Hace justo 95 años, el 5 de julio de 1930, Montilla sufrió el terremoto más intenso de su historia reciente. Poco después de las once de la noche, la tierra rugió bajo los pies de sus habitantes. El seísmo, "de gran violencia" según detallan las crónicas de la época, duró cerca de doce segundos y logró sembrar el caos y la desesperación entre muchas familias del municipio.
El epicentro se situó justo bajo el casco urbano, a unos treinta kilómetros de profundidad. La intensidad, estimada entre VII y VIII en la escala de Mercalli, lo catalogó como un terremoto “muy destructivo”. La madrugada se convirtió, así, en un recuerdo terrorífico e imborrable para quienes tuvieron la desgracia de perder sus viviendas con aquel temblor.
Los testimonios recogidos en la prensa de la época hablan de casas desplomadas, paredes agrietadas y tejados desmoronados. Se estimó que más de 250 viviendas del casco urbano quedaron completamente destruidas, y muchas más resultaron seriamente dañadas o prácticamente inhabitables.
Las calles más antiguas del casco histórico —Santa Brígida, San Francisco, Gran Capitán, Molinos Alta, Feria o Melgar— fueron algunas de las más castigadas. También sufrieron graves desperfectos edificios emblemáticos como la Parroquia de Santiago Apóstol, la Parroquia de San Sebastián o el Hospital de San Juan de Dios, anexo al Ayuntamiento de Montilla. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas mortales.
La mayoría de las casas afectadas pertenecían a familias humildes, que esa noche huyeron de sus hogares con lo puesto y pasaron las horas al raso, ante el temor de nuevas sacudidas. El periódico El Bien Público informó de que, al menos, doscientas casas habían quedado en estado ruinoso, por lo que fueron desalojadas por orden de las autoridades.
Como suele ocurrir en situaciones de esta índole, la solidaridad se activó con rapidez: se organizaron funciones benéficas, colectas públicas y hasta una becerrada con fines solidarios. El diario ABC, en su edición del 29 de julio, detalló que ya se habían recaudado más de 20.000 pesetas. El Gobierno de España, presidido por el general Dámaso Berenguer, concedió una ayuda extraordinaria de un millón de pesetas para afrontar la reconstrucción.
Según las crónicas de la época, también hubo lugar para el pillaje. De hecho, Antonio Carbonell Trillo-Figueroa, ingeniero de minas y reputado estudioso del fenómeno sísmico, advirtió en uno de sus informes que se achacaron al temblor “derrumbamientos de edificios que ya estaban en estado deplorable”, intentando así camuflar el abandono previo bajo el manto de la desgracia para poder aprovechar las ayudas gubernamentales.
Pero Montilla no fue el único municipio cordobés en sufrir los efectos devastadores de este terremoto. En Espejo, la torre de la iglesia se desplomó y el techo del colegio San Miguel quedó inutilizado. En Fernán Núñez, las campanas doblaron solas por la sacudida. Y en numerosas poblaciones de la provincia, la gente salió despavorida de sus casas. Nadie durmió tranquilo aquella noche.
La onda sísmica, que llegó a replicarse hasta en trece ocasiones, se dejó notar también en Aguilar de la Frontera, Baena, Lucena y Puente Genil, así como en la capital cordobesa. De igual modo, vecinos de municipios como Casariche, Antequera, Granada, Ciudad Real, Sevilla, Almería o incluso Madrid reportaron incidencias de mayor o menor intensidad como consecuencia de aquel temblor de tierra con epicentro en Montilla.
"En Aguilar, algunos edificios sufrieron daños de diversa consideración pero sin llegar, ni por asomo, a alcanzar el grado de destrucción que el terremoto ocasionó en la población de Montilla, donde el temblor sembró el pánico entre las gentes que se encontraban en sus casas, en la calle, en el cine o en el teatro", detalla Rafael Espino Navarro, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (Aremehisa).
Tres semanas más tarde, el 27 de julio, Aguilar de la Frontera promovió una procesión de Acción de Gracias con las imágenes de Jesús Nazareno y de la Virgen del Soterraño. "El acto religioso fue presidido por el gobernador civil, autoridades provinciales, así como los alcaldes de Aguilar de la Frontera, Montilla, Montemayor, Moriles y otros pueblos de la provincia", detalla Rafael Espino.
La tragedia de 1930 tuvo lugar en un contexto convulso. Apenas unos meses antes, el régimen de Primo de Rivera había caído, y en Montilla, ese mismo año, se sucedieron tres alcaldes distintos. El desconcierto político coincidió, irónicamente, con el que provocó el propio terremoto. Como detalle curioso, el Ayuntamiento de Montilla nombró entonces alcalde honorario de la ciudad al presidente de la República Argentina, Marcelo Torcuato de Alvear, nieto del insigne marino montillano Don Diego de Alvear y Ponce de León.
