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Aureliano Sáinz | Islam, democracia y laicismo (2)

En la conversación sobre el islam que mantuvimos la semana pasada con Waleed Saleh, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), necesariamente tenía que aparecer la situación de la mujer musulmana. En Occidente, con todos los límites que marca el patriarcado, hemos de considerar que la lucha por los derechos que han protagonizado las propias mujeres ha dado lugar a que, en gran medida, se conviertan en sujetos de sus propias vidas.


De igual modo, conviene tener en cuenta que las religiones no pueden considerarse al margen de la historia y de la situación político-social de los distintos países. Esto ha dado lugar a que en Occidente consideremos que la democracia parlamentaria sea la forma de organizar la pluralidad de pensamientos políticos que acaban expresándose en la existencia de diferentes partidos que deben respetar los derechos humanos; sistema que apenas encontramos en los países musulmanes.

También quedaría otro punto que abordar en la entrevista con el profesor Waleed Saleh: el laicismo como expresión de respeto a las creencias personales, fueran o no de tipo religioso, y que se concretaría en una clara separación del Estado de las confesiones religiosas, cuestión todavía pendiente en nuestro país, dado que la consideración de Estado ‘aconfesional’ convive con claros y abiertos privilegios a la Iglesia católica.

—Waleed, dejamos pendiente la cuestión de la mujer en el mundo musulmán. Esto me lleva ahora a hacerte ahora un par de preguntas: ¿Cómo está considerada la mujer en el libro sagrado de El Corán? ¿Cuál es su situación en los países que se consideran musulmanes?

—La situación de la mujer en el libro sagrado del islam es pésima. Aun así, encontramos a musulmanes que consideran que El Corán ha hecho justicia con las mujeres. Citan algunos textos para apoyar su punto de vista como: “Ellas tienen derechos equivalentes a sus obligaciones, conforme al uso” (2:228) o “Comportaos con ellas como es debido” (4:19). Esos defensores de la supuesta igualdad mencionan esta parte del versículo y no siguen con el resto: “Pero los hombres están un grado por encima de ellas” (2:228).

Los dos primeros que he citado son dos textos que supuestamente dignifican a la mujer y obligan al hombre a que la trate bien sin ningún tipo de abuso. Pero se trata de una manipulación y de sacarlos fuera del contexto. Contradicen la gran cantidad de aleyas que incitan al hombre a despreciarla y maltratarla: abandonarla en el lecho conyugal, pegarla, casarse con otras mujeres, comprarse odaliscas y repudiarlas cuando quiera sin motivos.

La mujer en el Corán y la Sunna (trayectoria del profeta) es considerada como menor, aunque alcance la edad adulta o llegue a la madurez. No es dueña de su voluntad y siempre tiene que estar dirigida por un varón (padre, hermano o marido) porque ella, según se dice, carece de razón y se encuentra dominada por sus sentimientos.

La visión del profeta no es mejor que la del Corán. Se le atribuyen dichos bochornosos, como aquel que afirma que tres situaciones invalidan la oración de un hombre: si pasa delante de él mientras reza un perro, un burro o una mujer. O el otro que alega haber visto que la mayor parte de los moradores del infierno son mujeres.

—Un elemento visible que distingue a las mujeres musulmanas es el uso del 'hiyab' o velo islámico. ¿Es un signo de identidad de la mujer musulmana? Por otro lado, ¿es libre de ponérselo?

—El hiyab es un término que aparece en el Corán en varias ocasiones, pero en ninguna hace referencia a la vestimenta de la mujer. Viene a significar "cortina" o "separación". En principio, solo las mujeres libres tapaban el cabello y no así las esclavas. Con el paso del tiempo se convirtió en obligatorio para todas las mujeres musulmanas.

La tradición islámica considera que todo el cuerpo de la mujer es una “vergüenza” que hay que tapar, por lo tanto, el hiyab solo se puede entender como un signo patriarcal y de imposición. Si fuera un signo de identidad, ¿por qué lo llevan solo cuando están en presencia de hombres ajenos? Y ¿por qué los hombres musulmanes no tienen que llevar ningún signo de identidad?

Se trata de otra medida de las innumerables existentes que discriminan a la mujer y que se usan como un modo de controlar sus sentimientos, sus emociones y, en definitiva, su sexualidad de la que los hombres recelan.

—Pasemos a otra cuestión. Las diferentes confesiones cristianas tienen el bautismo como el signo de referencia para formar parte de la religión. ¿Cómo es la forma de acceder al islam, es decir, cómo se hace uno musulmán?

