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Afeitemos al Gran Capitán

"Nunca metas el dedo en la boca de un lucio", me aconsejaba un panchorro que pescaba más baches que peces. Ahí comenzó la crisis. En mi centro de trabajo he llegado a comprobar que aún se puede parpadear aunque te hayan rebanado el pescuezo. "Vivir es guerrear", enfatizó Platón. Y pintar kakemonos con el chorrito del pipí.

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Cuando observo a jóvenes enormes como mamuts, sin empleo, desgastados ya, desesperados, rotos, afilando bíceps con coraje por no cargar mosquetes, recuerdo mis propios inicios en la dura carcasa del pollo de corral.

Momentos dulces cuando vuelas lejos en busca de la pelea. Y es que hay edades en que vemos como algo inaudito el terminar siendo cañamón para los pájaros. Que toda nuestra potencia se queda en palominos; todos nuestros sueños en reses muertas. Y todo, por las horrendas necesidades de la trata de blancos. Todo por una muerte rápida, ya en el huevo, para que al igual que el atún, resultemos más sabrosos en la cuchilla del Mercado.

El aburrimiento es el mayor responsable de buena parte de los tiroteos en Estados Unidos. ¡Y pensar que hace algunos años, yo mismo, aumentando centímetros de largo, exigía al Gobierno “pistolas para todos”!

No haría aún los diecisiete años y ya pretendía montar una revolución cruenta y destructiva. Quise publicar una pequeña antología de artículos políticos incendiarios y rompedores que soliviantaran a las masas. La señal me la dio, como a buen apache urbanita, el intento de una graja por comerse a mi perro en un campo de trigo.

Consulté el posible título con dos de mis amigos, David Redondo y Juan Villegas. Finalmente, rotulé aquella pupa juvenil con el estruendoso título de El poder de los tornillos, que hacía clara alusión a la metralla de la que se componen las bombas de olla exprés y tupper.

Juan Villegas lleva varios años muerto; David Redondo es funcionario de prisiones. Y mi primer trabajo tras acabar estudios fue el de ayudante de mecánico. Pues sí, querido lector, ironías de la vida. Así acaban todas las revoluciones, sin empezarlas. Cambiando los tornillos de las mismas rugientes máquinas.

El viernes pasado era yo aún carne blanca de mediodía cuando decidí dejarme caer por esa almadraba con perifollo llamada Zara, en Córdoba, donde dan matraca olorosa y se hacen añicos los humos de los padres.

Ve a la capital y vive del cereal que no has de sembrar. Aquello era una máquina de asedio y los gladiadores de Batuatu de Capua tocaban una romanza con taconeo y botas de montar. Allí estaba yo, culeando como la que más, rodeado de tulipanes hechos al temple que eructaban primavera con láser y a mansalva.

Ahora comprendo a los murciélagos cuando nos dicen que oyen los colores. Podía olfatear ya la primavera como un mongol preparando su Gillette. Aunque más bien, yo oía la mantequilla romperse. Todo poseía olor a santiamén.

No sé en qué lugar se oculta la crisis. Si en el trombón del consumismo, si en los monederos hidráulicos. No sé. En las calles de Córdoba pude seguir contemplando mareas humanas corriendo al alpiste, iglesias empaquetando muertos, y por lo general, vísceras huecas haciendo el helicóptero. Ya lo aseveró Lorca: "el mundo es la carne oscura del mulo viejo".

No hay crisis, hay multitud de crisis. No hay crisis, hay un cuento terrorista para amedrentarnos, se trata de la sábana blanca del Ku Klux Klan para asustar negros. Con la crisis económica nos han dado un algodón para agujeros de bala tras sacarnos las muelas de raíz.

El administrador de nuestra casa se ha gastado el dinero de la familia en alcohol, vicios y caprichos varios. Y ha regresado al hogar con un kilo de harina de arroz y tapioca para los niños. Nos ha exigido comprensión y nos ha inculcado que la flecha regalada por un amigo es una manzana.

Y tenemos lo que tenemos gracias a la timidez que nos han inculcado, propia de pueblos vencidos y acanallados. En mi trabajo soy sospechoso de leer libros sin ilustraciones ni fotografías. Lo juro, tienen preparada la sentencia, me hago sospechoso de leer una biografía sobre Leonardo, al que siempre imagino correteando a un lagarto para mearse encima.

La principal crisis es la de aceptar tal estado de cosas sin inmutarnos. Somos los anfitriones perfectos del virus. Fíjense, la política se ha convertido en intercambio de poderes, en discursos vacíos que buscan la adhesión automática. La política manejada por los poderes económicos nos ha reducido a meros tratantes de caballos usados, a meros siervos privados de su carácter comunitario.

