugar apartado para reunirnos y estar aislados durante unos días. Julio hizo una propuesta de trabajo para todo el mandato, con las líneas generales de actuación. El encierro duró todo un fin de semana, nos traían la comida desde Montilla. Y allí teníamos un tiempo largo para debatir en una mesa grande que había en el salón, y después también paseábamos por allí, charlábamos y cambiamos impresiones, teniendo en cuenta que éramos un grupo muy grande”.
En cierto modo fueron unas jornadas que iban a marcar el futuro inmediato del Consistorio cordobés. Fue allí, en La Inglesa, donde el carismático líder comunista despejó sus dudas personales para encabezar un nuevo proyecto político que aglutinase a la izquierda, al margen del PSOE.
Anguita había sacado una mayoría superabsoluta. En este sentido, el horizonte estaba abierto con suficiente tranquilidad para gobernar en solitario. “De La Inglesa —nos explica Herminio Trigo— sacamos un programa de trabajo para todo el mandato, porque entonces Julio ya tenía pensado marcharse. El Ayuntamiento ya no era lo que él quería; él quería otra cosa, porque se sentía más político que gestor”.
“Él ya tenía en la cabeza fundar Izquierda Unida Convocatoria por Andalucía, un proyecto político diferente. Por eso se hizo este retiro, para dejarlo todo planteado y que yo lo sustituyese cuando él se fuera, como yo le decía a predicar la santa palabra por toda Andalucía. En esto consistió el encierro de La Inglesa”.
Fue como unos ejercicios espirituales. En este caso, unos ejercicios políticos. Rafael Molina Requena, que les había conseguido el escenario y sentía un particular afecto por Anguita, se pasó por allí para saludarlos, cosa que también hizo el propietario de la finca, Currito Doblas, de Moriles. Años después, su hijo nos aporta algún detalle más de aquel silencioso encuentro, casi monástico, lo que era muy del gusto de Anguita.
“Estuvieron todo un fin de semana largo y fue una cita muy provechosa. Lo pasaron muy bien y entre los muchos temas que abordaron se perfiló en líneas generales el presupuesto para ese año en el Ayuntamiento de Córdoba. Efectivamente, Rafael Molina, entonces líder de los conservadores en la Corporación municipal, fue el que hizo todas las gestiones y se preocupó también de que todo estuviera a punto, bien organizado”.
Herminio Trigo ha compendiado su vida política en un libro editado por Almuzara en el que, sobre todo, pasa revista a su gestión municipal, sin que en él mencione este capítulo montillano. Años antes, en la década de los sesenta, había estado destinado como maestro en nuestro pueblo, pero entonces no tuvo oportunidad de darse una vuelta por la Sierra.
“La Inglesa me pareció un edificio imponente, mucho más por el espacio en el que se ubica, en pleno campo, rodeado de vides y olivos. Es un sitio espectacular y, en su interior, los salones espaciosos le dan solemnidad y magnificencia. Guardo un gran recuerdo en la memoria, porque después no he vuelto a ir más, pero me queda una impresión muy favorable”.
“No recuerdo haber pasado por la bodega de La Inglesa porque, si la hubiera visto, me acordaría de ella. En cambio, sí tengo un vivo recuerdo de una taberna en el centro de Montilla, creo que se llamaba De La Viuda, en la que nos reuníamos algunos maestros, entre ellos Agustín Gómez, al que recuerdo cantando zarzuela y con una guitarra”.
Al hablar de este episodio poco conocido en general, Herminio no quiere dejar ningún cabo suelto. Para él, como ya se ha dicho, tuvo una gran trascendencia política e ideológica. Para nada fue un asunto anecdótico, una cita banal de camaradas.
“Efectivamente, fue un encuentro en el que hicimos todo un ejercicio político. También estuvo el secretario general del Partido Comunista, que era Ernesto Caballero, además del secretario particular de Julio, que era Alfonso Igualada. Antonio Luque, que fue secretario de Julio en el primer mandato, no participó. Murió hace unos meses. Él solo fue secretario durante la primera Corporación:, lo dejó para centrarse en la gestión de una finca de la Fundación Paco Natera, que se llamaba La Veguilla, en Huelva”.
Conversar un rato con Herminio Trigo es beber de una fuente directa de la reciente historia de Córdoba. En su caso, además, compartimos afinidad por el cine, del que es todo un experto, un consumado cinéfilo que estudió y se diplomó en Cinematografía en Valladolid. Hablando con él, nos descubrió su antiguo y escasamente conocido vínculo con el vino por vía familiar.
