Montilla Digital se hace eco en su Buzón del Lector de la queja de un vecino que reclama del Ayuntamiento de Montilla un acto de reconocimiento para su abuelo. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico a la Redacción del periódico (montilladigital@gmail.com) exponiendo su queja, comentario, sugerencia o relato. Si es posible, puede acompañar su mensaje de alguna fotografía para ilustrar la publicación.
Se dice que vivimos en una cultura muy influenciada por valores judeocristianos. En ese contexto, la frase “Quien salva una vida, salva al universo entero”, proveniente del Talmud, refleja sin ambigüedad alguna la trascendencia de lo aquí vengo a exponer.
Esta frase solemne está grabada en las Medallas de los Justos, que entregan los responsables de la entidad israelí Yad Vashem a aquellas personas que evitaron la muerte de algún judío en el Holocausto. Como reconocen desde la entidad, "la importancia de esta máxima se hace palpable cuando las familias de los sobrevivientes –con sus hijos, nietos y biznietos– se reúnen para honrar a un salvador".
Y añaden: "No sólo es el superviviente quién se salvó, sino la vida de toda una familia, que no se habría plasmado de no ser por los esfuerzos del Justo. Los sobrevivientes y sus hijos representan a menudo la única rama viviente de una extensa familia destruida. Mientras celebramos la vida rescatada rememoramos a los retoños extinguidos y a sus vástagos que no pudieron nacer". Fíjense que las Medallas de los Justos no requieren perder la vida en el acto heroico: sólo –entiéndase la expresión– haber salvado la vida a alguien.
En mi familia tenemos una historia increíble que, por justicia y por decencia, no debe quedar en el olvido. Mi abuelo, Baldomero Torres y Gallardo, dio su vida salvando la de Francisco Casado Hidalgo, un niño montillano. Este acto se remonta al 27 de diciembre de 1933.
Muchos ya conocen esta gesta pues, en 2011, apareció en las páginas del libro 100 años de luz eléctrica en Montilla, obra de Manuel Quintero Aguilar. Concretamente lo recoge en el capítulo titulado Algunos accidentes ocurridos en Montilla por la corriente eléctrica (páginas 198 y 199). Además, desde 2022, tanto Montilla Digital como Diario Córdoba se han hecho eco de la hazaña de mi abuelo en diversas ocasiones.
Desde ese mismo año 2022, tanto la familia descendiente de Francisco Casado, como el único hijo vivo de Baldomero –mi padre, José Torres Toro–, vienen solicitando al Ayuntamiento de Montilla un reconocimiento público. Muy buenas palabras y augurios parecían emanar de la entrevista que ambas familias mantuvieron con el alcalde a principios de junio del 2022. Pero el tiempo va pasando, mi padre ha cumplido ya 95 años y nada avanza.
A mi juicio, estamos ante un caso de manual recogido en el Reglamento de Honores y Distinciones del propio Ayuntamiento de Montilla. De forma extraoficial, no por escrito, como se solicitó a través de la Sede Electrónica, se nos informa de que el acto heroico que protagonizó mi abuelo debe quedar acreditado documentalmente.
Y, sinceramente, me parece indecente exigir algo así porque, como veremos más adelante, el Reglamento contempla alternativas. Pero es igualmente indecente pretender que yo, que resido en las Islas Baleares, pueda consultar y reunir documentación de unos hechos que tuvieron lugar a finales de 1933.
El Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Montilla incluye en su Capítulo XI, titulado "De las formalidades para la concesión de las distinciones", la figura del instructor del expediente. Y podemos leer en su artículo 28.º: "El instructor del expediente practicará cuantas diligencias estime necesarias o simplemente convenientes para la más depurada y completa investigación de los méritos del propuesto, tomando o recibiendo declaración de cuantas personas o entidades puedan suministrar informes, haciendo constar todas las declaraciones o pesquisas, datos de referencia, antecedentes, aportando documentos, etc., que se consideren necesarios, tanto de carácter favorable como adverso, a la propuesta inicial. Estos expedientes serán objeto de información pública por el plazo de un mes, previo a que el instructor emita su dictamen".
