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Manuel Bellido Mora | Las 27 vidas del Señor Dudda (I)

Gernot Eckehard Dudda era solo un veinteañero cuando llegó a Burgos. Traía un equipaje mínimo: una maleta y un trombón, con el que lo mismo tocaba Bésame mucho, que una pieza de jazz, algo de clásica, o un pasodoble, según conviniera. Procedía de Elbing, una pequeña ciudad alemana junto al mar Báltico. Lo cuenta su hijo Ricardo Dudda en un asombroso libro. Adentrarse en él es descubrir, en este caso, que la realidad es más potente que cualquier desatada ficción. Vean si no.


Es un luterano que terminó enganchado como devoto fervoroso a la Virgen del Rocío, un traductor que abrillantó el lenguaje del marketing, un tipo que no sabía nada de vinos generosos, pero que, sin embargo, dirigió una bodega bañada por el Guadalete.

El señor Dudda es un experto en anuncios que nunca ha necesitado darse autobombo. Felipe González le entregó en Bruselas el premio Euro-Ad de publicidad en presencia de Alfonso Guerra. De esto, de su fabuloso ingenio para diseñar campañas de promoción, le queda algún recorte de prensa.

Con él, con esa manera tan suya de pronunciar el español, la voz inglesa marketing se castellanizó en una doble operación: introdujo la mercadotecnia en el lenguaje empresarial, a la vez que en el diccionario de la RAE adquiría naturaleza hispana el márquetin, adaptación gráfica y fonética del original anglosajón. Ambas cosas sirven para lo mismo, para estimular la demanda de un producto, para vendernos una moto, si es preciso.

De otras cosas se había olvidado, o no había reparado en ellas. O eran recuerdos borrosos, sombríos, extraviados en una maraña casi impenetrable. Al conversar con su hijo para hacer el libro Mi padre alemán, todo fue aflorando como en una excavación arqueológica, incluso los capítulos más negros y dolorosos de su familia.

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El humor, y también el trabajo, eso de ser un correcaminos con múltiples reencarnaciones, lo han salvado. Le han servido para fabricarse una identidad compacta como si fuera una célula más de su cuerpo. Nació en un país ahora inexistente. Los enfurecidos vientos de la geopolítica borraron a Prusia de los mapas, después de la Segunda Guerra Mundial. Y en cierto modo, también lo barrieron a él. Son esa clase de hechos que, primero, te desnortan, pero que a la vez te impulsan a renacer. Y resulta que en una de sus vidas, el señor Dudda estuvo muy relacionado con Montilla.

Él personalmente lo cuenta con detalle, con su amistoso tono tan característico, que parece venir desde muy lejos, como él mismo. Es una voz que me habla al otro lado del teléfono desde El Hoyo, la casa en la que vive retirado cerca de Mazarrón. Es cálida, jocosa, jovial a pesar de todo. Es, por definirla de algún modo, una especie de simbiosis fonética de su recio acento alemán, que nunca lo ha abandonado del todo, impregnada del salitre sureño. Escucharlo es apasionante.

“En 1968 comienza mi relación con las Bodegas Alvear. Por casualidad estaba leyendo el periódico 'ABC' un día en Burgos donde yo estaba trabajando, y entre sus páginas había un anuncio de una bodega en la zona de Jerez que buscaba un director de Exportación. Y los requisitos que se pedían para conseguir el puesto es que había que ser bilingüe o, incluso mejor, dominar tres idiomas, una condición que yo reunía con diferencia”.

“Me puse en contacto con la empresa y resulta que el contacto era en Madrid con Álvaro Alvear que, además de bodeguero, era director general de Protisa, una empresa de proyectos tecnológicos. Quedamos en vernos y como en aquellos años los españoles flaqueaban en la cuestión de idiomas extranjeros, no era el fuerte de los jóvenes en España, es por lo que francamente yo era el único que cumplía todos los requisitos”.

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“Me contrataron y me explicaron a dónde tenía que ir para este nuevo trabajo. Me hablaron muy bien de El Puerto de Santa María, donde Alvear había fundado una nueva empresa de vinos de Jerez”. A partir de noviembre de ese año, el señor Dudda empezó a ejercer como director de Exportación de esa bodega. Pero cuál sería su sorpresa cuando comprobó un detalle que lo dejó perplejo: iba a empezar a trabajar directamente como jefe en una plantilla laboral inexistente, ya que el director de Exportación –es decir, él mismo– era el único personal de la empresa.

“Todo estaba recién montado con dos naves de bodega que estaba en la calle Cruces de esta localidad gaditana. Empecé a trabajar con un problema adicional, porque en aquellos años no abundaba la construcción de pisos en Andalucía, con lo que tuve algunas dificultades para encontrar casa”.

