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Salvadores de la patria

Se presentan como salvadores de la patria pero, en el fondo, puede que le estén causando un daño irreparable a este país que llamamos España. Para mí, la mayoría no es de fiar. No puede serlo bajo ningún concepto quien desprestigia a los profesionales encargados de convertir a nuestros jóvenes en mujeres y hombres libres e independientes ni quien hace negocios con la salud de los que menos tienen.

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Y sí, hay gente malvada de misa y comunión diarias. Ruegan “por los enfermos y desamparados” ante un crucificado pero olvidan la plegaria cuando suben al estrado parlamentario. Son admiradores de la opulencia, del despilfarro y de la utilización de lo público para enriquecer a sus amiguetes, más conocidos como “iniciativa privada”. Y se convierten en franciscanos hipócritas cuando de sermonear a sus súbditos se trata.

Súbditos es como consideran a los ciudadanos que nacieron en cunas no agraciadas por las herencias. Súbditos son quienes envían a sus hijos a la educación pública, para que éstos sean algo más que albañiles, jornaleros o “doncellas” internas en las casas de estos malvados embardunados de cacao, con sobredosis de gomina y vergüenza por conocer.

Todos molestan, menos ellos. Son incómodos “los de la ceja”, los sindicalistas, los socialistas, los de IU, los andalucistas, los peneuvistas o los indignados -a los que llaman "perroflautas"-. Les incordian quienes se atrevan a vapulear las conciencias dormidas o a desenmascar las verdaderas intenciones de sus aliados de la iniciativa privada.

Profesores, funcionarios o estudiantes son piedras en el camino de esta derecha política que parece que se presenta a las elecciones para expropiar el patrimonio de los pobres.

No puede ser bueno quien amenaza con privatizar la educación pública o con penalizar económicamente la enfermedad y la ancianidad. Es indigno para estar en política quien quiere construir una sociedad de ricos altaneros y súbditos cabizbajos. No es un ciudadano ejemplar el que se niega a pagar la educación de los pobres para elevar a éstos a la misma posición de la que gozan los más pudientes.

Su concepto de libertad sólo es válido para su riqueza. Quieren ser libres para no pagar impuestos, para condenar al ostracismo social a los que nacieron sin Impuesto de Patrimonio que pagar o para esconder sus ganancias en paraísos fiscales. Su liberalismo prêt-à-porter mata seres humanos de enfermedad, sed o hambre y enaltece la usura y la insolidaridad como métodos para su obsceno enriquecimiento.

Cuando exigen “más libertad” están queriendo decir “dejadme pasar por encima para que mi poder económico triunfe sobre estos miserables”. Pagar impuestos no es injusto. Ni es robar la riqueza de los afortunados que ingresan más que la media.

Miserable, ruin y condenable es defender una ideología política y económica que aboga por cerrar escuelas, ambulatorios u hospitales pero se niega a exigir a quien más tiene que pague más. Injusto es defender que 10.000 millones de euros se destinen a la institución que “ruega por nosotros” o subvencionar la educación privada a la que sólo pueden asistir sus hijos.

De seguir así, llegará el día, si no ha llegado ya, que la iniciativa privada (mano amiga de la derecha política) será la dueña de nuestra libertad y nos harán andar a rastras debajo de su libertad económica.

Por eso, es entendible que a Aguirre y a sus compañeros de partido no les gusten nada los profesores. Saben muy bien Aguirre, Rajoy o Cospedal que el mayor enemigo de su particular utopía feudal es el acceso a la educación de sus súbditos.
RAÚL SOLÍS
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