“Mi relación con el vino de Montilla se remonta a la infancia, desde pequeño, porque mi tío tenía una taberna, la taberna Rafael, que se llamaba como él y que estaba situada por San Hipólito, cerca de San Nicolás de la Villa. De niño yo pasaba mucho tiempo allí. Mis tíos no tenían hijos, por lo que yo era algo así como su sobrino preferido”.
“Y entonces, por esa razón, visitaba mucho la taberna, iba muchas veces a comer y a merendar, y era mi tía la que siempre decía a su marido: dale al niño una copita de vino dulce, un pedro ximénez que él despachaba y que tenía un cierto sabor a arrope; era un vino dulce que a él le gustaba mucho. De mayor, también he estado siempre vinculado al vino de Montilla y tanto es así que cuando accedí a la Alcaldía, una de mis ideas fue ampliar y consolidar la relación que teníamos con la ciudad de Manchester”.
“Y como los británicos tienen su paladar educado al vino de Jerez, pensé que lo natural era basar nuestra relación en el vino generoso de Montilla, que tiene unas características parecidas, si no iguales o mejores. Y así, de paso, establecer un posible canal de comercialización basado en la amistad y hermandad entre nuestras dos ciudades. De modo que hablé con el secretario del Consejo Regulador, Manuel María López Alejandre, le propuse la idea y le pareció muy oportuna”.
“De esta manera se planteó aquel viaje oficial a Inglaterra. Antes de viajar a Manchester, pasé por Londres para entrevistarme con el embajador español en Reino Unido. Como tenía conocimiento de que era un gran entendido en vinos, le entregamos como obsequio una caja de botellas con seis catavinos con el escudo de Córdoba y letras doradas. Le encantó el regalo y nos puso en contacto con el delegado comercial de la Embajada española, que nos dio todas las facilidades del mundo con las claves para desarrollar un trabajo más a largo plazo de cara al mercado británico”.
“Incluso se valoró la posibilidad de canalizar el vino por valija diplomática al objeto de evitar recargas fiscales en esta tarea de introducir y popularizar nuestros vinos en promociones en centros comerciales y otros lugares de interés”.
“Eran sitios ideales para poner allí las casetas con nuestros productos de cara al consumidor, contando siempre con el apoyo de la Embajada española para montar la infraestructura de estas campañas. Se dieron todos los pasos, se hicieron los contactos pero, por diversas razones, nunca se celebró aquella iniciativa, a pesar de todas las gestiones que se hicieron”.
Era capaz de ponerle su careto a las efigies arcangélicas. Y en materia de bodorrios, la de su hija alcanzaba esas cotas ostentóreas tan propias del gilismo. Buena parte de la flota de taxis de Córdoba trabajó una noche entera para Sandokán y sus invitados, además de 250 camareros y 120 ayudantes que despacharon entre muchas otras viandas hasta 36 000 piezas de berenjenas a la miel, marisco y jamón aparte. Háganse una idea de la logística nupcial que desplegó que haría palidecer las fastuosas y cervantinas bodas de Camacho. El vino, por cierto, fue de Alvear, a decir de la detallada crónica del enlace en el diario Córdoba.
Pensé en él, en un capricho alucinado, cuando de pronto vi dos vagones de tren ahí varados en mitad de la Sierra de Montilla. Podría parecer un ensueño, o un espejismo ferroviario debido a la sofocante calima, una visión irreal dado que la estación más próxima está a unos diez kilómetros de distancia. Pero alguien, se supone que con una cuenta corriente saneada y desafiando toda lógica, había tenido la idea de situarlo allí.
Su objeto, ya que no funciona, ni se menea, se ciñe a ser un ornamento más. Es lo que queda de un ferrocarril en desuso, un par de vagonetas de tablas con aroma de western que llama poderosamente la atención. Los 17 concejales comunistas del Ayuntamiento de Córdoba, con Julio Anguita a la cabeza, también se extrañaron al verlo. Pero lo que estos ediles en plan retiro hicieron en este extraordinario paraje lo cuento más adelante.
Estaba allí quieto sobre un trozo de railes, inmóvil, como petrificado en una estampa de vieja película de vaqueros, invitando a hacerse una foto junto a él. A mí me paso lo mismo. Y agarré la cámara. Es un fondo magnífico para darse un aire de cowboy despistado. Al observarlo, de inmediato también pensé en Fitzcarraldo, el impactante largometraje de Werner Herzog.
