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Rafael Soto | Orwell, Ucrania y la decencia humana

Un matrimonio de británicos, Eric Arthur Blair y Eileen Maud Blair, dejaron todo atrás para presentarse en España en 1936. Su misión era combatir el fascismo. El de verdad. Ellos sabían que aquel conflicto era especial y su compromiso social les impedía mirar hacia otro lado.


Eileen se quedó en la retaguardia catalana, trabajando en gestiones administrativas. Por su parte, tras un precario proceso de instrucción en el barcelonés cuartel Lenin, el cabo Blair fue enviado a luchar en 1937. De acuerdo con su relato, solo le temía al frío. Lo mandaron a Aragón.

“En la guerra de trincheras hay cinco cosas importantes: la leña, la comida, el tabaco, las velas y el enemigo. En invierno, en el frente de Zaragoza, eran importantes en ese orden”, recordaría Eric Arthur Blair. Cuando el buen hombre llegó al frente se sintió algo desolado. El enemigo estaba lejos, ellos mismos estaban aburridos y casi que temía más a las balas perdidas de sus desentrenados camaradas que a los proyectiles que el enemigo les pudiera lanzar a distancia. “¿Cómo íbamos a ganar la guerra con un ejército así?”, se lamentaba.

En los permisos, se encuentra otra guerra en la retaguardia. Esta vez, entre las diferentes facciones republicanas. Perplejo, le tocó defender espacios contra sus propios compañeros de armas: “[...] todos estaban hartos de aquella lucha absurda que estaba claro que no conduciría a ninguna parte, porque nadie quería correr el riesgo de que se convirtiese en una guerra civil a gran escala que podría suponer perder la guerra contra Franco”.

En realidad, con seguridad, solo admite haber matado a una persona en un cuerpo a cuerpo. A distancia o sin seguridad plena, puede que a alguna más. Suficiente acción. En el frente, un tiro en el cuello que por poco se lo lleva por delante acabó con sus ansias de luchar. Eso, y el ambiente político de Barcelona por aquellas fechas.

Logró volver al hotel donde se alojaba su esposa, deseoso de un cálido recibimiento, descanso y alimento reparador: “¡Que te vayas de aquí ahora mismo! [...] ¡No te quedes ahí pasmado!”, le susurró Eileen al oído “con una sonrisa dedicada al resto de la gente”.

Resulta que aquel hombre que volvía herido del frente estaba siendo perseguido, y con saña, por la misma república que estaba defendiendo armas en mano. Tenía que huir. Su vinculación con organizaciones trotskistas –aunque no compartiera sus ideas como tal–, lo hizo objeto de investigación y persecución por el Gobierno. Tras varias noches durmiendo en iglesias y espacios abandonados, pudo salir de España en tren. Por los pelos, porque hoy sabemos que no los pillaron a ambos por cuestión de horas.

Eric quedó impresionado por toda aquella aventura. Era pesimista con respecto a España. Antes de que concluyera el conflicto afirmó que el país estaba condenado a una dictadura, fuera de un extremo o del otro. Una afirmación similar a la de Chaves Nogales, algo más adelante.

Estas reflexiones y hechos los dejó escritos en su obra Homenaje a Cataluña, así como algunos desmentidos a las falsedades que tanto la prensa conservadora como, sobre todo, la prensa de extrema izquierda –vinculada con el estalinismo–, habían difundido sobre el conflicto. Una obra fundamental que, sin embargo, tuvo muchas dificultades para publicar. Eric era un hereje en tiempos de ortodoxia estalinista. Sin embargo, su obra sería publicada con el paso del tiempo, así como el pseudónimo por el que sería conocido: George Orwell.

Hace unos días que nos levantamos con la noticia de la llegada de voluntarios a suelo ucraniano. Tres mil euros por barba como recompensa por su participación en una guerra que, otra vez, resulta no ser como las demás. ¿Qué habría hecho Orwell si hubiera vivido el conflicto ucraniano? Es un pensamiento seductor. Historia ficción.

Hoy no es como entonces, desde luego, ni tampoco es un conflicto civil. En cualquier caso, lo que encontramos con seguridad son corresponsales de guerra jugándose el pellejo para ofrecernos información de lo que está ocurriendo. Con el tiempo, estaremos en posición de determinar si hemos sobrevalorado el conflicto, así como de valorar el periodismo que se está ejerciendo.

Estamos siendo testigos y/u observadores lejanos de actos bárbaros. Hechos que, como ocurre en todos los conflictos, nos hacen preguntarnos por lo miserable de la condición humana. Sin embargo, también estamos viendo a ucranianos que vuelven a su país para luchar o reunirse con los suyos. La solidaridad internacional se ha activado con fuerza y la camaradería entre compatriotas de diferente signo es un hecho indiscutible.

Vale la pena volver a Orwell, que nunca se arrepintió de su estancia. Es más, concluyó: “Esta guerra, en la que desempeñé un papel tan irrelevante, me ha dejado sobre todo malos recuerdos, y sin embargo no me hubiera gustado perdérmela. Cuando se asiste a un desastre semejante [...], no hay por qué acabar sumido en la desilusión y el cinismo. Es curioso, pero estas vivencias no han disminuido sino aumentado mi fe en la decencia del ser humano”.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
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