El Museo Garnelo acoge desde hace varias semanas Recuerdo de los olivares de Montilla, una tabla de 20 x 31 centímetros que condensa, en un gesto pictórico íntimo, la memoria lírica de los paisajes que marcaron a José Santiago Garnelo y Alda.
La obra fue presentada por José Antonio Cerezo Aranda, director honorario del Museo, quien ofreció la conferencia titulada La labor de mecenazgo en José Garnelo y Alda, en la que desveló una faceta poco conocida del artista y, a su vez, expresó públicamente su gratitud a la familia Ros Acevedo, de Toledo, por la generosa donación de esta obra que habían custodiado durante generaciones.
Según relató Beatriz Ros Acevedo, la tabla procede de la herencia de su madre y guarda el eco de un vínculo personal con José Santiago Garnelo y Alda, una conexión que ahora se traduce en legado compartido y que puede disfrutarse en la Casa de las Aguas de Montilla.
"Se trata de un acto de generosidad y compromiso, con el arte y la cultura, que valoramos inmensamente", reconoció José Antonio Cerezo, quien hizo hincapié en que el gesto de desprenderse de una obra tan ligada a la memoria familiar representa un claro ejemplo de la importancia de la colaboración ciudadana en la conservación del patrimonio histórico local.
Durante su conferencia acerca de la labor de mecenazgo de José Santiago Garnelo y Alda, el director honorario del Museo Garnelo hizo hincapié en cómo el pintor, más allá de su producción académica e histórica, impulsó una relación activa con el fomento cultural y artístico de su tiempo.
Las palabras de José Antonio Cerezo ofrecieron el contrapunto necesario para entender el contexto en el que se inscribe Recuerdo de los olivares de Montilla. La obra, fechada en 1916, se distancia de la rigidez de las composiciones académicas y abraza una pintura más libre, de pincelada suelta y cargada de materia.
No busca describir con exactitud un paraje concreto, sino transmitir una emoción: la nostalgia del artista por la tierra que lo acogió cuando contaba apenas un año de edad. El visitante se encuentra así con un paisaje organizado en franjas que se funden en un horizonte lejano, coronado por la silueta difusa de Montemayor. Los verdes y ocres evocan los olivares y los campos cultivados, mientras la luz clara del cielo contrasta con la masa oscura de vegetación que domina el centro.
El resultado es una atmósfera de serenidad, casi de ensoñación. De este modo, Recuerdo de los olivares de Montilla invita a recorrer con la mirada la memoria de la Campiña Cordobesa a través de los ojos de Garnelo. Los recursos de veladuras, colores apagados y contornos difuminados conectan con el paisajismo romántico y el impresionismo, otorgando al cuadro una frescura sorprendente pese a sus reducidas dimensiones.
El director honorario del Museo Garnelo destacó también la responsabilidad que supone acoger esta tabla. "Recibirla implica para nosotros una gran responsabilidad: la de conservarla, investigarla y, sobre todo, compartirla con el público", remarcó José Antonio Cerezo, quien se felicitó por que la pieza ya haya sido incorporada a las salas de la institución, donde dialoga con otras creaciones del pintor, aportando un matiz íntimo y melancólico a la visión global de su trayectoria.
Considerado el pintor más culto de su época, además de gran pedagogo y exigente investigador, José Santiago Garnelo y Alda nació en 1866 en la localidad valenciana de Enguera, su familia fijó su residencia en Montilla cuando el artista contaba solo un año de edad. Antes de trasladarse a Madrid para comenzar sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, José Garnelo asistió a dos cursos de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, donde obtuvo varios premios de la Escuela de Santa Isabel de Hungría.
Garnelo fue, además, un artista respetuoso siempre con la vanguardia. Tras conseguir la segunda medalla en la Exposición Nacional de 1887 con La muerte de Lucano, el artista montillano fue pensionado a la Real Academia de España en Roma, donde permaneció cuatro años en los que compartió experiencias con artistas de la talla de Pradilla, Sorolla o Emilio Sala.
Después de recorrer Europa durante algunos años, en 1883 acudió a la Exposición Universal de Chicago, donde conquistó la medalla de oro por sus Primeros homenajes en el Nuevo Mundo a Colón, un cuadro que llegó a ilustrar el cartel de la exposición que el Museo Naval de Madrid organizó en 2006 con motivo del quinto centenario de la muerte del Almirante de la Mar Océana.
