Aguilar de la Frontera y Montilla rinden hoy tributo a Ana María de Soto y Alhama, la mujer que, hace más de dos siglos, se atrevió a desafiar las reglas de su tiempo para cumplir un sueño reservado entonces solo a los hombres: servir en la Infantería de Marina.
Nacida en Aguilar el 16 de agosto de 1775, hace justo 250 años, en el seno del matrimonio entre el montillano Tomás de Soto Salas y la aguilareña Mencía Gertrudis de Alhama García, su vida acabaría uniendo para siempre a estas dos localidades de la Campiña Sur cordobesa.
En un mundo en el que la mar era un territorio casi sagrado para los hombres, Ana María de Soto decidió traspasar esa frontera. Y lo hizo con audacia y determinación, disfrazándose de varón para poder alistarse. De este modo, desde 1793 y hasta 1798, consiguió mantener oculta su verdadera identidad, compartiendo un sollado de apenas 600 metros cuadrados con cerca de 300 marineros. En ese reducido espacio, entre olor a sal, humedad y pólvora, aprendió a convivir con las privaciones y los códigos estrictos de la vida a bordo.
Bajo el nombre falso de Antonio María de Soto, ingresó en la sexta compañía del undécimo batallón de Infantería de Marina. Su destino la llevó a embarcar en la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, que años más tarde se haría tristemente célebre por su hundimiento, el 5 de octubre de 1804, bajo el mando del marino montillano Diego de Alvear y Ponce de León. Pero no se limitó a un solo navío: sirvió también en otras embarcaciones y vivió en primera línea de fuego episodios que marcaron la historia militar de la época.
Así, participó en los ataques a la comuna francesa de Banyuls-sur-Mer, en la defensa de Rosas, en pleno Alto Ampurdán, y en la batalla del Cabo de San Vicente, librada el 14 de febrero de 1797 frente a las costas del Algarve. Aquella jornada quedó grabada como una derrota española frente a la Armada británica, pero para Ana María de Soto fue también una prueba de su resistencia y valor.
La verdad sobre su identidad salió a la luz en 1798. Lejos de castigarla, el rey Carlos IV reconoció sus méritos: le concedió el grado y el sueldo de sargento primero, además de una pensión diaria de dos reales. Un año más tarde, en 1799, recibiría la licencia para regentar un estanco en Montilla.
Los historiadores sitúan aquel establecimiento bien en la actual Plazuela de la Inmaculada —antes Plaza del Peso— o, quizás, unos metros más abajo, en la antigua Plaza del Sotollón, en la confluencia de las calles Santa Ana, Enfermería, San Francisco Solano y Ballén.
Ese negocio, tan modesto como estable, se convirtió en el refugio donde Ana María de Soto cerró el capítulo más arriesgado de su vida. Lo mantuvo hasta su muerte, acaecida el 5 de diciembre de 1833, a los 58 años, en Montilla. Y aunque la historia quiso que pasara sus últimos días lejos del mar, su nombre quedó para siempre vinculado al vaivén de las olas y al eco de los cañones.
Hoy, 250 años después de su nacimiento, Aguilar de la Frontera y Montilla no solo evocan a una vecina ilustre, sino que reivindican a una mujer adelantada a su tiempo, que desafió las barreras sociales y militares del siglo XVIII.
Nacida en Aguilar el 16 de agosto de 1775, hace justo 250 años, en el seno del matrimonio entre el montillano Tomás de Soto Salas y la aguilareña Mencía Gertrudis de Alhama García, su vida acabaría uniendo para siempre a estas dos localidades de la Campiña Sur cordobesa.
En un mundo en el que la mar era un territorio casi sagrado para los hombres, Ana María de Soto decidió traspasar esa frontera. Y lo hizo con audacia y determinación, disfrazándose de varón para poder alistarse. De este modo, desde 1793 y hasta 1798, consiguió mantener oculta su verdadera identidad, compartiendo un sollado de apenas 600 metros cuadrados con cerca de 300 marineros. En ese reducido espacio, entre olor a sal, humedad y pólvora, aprendió a convivir con las privaciones y los códigos estrictos de la vida a bordo.
Bajo el nombre falso de Antonio María de Soto, ingresó en la sexta compañía del undécimo batallón de Infantería de Marina. Su destino la llevó a embarcar en la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, que años más tarde se haría tristemente célebre por su hundimiento, el 5 de octubre de 1804, bajo el mando del marino montillano Diego de Alvear y Ponce de León. Pero no se limitó a un solo navío: sirvió también en otras embarcaciones y vivió en primera línea de fuego episodios que marcaron la historia militar de la época.
Así, participó en los ataques a la comuna francesa de Banyuls-sur-Mer, en la defensa de Rosas, en pleno Alto Ampurdán, y en la batalla del Cabo de San Vicente, librada el 14 de febrero de 1797 frente a las costas del Algarve. Aquella jornada quedó grabada como una derrota española frente a la Armada británica, pero para Ana María de Soto fue también una prueba de su resistencia y valor.
La verdad sobre su identidad salió a la luz en 1798. Lejos de castigarla, el rey Carlos IV reconoció sus méritos: le concedió el grado y el sueldo de sargento primero, además de una pensión diaria de dos reales. Un año más tarde, en 1799, recibiría la licencia para regentar un estanco en Montilla.
Los historiadores sitúan aquel establecimiento bien en la actual Plazuela de la Inmaculada —antes Plaza del Peso— o, quizás, unos metros más abajo, en la antigua Plaza del Sotollón, en la confluencia de las calles Santa Ana, Enfermería, San Francisco Solano y Ballén.
Ese negocio, tan modesto como estable, se convirtió en el refugio donde Ana María de Soto cerró el capítulo más arriesgado de su vida. Lo mantuvo hasta su muerte, acaecida el 5 de diciembre de 1833, a los 58 años, en Montilla. Y aunque la historia quiso que pasara sus últimos días lejos del mar, su nombre quedó para siempre vinculado al vaivén de las olas y al eco de los cañones.
Hoy, 250 años después de su nacimiento, Aguilar de la Frontera y Montilla no solo evocan a una vecina ilustre, sino que reivindican a una mujer adelantada a su tiempo, que desafió las barreras sociales y militares del siglo XVIII.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR















