El recuerdo de aquel sismo ha perdurado, entre otras cosas, porque desde entonces no ha habido en la provincia de Córdoba otro de semejante magnitud. Montilla ha sentido otros temblores a lo largo del siglo XX: en 1936, en 1985, en 1996 (con una magnitud de 5,6 grados), y en 2003. Pero ninguno dejó la misma huella.
Con todo, el del 5 de julio de 1930 no fue, en absoluto, el primer gran terremoto que sacudió Montilla. El 1 de noviembre de 1755, el terrible seísmo de Lisboa —uno de los mayores de la historia europea, con una magnitud estimada de entre 8,5 y 9 grados— también dejó sentir su furia en la localidad de la Campiña Sur.
Aquel día, entre las 9.45 y las 10.00 de la mañana, la tierra tembló durante varios minutos, según los cronistas de entonces. En Montilla, se contabilizaron, al menos, 52 viviendas inhabitables, y los principales templos y conventos quedaron seriamente dañados. De hecho, la torre de la Parroquia de Santiago Apóstol se resquebrajó hasta el punto de tener que ser derribada y sustituida por la actual, diseñada por el maestro José Vela y terminada en 1789.
Según la historiadora María Araceli Calvo Serrano, en su tesis El Patrimonio Monumental de Montilla: caso de la Parroquia de Santiago Apóstol, aquel terremoto fue un punto de inflexión para la arquitectura religiosa de la localidad. Y es que no solo se perdió una torre del siglo XVI, obra de Hernán Ruiz III –autor del campanario de la Mezquita-Catedral de Córdoba–, sino que también se vieron afectadas la techumbre, la fachada y varias capillas del templo.
El seísmo de Lisboa se sintió con gran fuerza en Córdoba y Sevilla, y devastó buena parte de la costa atlántica andaluza. En Córdoba capital, los barrios de Santa Marina y San Lorenzo fueron duramente golpeados, y muchos templos tuvieron que ser desalojados. Prácticamente no hubo edificio que no sufriera algún tipo de daño.
Aunque separados por casi dos siglos, los terremotos de 1755 y 1930 comparten algo más que una sacudida violenta. Ambos se integraron en la memoria colectiva de Montilla como momentos en los que el suelo pareció volverse enemigo. Hoy, noventa y cinco años después del último gran seísmo, la ciudad recuerda el temblor, el miedo y las casas caídas. Pero, también, la fuerza de voluntad de todo un pueblo para volver a ponerse en pie.
El epicentro se situó justo bajo el casco urbano, a unos treinta kilómetros de profundidad. La intensidad, estimada entre VII y VIII en la escala de Mercalli, lo catalogó como un terremoto “muy destructivo”. La madrugada se convirtió, así, en un recuerdo terrorífico e imborrable para quienes tuvieron la desgracia de perder sus viviendas con aquel temblor.
Los testimonios recogidos en la prensa de la época hablan de casas desplomadas, paredes agrietadas y tejados desmoronados. Se estimó que más de 250 viviendas del casco urbano quedaron completamente destruidas, y muchas más resultaron seriamente dañadas o prácticamente inhabitables.

Las calles más antiguas del casco histórico —Santa Brígida, San Francisco, Gran Capitán, Molinos Alta, Feria o Melgar— fueron algunas de las más castigadas. También sufrieron graves desperfectos edificios emblemáticos como la Parroquia de Santiago Apóstol, la Parroquia de San Sebastián o el Hospital de San Juan de Dios, anexo al Ayuntamiento de Montilla. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas mortales.
La mayoría de las casas afectadas pertenecían a familias humildes, que esa noche huyeron de sus hogares con lo puesto y pasaron las horas al raso, ante el temor de nuevas sacudidas. El periódico El Bien Público informó de que, al menos, doscientas casas habían quedado en estado ruinoso, por lo que fueron desalojadas por orden de las autoridades.
Como suele ocurrir en situaciones de esta índole, la solidaridad se activó con rapidez: se organizaron funciones benéficas, colectas públicas y hasta una becerrada con fines solidarios. El diario ABC, en su edición del 29 de julio, detalló que ya se habían recaudado más de 20.000 pesetas. El Gobierno de España, presidido por el general Dámaso Berenguer, concedió una ayuda extraordinaria de un millón de pesetas para afrontar la reconstrucción.

Según las crónicas de la época, también hubo lugar para el pillaje. De hecho, Antonio Carbonell Trillo-Figueroa, ingeniero de minas y reputado estudioso del fenómeno sísmico, advirtió en uno de sus informes que se achacaron al temblor “derrumbamientos de edificios que ya estaban en estado deplorable”, intentando así camuflar el abandono previo bajo el manto de la desgracia para poder aprovechar las ayudas gubernamentales.
