Montilla volverá a vestirse de luto esta noche al solemne paso de la Pontificia Hermandad del Santo Entierro, Soledad y Angustias de la Madre de Dios. Debido a las obras que se están llevando a cabo en San Agustín, las puertas de la Parroquia de San Francisco Solano se abrirán para dar inicio a una de las estaciones de penitencia más sobrecogedoras de la Semana Santa montillana, marcada por el recogimiento, la historia y la fe inquebrantable de un pueblo que honra con respeto el tránsito de Cristo hacia el sepulcro.
El corazón del cortejo lo ocupa el Cristo Yacente en el Sepulcro, una talla de fuerte impronta tardomanierista con elementos propios del protobarroco, que se presenta recostado en una urna de caoba acristalada. Esta imagen, depositada tras el descendimiento de la Cruz, conmemoró el pasado año una efeméride de especial relevancia: los 350 años desde su donación a la Hermandad, un acto piadoso documentado por el historiador Antonio Luis Jiménez Barranco, quien localizó la escritura notarial del 19 de marzo de 1674. Aquel día, un grupo de devotos selló ante escribano público su ofrecimiento al hermano mayor en la misma capilla de la Soledad donde hoy aguarda el Señor.
El lúgubre compás del tambor de Viruta marcará el ritmo del paso del Cristo Yacente, tal como dicta la tradición, en un ambiente donde el silencio se convierte en oración y la penumbra, en testimonio de fe. Acompañando al Sepulcro, y por tercer año consecutivo, María Santísima de la Soledad saldrá portada por costaleros, en un acto cargado de simbolismo y emotividad.
La Virgen de la Soledad, una majestuosa escultura de escuela granadina fechada en 1677, avanza enlutada, sin palio, como signo del desamparo tras la muerte de su Hijo. Porta en sus manos la corona de espinas y en su pecho, el corazón atravesado por los Siete Dolores profetizados, una pieza de plata que fue donada por el corregidor Juan de Liébana Roldán a finales del siglo XVII.
Su imagen, cargada de simbolismo mariano, se enmarca en la media luna inmaculista, y es coronada por una diadema de doce estrellas labrada en plata con punzón por el orfebre cordobés Martín hacia el año 1800, donación del marqués de Altamira, José María Trespalacios.
Cada detalle de esta procesión –desde las huellas del barroco más íntimo hasta las ofrendas de siglos pasados– convierte al Santo Entierro en una ceremonia donde el arte y la historia se funden con la devoción popular. Montilla no solo recuerda la Pasión, sino que revive, con pasos medidos y corazones en silencio, una tradición que perdura y se renueva con cada generación.
El corazón del cortejo lo ocupa el Cristo Yacente en el Sepulcro, una talla de fuerte impronta tardomanierista con elementos propios del protobarroco, que se presenta recostado en una urna de caoba acristalada. Esta imagen, depositada tras el descendimiento de la Cruz, conmemoró el pasado año una efeméride de especial relevancia: los 350 años desde su donación a la Hermandad, un acto piadoso documentado por el historiador Antonio Luis Jiménez Barranco, quien localizó la escritura notarial del 19 de marzo de 1674. Aquel día, un grupo de devotos selló ante escribano público su ofrecimiento al hermano mayor en la misma capilla de la Soledad donde hoy aguarda el Señor.
El lúgubre compás del tambor de Viruta marcará el ritmo del paso del Cristo Yacente, tal como dicta la tradición, en un ambiente donde el silencio se convierte en oración y la penumbra, en testimonio de fe. Acompañando al Sepulcro, y por tercer año consecutivo, María Santísima de la Soledad saldrá portada por costaleros, en un acto cargado de simbolismo y emotividad.

La Virgen de la Soledad, una majestuosa escultura de escuela granadina fechada en 1677, avanza enlutada, sin palio, como signo del desamparo tras la muerte de su Hijo. Porta en sus manos la corona de espinas y en su pecho, el corazón atravesado por los Siete Dolores profetizados, una pieza de plata que fue donada por el corregidor Juan de Liébana Roldán a finales del siglo XVII.
Su imagen, cargada de simbolismo mariano, se enmarca en la media luna inmaculista, y es coronada por una diadema de doce estrellas labrada en plata con punzón por el orfebre cordobés Martín hacia el año 1800, donación del marqués de Altamira, José María Trespalacios.
Cada detalle de esta procesión –desde las huellas del barroco más íntimo hasta las ofrendas de siglos pasados– convierte al Santo Entierro en una ceremonia donde el arte y la historia se funden con la devoción popular. Montilla no solo recuerda la Pasión, sino que revive, con pasos medidos y corazones en silencio, una tradición que perdura y se renueva con cada generación.

Santo Entierro
- Cofradía: Pontificia Hermandad del Santo Entierro, Soledad y Angustias de la Madre de Dios.
- Sede canónica: Parroquia de San Francisco Solano.
- Fundación: 1588.
- Hermana mayor: Laura Navarro Navarro.
- Obra social: a través de su Bolsa de Caridad, la cofradía costea recibos de luz, recibos de agua, medicinas, ropa y alimentos de familias montillanas en riesgo de exclusión.
- Pasos: Dos.
- Hábito: Túnica negra con cíngulo dorado para los costaleros, los del Cristo Yacente visten traje oscuro.
- Tiempo de paso: 40 minutos.
- Salida: 20.30 de la tarde.
- Itinerario: Parroquia de San Francisco Solano, San Francisco Solano, Gavia, Virgen del Carmen, San Sebastián, Enfermería, Blanco, Aleluya, José María Carretero, Escuelas, Herradores, Corredera, Plazuela de la Inmaculada, Santa Ana, San Francisco Solano y Parroquia de San Francisco Solano.
- Entrada: 22.00 de la noche.
- Acompañamiento musical: Trío de capilla montillano "Dies Irae".

JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