Me rondó (quien la ha visto no puede olvidarla) esa imagen del barco de vapor, un crucero fluvial que fue sacado del río y transportado a una montaña amazónica en un viaje al infierno por la jungla peruana. Y allí se quedó cruzado en una pendiente, como un pecio seco, absurdo y fantasmal.
Los vagones de tren y el tramo de vías se lo trajo Curro Doblas. En concreto, lo rescató del antiguo nudo ferroviario de Puente Genil, cuando lo desmantelaron en parte con el cierre de la Línea del Aceite. Es un coche de carga de mercancías, junto a otro. Una de esas unidades de madera en las que se metían vagabundos y forajidos. Es el imaginario de las huidas y de los pobres que no tienen para abonar el billete.
Lo situó en uno de los costados de La Inglesa, junto a un tentadero que también preparó como plaza para pequeños festejos taurinos. Pero ahí no quedó su incondicional entrega a la tauromaquia, porque durante años tuvo allí mismo un cercado con toros de lidia. Un cartel avisaba a los lugareños del peligro de los astados sueltos. Es un hecho casi insólito esto de la presencia de reses bravas en suelos de viñas y olivos, aunque también es verdad que un antiguo grabado presenta a Montilla con bureles y garrochistas.
El Cordobés, gran amigo del propietario de esta hacienda, bautizó aquí a uno de sus hijos. Cuando Manuel Benítez venía a Montilla era fácil encontrarlo entre Las Camachas y La Inglesa, dos polos de su geografía de afectos y de francachelas por estos contornos.
Curro Doblas adquirió esta emblemática finca de recreo a la familia Alvear en 1965, y en ella organizó cenas y saraos con motivo de la Fiesta de la Vendimia. Sirvió de aposento, de ocio y descanso a gente principal, del mundo de los negocios y del espectáculo, pero también de la Casa Real. Antonio Curro Doblas poseía una simpatía natural, y qué duda cabe que su campechanía le abría puertas.
“Era un hombre extraordinario. Tenía un carisma que conquistaba a todo el mundo con el que trataba y hablaba. Durante muchos años aquí se realizaron diversos actos relacionados con la Fiesta de la Vendimia, era punto de encuentro de reuniones sociales y se daba acogida a un buen número de invitados. Paraban y se alojaban aquí, se hacían reuniones por la noche que no terminaban nunca”, rememora su hijo y heredero, Antonio Doblas.
Fama y fortuna de Currito Doblas
Doblas hizo fortuna como ganadero y agricultor, no sin algún traspié, pero sobre todo fue un hombre de mundo. Uno de los grandes hitos en su faceta de negociante fue la adquisición de La Inglesa, con la que se convirtió en un afamado anfitrión.
Estaba orgulloso de esta operación porque, así, pasaba a formar parte de su patrimonio “una excelente muestra de refinamiento formal y del empaque que puede cobrar el señorío en las unidades vitivinícolas”, según aparece definido este palacio rural en la magna obra Cortijos, haciendas y lagares, que publicó la Junta de Andalucía.
“Mi padre siempre fue extremadamente respetuoso con la integridad del edificio”, asegura Antonio Doblas, que cuida esta finca como su mayor legado. Las contadas intervenciones que hizo, en un sentido decorativo por lo general, Curro Doblas las realizó en el exterior de este aristocrático edificio.
Llevado por su afición taurina hizo una plaza de tientas. El redondel lo completó reutilizando los conos de fermentación del mosto de una antigua bodega de tinajas. Mandó extraerlas de allí para cambiar el uso de la nave y poner en su lugar una bodega de botas. Las desmontó de su posición original y dispuso aquellas vasijas sobrantes en círculo, de modo que se quedó un precioso coso de gran sabor taurino.
A nadie hubiera extrañado observar en este escenario al Vinotauro del que nos habló José Ponferrada Gómez, pastando como un animal sagrado en este incomparable laberinto de tinajas y albero. En La arqueología y abolengo de los vinos de Montilla, que es un breve ensayo anecdótico e imprescindible, él se refiere, con acierto, "al singular carácter que tienen las bodegas de Montilla: mitad Cosos de Taurus, mitad Templos de Baco".
“Mi padre era muy aficionado. Tenía dos grandes pasiones: los toros y el vino”. El empresario puso mucha ilusión en este ruedo que se utilizó en diversas ocasiones. José Ortega Cano fue uno de los que pisó el albero de La Inglesa. “Era muy amigo de mi padre, tenían mucha confianza entre ellos. Estuvo aquí varías veces y se quedó a dormir más de una vez acompañado de su esposa, Rocío Jurado, que también fue muy amiga de mi padre. Echamos muy buenos ratos con ella”.