Pero Montilla no fue el único municipio cordobés en sufrir los efectos devastadores de este terremoto. En Espejo, la torre de la iglesia se desplomó y el techo del colegio San Miguel quedó inutilizado. En Fernán Núñez, las campanas doblaron solas por la sacudida. Y en numerosas poblaciones de la provincia, la gente salió despavorida de sus casas. Nadie durmió tranquilo aquella noche.
La onda sísmica, que llegó a replicarse hasta en trece ocasiones, se dejó notar también en Aguilar de la Frontera, Baena, Lucena y Puente Genil, así como en la capital cordobesa. De igual modo, vecinos de municipios como Casariche, Antequera, Granada, Ciudad Real, Sevilla, Almería o incluso Madrid reportaron incidencias de mayor o menor intensidad como consecuencia de aquel temblor de tierra con epicentro en Montilla.
"En Aguilar, algunos edificios sufrieron daños de diversa consideración pero sin llegar, ni por asomo, a alcanzar el grado de destrucción que el terremoto ocasionó en la población de Montilla, donde el temblor sembró el pánico entre las gentes que se encontraban en sus casas, en la calle, en el cine o en el teatro", detalla Rafael Espino Navarro, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (Aremehisa).
Tres semanas más tarde, el 27 de julio, Aguilar de la Frontera promovió una procesión de Acción de Gracias con las imágenes de Jesús Nazareno y de la Virgen del Soterraño. "El acto religioso fue presidido por el gobernador civil, autoridades provinciales, así como los alcaldes de Aguilar de la Frontera, Montilla, Montemayor, Moriles y otros pueblos de la provincia", detalla Rafael Espino.
La tragedia de 1930 tuvo lugar en un contexto convulso. Apenas unos meses antes, el régimen de Primo de Rivera había caído, y en Montilla, ese mismo año, se sucedieron tres alcaldes distintos. El desconcierto político coincidió, irónicamente, con el que provocó el propio terremoto. Como detalle curioso, el Ayuntamiento de Montilla nombró entonces alcalde honorario de la ciudad al presidente de la República Argentina, Marcelo Torcuato de Alvear, nieto del insigne marino montillano Don Diego de Alvear y Ponce de León.

El último gran terremoto en Montilla
El recuerdo de aquel sismo ha perdurado, entre otras cosas, porque desde entonces no ha habido en la provincia de Córdoba otro de semejante magnitud. Montilla ha sentido otros temblores a lo largo del siglo XX: en 1936, en 1985, en 1996 (con una magnitud de 5,6 grados), y en 2003. Pero ninguno dejó la misma huella.
Con todo, el del 5 de julio de 1930 no fue, en absoluto, el primer gran terremoto que sacudió Montilla. El 1 de noviembre de 1755, el terrible seísmo de Lisboa —uno de los mayores de la historia europea, con una magnitud estimada de entre 8,5 y 9 grados— también dejó sentir su furia en la localidad de la Campiña Sur.
Aquel día, entre las 9.45 y las 10.00 de la mañana, la tierra tembló durante varios minutos, según los cronistas de entonces. En Montilla, se contabilizaron, al menos, 52 viviendas inhabitables, y los principales templos y conventos quedaron seriamente dañados. De hecho, la torre de la Parroquia de Santiago Apóstol se resquebrajó hasta el punto de tener que ser derribada y sustituida por la actual, diseñada por el maestro José Vela y terminada en 1789.

Según la historiadora María Araceli Calvo Serrano, en su tesis El Patrimonio Monumental de Montilla: caso de la Parroquia de Santiago Apóstol, aquel terremoto fue un punto de inflexión para la arquitectura religiosa de la localidad. Y es que no solo se perdió una torre del siglo XVI, obra de Hernán Ruiz III –autor del campanario de la Mezquita-Catedral de Córdoba–, sino que también se vieron afectadas la techumbre, la fachada y varias capillas del templo.
El seísmo de Lisboa se sintió con gran fuerza en Córdoba y Sevilla, y devastó buena parte de la costa atlántica andaluza. En Córdoba capital, los barrios de Santa Marina y San Lorenzo fueron duramente golpeados, y muchos templos tuvieron que ser desalojados. Prácticamente no hubo edificio que no sufriera algún tipo de daño.
Aunque separados por casi dos siglos, los terremotos de 1755 y 1930 comparten algo más que una sacudida violenta. Ambos se integraron en la memoria colectiva de Montilla como momentos en los que el suelo pareció volverse enemigo. Hoy, noventa y cinco años después del último gran seísmo, la ciudad recuerda el temblor, el miedo y las casas caídas. Pero, también, la fuerza de voluntad de todo un pueblo para volver a ponerse en pie.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
FOTOGRAFÍA: BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

