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¡Feliz cumpleaños, Malala!

Hace escasamente un año, una joven pakistaní fue tiroteada por un fanático oscurantista que en nombre de sus ideas (religiosas, sociales, políticas…) no toleraba que una niña cuestionara un sistema capador –el sistema de él- y defendiera el derecho a estudiar que deben tener todas las mujeres. En aquella ocasión, lanzaba al ruedo de la opinión y de la reflexión una pregunta cargada de tristeza e impotencia: ¿Qué pecado ha cometido Malala? ¿Qué ha hecho esta muchacha para merecer su ira y convertirse en blanco de sus pistolas?

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Su pecado era muy simple, yo diría que inocentemente simple: ir a la escuela a estudiar y defender el derecho de las niñas pakistaníes a recibir educación, a dejar una situación de analfabetismo que las anula como personas desde hace ya bastante tiempo.

Aquella jovencita luchó contra la muerte, su cuerpo se negaba a entrar en el oscuro rincón de la no existencia y ahora, al celebrar sus 16 años –las circunstancias la hicieron adulta antes de tiempo- acude a la ONU y levanta la voz muy alta y clara para pedir justicia, no para ella, sino para los demás.

Su opresor no sólo no la mató, afortunadamente, sino que la ha convertido en defensora de derechos elementales para mujeres, para niños oprimidos y explotados. Su espada, un lápiz y por escudo un libro para luchar contra los huracanes de la incultura, la opresión más denigrante, la intolerancia obscena y que en esta cuestión no son simples molinos de viento contra los que clamar, sino crudas realidades que denunciar.

Aquel octubre de 2012, su verdugo convirtió en estrella del Paraíso de la Cultura a la que hubiera sido una anodina víctima de la intolerancia, del fanatismo de supuestas ideas que exterminan en nombre de la sinrazón. Muy a su pesar, la convirtió en estrella.

El caso Malala conmovió conciencias en su momento. Ser mujer y querer acceder a la cultura que ofrecen los libros para poder expresar ideas, deseos, ilusiones por medio de la escritura, era un desafío y un escarnio para parte de la comunidad más reaccionaria dentro de su país. Ese empecinamiento en aprender pudo costarle la vida. Su ejemplo, en pro de la igualdad y los derechos humanos para todos, la convierte en un mártir en vida y una heroína.

Ahora desde una ONU la más de las veces politizada, mediatizada por los poderes fácticos de los intereses más egoístas de los grandes países, levanta su voz joven, llena de esperanza, henchida de susurros por una igualdad real para hombres y mujeres, por el derecho a estudiar, clama por la necesidad de que se invierta más en educación, en la defensa de miles de vidas infantiles condenadas a la miseria, a la más vil explotación y al pozo negro de la ignorancia. De su garganta en flor nace un grito de rebeldía que no podemos obviar.

Posiblemente, toda su pacífica lucha pueda ser resumida en estas simples frases que cito textualmente, entresacadas del artículo de prensa que hacen referencia a las razones que la impulsan a seguir en la brecha: “Malala ha señalado que no está en contra de nadie, ni siquiera de los talibanes (…). Es la compasión que aprendí de Mahoma, Jesucristo y Buda, el legado que recibí de Martin Luther King y de Nelson Mandela, la filosofía de la no violencia que aprendí de Gandhi y la madre Teresa y el perdón que aprendí de mi padre y de mi madre. Por eso mi alma me dice, sé pacífica y ama a todo el mundo”

Con mirada joven y llena de ilusión escudriña el cielo de las grandes estrellas que han intentado iluminar las noches oscuras de una Humanidad a veces demasiado rastrera, y sueña con aproximarse a ellas y a la par extiende la mano para señalarnos un rumbo que merece la pena conseguir hacia un horizonte de plenitud.

Creo que sobran las palabras, que pese a ser obtusos en muchos momentos de nuestro existir, alguien, que estuvo a punto de cruzar al otro lado de la vida, nos recuerda que hay que seguir luchando por unos ideales de Justicia, de Igualdad, de Libertad para todos los humanos sean del país que sean, sin importar sexo ni color de la piel. Los verdaderos colores están en los ojos que miran buscando un mundo mejor desde la esperanza, el compromiso o la ilusión.

Admiro el mensaje de paz, no de venganza, que transmiten sus palabras; de ánimo para seguir adelante en pro de una causa justa que beneficie el crecimiento personal, la convivencia y sobre todo que ofrezca cielos abiertos al Saber, a la Cultura. El derecho de todos a aprender para ampliar horizontes queda claro en este susurro de rebeldía que lanza Malala, desde su juventud comprometida –ella sabe que sigue en el punto de mira de pistolas asesinas-: “Tomemos los libros y las plumas porque son nuestras armas más poderosas. Un libro y una pluma pueden cambiar el mundo”.

Comparo el rostro de Malala antes del intento de asesinato con el de ofrecido por la prensa en su intervención en la ONU, hace una semana; en él se perfilan inequívocas señales de madurez, junto a los signos del sufrimiento ocasionado por las miserables balas de la intransigencia.

Una vez más, los rufianes de la sinrazón, los opresores del pensamiento, castradores de la cultura, llamados a sí mismos guardianes de la fe o del pensamiento único, arremeten en nombre de un dios, de un profeta o de un dirigente político, contra la más elemental dignidad humana y por supuesto, si es mujer, hay que darle duro para que aprenda. ¡Lamentable, pero cierto!

Feliz cumpleaños para esta heroína que busca un mundo mejor para los demás, que cree en el posible milagro de una Humanidad con futuro a pesar de tormentas, de traiciones a las ideas originales de grandes figuras que pensaron en un mundo mejor para todos.

Me da igual que hablemos de Mahoma, Jesús o Gandhi, lo importante es creer y defender un proyecto común de convivencia. Es cierto que nuestra obcecación mental, nuestro fanatismo sectario, nuestro desprecio al otro, ha prostituido las grandes ideas originales. Cojamos al vuelo el reto de esta mujer que volvió a la vida para seguir en la brecha y recordarnos que la lucha continúa.

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PEPE CANTILLO
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