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El bumerán de los "indignados"

Puede que la próxima encuesta del CIS dictamine que la población los adora pero los madrileños empiezan a estar de ellos hasta los pelos más bajos. El 15-M como movimiento de rebeldía ante una situación económica, social y política cada vez más deteriorada concitó muchas simpatías. Hoy provoca cada vez mayor repulsa.

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Que los jóvenes se “movieran” era un síntoma positivo, al menos de vitalidad. Que fueran contradictorios y que hubiera mucho de utópico era consustancial con el propio fenómeno y eso incluso permitía mayor comprensión y simpatía. La percepción muy sustentada en hechos reiterados de los políticos como “casta privilegiada” y unas leyes electorales que consagran desproporcionalidad y desigualdad les cargaba de razones.

Luego ya hubo otras cosas. Arrogarse la “representación” en exclusiva del pueblo, pretender suplantar la soberanía democrática con supuestas soberanías asamblearias y acosar a los representantes electos por el pueblo mostraron ciertos ribetes ideológicos que ya alejaron a bastantes.

Pronto se vio, y eso no tenía nada de peyorativo sino de descriptivo, que el 15-M se inscribía claramente en el campo de la izquierda, como un rebullir y una búsqueda en el seno de esa esfera de pensamientos y sentimientos. Algo, por otro lado, lógico y alentador.

Pero el verano está socarrando el movimiento y este mes puede agostarlo definitivamente. Quizás porque se ha quedado en cueros y se le han visto las carnes reales al desnudo. Las gentes de a pie les están ya no sólo volviendo la espalda sino manifestando crecientemente su desagrado y su irritación porque se sienten cada vez más agredidos y menospreciados por ellos.

Su pretensión de que la ciudad es suya, de tomar el espacio público que les dé la gana, de saltarse cualquier ley que los demás han de cumplir, de, en suma, campar a sus anchas imponiendo su deseo a las libertades y derechos de los demás, han acabado primero con la simpatía y ahora con la paciencia de quienes los sufren.

Que unos centenares, unos miles si me apuran, impongan su voluntad y bloqueen el normal discurrir de una ciudad de cuatro millones de habitantes no es de recibo. Derecho a manifestarse y reunirse tienen como todos, pero como todos siguiendo y cumpliendo la ley, no cuando en gana les venga y ocupando el espacio público como si fuera en exclusivo suyo, o sea, convirtiéndolo en propiedad de esos “okupas”, hurtándoselo a la ciudadanía.

Puede que ellos no detecten el cambio de aire que se está produciendo. Se les observa ufanos y crecidos, reacción lógica por otro lado ante la permisividad gubernamental que les ha tolerado conculcar las leyes y, encima, les ha sobado el lomo. Y, al mismo tiempo, amparados y jaleados por una prensa amiga y entregada a ellos como gran esperanza blanca de un zapaterismo agónico y de un rubalcavismo que pretende volver a ser virgen.

Una prensa que sigue en pleno ejercicio de desmesura, pretendiendo que las algaradas y las asambleas que cada vez más devienen en ramplonas diarreas mentales y mágicas soluciones planetarias de infantilismo, con aire de flower power pero estéticas duras y a veces marginales, son algo asi como la antesala filosófica de un movimiento y una filosofía de alcance mundial y repercusiones planetarias. Como aquella conjunción astral de la Pajin.

La militancia entusiasta de algunos medios (en especial La Sexta, Público y, en buena medida, El País, Telecinco, Cuatro y elmundo.es), cuyos periodistas “enviados especiales” más parecen animadores y jefes de prensa de sus “compañeros y compañeras” que profesionales, es otro aspecto de la cuestión que merecerá en algún momento cierto análisis crítico.

Pero todo el entramado está empezando a venirse abajo. Porque si bien es muy cierto que la opinión pública aplaudió lo que quizás fue su acción más eficaz y que producía mayor empatía -su oposición a los desahucios-, otras como los ataques a los policías en Lavapiés cuando pretendían detener a delincuentes empezaron a minar las complicidades.