—En el islam no existe el bautismo porque el niño que nace en una familia musulmana es musulmán automáticamente. No necesita ningún tipo de confirmación y tiene que seguir esta religión toda su vida sin tener derecho a cambiarla o declararse ateo o agnóstico.

Una segunda vía para ser musulmán es la conversión. Convertirse al islam es un acto muy sencillo; al contrario de intentar abandonarlo. La persona deseosa de abrazar esta religión debe pronunciar dos veces ante dos testigos la profesión de la fe que consiste en: “Confieso que no hay más dios que Dios y Mahoma su mensajero”.

En los últimos tiempos, muchos occidentales de Europa, EEUU, Canadá… se han convertido al islam por medio del sufismo. La mayoría abrazan el islam en busca de una nueva experiencia espiritual, pero suelen sentir una atracción y una admiración anodina sin conocer bien las leyes y la historia de esta religión.

—Hablemos ahora del tema de la democracia política y social en los países de mayoría musulmana. ¿Por qué resulta tan difícil que el sistema de democracia, tal como existe en gran parte de Occidente, sea un modelo a aceptar en los países de mayoría musulmana?

El islam es un sistema piramidal y excluyente, como todas las religiones monoteístas. No admite la separación entre fe y política, entre religión y Estado. Su relación con la democracia es difícil porque esta religión se inmiscuye en todos los asuntos de la vida del fiel y no deja ningún margen para la elección o las libertades personales. Anula la personalidad y la voluntad del individuo y lo convierte en un miembro de la umma (comunidad).

Los islamistas y los conservadores musulmanes creen que el islam tiene su propia democracia representada por la shura (consulta) que aparece en el Corán. Pero lo cierto es que este término no tiene nada que ver con la verdadera democracia porque el versículo coránico se refiere a que el líder político religioso tenga que consultar a su círculo de allegados acerca diferentes asuntos que tienen que ver con la vida de la comunidad. El pueblo, en este caso, no ejerce ningún papel ni puede opinar o elegir a sus representantes.

Los islamistas consideran la democracia occidental como algo ajeno al islam y contrario a sus enseñanzas. La convivencia entre islam y democracia solo es posible en un sistema laico que confine la religión al ámbito privado como se ha hecho en algunos países occidentales.

Occidente ha necesitado siglos para alcanzar esta separación; pero el mundo arabo-islámico lo tiene relativamente más fácil porque puede guiarse por la experiencia del mundo occidental para implantar la democracia como modo de practicar la política y gestionar los asuntos de la fe.

—En tu reciente intervención en la presentación en Córdoba del libro 'Ética laica' nos explicaste que, décadas atrás, muchos de los países en los que ahora existe la 'sharía' o Ley islámica tenían sistemas muy avanzados socialmente.

—Después de la Segunda Guerra Mundial y en plena Guerra Fría entre los dos bloques, el mundo arabo-islámico, como en otras partes de la geografía humana, conoció una apertura y una tendencia hacia la búsqueda de unos valores sociales y económicos representados por las reclamaciones del mundo obrero, por influencia de la antigua Unión Soviética. Muchos gobiernos en Asia y África firmaron con el bloque soviético acuerdos de cooperación no solo militar sino también de carácter cultural y científico.

Miles de jóvenes de estos países se formaron en la Universidad Patrice Lumumba de Moscú, conocida como la Universidad de la Amistad de los Pueblos. Otros estudiantes lo hicieron en las capitales de los países pertenecientes a la Unión Soviética como Belgrado, Sofía, Bucarest, Varsovia o Budapest. Al regresar a sus países de origen, difundieron los valores del comunismo en la igualdad de oportunidades y los derechos de los trabajadores y también las libertades, especialmente de la mujer.

En la década de los cincuenta, sesenta y setenta, el mundo arabo-islámico abrió los ojos a este nuevo mundo y la nueva forma de vivir. Se formaron partidos comunistas en muchos países con millones de seguidores como Iraq, Egipto, Siria, Sudán o Irán. Las mezquitas e iglesias se quedaron vacías.

—Por otro lado, ¿qué supuso el apoyo de Estados Unidos y de Occidente para el triunfo de la revolución islámica que llevó al poder al ayatolá Jomeini en Irán?

—La Revolución Islámica Iraní fue un punto de inflexión en la historia moderna de la región. Al principio los biempensantes creyeron que Jomeini, el líder de la revolución, iba a defender a la clase desfavorecida, los derechos y libertades. Con el tiempo descubrieron su verdadera cara: la del clérigo retrógrado y de mentalidad oscura.

