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Cuando la memoria vence al olvido

Se llamaba Juan Zafra Raigón y formaba parte de la conocida saga familiar de "Los Membrillos" de Montilla. En 1936, tras el golpe de estado que desencadenó la Guerra Civil española, fue dado por muerto hasta que, más de ocho décadas después, la investigación personal emprendida por su sobrino-nieto, Miguel Guillén Burguillos, ha permitido reconstruir una historia familiar marcada por el silencio, el exilio y el trauma colectivo.


Politólogo, escritor y profesor del Tecnocampus-UPF, Miguel Guillén Burguillos (Mataró, Barcelona, 1980) ha descubierto en Angoulême, la ciudad francesa conocida como "El balcón del suroeste", la historia oculta de su tío-abuelo, dado por muerto durante más de ocho décadas.

El hallazgo, tan inesperado como revelador, cambió por completo la versión que siempre se había dado por cierta en su familia. Juan Zafra, el pequeño de seis hermanos, no fue asesinado ni desapareció sin dejar rastro. "Ochenta y cinco años después, descubrir que un miembro de la familia, a quien creíamos perdido, murió con 69 años en Francia supone una conmoción difícil de describir", confiesa Miguel Guillén en el blog donde detalla esta emocionante historia.

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Durante décadas, el recuerdo del hermano pequeño acompañó en silencio a su abuela Gabriela, que murió con la pena y la incertidumbre que suponía haber perdido a su hermano en 1936. El resto de la familia también había intentado averiguar su paradero sin éxito. "Mi tío-abuelo Antonio habló en su día con el cónsul de Francia y le dijo que lo habían localizado, pero la información era 'confidencial' y no se pudo averiguar nada más", relata Guillén.

Movido por su empeño por rescatar las raíces y reconstruir las ausencias, en diciembre de 2015 contactó con el historiador Arcángel Bedmar, cuya labor ha sido fundamental para entender el contexto de brutalidad que vivió Montilla tras el golpe del 18 de julio de 1936.

Según recoge Bedmar en su obra Los puños y las pistolas. La represión en Montilla (1936-1944), “la represión arranca con el golpe de Estado del 18 de julio y no acaba hasta la muerte de Franco”. El historiador describe un panorama desgarrador: “Entre 1936 y 1939 hay constatados 114 fusilamientos, en un municipio que tenía cerca de 20.000 habitantes. Y otros 16 cayeron en los años posteriores. Pero esta es la cifra mínima”.

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En ese ambiente asfixiante, donde la única salida para muchos fue la huida, Juan Zafra cruzó la frontera hacia Francia en 1939, tal y como Miguel Guillén Burguillos descubrió años después en una base de datos del departamento de Pirineos Orientales.

El joven montillano, entonces con apenas 18 años, fue internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. En la ficha digital aparecía su nombre completo, fecha y lugar de nacimiento, así como su condición de campesino y su estado civil: soltero.

La clave del hallazgo llegó en septiembre de 2024, cuando Miguel, casi por rutina, tecleó de nuevo el nombre de su tío-abuelo en un buscador de internet. Lo que encontró fue asombroso: un obituario fechado el 24 de enero de 1990. “Apareció un resultado que no esperaba en absoluto: su obituario, de fecha 24 de enero de 1990, en una web holandesa que remitía a otra fuente: la página del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE) de Francia”.

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A partir de ahí, la búsqueda se aceleró. En la web del cementerio Trois Chênes de Angoulême localizó la tumba exacta de Juan Zafra, junto a Christian e Yvonne Balandre. Fue esta pista la que permitió encontrar el lugar de residencia de su familia en Francia: Saint-Yrieix-sur-Charente, una población de apenas 6.300 habitantes en la región de Poitou-Charentes.

Un mensaje enviado a varias asociaciones locales obtuvo una respuesta inesperada. Patrick Villessot, coronel de la reserva francesa, respondió con una valiosa información: “Le fils (...) de Juan Zafra habite à Saint-Yrieix-sur-Charente”. Y no solo eso, sino que ofrecía los datos de contacto de Jean-Max Zafra, hijo del desaparecido.

Miguel le escribió por WhatsApp, y la respuesta fue inmediata. “Esa tarde mantuvimos una larga conversación por WhatsApp. Yo estaba completamente emocionado y percibí que Jean-Max, también”, rememora. A partir de ese momento, comenzó una relación afectiva que culminó en un encuentro presencial durante la pasada Semana Santa. “Jean-Max y yo nos fundimos en un fuerte y emotivo abrazo y él, mi primo, emocionado, no pudo reprimir las lágrimas”.


Durante aquella visita, también recorrieron Angoulême, depositaron flores en la tumba de Juan y compartieron recuerdos e impresiones. Fue allí donde Jean-Max relató que su padre, de “profundos ojos verdes”, era “una persona muy misteriosa”, que no hablaba del pasado.

“No conocía prácticamente nada respecto de su infancia y juventud en España. Según mi primo, no hablaba sobre el pasado y, a duras penas, conocía el pueblo donde nació —Montilla– y el nombre de su madre: Dulce”, detalla Miguel Guillén.

El silencio de Juan Zafra, como el de tantos otros represaliados, forma parte del trauma colectivo que marcó a toda una generación. “Opino que mi tío-abuelo Juan, quizá de forma meramente instintiva, decidió encerrarse en sí mismo y tratar de olvidar, si es que esto es posible en algún caso, todo lo que debió pasar durante la guerra en España, el exilio y los primeros años cuarenta en Francia”, verbaliza el artífice de este curioso hallazgo.

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Precisamente ese silencio es uno de los elementos centrales de la historia. Un silencio denso, transmitido entre generaciones, que solo ahora comienza a romperse. Según un estudio de la psicóloga clínica María del Valle Laguna-Barnes, “en bastantes casos de familias con represaliados, éstas se quedaron en silencio, nunca contaron nada a hijos y nietos, ni por supuesto hablaron de determinados temas. En estos, las victimas vivieron un profundo dolor en soledad, no hubo descendiente con deseos de investigar o el silencio no tuvo resquicios”.

Hoy, tras el reencuentro de las ramas separadas por la historia, Miguel Guillén concluye con una certeza. “Percibo en Jean-Max Zafra una alegría y una emoción sinceras tras habernos conocido: ahora ya sabe de dónde procedía su padre, sus orígenes geográficos y culturales. Creo que es algo muy importante para él”, subraya.

Y añade una reflexión que, inevitablemente, resuena más allá de su propia familia: “Aquellos héroes anónimos que se vieron obligados a luchar contra el fascismo en su tierra y tuvieron que dejar atrás sus vidas, familias y recuerdos, merecen nuestro reconocimiento y cariño”. Ahora Miguel rinde su particular tributo recuperando una historia olvidada durante más de ochenta años que, gracias a la paciencia, a un empeño incansable y, por qué no, también a Internet, ha vuelto a ocupar su lugar en la memoria familiar y colectiva.


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