Nombrado vicedirector de la Escuela Provincial de Bellas Artes de Zaragoza, en 1894 José Garnelo ganó un concurso promovido por la Real Academia de San Fernando y fue nombrado caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III. Un año más tarde, el artista se trasladó a Barcelona para impartir clases en la Escuela de Bellas Artes, donde asistía como alumno Pablo Ruiz Picasso, quien pintó La Primera Comunión y El Monaguillo en el estudio que Garnelo tenía en la plaza de la Universidad.
Tras obtener por oposición la cátedra de Dibujo del Antiguo y Ropajes de la Escuela de San Fernando de Madrid, en 1902 fue nombrado comendador de la Orden de Alfonso XII y pintor de la Corona. De hecho, la infanta Isabel le encargó –junto a Mariano Benlliure y Emilio Sala– la decoración de su palacete de la calle Quintana, donde Garnelo desarrolló La Proclamación de los Reyes Católicos en Segovia.
Nombrado subdirector conservador de la pintura del Museo Nacional de Pintura y Escultura –actualmente, Museo Nacional del Prado– en 1917 recibió el encargo de realizar varios retratos de la Familia Real, entre los que destacan dos de Alfonso XIII que se conservan en el Museo Español de Arte Contemporáneo y en el Palacio de Aranjuez.
Ya enfermo, en 1924 logró terminar la decoración de la cúpula del Salón del Presidente del Tribunal Supremo de Madrid, en el palacio de Las Salesas, con El Collar de la Justicia, su obra al fresco más sobresaliente. Cinco años más tarde quiso compaginar la restauración de los murales del camarín de la Virgen de las Angustias de Granada con la realización del Apostolado que puede admirarse en la Parroquia de Santiago Apóstol de Montilla.
Tras ser propuesto para dirigir la Academia Española de Bellas Artes de Roma, José Garnelo se jubiló en 1936 como catedrático de la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, donde mantuvo una estrecha relación con pintores contemporáneos de la talla de Gutiérrez Solana, Picasso, Vázquez Díaz o Salvador Dalí, a los que impartió clase. Después de pasar sus últimos años en un estado de semiinconsciencia, murió en Montilla el 29 de octubre de 1944, siendo enterrado en el panteón que su familia tiene en el templo enclavado en La Escuchuela.
La obra fue presentada por José Antonio Cerezo Aranda, director honorario del Museo, quien ofreció la conferencia titulada La labor de mecenazgo en José Garnelo y Alda, en la que desveló una faceta poco conocida del artista y, a su vez, expresó públicamente su gratitud a la familia Ros Acevedo, de Toledo, por la generosa donación de esta obra que habían custodiado durante generaciones.
Según relató Beatriz Ros Acevedo, la tabla procede de la herencia de su madre y guarda el eco de un vínculo personal con José Santiago Garnelo y Alda, una conexión que ahora se traduce en legado compartido y que puede disfrutarse en la Casa de las Aguas de Montilla.
"Se trata de un acto de generosidad y compromiso, con el arte y la cultura, que valoramos inmensamente", reconoció José Antonio Cerezo, quien hizo hincapié en que el gesto de desprenderse de una obra tan ligada a la memoria familiar representa un claro ejemplo de la importancia de la colaboración ciudadana en la conservación del patrimonio histórico local.
Durante su conferencia acerca de la labor de mecenazgo de José Santiago Garnelo y Alda, el director honorario del Museo Garnelo hizo hincapié en cómo el pintor, más allá de su producción académica e histórica, impulsó una relación activa con el fomento cultural y artístico de su tiempo.
Las palabras de José Antonio Cerezo ofrecieron el contrapunto necesario para entender el contexto en el que se inscribe Recuerdo de los olivares de Montilla. La obra, fechada en 1916, se distancia de la rigidez de las composiciones académicas y abraza una pintura más libre, de pincelada suelta y cargada de materia.
No busca describir con exactitud un paraje concreto, sino transmitir una emoción: la nostalgia del artista por la tierra que lo acogió cuando contaba apenas un año de edad. El visitante se encuentra así con un paisaje organizado en franjas que se funden en un horizonte lejano, coronado por la silueta difusa de Montemayor. Los verdes y ocres evocan los olivares y los campos cultivados, mientras la luz clara del cielo contrasta con la masa oscura de vegetación que domina el centro.