Es decir, las pesquisas no sólo se pueden exigir a la familia de Baldomero Torres y Gallardo sino que el propio Ayuntamiento tiene y debe hacer todo cuanto pueda para recabar esos datos. Es evidente que debe haber información en los archivos de los juzgados, de la Policía o de la Guardia Civil.
Es probable que el propio Ayuntamiento generase documentación al respecto porque he podido constatar en prensa histórica cómo era la operativa ante un suceso de esta naturaleza: el Juzgado se personaba en el lugar del suceso ordenando el levantamiento del cadáver y se instruían las diligencias de rigor. Por tanto, se generaba documentación, sin duda alguna. Y precisamente esa es la documentación que debería perseguir el instructor del expediente.
Como es lógico, esos documentos ya no se encuentran en los archivos de los Juzgados de Montilla, tal y como me confirmaron en 2022. Al parecer, estos archivos se movieron desde el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de Montilla hasta, probablemente, la Ciudad de la Justicia de Córdoba.
Por eso, a través de este escrito, hago un llamamiento o petición de ayuda a quien pueda arrojar algo de luz al respecto. Alguien debe necesitar este tipo de información por motivos profesionales o de investigación y, tal vez, pueda guiarme en estas pesquisas. Pero lo ideal, claro está, sería que el instructor del expediente previsto por el Reglamento de Honores y Distinciones del propio Ayuntamiento de Montilla asumiera su tarea.
En otro orden de cosas, debo manifestar también la indecencia de los responsables de la antigua Fábrica de la Luz, ya que el 27 de diciembre de 1933, por error o negligencia, se electrificó la valla perimetral que rodeaba sus instalaciones, lo cual fue funesto para mi abuelo.
Es indecente que, tras su muerte, los responsables de la Fábrica de la Luz pagasen el entierro a mi abuela Micaela, aportando tan solo 50 pesetas –es decir, diez años de enterramiento, concretamente hasta el 29 de diciembre de 1943–. Parece ser que el enterramiento a perpetuidad no fue una opción para ellos pues costaba 1.000 pesetas.
Y hablo de "indecencia" porque, en 1943, los restos de mi abuelo acabaron en una fosa común. ¡Qué vergüenza! ¡Qué injusticia! ¡Qué indecencia! Con 50 pesetas se sacaron literalmente el muerto de encima y, muy probablemente, una demanda por homicidio imprudente.
El Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Montilla no estipula nada sobre el modo en que debe acreditarse el acto de heroicidad que se pretende reconocer. En todo caso, se nombra a sí mismo responsable de recabar la información pertinente a través de la figura del instructor del expediente.
Nos encontramos, pues, en vía muerta. No obstante, afirmo que es una situación de simple voluntad política, tal vez una arbitrariedad manifiesta. La impotencia que se siente desde este lado es total. No es el único sentimiento que emana de algo así: la repulsa y el bochorno que siento ante el cicatero recibimiento de una propuesta de esta naturaleza por parte del Ayuntamiento de Montilla es mayúsculo. Tras más de tres años de espera, nuestro dolor es gratuito, innecesario. Carece de sentido alguno y, sobre todo, responde a una actitud indecente.
Recordemos que los tiempos en este caso no son baladíes en este asunto, pues la persona que debería presenciar ese acto de homenaje es mi padre, que tiene 95 años. Somos conscientes de que le queda poco y su calidad de vida ha sucumbido en los tres últimos años. De ser una persona autónoma en 2022 ha pasado a caminar únicamente con el taca-taca y muy poquito, pues se cansa de inmediato.