Durante los primeros años, mandó asesinar a 30.000 opositores, particularmente del partido comunista iraní Tudeh. El gobierno del Shah que destronó Jomeini, a pesar de ser un sistema dictatorial y despótico, era laico. Por entonces, el papel de la religión era muy limitado y las mujeres se vestían a la europea y podían bañarse en las playas del país en bikini. Con la llegada de la revolución todo cambió: las mujeres se vieron obligadas a llevar el hiyab y los hombres a cumplir las normas del islam tradicional.

Parecidas circunstancias vivieron países como Afganistán, Egipto y, más tarde, Iraq. EEUU, y en segundo lugar la Unión Europea, prefirieron apoyar a partidos y grupos islamistas para frenar las fuerzas de la izquierda. Dieron su apoyo a Al Qaeda y los Talibán en Afganistán, a Sadat en Egipto, a Bashir en Sudán y a los partidos chiíes en Iraq después de la invasión de 2003.

La consecuencia ha sido nefasta para las sociedades árabes y musulmanas. En todos estos países se han instalado sistemas teocráticos y se han perdido las libertades y los derechos, incluso la ilusión en cualquier cambio.

—Waleed, tú perteneces al Grupo de Pensamiento Laico, en el que se encuentran, por ejemplo, Javier Sádaba, Nazanín Armanian, Rosa Regás, Francisco Delgado... Relacionado con este tema, ¿qué entiendes por laicismo y por qué es tan necesaria su reivindicación?

—El laicismo es una corriente ideológica que defiende la independencia del hombre o la sociedad y especialmente la del Estado de toda influencia confesional o religiosa. En otras palabras, es un principio que establece la separación entre la sociedad civil y la religiosa, entre religión y Estado.

El laicismo significa la libertad de conciencia, garantiza la libertad de culto para todas las creencias al pie de la igualdad sin conceder ningún privilegio a ninguna religión. Significa que el Estado no tiene ninguna religión oficial. Sin la laicidad del Estado es muy difícil alcanzar un sistema que pueda calificarse de plena democracia.

En cambio, un Estado confesional opta por una religión y le concede una serie de privilegios donde la clerecía practica todo tipo de injerencias en la política y en la vida de los ciudadanos. El sistema confesional conlleva, además y de forma natural, el control social en todos sus detalles y la imposición y la exigencia de los clérigos, que suelen ser insaciables en sus ambiciones, no solo espirituales sino también económicas y culturales.

De este modo, los países del mundo árabe e islámico precisan del laicismo porque cuentan con un mosaico de religiones y confesiones. Si se le otorga el dominio a una de ellas, algo que ocurre en la actualidad con el islam, las demás sufren graves consecuencias.

—¿Supone el laicismo un atentado a la libertad religiosa?

—En absoluto. Ningún sistema como el sistema laico garantiza la libertad de conciencia y de culto. Los detractores del laicismo mezclan, conscientemente, entre este concepto y el ateísmo y el agnosticismo para espantar a los creyentes, provocar el rechazo y el miedo por sus creencias.

—Para cerrar la entrevista, me gustaría que nos dijeras cuáles son los castigos que sufren aquellos que abandonan el islam.

—La apostasía en el islam se conoce como ridda (volverse atrás). A la muerte del profeta, en el 632, muchos fieles que habían abrazado la nueva fe renegaron de ella. El sucesor de Mahoma, el califa Abu Bakr emprendió contra ellos una campaña militar y asesinó a muchos. Este hecho se ha tomado por los seguidores de esta fe como regla.

Por esta razón se han castigado con la pena de muerte a los renegados a lo largo de la historia. La sharía se apoya también para aplicar ese castigo en un dicho del profeta que dice: “matad al que cambia de religión”. Se refiere, lógicamente, a la religión musulmana, porque si uno cambia su fe cristiana o judía y abraza el islam, es recibido con los brazos abiertos.

Del conjunto de los 57 países miembros de la Organización de Cooperación Islámica, en 13 de ellos se aplica la pena capital por apostasía. En el resto, las condenas oscilan entre castigos corporales, cárcel o destierro, si el acusado no se arrepiente.

La apostasía se comete según las leyes del islam cuando un musulmán niega la existencia de Dios; asocia la divinidad a otro u otros dioses; insulta a Dios o al profeta del islam; al ultrajar el libro sagrado del islam o al abandonar las obligaciones religiosas de culto como miembro de la comunidad musulmana.

La autoridad político-religiosa, por medio del encargado de justicia, debe aplicar el castigo siempre y cuando el acusado cumpla una serie de condiciones. Debe ser adulto, con plenas facultades mentales y que haya cometido la apostasía de forma voluntaria.

AURELIANO SÁINZ
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