Paco Moreno, en una estupenda crónica en el periódico ABC, recalcó el gran afecto existente entre Curro Doblas y la tonadillera, incluso cuando la enfermedad ya anunciaba un fatal desenlace. Para él fue inolvidable aquel último encuentro con Rocío en el que, ya recluida en su domicilio de La Moraleja, ella le habló de un aciago presentimiento: “Este toro no voy a poderlo torear; este viene a por mí y no tengo más pena que los hijos que me dejo, a José y a mi familia, y también no poder dejar las cosas como yo quisiera”.
“Mi padre y ella se conocían de siempre, de su época de juventud”, remacha Antonio, “pero a raíz del matrimonio con Ortega Cano, se estrechó la relación. Otro gran matador que nos visitó alguna vez fue Pepe Luis Vázquez, que era un diestro predilecto para nosotros”
La Inglesa tampoco es ajena a la Casa Real española. Recibió como huéspedes de honor a varios integrantes de la familia Borbón, aunque Antonio Doblas prefiere reservarse la identidad de estos amigos especiales de su familia. “Han estado por aquí porque mantenían una relación cordial y continuada con mi padre”.
En una inscripción existente en la capilla, que contiene bellos ejemplos de azulejería sevillana, se indica que las obras de construcción de este conjunto comenzaron en 1870 (se refiere al primitivo lagar), aunque no finalizaron hasta 1913, tal y como también se especifica en el estudio antes citado Cortijos, haciendas y lagares.
Lo cierto es que el anterior lagar que ordenó levantar Diego de Alvear en el muy vinícola pago de Riofrío (diversos hallazgos arqueológicos testimonian esta remota identidad) tuvo que ser demolido después de un incendio que asoló esta propiedad en septiembre de 1885.
“Quemó la mayor parte de los cuartos del piso superior de la casa principal, así como todos los tejados del edificio, debiendo colapsar el campanario…”. Esto es lo que señala Carmen Giménez Alvear, que está al frente de los archivos de esta prominente familia de próceres, navegantes y bodegueros.
La Inglesa actual, con su hechura palaciega, patio central y planta rectangular con torreón, es obra de Francisco Gómez de la Cortina, más conocido como El Conde de la Cortina, que residía aquí durante largas temporadas, especialmente en vendimia.
Tiene un diseño inspirado en la casa palacio sevillana de los Condes de Castilleja, que eran parientes –tíos, exactamente– del Conde la Cortina, cuyo trato fue frecuente, cercano y cariñoso durante los años de juventud de Francisco. Así se recoge igualmente, junto con fotos, dibujos y estadillos de cuentas en la investigación de Carmen Giménez Alvear, directora de la Fundación Alvear.
En estos apuntes históricos, se reitera que el Lagar de la Inglesa actual no es un palacio construido por Diego de Alvear y Ponce de León para su segunda mujer, la inglesa Luisa Ward. Es un edificio de 1913, construido por Francisco Alvear, Conde de la Cortina, y le llamó, rebautizándolo, Lagar de la Concepción. En la actualidad esta finca dispone de un pequeño museo de carruajes, lo que aumenta la sensación en el visitante de estar ante unas piedras históricas y unos objetos de tiempos pasados.
“Todo lo de La Inglesa trasciende”, nos dice Paco Hidalgo, que lo conoce bien. “Es un edificio magnífico, lo tiene todo: una excelente estructura arquitectónica e incluso una fabulosa sacristía, donde hay unos vinos de gran categoría que en pocos sitios más de Montilla los hay. Tiene una casa y unas habitaciones que todas están llenas de recuerdos, el edificio por dentro es una pasada. Es un monumento a visitar que tiene muchas posibilidades de desarrollo turístico como el gran palacio que es”.
Antonio Doblas cuida especialmente los vinos de La Inglesa. “Son unas soleras que llevan aquí muchos años, prácticamente desde que Curro Doblas adquirió la finca, que fue en el año 1965 o 1966”. Es fácil calcular, presume, los años que estos vinos tienen, ya que nunca se han movido de ahí: siempre han estado en este mismo lugar.
“Los ponemos en el mercado con sacas muy especiales y limitadas. Los vendemos con nuestro nombre y nuestra propia identidad. Nuestra marca general es 'La Inglesa' en su más variada tipología: fino en rama, solera, amontillado y palo cortado”.
