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La línea roja

"Lo que no caben en mi partido son personas que dicen no al aborto". Así de tajante y autoritaria se manifestó hace unos días la vicepresidenta primera del Congreso, exministra de Sanidad, exmilitante comunista y esposa de Pedro Arriola, asesor mayor del Partido Popular, Celia Villalobos. ¿Qué quieren que les diga? Esta mujer o es una necia o, simplemente, una friki o, como me parece a mí, alguien que ha venido a la política a hacer caja y para ello necesita de la extravagancia en ausencia de otros valores de mayor entidad.



Porque no hablamos ya de que Villalobos esté o no de acuerdo con el aborto, que lo está, sino de lógica: de lógica política que ella parece desconocer. Díganme si no hacia qué opción política se dirigen mayoritariamente los votos de la derecha conservadora, cercana, la mayoría de ella, moral y religiosamente a la Iglesia católica y sus postulados con respecto al derecho a la vida del no nacido.

Su marido, el sociólogo de cabecera de Aznar y Rajoy, lo tiene que tener más que estudiado y sabrá –debe ser que entre ellos hablan poco– que ese voto es un voto del Partido Popular, atraído por el modelo socioeconómico que defiende esta formación política y, desde las últimas elecciones de 2011, por el compromiso que Mariano Rajoy estableció con los electores en el sentido de modificar sustancialmente la Ley del Aborto aprobada durante el mandato de Rodríguez Zapatero.

Compromiso, por otra parte, que le costó el cargo a Alberto Ruiz-Gallardón al no coincidir con las tesis electoralistas del Gobierno, que optaba por no perder votos por la izquierda, en la seguridad de que los de la derecha los tenía garantizados, manteniendo el texto legal vigente.

Por ello que la sentencia de Celia Villalobos, que debe coincidir plenamente con la del Gobierno del PP al no haber salido inmediatamente a desmentirla, no represente sino un ataque frontal a muchos de sus electores con tal de, en una cadena de la oposición como es La Sexta, quedar como progresista en una materia en la que queda muy en duda que defender el aborto represente un signo de progreso.

Pero no quisiera quedarme sólo en el dislate de Villalobos, la cual arrastra un largo historial de despropósitos que debieran inhabilitarla para ocupar el puesto que ocupa. Me gustaría entrar a valorar, o simplemente a dejar unos apuntes, sobre la dificultad que encierra emitir hoy en día nuestro voto cuando coincidiendo plenamente con una formación política en ciertos aspectos no lo hacemos, de manera frontal también, en otros y no encontramos alternativas. Y ello pasa con el tema del aborto.

Ninguno de los partidos con algún nivel de implantación en el territorio español, ya sean municipios, comunidades autónomas o Estado, establece en sus programas la derogación de la actual ley o, lo que es lo mismo, se posiciona en contra del aborto.

Sin embargo, aunque la izquierda lo tenga más fácil a la hora de votar, dado que la coincidencia de sus votantes en el programa económico y social y en el tema que nos interesa es amplia, el centro derecha lo tiene mucho más difícil al plantearse la disyuntiva entre ambas materias: modelo de sociedad y derecho a abortar.

De ahí que hasta ahora, y muy gráficamente, sectores de la derecha hayan optado por "taparse la nariz" al votar al PP, sabedores, como lo son, de que con su voto apoyan también el aborto, algo que va contra sus propios principios morales. Por ello el error estratégico de la Villalobos y, cómo no, esa dualidad indefinida y engañosa en la que se mueven algunos con tal de ganar votos.

En todo caso, ¿por qué optamos? ¿Por apoyar un proyecto educativo, económico, legislativo y social que coincida con nuestras aspiraciones, o por mantenernos en la abstención, el voto en blanco o el apoyo a partidos minoritarios con nula capacidad de éxito –como es el caso de VOX–, en la defensa de nuestros propios principios morales o religiosos?

La respuesta no es sencilla de llevar a la práctica, aunque inaceptable es que nadie, por mucho Villalobos que se sea, venga a hacer demagogia con este asunto o a establecer líneas rojas que no puedan atravesarse.

ENRIQUE BELLIDO
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