El resultado es una atmósfera de serenidad, casi de ensoñación. De este modo, Recuerdo de los olivares de Montilla invita a recorrer con la mirada la memoria de la Campiña Cordobesa a través de los ojos de Garnelo. Los recursos de veladuras, colores apagados y contornos difuminados conectan con el paisajismo romántico y el impresionismo, otorgando al cuadro una frescura sorprendente pese a sus reducidas dimensiones.
El director honorario del Museo Garnelo destacó también la responsabilidad que supone acoger esta tabla. "Recibirla implica para nosotros una gran responsabilidad: la de conservarla, investigarla y, sobre todo, compartirla con el público", remarcó José Antonio Cerezo, quien se felicitó por que la pieza ya haya sido incorporada a las salas de la institución, donde dialoga con otras creaciones del pintor, aportando un matiz íntimo y melancólico a la visión global de su trayectoria.
Un pintor entre dos siglos
Considerado el pintor más culto de su época, además de gran pedagogo y exigente investigador, José Santiago Garnelo y Alda nació en 1866 en la localidad valenciana de Enguera, su familia fijó su residencia en Montilla cuando el artista contaba solo un año de edad. Antes de trasladarse a Madrid para comenzar sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, José Garnelo asistió a dos cursos de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, donde obtuvo varios premios de la Escuela de Santa Isabel de Hungría.
Garnelo fue, además, un artista respetuoso siempre con la vanguardia. Tras conseguir la segunda medalla en la Exposición Nacional de 1887 con La muerte de Lucano, el artista montillano fue pensionado a la Real Academia de España en Roma, donde permaneció cuatro años en los que compartió experiencias con artistas de la talla de Pradilla, Sorolla o Emilio Sala.
Después de recorrer Europa durante algunos años, en 1883 acudió a la Exposición Universal de Chicago, donde conquistó la medalla de oro por sus Primeros homenajes en el Nuevo Mundo a Colón, un cuadro que llegó a ilustrar el cartel de la exposición que el Museo Naval de Madrid organizó en 2006 con motivo del quinto centenario de la muerte del Almirante de la Mar Océana.
Nombrado vicedirector de la Escuela Provincial de Bellas Artes de Zaragoza, en 1894 José Garnelo ganó un concurso promovido por la Real Academia de San Fernando y fue nombrado caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III. Un año más tarde, el artista se trasladó a Barcelona para impartir clases en la Escuela de Bellas Artes, donde asistía como alumno Pablo Ruiz Picasso, quien pintó La Primera Comunión y El Monaguillo en el estudio que Garnelo tenía en la plaza de la Universidad.
Tras obtener por oposición la cátedra de Dibujo del Antiguo y Ropajes de la Escuela de San Fernando de Madrid, en 1902 fue nombrado comendador de la Orden de Alfonso XII y pintor de la Corona. De hecho, la infanta Isabel le encargó –junto a Mariano Benlliure y Emilio Sala– la decoración de su palacete de la calle Quintana, donde Garnelo desarrolló La Proclamación de los Reyes Católicos en Segovia.
Nombrado subdirector conservador de la pintura del Museo Nacional de Pintura y Escultura –actualmente, Museo Nacional del Prado– en 1917 recibió el encargo de realizar varios retratos de la Familia Real, entre los que destacan dos de Alfonso XIII que se conservan en el Museo Español de Arte Contemporáneo y en el Palacio de Aranjuez.
Ya enfermo, en 1924 logró terminar la decoración de la cúpula del Salón del Presidente del Tribunal Supremo de Madrid, en el palacio de Las Salesas, con El Collar de la Justicia, su obra al fresco más sobresaliente. Cinco años más tarde quiso compaginar la restauración de los murales del camarín de la Virgen de las Angustias de Granada con la realización del Apostolado que puede admirarse en la Parroquia de Santiago Apóstol de Montilla.
Tras ser propuesto para dirigir la Academia Española de Bellas Artes de Roma, José Garnelo se jubiló en 1936 como catedrático de la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, donde mantuvo una estrecha relación con pintores contemporáneos de la talla de Gutiérrez Solana, Picasso, Vázquez Díaz o Salvador Dalí, a los que impartió clase. Después de pasar sus últimos años en un estado de semiinconsciencia, murió en Montilla el 29 de octubre de 1944, siendo enterrado en el panteón que su familia tiene en el templo enclavado en La Escuchuela.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: AYUNTAMIENTO DE MONTILLA
FOTOGRAFÍA: AYUNTAMIENTO DE MONTILLA
















