La muerte de mi abuelo, un simple carrero que murió en el tajo –pues venía conduciendo su carro cuando todo ocurrió–, dejó seis hijos huérfanos de padre. La pequeña empresa de transporte de carros de mi abuelo se malvendió a trozos. Un año más tarde, en 1934, mi padre perderá su ojo izquierdo con tan solo 4 años por una negligencia médica y por carecer de recursos mínimos para acceder a la sanidad. En dos años, la Guerra Civil haría el resto. Fueron unos años terribles para todo el mundo pero la calamidad se manifestó contundentemente en algunos casos como este. De ser una familia no rica, pero algo acomodada, se pasó a una penuria plena.
En 1933, un alcalde socialista gobernaba montilla. Fue el momento de defender a una familia obrera pero se dejó para más adelante. El testigo ha tardado 90 años en llegarle a otra Alcaldía del PSOE. ¿Volverá a repetirse la historia? Volviendo a la frase “Quien salva una vida, salva al universo entero” cabe mencionar que la vida salvada de Francisco Casado Hidalgo fue fructífera en términos de descendencia. Tuvo tres hijos que, a su vez, dieron lugar a siete nietos. La aritmética arroja un saldo de 11 personas cuyas vidas fueron posibles gracias a mi abuelo. Y, en el futuro, esta cifra no hará sino incrementarse con las subsiguientes generaciones.
Nuestras familias, las de los dos protagonistas de este acto heroico, no solicitamos más que una placa con un texto que impida que esta gesta sea olvidada; algo sencillo, que rememore la memoria de un buen montillano, digno de ser recordado de verdad.
Si mi padre puede estar presente el día en que se descubriera esa placa por primera vez, seré una persona feliz y mi padre verá algo de compensación por tantas penurias sobrevenidas por la falta de su padre a la edad de 3 años, en el contexto histórico menos propicio del último siglo. Dilatar, posponer y ningunear a sus convecinos no son verbos que deba conjugar un ayuntamiento. Deberían fijarse en la decencia que se desprende de la toma de una decisión justa que, además, es oportuna.
Gracias a Montilla Digital pude saber que, hace casi cuatro meses, la Junta de Portavoces abordó este asunto. La petición para mi abuelo, de hecho, estaba en el orden del día. Sin embargo, a día de hoy, nadie se ha dignado a informarme de lo más mínimo. Por eso vuelvo a acudir a Montilla Digital como último y, al parecer, único oído sensible.
Se dice que vivimos en una cultura muy influenciada por valores judeocristianos. En ese contexto, la frase “Quien salva una vida, salva al universo entero”, proveniente del Talmud, refleja sin ambigüedad alguna la trascendencia de lo aquí vengo a exponer.
Esta frase solemne está grabada en las Medallas de los Justos, que entregan los responsables de la entidad israelí Yad Vashem a aquellas personas que evitaron la muerte de algún judío en el Holocausto. Como reconocen desde la entidad, "la importancia de esta máxima se hace palpable cuando las familias de los sobrevivientes –con sus hijos, nietos y biznietos– se reúnen para honrar a un salvador".
Y añaden: "No sólo es el superviviente quién se salvó, sino la vida de toda una familia, que no se habría plasmado de no ser por los esfuerzos del Justo. Los sobrevivientes y sus hijos representan a menudo la única rama viviente de una extensa familia destruida. Mientras celebramos la vida rescatada rememoramos a los retoños extinguidos y a sus vástagos que no pudieron nacer". Fíjense que las Medallas de los Justos no requieren perder la vida en el acto heroico: sólo –entiéndase la expresión– haber salvado la vida a alguien.

En mi familia tenemos una historia increíble que, por justicia y por decencia, no debe quedar en el olvido. Mi abuelo, Baldomero Torres y Gallardo, dio su vida salvando la de Francisco Casado Hidalgo, un niño montillano. Este acto se remonta al 27 de diciembre de 1933.
Muchos ya conocen esta gesta pues, en 2011, apareció en las páginas del libro 100 años de luz eléctrica en Montilla, obra de Manuel Quintero Aguilar. Concretamente lo recoge en el capítulo titulado Algunos accidentes ocurridos en Montilla por la corriente eléctrica (páginas 198 y 199). Además, desde 2022, tanto Montilla Digital como Diario Córdoba se han hecho eco de la hazaña de mi abuelo en diversas ocasiones.
