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A mi amigo Antonio Carpio

Querido Antonio:

Ahora que te has ido, te escribo envuelto en una mezcla de pena e incredulidad por tu ausencia. Esa ausencia que se convierte en despedida definitiva de todos los tuyos, de todos los amigos que te hemos querido, de todos los que te han admirado, de todos los que te vieron desde pequeño por las calles de tu amado pueblo hasta llegar a ser el alcalde ejemplar durante doce años.



Y la verdad, comienzo estas líneas en la tarde del sábado sin saber si lo que expresaré en ellas son ajustadas a este momento, pues son cientos de hombres y mujeres de Montilla los que quieren despedirse de ti, ya que estoy seguro que todos guardan en un rincón de sus corazones un trozo de sus vidas que, de algún modo u otro, compartieron contigo. Recuerdos que, a buen seguro, son evocaciones de una persona afable, cordial, honesta y entregada a los demás que dejas en el camino que has labrado a lo largo de tus años.

Un pequeño trozo de tu vida que también la compartiste conmigo, como amigo al que siempre he querido y que, por encima de todo, he admirado. Tengo que reconocer que la admiración es algo que se va gestando con el tiempo. Eso es lo que, paso a paso, me sucedió contigo tras conocernos hace casi cuarenta años cuando fui a vivir a Montilla, lugar en el que residí bastantes años y del que conservo grandes y leales amigos.

La sencillez, sin embargo, es algo que se descubre muy pronto. Y dado tu carácter sencillo, no sé si entendiste que cuando te pedí hacerte una entrevista para la revista Azagala, que editamos en Extremadura, mi tierra de origen, era precisamente porque te había considerado como un hombre que cumplió de manera recta su cargo de alcalde durante los doce años que fuiste la primera autoridad en el Ayuntamiento de Montilla.

Te lo digo porque, dentro de las entrevistas que yo llevaba a cabo para la revista a amigos que trabajaban en distintos ámbitos, no me cupo la menor duda de que tú habías sido la persona que yo conocía y que había ejercido el cargo político de una forma verdaderamente modélica.

En estos momentos, amigo Antonio, quisiera que reviviéramos y compartiéramos algunas de las respuestas que yo recogía en esa larga entrevista y que ahora la tengo encima de mi mesa. A la pregunta de cómo nació tu conciencia y compromiso sociales, tú me respondías:

“Durante mi infancia y juventud yo era un muchacho muy religioso, algo por otra parte lógico, dado el ambiente general de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Ello no significaba falta de inquietudes; pero estas se canalizaban dentro de los movimientos cristianos. Por otra parte, pertenezco a una generación que dejó la escuela antes de tiempo para ir a trabajar, lejos por tanto, de las posibilidades de apertura de los ámbitos universitarios…”.

“…Quisiera indicar que aunque mi padre fue militante del PSOE y prisionero durante cuatro años en Burgos, por estar en el ejército de la República, nunca me dijo nada de tal hecho en mi infancia, es decir, no me adoctrinó, por lo tanto, este hecho no me influyó para que me interesara por la política; lo que sí me estaba influyendo mucho era su comportamiento como ser humano, especialmente su respeto hacia los demás”.

Continuabas contándome que tu compromiso político comenzó a fraguarse cuando te incorporaste al servicio militar en Cerro Muriano, allá por 1968, dado que conociste a soldados que pertenecían al PCE y que, cuando confiaron en ti, con gran temor te pasaban lecturas que te hicieron madurar políticamente.



Permíteme, querido Antonio, que muestre la fotografía que acompañaba a la entrevista y que te hice en los altos de tu casa. En ella veo a un hombre de rostro bondadoso y de mirada de niño que muestra cierta inquietud ante el ojo de la cámara, temiendo no saber si lo que saldrá corresponderá a cómo verdaderamente es. Es un reflejo de esa timidez que también formaba parte de tu carácter.

Pero déjame continuar con algunas de las respuestas que me diste, pues quizás a algunos de quienes lean estas líneas pudieran interesarles, aunque ya conozcan cómo ha sido tu trayecto como cargo público por IU.