El retiro de La Inglesa
La hospitalidad es y sigue siendo la divisa de la familia Doblas. Es fácil comprobarlo si se tiene la suerte de pasar por allí para pasear por sus salones, escaleras y galerías. La cocina, atestada de cazuelas, ollas y utensilios de otras costumbres y usos, también resulta una estancia evocadora.
Pues por todos estos lugares se movieron como monjes en un monasterio los 17 concejales del grupo comunista, mayoritario en el Ayuntamiento de la capital. Esto sucedió al comienzo de la segunda corporación, a mediados de 1983, tal vez en otoño. Fue la del mandato de la mayoría absoluta cuando el Partido Comunista consiguió una tremenda cosecha de votos, algo todavía no igualado. Herminio Trigo lo recuerda bien, como si este retiro hubiera ocurrido ayer mismo.
“Julio Anguita quería que nos juntáramos todos en un sitio para poder debatir, estudiar y sobre todo perfilar un programa para afrontar aquel gobierno municipal. Buscamos un sitio y, para ello, el alcalde habló incluso con otros ediles no comunistas. Rafael Molina Requena, que era el portavoz del Grupo Municipal de Alianza Popular en el Ayuntamiento de Córdoba, propuso que se hiciera en la Sierra de Montilla. Y se aceptó su sugerencia, de acuerdo con Currito Doblas, que era el dueño de esta conocida finca”.
Herminio, que terminaría sustituyendo a Anguita en el despacho de la Alcaldía antes del final de este mandato, describe La Inglesa como un espacio impresionante, pero muy adecuado para el fin que se perseguía con este enclaustramiento, porque algo tenía de refugio para meditar, alejados del mundanal ruido.
“Era un caserío que estaba en mitad del campo y que era un lugar apartado para reunirnos y estar aislados durante unos días. Julio hizo una propuesta de trabajo para todo el mandato, con las líneas generales de actuación. El encierro duró todo un fin de semana, nos traían la comida desde Montilla. Y allí teníamos un tiempo largo para debatir en una mesa grande que había en el salón, y después también paseábamos por allí, charlábamos y cambiamos impresiones, teniendo en cuenta que éramos un grupo muy grande”.
En cierto modo fueron unas jornadas que iban a marcar el futuro inmediato del Consistorio cordobés. Fue allí, en La Inglesa, donde el carismático líder comunista despejó sus dudas personales para encabezar un nuevo proyecto político que aglutinase a la izquierda, al margen del PSOE.
Anguita había sacado una mayoría superabsoluta. En este sentido, el horizonte estaba abierto con suficiente tranquilidad para gobernar en solitario. “De La Inglesa —nos explica Herminio Trigo— sacamos un programa de trabajo para todo el mandato, porque entonces Julio ya tenía pensado marcharse. El Ayuntamiento ya no era lo que él quería; él quería otra cosa, porque se sentía más político que gestor”.
“Él ya tenía en la cabeza fundar Izquierda Unida Convocatoria por Andalucía, un proyecto político diferente. Por eso se hizo este retiro, para dejarlo todo planteado y que yo lo sustituyese cuando él se fuera, como yo le decía a predicar la santa palabra por toda Andalucía. En esto consistió el encierro de La Inglesa”.
Fue como unos ejercicios espirituales. En este caso, unos ejercicios políticos. Rafael Molina Requena, que les había conseguido el escenario y sentía un particular afecto por Anguita, se pasó por allí para saludarlos, cosa que también hizo el propietario de la finca, Currito Doblas, de Moriles. Años después, su hijo nos aporta algún detalle más de aquel silencioso encuentro, casi monástico, lo que era muy del gusto de Anguita.
“Estuvieron todo un fin de semana largo y fue una cita muy provechosa. Lo pasaron muy bien y entre los muchos temas que abordaron se perfiló en líneas generales el presupuesto para ese año en el Ayuntamiento de Córdoba. Efectivamente, Rafael Molina, entonces líder de los conservadores en la Corporación municipal, fue el que hizo todas las gestiones y se preocupó también de que todo estuviera a punto, bien organizado”.
Herminio Trigo ha compendiado su vida política en un libro editado por Almuzara en el que, sobre todo, pasa revista a su gestión municipal, sin que en él mencione este capítulo montillano. Años antes, en la década de los sesenta, había estado destinado como maestro en nuestro pueblo, pero entonces no tuvo oportunidad de darse una vuelta por la Sierra.
“La Inglesa me pareció un edificio imponente, mucho más por el espacio en el que se ubica, en pleno campo, rodeado de vides y olivos. Es un sitio espectacular y, en su interior, los salones espaciosos le dan solemnidad y magnificencia. Guardo un gran recuerdo en la memoria, porque después no he vuelto a ir más, pero me queda una impresión muy favorable”.