Desde ese mismo año 2022, tanto la familia descendiente de Francisco Casado, como el único hijo vivo de Baldomero –mi padre, José Torres Toro–, vienen solicitando al Ayuntamiento de Montilla un reconocimiento público. Muy buenas palabras y augurios parecían emanar de la entrevista que ambas familias mantuvieron con el alcalde a principios de junio del 2022. Pero el tiempo va pasando, mi padre ha cumplido ya 95 años y nada avanza.

A mi juicio, estamos ante un caso de manual recogido en el Reglamento de Honores y Distinciones del propio Ayuntamiento de Montilla. De forma extraoficial, no por escrito, como se solicitó a través de la Sede Electrónica, se nos informa de que el acto heroico que protagonizó mi abuelo debe quedar acreditado documentalmente.
Y, sinceramente, me parece indecente exigir algo así porque, como veremos más adelante, el Reglamento contempla alternativas. Pero es igualmente indecente pretender que yo, que resido en las Islas Baleares, pueda consultar y reunir documentación de unos hechos que tuvieron lugar a finales de 1933.
El Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Montilla incluye en su Capítulo XI, titulado "De las formalidades para la concesión de las distinciones", la figura del instructor del expediente. Y podemos leer en su artículo 28.º: "El instructor del expediente practicará cuantas diligencias estime necesarias o simplemente convenientes para la más depurada y completa investigación de los méritos del propuesto, tomando o recibiendo declaración de cuantas personas o entidades puedan suministrar informes, haciendo constar todas las declaraciones o pesquisas, datos de referencia, antecedentes, aportando documentos, etc., que se consideren necesarios, tanto de carácter favorable como adverso, a la propuesta inicial. Estos expedientes serán objeto de información pública por el plazo de un mes, previo a que el instructor emita su dictamen".
Es decir, las pesquisas no sólo se pueden exigir a la familia de Baldomero Torres y Gallardo sino que el propio Ayuntamiento tiene y debe hacer todo cuanto pueda para recabar esos datos. Es evidente que debe haber información en los archivos de los juzgados, de la Policía o de la Guardia Civil.
Es probable que el propio Ayuntamiento generase documentación al respecto porque he podido constatar en prensa histórica cómo era la operativa ante un suceso de esta naturaleza: el Juzgado se personaba en el lugar del suceso ordenando el levantamiento del cadáver y se instruían las diligencias de rigor. Por tanto, se generaba documentación, sin duda alguna. Y precisamente esa es la documentación que debería perseguir el instructor del expediente.
Como es lógico, esos documentos ya no se encuentran en los archivos de los Juzgados de Montilla, tal y como me confirmaron en 2022. Al parecer, estos archivos se movieron desde el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de Montilla hasta, probablemente, la Ciudad de la Justicia de Córdoba.

Por eso, a través de este escrito, hago un llamamiento o petición de ayuda a quien pueda arrojar algo de luz al respecto. Alguien debe necesitar este tipo de información por motivos profesionales o de investigación y, tal vez, pueda guiarme en estas pesquisas. Pero lo ideal, claro está, sería que el instructor del expediente previsto por el Reglamento de Honores y Distinciones del propio Ayuntamiento de Montilla asumiera su tarea.
En otro orden de cosas, debo manifestar también la indecencia de los responsables de la antigua Fábrica de la Luz, ya que el 27 de diciembre de 1933, por error o negligencia, se electrificó la valla perimetral que rodeaba sus instalaciones, lo cual fue funesto para mi abuelo.
Es indecente que, tras su muerte, los responsables de la Fábrica de la Luz pagasen el entierro a mi abuela Micaela, aportando tan solo 50 pesetas –es decir, diez años de enterramiento, concretamente hasta el 29 de diciembre de 1943–. Parece ser que el enterramiento a perpetuidad no fue una opción para ellos pues costaba 1.000 pesetas.