A pleno sol sureño, la luminosa claridad le abrió los ojos. Gernot tuvo que aclimatarse a marchas forzadas. El frío de Burgos se iba a transmutar en calor asfixiante en pocos días. Miró a su alrededor y vio la realidad. “Casi todo el mundo vivía de una forma humilde, aunque amable, pero sin viviendas adecuadas en aquellos tiempos difíciles. Para mí, también fue muy complicado conseguir un piso. Antes de irme para el sur, me casé con una burgalesa, metí todos los trastos en mi coche, un Opel Rekord con matrícula de Alemania, y nos pusimos en ruta con destino a El Puerto de Santa María”.

El plan de trabajo e incorporación acordado con la dirección de Alvear contemplaba un breve periodo de adaptación. Era necesario recibir unas nociones básicas del negocio de vinos al que se iba a dedicar, para él desconocido por completo. Esa fue su primera toma de contacto físico con Montilla.

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En un mes aproximadamente, casi un curso exprés, se familiarizó con el complejo mundo del vino. “Me explicaron en qué consistía mi labor, porque yo hasta entonces apenas sabía nada de vinos finos y demás. Pasé días enteros venenciando de la mañana a la noche, empapándome además de la línea profesional de la empresa, conociendo todos y cada uno de los productos”.

“Y finalmente llegó el gran momento cuando encontraron un piso para mí y mi familia en la calle Virgen de los Milagros, en El Puerto de Santa María. Y así empezó mi relación con este trabajo, con la Bodega Portalto, S.A. La idea era vender vino de Jerez a los clientes que ya eran habituales en Alvear, y viceversa. Por eso, el primer paso consistía en que yo cogía un listado con la relación de clientes de Alvear en el extranjero, preparé una buena maleta y me fui de viaje a Alemania, Holanda, Inglaterra, Dinamarca…”.

“Hice una ronda con los clientes ya existentes para introducir la nueva marca. Fue una labor complicada, había que tener una buena cartera para estar un mes fuera sin volver a casa, era bastante caro”. Gernot Dudda desencadena recuerdos, los libera como en una suelta de una criatura que así, hablando copiosamente, se reencuentra consigo mismo, con el mar abierto de la existencia. Aquellos primeros y titubeantes pasos fueron días felices para él.

“Yo estaba muy contento en El Puerto, porque el negocio fue creciendo, tenía muchos amigos de Jerez con los que pasé mucho tiempo que me ayudaron a tener un buen ritmo de trabajo, lo que incluía gestiones y papeleos en Sevilla, en las diferentes administraciones. Pero todo aquel tiempo, también el que después pasé en Córdoba, fue uno de los más dichosos de mi vida”.

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“Conseguimos nuestra meta de ampliar la cartera de clientes, y después de mi marcha se mantuvo la exportación a buen ritmo, hasta que Álvaro y Fernando Alvear decidieron vender aquella bodega de El Puerto a una de las firmas de Jerez, porque la ubicación de las naves estaba bastante cerca del río, lo que era una importante ventaja para mejorar la calidad de los vinos en contacto con la humedad: esta cercanía es fundamental. La vendieron a muy buen precio, tengo entendido. Teníamos únicamente vino fino y algún bocoy de amontillado, pero lo que se vendía esencialmente era vino generoso”.

Vitalista y animoso, Gernot echa cuentas y resulta que una importante porción de su longeva trayectoria posee acento meridional; de hecho, su particular manera de expresarse en una amalgama de raíces, de jerga vinatera y aromas vecinales que se fueron pegando a su piel de nómada.

“Estuve en total doce años: cinco en El Puerto de Santa María y siete más en Montilla, aunque la casa la teníamos en Córdoba, por ser la preferencia de mi mujer. Ella no quería ir a vivir en un pueblo, cosa que no entiendo, y por eso teníamos un piso bastante majo en Córdoba. Yo hacía diariamente la ruta de Córdoba a Montilla por una carretera que no tiene nada que ver con la autovía que tenemos ahora mismo. Era una ruta difícil. Y allí, en Montilla, tenía el vínculo con la exportación. Todos aquellos años, trabajé junto a mi amigo Rafalito Rodríguez Panadero. Y además también hice una buena amistad con Paco Hidalgo y con otros compañeros”.


La estratégica batalla del brandi Alvear


Por tradición histórica y contactos familiares, Alvear ya había abierto en el pasado vías con el exterior. De lo que se trataba era de ampliarlas y darle consistencia basándose en métodos modernos de venta y promoción. Y esta misión no era asunto fácil.

Pero con el señor Dudda parecía no existir misión imposible alguna. “Puse en marcha, como quien dice, un departamento de Marketing, que entonces era toda una novedad en Montilla. Trabajé con la división comercial, para introducir nuestros productos en más áreas de venta”.

“Sabíamos que en Málaga nos iba muy bien, incluso en las cartas de menú de los mejores establecimientos de la Costa del Sol figuraba Alvear y similares si se hablaba de vinos finos. Recorrí España de arriba a abajo, yo creo que hice al año más de cien mil kilómetros. Y teníamos éxito porque nos apoyábamos en un planteamiento de marketing bastante ajustado en lo que se refiere a la venta de brandis, porque el brandi de Alvear era de una excelente calidad, aunque no se vendía lo suficiente”.