Y lo que ahora está sucediendo en la capital está ya logrando que, definitivamente, el viento empiece a darse la vuelta de manera radical. Las imágenes del Paseo del Prado okupado y tomado por las bravas por unas cuentas decenas de cada vez más crecidos y chulescos personajes, junto a las algaradas cotidianas colapsando el centro de Madrid han sido el punto de inflexión. Como lo fue en Barcelona el intento de asalto al Parlament.

Ya no hay simpatía. Hay cabreo. La razón más evidente se abre paso entre todas las demás: unos centenares, unos miles, no pueden mearse, y no es metáfora, encima de toda la ciudadanía y que, además, las Fuerzas de Seguridad del Estado tengan que aguantar que les salpiquen las botas. Y las sospechas de que esos grupos no son “ingenuos indignados” sino profesionales de la “okupación” y la marginalidad social y política crecen ante las imágenes explicitas y cotidianas.

Los presuntos “indignados” que cada vez muestran más un teatral cara de “indignados de oficio” -vamos, que tienen como oficio el ser “indignados” que viven de ese sistema al que vituperan y lo único que parecen es exigirle crecientes privilegios ( ¿Han visto ustedes alguna pancarta de “Queremos trabajo”? Yo, ninguna)- no están siendo conscientes de la creciente hartura que provocan en una sociedad que sí tiene problemas de verdad y que no son los suyos, que parecen cada vez más concretarse en que no les dejan dormir en Sol ni montar un camping enfrente del Museo del Prado.

Porque esa parece ya la conclusión práctica de todas esas miles de asambleas: que Madrid ha de cederles la Puerta del Sol para su exclusivo uso y propiedad, sus jardines como segunda residencia y sus fuentes como piscinas. Y si no, no dejarán vivir ni circular a nadie.

El comportamiento de los últimos días es cada vez más insufrible para todos. Su desprecio a las gentes, cada vez más evidente; su prepotencia, tras las apariencias de hippismo, ya no engañan; la deriva de sus provocaciones, insultos y vejaciones a una policía maniatada están logrando que la población haya cambiado radicalmente su percepción sobre ellos.

El 15-M se está volviendo como un bumerán: primero, contra quienes hoy lo "okupan”, que insisten en su impunidad cada vez más ofensiva. Pero también puede empezar a golpear en la cara de quienes se han pegado arrimones babosos.

Al Gobierno ya no le queda otra que actuar y restablecer su autoridad. Los excesos de los presuntos “indignados” comienzan a volverse contra quienes los han permitido y alentado. Y quienes han hecho de ellos bandera e inspiración acaban por hacer un roto a los intereses que creen apoyar.

Si alguien piensa que la recuperación el PSOE va por esos caminos comete el peor de los errores. Puede que gusten a unos cuantos progresitos nuevos y sin transición, que delirarán con un sucedáneo de luchas libertadoras, y a los que creen que la España de izquierdas la representa un tipo que se hace llamar Wyoming.

Puede, pero esa escueta minoría hasta de la izquierda choca cada vez más y de manera más rotunda con la gente de a pie, la de la izquierda que está en sus afanes, trabajos y desvelos y, quizás, en mantener todos los meses a un “okupa” que de todo se preocupa excepto de aportar algo a su casa.

Posdata: Quien sigue con apasionado interés a los “indignados” con continuas conexiones y grandes espacios de “análisis” dedicado a ello es la “Telechavez” venezolana. En días pasados, en un debate con un representante español y dos nativos, se jaleaba la revolución que el español creía factible y próxima alentada por el 15-M, los nacionalismos radicales encabezados por Bildu y las poblaciones emigrantes explotadas de musulmanes e iberoamericanos. Eso dijeron.
ANTONIO PÉREZ HENARES
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