La estación de Montilla celebra hoy su 160 aniversario arropada por la memoria de un tiempo en el que fue arteria vital de la ciudad. Inaugurada el 15 de agosto de 1865, aquella modesta construcción de ladrillo y teja trajo consigo una promesa que resonó durante generaciones: la de conectar esta localidad de la Campiña Sur Cordobesa con el resto del mundo.
Durante casi siglo y medio, entre el silbido agudo de las locomotoras, las columnas de vapor y el ir y venir de maletas, la estación de Montilla fue testigo de despedidas, reencuentros y sueños que se pusieron en marcha sobre raíles. Pero su actividad, poco a poco, se fue desvaneciendo.
Pocos lugares de Montilla han conocido un destino tan entrelazado con la historia local. Sus andenes vieron partir a jóvenes en busca de futuro, regresar a familias que habían emigrado y cargar vagones con el vino dorado de las bodegas de Montilla-Moriles, que encontraron en el ferrocarril un aliado para conquistar mercados más lejanos.
Y es que la estación de Montilla no era solo un lugar de tránsito: era un punto de encuentro, un escenario de vida en el que se mezclaban el olor metálico de las vías con el de las uvas recién prensadas, y donde los relojes parecían marcar la hora con la cadencia de los trenes.
La estación nació bajo el impulso de la Compañía del Ferrocarril de Córdoba a Málaga, una empresa creada en 1861 por el ingeniero Jorge Loring y Oyarzábal para unir la Campiña Cordobesa con la costa malagueña. Sin embargo, hubo una figura decisiva para que Montilla figurara en ese mapa ferroviario: el abogado madrileño Antonio Aguilar y Correa, octavo marqués de la Vega de Armijo, diputado por la localidad y ministro de Fomento.
Fue él quien, desde Madrid, defendió que el trazado incluyera una parada en Montilla. Su contribución quedaría para siempre inscrita en la ciudad, que dio su nombre a la avenida que corre paralela a la vía férrea para desembocar luego en la Avenida de Italia.
Desde el primer día, aquel 15 de agosto de 1865, la estación se convirtió en un hervidero. Tal y como recuerda Víctor Barranco en su blog Historia de Montilla, “el ferrocarril supuso un revulsivo económico, al acoger a viajeros y mercancías de los pueblos vecinos, que se desplazaban a la estación de Montilla a utilizar un medio de transporte que, durante varios años, tuvo un elevado número de usuarios”.
Esa actividad impulsó, incluso, la urbanización de la actual Avenida del Marqués de la Vega de Armijo, que pronto se transformó en una vía de conexión hacia localidades como Espejo, Castro del Río, Baena, Aguilar de la Frontera, La Rambla o incluso Écija.
No obstante, la vida ferroviaria no estuvo exenta de altibajos. Las dificultades económicas llevaron en 1877 a la integración de la línea en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Años después, la Guerra Civil y sus secuelas marcaron también la historia de la estación.
En el año 1941, con la nacionalización de la red, la gestión pasó a la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles (RENFE), que mantendría su control hasta finales de 2004, cuando Adif asumió la titularidad y Renfe Operadora la explotación.
A lo largo del siglo XX, la estación fue testigo de la transformación del transporte en España. Su edificio, sencillo y funcional, de dos plantas, se erguía al sureste del núcleo urbano, con un andén lateral cubierto, otro central y varias vías que atendían tanto a pasajeros como a mercancías.
Los vecinos recuerdan su sala de espera con bancos de madera, la taquilla donde se adquirían billetes a ciudades lejanas y el murmullo constante de conversaciones mezcladas con anuncios de megafonía. En sus últimos años de servicio de viajeros, la estación acogió trenes como los Alaris Barcelona-Málaga y los Regional Exprés Córdoba-Bobadilla.
Pero la llegada de la Alta Velocidad y la reordenación de líneas convencionales fueron restando paradas y, finalmente, el 23 de junio de 2013 partió el último tren de pasajeros. Desde entonces, la estación se dedica exclusivamente a funciones logísticas, si bien el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible adjudicó el pasado mes de julio un contrato para ampliar las vías de apartado de la estación, en el marco de un ambicioso proyecto de mejora ferroviaria en la provincia de Córdoba.
Mientras ese proyecto que permitirá el paso y estacionamiento de trenes de hasta 750 metros de longitud termina de hacerse realidad, la silueta de la estación, visible desde la Avenida de Italia, conserva el mismo aire de dignidad de sus mejores tiempos. En cierto modo, se ha transformado en un relicario urbano: un lugar que guarda en silencio la memoria de generaciones enteras que encontraron en el tren un billete hacia nuevas oportunidades.
Y aunque hoy sus vías no resuenan con el traqueteo de vagones repletos de viajeros, basta cerrar los ojos para imaginar de nuevo el sonido de una locomotora acercándose, el brillo del metal bajo el sol y el murmullo expectante de quienes aguardaban en el andén.
El aniversario de hoy no es solo una efeméride en el calendario. Es también un recordatorio de que, en sus 160 años de vida, la estación de Montilla ha sido mucho más que un edificio de ladrillo y acero. Ha sido testigo de el progreso de un pueblo, motor de su economía y escenario de incontables historias personales. Y quizá, en un futuro no tan lejano, el ferrocarril vuelva a escribir aquí un nuevo capítulo, devolviendo a estos andenes el bullicio que un día los definió.
