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Cartera de noticias insólitas

Cada lector suele establecer una relación particular con el periódico que acostumbra a leer. Dicho así parece una solemne perogrullada, pero verán que ni es asunto baladí ni materia para sociólogos aburridos. No conozco -y esto no quiere decir que no exista– ningún sesudo tratado sobre comportamientos digamos "marginales" de algunos clientes frente a su diario favorito. Pero, sin que el propósito primordial sea poder medir el grado de extravagancia de éstos, hay casos que son dignos de estudio, lo menos.

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Hay quien para estar tranquilo, nada más comenzar la jornada, ojea expectante y nervioso la sección de necrológicas, y no calma su ansiedad hasta que comprueba que hoy tampoco aparece su esquela.

Aunque pueda parecer una chaladura, para él es un trámite práctico e indispensable, antes incluso de desayunar y saborear el café. Porque sostiene, y no hay manera de modificar su costumbre, que es incapaz de organizarse el día, de aplicarse a su rutina cotidiana, sin tener la certeza de que sigue vivo. Para él lo que trae el periódico es ley.

Otro lector tiene la manía de enfadarse por la ausencia absoluta de una tabla con los horarios de trenes y autobuses. Sabe a ciencia cierta que hace tiempo que este contenido desapareció de las páginas de servicio público del rotativo. Pero él lo busca con empeño cada mañana, y a medida que repasa el papel compulsivamente de arriba a abajo, aumenta su cabreo y se enrojece de ira al llegar a la conclusión de que sigue sin figurar el detalle de las entradas y salidas de estos transportes de viajeros. Está convencido de que, sin esta información, el mundo corre un grave riesgo de incomunicación, de ahí la importancia que le da.

Puede resultar insignificante, pero la galería de rarezas es interminable. Estos casos que les cuento no son hechos aislados. Muchos futbolistas no salen de la cama si antes no les pasan un resumen de prensa con las crónicas y las fotos que hablan de ellos.

No es ni mucho menos un comportamiento caprichoso, ni una manifestación más de la soberbia habitual en algunos deportistas de élite. No lo es, porque de su presencia o no en las portadas depende su estabilidad emocional. El día que no se acuerden de ellos, malo. Peor que muertos, estarán olvidados. Y no necesitarán esquela con su nombre para comprobarlo.

Ese deseo de autoafirmación por medio de la foto, cuanto más grande mejor, también es muy frecuente en otras esferas de la vida social, no sólo en la política. Resulta del mismo modo muy abundante en ciertos empresarios, constructores y banqueros.

A veces, cuando no les parece suficiente la cobertura convencional de sus actos públicos, efectúan importantes desembolsos para sufragar grandes reportajes propagandísticos a toda plana.

Todos estos despliegues, más publicitarios que informativos, tienen una característica común: el objetivo es que la misma persona vea reproducido su careto en la totalidad de las instantáneas; es el ego a doble página. La flojera de las vanidades.

No lo sé con seguridad, pero alguna de estas noticias, tomadas al azar, quizás reúna condiciones para ser guardadas, por su singularidad, en un album de recortes, en el que se diese lustre a las gacetillas más llamativas.

El protagonista de la película Un cuento chino, recientemente estrenada, se entretiene en hacerlo, pacientemente. Amontona en los rincones de su ferretería grandes pilas con ejemplares atrasados que le llegan de los más insospechados rincones de Argentina, especialmente de Buenos Aires. Los mira y remira hasta que da con el objeto de su curiosidad. Le gusta coleccionar noticias insólitas e inverosímiles. Una de ellas, ocurrida en China, le cambiará la vida.

Ricardo Darín, el admirable actor argentino, compone a la perfección el estupendo personaje central de esta entrañable fábula. No le interesan los grandes titulares de la actualidad económica o política. Le traen sin cuidado los movimientos de la Bolsa de capitales, los acuerdos internacionales o las batallas entre partidos por ganarse la confianza del electorado. Lo que verdaderamente le obsesiona es juntar los retales de hechos absurdos e irreales, pero que acontecen a nuestro lado, a veces por motivos inexplicables sin que nos enteremos.

La propia sinopsis de la película se basa en una historia que, aunque de apariencia disparatada, contiene las claves para entender que si no eres capaz de conmoverte con los pequeños obstáculos que te presenta la existencia, eres un caso perdido.

La fascinación por estos sucesos estrafalarios y excéntricos ha dado origen a grandes relatos. En sueltos desperdigados por los periódicos, esas curiosidades que muchas veces pasan desapercibidas, se encuentra una inagotable fuente de inspiración. Que le pregunten a Gabriel García Márquez que, familiarizado con toda índole de noticias durante su etapa de periodista, convirtió algunas de ellas en arte mayor.

O a Julio Cortázar, el autor de Instrucciones para llorar, que de algo trivial y consabido, un atasco de tráfico en una de esas salidas masivas por vacaciones, tejió un cuento del caos humano en mitad de una carretera, en La Autopista del Sur.

En no pocas ocasiones lo peregrino e insustancial da mucho más juego literario que lo que se postula y pavonea en grandes titulares. Antonio López Hidalgo lo sabe bien. Dedicó un libro entero, Cuentos que fueron noticias, a recopilar artículos nacidos o desarrollados a partir de un hecho anecdótico o, en teoría, de escasa entidad periodística.

Esos parientes pobres de las opulentas noticias de portada son como los actores de reparto en el cine. Con cierta ligereza y tono de menosprecio se les viene a tachar de secundarios, pero no hay película que salga airosa sin su concurso. Igual puede colegirse en lo tocante a prensa.

Arrinconadas en los faldones e incluso, en peores circunstancias, relegadas a un modesto breve, se cuelan estas insólitas informaciones en la vida del atento lector. Despojado del refuerzo negro de la tipografía a gran escala, pueden pasar por poca cosa, cuando en realidad es todo lo contrario.

En los últimos días he hecho la prueba una vez más. La encontré escondida en la sección de provincia del diario Córdoba del pasado 21 de junio. Decía: "A juicio un vecino de Castro del Río por arrancar 119 olivos por celos".

Lo hizo con un tractor, enloquecido porque su expareja mantenía un idilio con el hijo del dueño de la finca, según explicaba la escueta crónica de tribunales. El autor se enfrenta a una multa de 10.440 euros. Lo que ignoro o no explica la breve nota judicial es si, en esa cifra, se cuantifica, además del daño causado a los olivos, la huella del miedo que el violento amante despechado habrá dejado en la mujer.

En este mismo medio de comunicación, unos días antes, el 11 de junio, vi algo peor, también en la sección de sucesos. En una columna se daba cuenta de un espeluznante caso: "Un cliente se corta el cuello tras negarle dinero un banco". La herida se la hizo con un cúter, desesperado por no poder acceder a un préstamo bancario. Esta vez, por desgracia, la sangre de la crisis sí llegó al río. Esta vez, el drama humano estaba en páginas interiores, agazapado.
MANUEL BELLIDO MORA
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