“No recuerdo haber pasado por la bodega de La Inglesa porque, si la hubiera visto, me acordaría de ella. En cambio, sí tengo un vivo recuerdo de una taberna en el centro de Montilla, creo que se llamaba De La Viuda, en la que nos reuníamos algunos maestros, entre ellos Agustín Gómez, al que recuerdo cantando zarzuela y con una guitarra”.
Al hablar de este episodio poco conocido en general, Herminio no quiere dejar ningún cabo suelto. Para él, como ya se ha dicho, tuvo una gran trascendencia política e ideológica. Para nada fue un asunto anecdótico, una cita banal de camaradas.
“Efectivamente, fue un encuentro en el que hicimos todo un ejercicio político. También estuvo el secretario general del Partido Comunista, que era Ernesto Caballero, además del secretario particular de Julio, que era Alfonso Igualada. Antonio Luque, que fue secretario de Julio en el primer mandato, no participó. Murió hace unos meses. Él solo fue secretario durante la primera Corporación:, lo dejó para centrarse en la gestión de una finca de la Fundación Paco Natera, que se llamaba La Veguilla, en Huelva”.
Diálogo con la historia y con el vino
Conversar un rato con Herminio Trigo es beber de una fuente directa de la reciente historia de Córdoba. En su caso, además, compartimos afinidad por el cine, del que es todo un experto, un consumado cinéfilo que estudió y se diplomó en Cinematografía en Valladolid. Hablando con él, nos descubrió su antiguo y escasamente conocido vínculo con el vino por vía familiar.
“Mi relación con el vino de Montilla se remonta a la infancia, desde pequeño, porque mi tío tenía una taberna, la taberna Rafael, que se llamaba como él y que estaba situada por San Hipólito, cerca de San Nicolás de la Villa. De niño yo pasaba mucho tiempo allí. Mis tíos no tenían hijos, por lo que yo era algo así como su sobrino preferido”.
“Y entonces, por esa razón, visitaba mucho la taberna, iba muchas veces a comer y a merendar, y era mi tía la que siempre decía a su marido: dale al niño una copita de vino dulce, un pedro ximénez que él despachaba y que tenía un cierto sabor a arrope; era un vino dulce que a él le gustaba mucho. De mayor, también he estado siempre vinculado al vino de Montilla y tanto es así que cuando accedí a la Alcaldía, una de mis ideas fue ampliar y consolidar la relación que teníamos con la ciudad de Manchester”.
“Y como los británicos tienen su paladar educado al vino de Jerez, pensé que lo natural era basar nuestra relación en el vino generoso de Montilla, que tiene unas características parecidas, si no iguales o mejores. Y así, de paso, establecer un posible canal de comercialización basado en la amistad y hermandad entre nuestras dos ciudades. De modo que hablé con el secretario del Consejo Regulador, Manuel María López Alejandre, le propuse la idea y le pareció muy oportuna”.
“De esta manera se planteó aquel viaje oficial a Inglaterra. Antes de viajar a Manchester, pasé por Londres para entrevistarme con el embajador español en Reino Unido. Como tenía conocimiento de que era un gran entendido en vinos, le entregamos como obsequio una caja de botellas con seis catavinos con el escudo de Córdoba y letras doradas. Le encantó el regalo y nos puso en contacto con el delegado comercial de la Embajada española, que nos dio todas las facilidades del mundo con las claves para desarrollar un trabajo más a largo plazo de cara al mercado británico”.
“Incluso se valoró la posibilidad de canalizar el vino por valija diplomática al objeto de evitar recargas fiscales en esta tarea de introducir y popularizar nuestros vinos en promociones en centros comerciales y otros lugares de interés”.
“Eran sitios ideales para poner allí las casetas con nuestros productos de cara al consumidor, contando siempre con el apoyo de la Embajada española para montar la infraestructura de estas campañas. Se dieron todos los pasos, se hicieron los contactos pero, por diversas razones, nunca se celebró aquella iniciativa, a pesar de todas las gestiones que se hicieron”.
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: BODEGAS LA INGLESA / RAFA JIMÉNEZ / MONTILLA-MORILES
FOTOGRAFÍA: BODEGAS LA INGLESA / RAFA JIMÉNEZ / MONTILLA-MORILES
























































