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Cigarro y café, balcón

Allí estaba. No importaba el lugar ni el día de la semana. Despertó bañado en sudor, otra vez solo. Se dio una ducha fría, la necesitaba. Parecía un zombi. Tenía miedo de muchas cosas. La que encabezaba su ranking particular era darse cuenta de que, en el fondo, era un buen hombre.

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Tras el afeitado post-ducha, miró por la ventana. No recordaba cuándo fue la última vez que lo hizo. Estaba bien armado con un café y el primer cigarrillo. No encontró nada que mereciera su atención. Seguía buscando. No sabía el qué, pero no bajaba la guardia. El reloj marcaba las diez de la mañana: solo había dormido una hora.

Cada vez estaba más convencido de que era un animal nocturno. De día sentía una extraña nostalgia. No diferenciaba este día del siguiente.

La echaba de menos. Al principio no le dio importancia a esos pensamientos que le invadían la cabeza cada vez que ella estaba lejos. Se volvió adicto a su presencia, a su olor, a su sonrisa.

Fue testigo de cómo un pobre peatón fue atropellado y el cabrón del conductor se daba a la fuga. No hizo nada. Estaba demasiado ocupado recordando los paseos nocturnos, las bromas. Su perfume dio un golpe de estado en sus fosas nasales. Tomó con rapidez el cerebro, de ahí no se iba.

Esta situación le quemaba por dentro. No era el momento idóneo para revelar sentimientos. No por un quinceañero miedo al rechazo o vergüenza, eso quedó atrás hace mucho tiempo, las cosas estaban perfectas tal y como estaban.

Kilómetros de distancia, disfrutar del momento cada vez que se veían. ¿Para qué joderlo todo con un "te quiero"? Terminó el café, rellenó la taza.
Se formó un gran atasco en su calle. ¿Cómo estaría el tráfico en la de ella? Se le venía el mundo encima. Sólo podía pensar en ese tipo de gilipolleces desde su último encuentro. No es normal, no es sano. Está empezando a recordar sus ojos marrones. Mierda.

Recordaba Madrid. Los edificios grises que habitaban aquella ciudad triste. Le faltaba voz y le sobraba temblor en las manos para llamarla. Sonia dijo adiós con una sonrisa y se alejó en aquella maldita terminal. Sonrió al pensar que perdió una batalla pero no la guerra. Mañana será otro día.

Terminó el cigarro y lo arrojó por el balcón. El viento se encargará de que la ceniza no toque el suelo.
CARLOS SERRANO
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