“Entonces, ideamos un plan para apoyar el aumento de su consumo. Hicimos degustaciones directas en muchos bares y restaurantes de toda España. Fue el arranque de este producto porque lo que teníamos era de mucha calidad. Decidimos no hacer publicidad en televisión para el brandy, para concentrar buena parte del esfuerzo presupuestario en el 'CB'. Para nosotros, era muy importante conseguir entrar en zonas donde, para el café, se usaban mucho los ponches, los carajillos, etcétera, de menor calidad”.

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“Conseguimos cambiar esa tendencia demostrando que, prácticamente por el mismo precio, podían tener un brandi Alvear de mucha más altura. Tuvimos un éxito notable porque nos manejábamos con un producto muy bueno, y muy reconocido después, es decir, que lo logramos con degustaciones directas”.

En lo que sigue se juntan picaresca de vieja estirpe y una concepción sexista de la publicidad, propia de aquellos años en los que en cada esquina de nuestra geografía proliferaban los concursos de majas y guapas de España. Que esos certámenes se anunciasen con la palabra inglesa miss, queriéndole dar así un aspecto internacional, no los sacaba de rancios. Se trataba de vender a costa de tópicos y batas de cola.

“Para ello nos aliamos con la belleza. Contratamos a un grupo de jóvenes mujeres muy atractivas con el traje regional andaluz, también con atuendos de bandoleros. Y todo aquello, aunque ahora resulte un poco antiguo y chocante, dio un gran resultado. Eran acciones publicitarias directas que tenían gran repercusión en todas las ciudades donde las llevamos a cabo”.

“En Córdoba, además, implicamos a los taxistas en la promoción del brandi Alvear. Hicimos un poco de trampa. Utilizamos un adhesivo que era muy difícil de despegar de las chapas de los coches, por lo que la promoción, así, se prolongó varios meses, paseando el nombre de Alvear por toda Córdoba en cada viaje.

BODEGAS ALVEAR - TWIST

Aquella etiqueta tan persistente la diseñamos con la ayuda de unos amigos de Jerez, y de su impresión se encargó una empresa de Barcelona. Con la persuasión de las chicas conseguimos fijar el adhesivo en casi todos los taxis de Córdoba”.

Qué duda cabe que aquella fue lo que se dice una campaña pegadiza. Y resistente, pues no había forma de arrancarla de las chapas de los vehículos de transporte de viajeros. “Después de la promoción, ellos, los chóferes, querían quitar la etiqueta del automóvil, y era imposible.

Tres o cuatro años más tarde, yo seguía viendo aquella pegatina publicitaria en cada taxi de Córdoba. Seguían con ella, aunque no quisieran. Esta acción tuvo mucho eco en la prensa local, porque lo que se vendió es que Alvear colaboraba con estos profesionales del volante. Fue un plan muy bien pensado, vamos a llamarlo así”.

De la mano y la intuición de Gernot Dudda, la empresa de la familia Alvear siempre tuvo ideas muy claras para realizar todo tipo promociones en diferentes sitios, algunas verdaderamente ingeniosas. Acudían a las ferias profesionales, a las exposiciones, pero siempre quedaba una asignatura pendiente: lograr introducirse en el medio más potente, capaz de generar un impacto nacional.

AYUNTAMIENTO DE MONTILLA - EXPOSICIÓN PERMANENTE DE EL GRAN CAPITÁN

Pero, entonces, las tarifas de televisión eran disuasivas por su alto coste, aunque tener un anuncio en la pequeña pantalla era el un salvoconducto de prestigio que permitía acceder a miles de hogares. Y de nuevo, se optó por exprimir el estereotipo.

“Trabajábamos con una agencia de publicidad en Madrid, se llamaba Didos. Eran verdaderos profesionales. Ellos negociaron un precio bastante bueno para televisión. Y entonces decidimos costear un spot, basado en el rito del flamenco, en el compás de las palmas, una creación muy flamenca en la que intervenía un venenciador. Aparecía gente bebiendo con un buen catavino con la marca Alvear. Estaba bien diseñado, pero el presupuesto no daba para mucho más”.

“Se filmaba con técnica cinematográfica en un estudio de Madrid, y como refuerzo, cuando queríamos mostrar un escenario de categoría, se alquilaba un piso en el Paseo de la Castellana de la capital. Queríamos transmitir que era un producto de alto standing con una escenografía de muebles y personas acorde con lo que anunciábamos”.

“Eran spots que se concentraban alrededor de una feria de muestras importantes, alguna cita comercial muy relevante para la empresa, más en la televisión que en el cine, donde estos anuncios se proyectaban más esporádicamente. También se intensificaba su uso de cara a las celebraciones y fiestas de Navidad y Año nuevo. Pero nunca fue fruto de un plan de marketing serio y elaborado”.

MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: MANUEL BELLIDO MORA (CEDIDAS)

CENTRO DE RECONOCIMIENTO MÉDICO SAN JOSÉ - MONTILLA (CÓRDOBA)

SUMINISTROS AGRÍCOLAS LUQUE - MONTILLA


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