Y hablo de "indecencia" porque, en 1943, los restos de mi abuelo acabaron en una fosa común. ¡Qué vergüenza! ¡Qué injusticia! ¡Qué indecencia! Con 50 pesetas se sacaron literalmente el muerto de encima y, muy probablemente, una demanda por homicidio imprudente.
El Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento de Montilla no estipula nada sobre el modo en que debe acreditarse el acto de heroicidad que se pretende reconocer. En todo caso, se nombra a sí mismo responsable de recabar la información pertinente a través de la figura del instructor del expediente.
Nos encontramos, pues, en vía muerta. No obstante, afirmo que es una situación de simple voluntad política, tal vez una arbitrariedad manifiesta. La impotencia que se siente desde este lado es total. No es el único sentimiento que emana de algo así: la repulsa y el bochorno que siento ante el cicatero recibimiento de una propuesta de esta naturaleza por parte del Ayuntamiento de Montilla es mayúsculo. Tras más de tres años de espera, nuestro dolor es gratuito, innecesario. Carece de sentido alguno y, sobre todo, responde a una actitud indecente.
Recordemos que los tiempos en este caso no son baladíes en este asunto, pues la persona que debería presenciar ese acto de homenaje es mi padre, que tiene 95 años. Somos conscientes de que le queda poco y su calidad de vida ha sucumbido en los tres últimos años. De ser una persona autónoma en 2022 ha pasado a caminar únicamente con el taca-taca y muy poquito, pues se cansa de inmediato.
La muerte de mi abuelo, un simple carrero que murió en el tajo –pues venía conduciendo su carro cuando todo ocurrió–, dejó seis hijos huérfanos de padre. La pequeña empresa de transporte de carros de mi abuelo se malvendió a trozos. Un año más tarde, en 1934, mi padre perderá su ojo izquierdo con tan solo 4 años por una negligencia médica y por carecer de recursos mínimos para acceder a la sanidad. En dos años, la Guerra Civil haría el resto. Fueron unos años terribles para todo el mundo pero la calamidad se manifestó contundentemente en algunos casos como este. De ser una familia no rica, pero algo acomodada, se pasó a una penuria plena.

En 1933, un alcalde socialista gobernaba montilla. Fue el momento de defender a una familia obrera pero se dejó para más adelante. El testigo ha tardado 90 años en llegarle a otra Alcaldía del PSOE. ¿Volverá a repetirse la historia? Volviendo a la frase “Quien salva una vida, salva al universo entero” cabe mencionar que la vida salvada de Francisco Casado Hidalgo fue fructífera en términos de descendencia. Tuvo tres hijos que, a su vez, dieron lugar a siete nietos. La aritmética arroja un saldo de 11 personas cuyas vidas fueron posibles gracias a mi abuelo. Y, en el futuro, esta cifra no hará sino incrementarse con las subsiguientes generaciones.
Nuestras familias, las de los dos protagonistas de este acto heroico, no solicitamos más que una placa con un texto que impida que esta gesta sea olvidada; algo sencillo, que rememore la memoria de un buen montillano, digno de ser recordado de verdad.
Si mi padre puede estar presente el día en que se descubriera esa placa por primera vez, seré una persona feliz y mi padre verá algo de compensación por tantas penurias sobrevenidas por la falta de su padre a la edad de 3 años, en el contexto histórico menos propicio del último siglo. Dilatar, posponer y ningunear a sus convecinos no son verbos que deba conjugar un ayuntamiento. Deberían fijarse en la decencia que se desprende de la toma de una decisión justa que, además, es oportuna.
Gracias a Montilla Digital pude saber que, hace casi cuatro meses, la Junta de Portavoces abordó este asunto. La petición para mi abuelo, de hecho, estaba en el orden del día. Sin embargo, a día de hoy, nadie se ha dignado a informarme de lo más mínimo. Por eso vuelvo a acudir a Montilla Digital como último y, al parecer, único oído sensible.
BALDOMERO TORRES HIDALGO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
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