No creamos ámbitos nuevos, no hay relaciones de encuentro entre los distintos vectores de la sociedad. Aspiramos a la felicidad del cerdo. ¿Ideas? RAID las mata bien muertas. Mejor que eso: alambre de espino, zapatos de hierro.

No me hagan mucho caso. Llegaba a Córdoba deseando meterle a Bretón un tenedor en la oreja. Cuando Al Capone -recuerden que en mi anterior artículo hablamos de su tumba) fue sometido en prisión a un test de inteligencia, el resultado no pudo ser más descorazonador: 85 puntos, inteligencia media de un muchacho de trece años y cinco meses.

"Tan sólo me dediqué a vender whisky y cerveza a media América", se excusaba tras haberse almorzado a un baturro aragonés. "Ya será para menos. También pusiste de moda las ametralladoras y las bombas de mano. Yo tan sólo he perdido a mis hijos", le espetaba Bretón desde su autobús de dos pisos.

Huía, he de reconocer, de la obsesión de nuestros lectores por la panceta floreada y las discusiones estériles a paso de carga, tratando de ganar la bandera del otro. Cada cual con su ración de maíz y con sus pupilos en el terreno de batalla. Derecha, izquierda, Gobierno, oposición. Huía del tren endiablado de las calles pasando carnaval por la yugular. Huía de las manchas de tinto en la moqueta.

¡Qué gran alcalde fue Gonzalo Fernández de Córdoba y qué gran rey se perdió España! Se llevó a los perros y a los gatos de Montilla, se marchó como buen piloto de Fórmula 1, con los entremeses, y regresó para postres como cualquier mengano cuando la Operación Malaya de su Católica Majestad hizo temblar su fortaleza.

Andaba yo acordándome de nuestros hombres muertos tiempos atrás, montillanos con excelso tamañito, hombres de armas que criaron sangres en las cartas de marear, que regresaron a Montilla con cañones Krupp bajo el brazo y los cojones en veinte nudos.

Nos vencieron ingleses y americanos con la vieja técnica de la mosca seca y el plomo largo y recordé los flancos grasientos de toda aventura. Aquellos flancos a los que no llega el módem de palacio. A pesar de ello, los Imperios borrachos no se caen solos. El mamoneo de reyes y príncipes dejó en mariquitas a muchos hombres que pelearon siempre como gorriones pardales.

Montillanos fueron los hombres de orejas tiesas y lanzas motoras que, cuando el Imperio Español se convertía en minibar del borreguito Norit, ellos, elementales y con palmito, regresaban con la ley de los machacantes. Tuvo que acordarse nuestro paisano Jiménez Castellanos de Moctezuma el día que enterró un pastelón de Manolito Aguilar.

De vuelta en Montilla, me decidí a proponer desde ya una iniciativa que hiciera “chof” sin que necesitáramos un salvaslip. Necesitamos un Partido Montillano inspirado en nuestros viejos muertos, célebres y anónimos, en los valores que atesoraron en vida: ejemplaridad, honradez, pundonor, riesgo, valentía y lealtad. Debemos dar de lado a las franquicias tradicionales que han sido y siguen siendo el sostén del cuento terrorista que nos han metido a jeringazo limpio.

Ha de crearse un partido montillano, con gente que vive y aspira a vivir en Montilla, un partido que deseche esas ideologías que alguien encontró en la caja de galletas “napolitanas” para hacer un pastel de tironeros de bolsos.

Anhelo un partido democrático sin obediencias ciegas a Córdoba, Sevilla, Madrid o Bruselas. Esto es Montilla, esto es Troya, y la piña empieza y acaba aquí. No queremos pintarrajos ni pavipollos. Quiero combatientes que salgan de la peluquería, de la nave industrial, del bar y de los institutos.

Quiero veinte especialistas currando en las cuadras, en la sala de máquinas del Ayuntamiento y a 20 políticos echando a andar el tractor a las seis de la mañana barrio por barrio, peinando calles y oratorios.

Quiero representantes del pueblo cobrando la media de lo que cobran los montillanos, ni más ni menos. Detesto al que vive de un salario en la política. Quiero gente que esté contaminada con clembuterol pero que no lo esté de culebras. Ni pierdo ni gano nada con la política. Soy un enlace de mis vecinos.

Quiero gente con imaginación e ilusión, me sirve aquella propuesta contra la sequía que ya planteé hace veinte años: contra la sequía, exprimamos vacas, que son un 74 por ciento de agua.

En definitiva, fuera ya de todo humor, apoyaré desde mi tribuna a aquellos valientes que quieran cambiar las cosas y no sepan cómo hacerlo. Pero que deseen cambiar las cosas.

J. DELGADO-CHUMILLA
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