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El descanso en la batalla

Después de pasar un verano más convulso de lo esperable, tanto en lo personal como en lo social, he tenido la oportunidad de quedarme a solas con mis pensamientos, intentando buscar algo de luz o de lógica a tanto mascullar de dientes como el que nos rodea.

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No puedo dejar de pensar en el caso de esa persona que decidió encadenarse en las Oficina de Empleo de Montilla, víctima de la desesperación y de la impotencia que le generaba tener 60 años y no disponer de oportunidades para ayudar a su familia. Enseguida hubo quien decidió acudir a apoyarlo, a mostrar su complicidad, pero también hubo quien se dedicó a desprestigiarlo con comentarios que, sinceramente, prefiero obviar.

Así mismo, me vienen a la cabeza otras ocasiones en las que, como miembro de la Plataforma de Apoyo y Defensa a la Dependencia de Andalucía, la actualidad nos empujaba a mover ficha en respuesta a uno u otro evento pero que, las vacaciones, las malditas aunque necesarias vacaciones, nos ataban las manos hasta septiembre. Mi respuesta siempre era la misma: “¿en verano no hay problemas?”

Y problemas sí que hay: la gente sigue perdiendo sus trabajos; siguen luchando por poder pagar el alquiler; siguen evitando ir al médico porque no tienen para comprar los medicamentos; siguen sin ser atendidos a pesar de tener reconocida la situación de dependencia… Pero es verano y “necesito desconectar”.

No creo que ninguno de los parados que hay en este país haya tenido la oportunidad de desconectar del hecho de no tener qué poner en la mesa para sus hijos o de la preocupación del aviso de desahucio que les han dejado bajo la puerta.

No creo que la hija que no puede trabajar porque tiene que cuidar a su madre, se le olvide ni un segundo que perdió el trabajo porque la administración decidió no cumplir con un derecho subjetivo de ciudadanía que su madre tenía reconocido por una resolución oficial que le remitió esa misma administración.

No creo que ese empresario que decidió apostar por la dependencia y al que se las prometían de oro, que ahora se enfrenta al cierre y a la expulsión al paro de sus trabajadores, se le vayan de la cabeza sus rostros ni un segundo. Ni tampoco creo que tantos trabajadores y trabajadoras que ahora quedan sin empleo, puedan siquiera pensar en desconectar.

Sin embargo, hay que descansar. Nosotros, los que estamos siempre en la lucha, los que, como yo, aún tenemos la fortuna de tener un empleo, los que podemos dedicar nuestras fuerzas a pelear por los derechos y la dignidad de todos… tenemos que descansar. Y mientras, en nuestro descanso, la exclusión, la vileza de algunos, la inhumanidad de otros, la agosticidad de todos… acaban con la poca dignidad que nos han dejado. Pero hay que descansar.

Yo no quiero descansar, no quiero que ni uno de mis músculos se relaje ante el sufrimiento de cientos de miles de personas, jamás permitiré que mi grado de alerta se reduzca y, ¿sabéis por qué? Porque es necesario que sigamos peleando, luchando, exigiendo derechos, dignidad… Porque nos han robado el alma y el descanso nutre las fuerzas del que usa sus silenciosas zarpas para continuar su oscuro propósito.

Yo no quiero descansar hasta que no puedan descansar los que sufren, los que lloran, los que no tienen derecho de plantearse un alto en el camino.

JOSÉ MIGUEL DELGADO
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