Durante casi siglo y medio, entre el silbido agudo de las locomotoras, las columnas de vapor y el ir y venir de maletas, la estación de Montilla fue testigo de despedidas, reencuentros y sueños que se pusieron en marcha sobre raíles. Pero su actividad, poco a poco, se fue desvaneciendo.
Pocos lugares de Montilla han conocido un destino tan entrelazado con la historia local. Sus andenes vieron partir a jóvenes en busca de futuro, regresar a familias que habían emigrado y cargar vagones con el vino dorado de las bodegas de Montilla-Moriles, que encontraron en el ferrocarril un aliado para conquistar mercados más lejanos.
Y es que la estación de Montilla no era solo un lugar de tránsito: era un punto de encuentro, un escenario de vida en el que se mezclaban el olor metálico de las vías con el de las uvas recién prensadas, y donde los relojes parecían marcar la hora con la cadencia de los trenes.
La estación nació bajo el impulso de la Compañía del Ferrocarril de Córdoba a Málaga, una empresa creada en 1861 por el ingeniero Jorge Loring y Oyarzábal para unir la Campiña Cordobesa con la costa malagueña. Sin embargo, hubo una figura decisiva para que Montilla figurara en ese mapa ferroviario: el abogado madrileño Antonio Aguilar y Correa, octavo marqués de la Vega de Armijo, diputado por la localidad y ministro de Fomento.
Fue él quien, desde Madrid, defendió que el trazado incluyera una parada en Montilla. Su contribución quedaría para siempre inscrita en la ciudad, que dio su nombre a la avenida que corre paralela a la vía férrea para desembocar luego en la Avenida de Italia.
Desde el primer día, aquel 15 de agosto de 1865, la estación se convirtió en un hervidero. Tal y como recuerda Víctor Barranco en su blog Historia de Montilla, “el ferrocarril supuso un revulsivo económico, al acoger a viajeros y mercancías de los pueblos vecinos, que se desplazaban a la estación de Montilla a utilizar un medio de transporte que, durante varios años, tuvo un elevado número de usuarios”.
Esa actividad impulsó, incluso, la urbanización de la actual Avenida del Marqués de la Vega de Armijo, que pronto se transformó en una vía de conexión hacia localidades como Espejo, Castro del Río, Baena, Aguilar de la Frontera, La Rambla o incluso Écija.
No obstante, la vida ferroviaria no estuvo exenta de altibajos. Las dificultades económicas llevaron en 1877 a la integración de la línea en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Años después, la Guerra Civil y sus secuelas marcaron también la historia de la estación.
En el año 1941, con la nacionalización de la red, la gestión pasó a la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles (RENFE), que mantendría su control hasta finales de 2004, cuando Adif asumió la titularidad y Renfe Operadora la explotación.
A lo largo del siglo XX, la estación fue testigo de la transformación del transporte en España. Su edificio, sencillo y funcional, de dos plantas, se erguía al sureste del núcleo urbano, con un andén lateral cubierto, otro central y varias vías que atendían tanto a pasajeros como a mercancías.
Los vecinos recuerdan su sala de espera con bancos de madera, la taquilla donde se adquirían billetes a ciudades lejanas y el murmullo constante de conversaciones mezcladas con anuncios de megafonía. En sus últimos años de servicio de viajeros, la estación acogió trenes como los Alaris Barcelona-Málaga y los Regional Exprés Córdoba-Bobadilla.
Pero la llegada de la Alta Velocidad y la reordenación de líneas convencionales fueron restando paradas y, finalmente, el 23 de junio de 2013 partió el último tren de pasajeros. Desde entonces, la estación se dedica exclusivamente a funciones logísticas, si bien el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible adjudicó el pasado mes de julio un contrato para ampliar las vías de apartado de la estación, en el marco de un ambicioso proyecto de mejora ferroviaria en la provincia de Córdoba.
Mientras ese proyecto que permitirá el paso y estacionamiento de trenes de hasta 750 metros de longitud termina de hacerse realidad, la silueta de la estación, visible desde la Avenida de Italia, conserva el mismo aire de dignidad de sus mejores tiempos. En cierto modo, se ha transformado en un relicario urbano: un lugar que guarda en silencio la memoria de generaciones enteras que encontraron en el tren un billete hacia nuevas oportunidades.
Y aunque hoy sus vías no resuenan con el traqueteo de vagones repletos de viajeros, basta cerrar los ojos para imaginar de nuevo el sonido de una locomotora acercándose, el brillo del metal bajo el sol y el murmullo expectante de quienes aguardaban en el andén.
El aniversario de hoy no es solo una efeméride en el calendario. Es también un recordatorio de que, en sus 160 años de vida, la estación de Montilla ha sido mucho más que un edificio de ladrillo y acero. Ha sido testigo de el progreso de un pueblo, motor de su economía y escenario de incontables historias personales. Y quizá, en un futuro no tan lejano, el ferrocarril vuelva a escribir aquí un nuevo capítulo, devolviendo a estos andenes el bullicio que un día los definió.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: ARCHIVO / JUAN PABLO BELLIDO
FOTOGRAFÍA: ARCHIVO / JUAN PABLO BELLIDO





















