También te preguntaba acerca de tus responsabilidades en el Ayuntamiento de Montilla, para que los lectores extremeños de Azagala conocieran tu trayectoria en la institución. Copio textualmente lo que me indicaste:

“A mí nunca se me pasó por la cabeza ser alcalde, por eso, cuando en 1995 la asamblea de Izquierda Unida me propuso encabezar la candidatura estuve un tiempo meditándolo ya que no entraba en mis planteamientos, pero como siempre he aceptado las decisiones de la asamblea, también en este caso lo admití. Por otro lado, dada la situación, en aquellos momentos tampoco era previsible que la Alcaldía la pudiésemos conseguir. Obtuvimos, no obstante, 10 de los 21 concejales del Ayuntamiento, siendo la lista más votada…”

“…Por mi parte, yo creía que esta experiencia solo debería durar cuatro años; sin embargo fueron cuatro años de intenso trabajo. Nos presentamos con muchos proyectos y había mucho por hacer, así que cuando llegaron las siguientes elecciones del año 1999 comprendí que los proyectos que en esos años se habían estado desarrollando había que culminarlos y acepté repetir como candidato. En esta ocasión, el resultado fue mayoría absoluta, ya que subimos a 14 concejales…”

“…Cuando llegaron las elecciones de 2003, se decidió en contra de mi opinión, que deberíamos presentarnos de nuevo, y hablo en plural porque éramos un grupo que se mantuvo durante tres mandatos seguidos. En esta ocasión, otra vez, conseguimos la mayoría absoluta con 11 concejales”.

Mientras transcribo lo que apareció en la Azagala me parecen oír tus palabras pausadas y tranquilas, con ese tono de voz que correspondía a una persona que sabe escuchar, que ha prestado atención a las muchas personas que se le han acercado para expresarle sus problemas y a las que de ninguna manera quisiera defraudar.

Y esto que digo no es algo que imagine. En una de las tranquilas charlas que hemos mantenido en Córdoba, puesto que nos unían no solo unas ideas sino también un carácter similar, recuerdo que una vez que hablábamos de nuestra finitud como seres humanos me comentabas que te gustaría que te recordasen como “una persona que no ha querido nunca molestar a nadie”.

Creo, Antonio, que esta breve frase resume en gran medida los rasgos de tu carácter, en el que por encima de todo brillan la bondad y la sencillez que tu persona transmitía.

La última vez que nos encontramos fue en tu propia casa, una vez que habías vuelto de tu ingreso en el hospital. De nuevo nos vimos en ese pequeño refugio que era el estudio en el que te encerrabas para concentrarte en las silenciosas lecturas que te apasionaban.

Te estuve observando detenidamente. Seguía con atención todas tus intervenciones, por si encontraba algún lapsus o algún detalle que fuera manifestación y que pudiera ser síntoma de alguna huella que hubiera dejado tu enfermedad.

Dada tu generosidad, me entregaste un libro que me llamó mucho la atención: era una publicación de la posguerra española, escrita por varios autores, y que tenía unas ilustraciones bastante singulares. Lo guardaré como el mejor regalo del gran amigo que siempre has sido.

Al bajar, Sole me preguntó que cómo te veía. Sinceramente, le comenté que en todo el tiempo que habíamos estado charlando no había encontrado nada que fuera motivo de inquietud, puesto que se había desarrollado con toda normalidad, y, aunque no tengo relación con la medicina, me sentía esperanzado de que salieras de la situación en la que te encontrabas.

Hoy por la mañana, he recibido la noticia de tu última despedida. Sé que muchos quieren hacerlo de ti. También yo quería hacerlo, quería sumarme a tantos y tantos amigos como has hecho a lo largo de los años.

Pero me asaltó una duda, ya que, como bien sabes, suelo enviar los artículos que publico los domingos en Montilla Digital con varios días de antelación, por lo que el último ya estaba en la redacción.

Me ha parecido mejor, en esta tarde de sábado, encerrarme para escribirte esta carta de despedida y decirte que siempre vivirás en nuestro corazón, que has dejado una huella imborrable y que tu vida es motivo de orgullo para toda tu familia y para todos tus compañeros y compañeras que siguen tu lucha y que te recordarán como la buena persona y el ejemplar Alcalde que has sido.

Adiós, amigo Antonio, siempre te recordaré.

AURELIANO SÁINZ
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