El Cristo de la Tabla, el original icono del crucificado que se venera en la capilla del Chantre de la Parroquia de Santiago Apóstol de Montilla, fue ayer retirado del culto para su traslado al Museo del Prado, donde formará parte de Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro, una magna exposición que permitirá disfrutar en la capital de España de esta singular obra que fue restaurada en 2022 gracias a una ayuda de la Junta de Andalucía por valor de 13.900 euros.
La muestra, que podrá visitarse desde el próximo 19 de noviembre hasta el 2 de marzo de 2025, está comisariada por Manuel Arias Martínez, jefe del Departamento de Escultura del Museo Nacional del Prado, y pretende ilustrar la incansable búsqueda de realismo en el arte español del Renacimiento y del Barroco en todo aquello que afectaba a la envoltura de la figura, tal y como avanzó en primicia Montilla Digital.
"Mostrar la integración natural de la pintura en la escultura y su triunfo en el mundo hispánico, siempre a partir de la tradición greco-latina, y destacar el valor de lo tridimensional como instrumento de persuasión, son algunos de los objetivos de esta exposición que destacará por su contenido escenográfico", sostienen desde la principal pinacoteca de España.
A partir de un centenar de obras, pinturas, estampas y esculturas –entre las que se encuentra el Cristo de la Tabla de la Parroquia de Santiago Apóstol–, se mostrará cómo esa tercera dimensión era la fórmula para hacer más creíble la divinidad, que producía el efecto deseado cuando interactuaba con el color para hacerse más verosímil.
El Cristo de la Tabla es una pintura sobre tela en la que aparecen representados san Juan Evangelista, la Virgen María y un Cristo superpuesto, policromado sobre madera en una cruz de madera dorada y con una cartela de plata. El conjunto, que escenifica el pasaje evangélico de la crucifixión en el Monte Calvario, "tiene un gran interés artístico e histórico", tal y como reconocen desde la principal pinacoteca de España.
Las referencias más antiguas que existen sobre la obra datan de 1610, cuando se realizó un inventario de la decoración de la capilla de las Ánimas de la Parroquia de Santiago Apóstol con motivo de una visita pastoral, en el que se aludía a un "crucifijo pintado en una tabla. Cortada la tabla y clavado en una cruz que está en la capilla de las Ánimas", tal y como desveló el historiador montillano Antonio Luis Jiménez Barranco.
"Sus rasgos estilísticos renacentistas revelan que pudo ser realizada en los años centrales del siglo XVI y debe su originalidad y belleza a que se encuentra plasmada al óleo sobre un tablero de dos centímetros de grosor y 152 de altura, recortado por la silueta anatómica del crucificado", detalla el investigador en Perfiles montillanos.
La calidad artística y la singularidad de la obra ha despertado desde siempre la curiosidad de los cronistas locales. No en vano, en 1777, Antonio Marcelo Jurado y Aguilar, en su manuscrita Historia de Montilla, describe la capilla de las Ánimas y alude al Santo Cristo de la Tabla, "pintura antigua y de especial devoción".
Más prolijo es su coetáneo, Francisco de Borja Lorenzo Muñoz quien, dos años después, describe la sagrada imagen de Jesús Crucificado, una "pintura portentosa en la misma tabla de la Cruz", de "hechura grande", que, según el cronista, "causa suma veneración y devoción".
Tal y como destaca Antonio Luis Jiménez, "se tiene constancia de que, al menos en dos ocasiones, este original icono de Jesús Crucificado salió en procesión general por las calles de Montilla". En efecto, según las actas capitulares del Concejo municipal, los miembros del cabildo asistieron en enero de 1699 a la procesión del Santo Cristo de la Tabla y Nuestra Señora del Rosario que se celebró a petición de los padres misioneros. "Igualmente, en diciembre de 1726, el cabildo costeó la cera que se gastó en la procesión que se hizo al Cristo de la Tabla en la rogativa del agua", detalla el investigador montillano.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el Cristo de la Tabla presidió la sacristía mayor de la Parroquia de Santiago Apóstol y gozó de donaciones particulares que sus devotos le ofrecieron en sus últimas voluntades. Tal fue el caso de Beatriz de Chaves, viuda de Rodrigo Ortiz y vecina de la calle Trillo, que el 29 de noviembre de 1653 otorgaba en su testamento "al Santo Cristo de la Tabla que está en la capilla de las Ánimas de la iglesia parroquial del Señor Santiago de esta ciudad una arroba de aceite para que se gaste en su lámpara”.
No obstante, la fundación piadosa de mayor entidad que recibió el Cristo de la Tabla fue dotada por Luisa Granados de Bonilla, mujer de Pedro Antonio Melero y Varo, fallecida el 4 de julio de 1725. Según desveló Antonio Luis Jiménez, puso a disposición "una haza de tres fanegas de tierra calma de cuerda mayor" en La Navilla de Cortijo Blanco para poder financiar, de manera perpetua, "una misa de fiesta solemne" en el día de la Invención de la Santa Cruz "en la capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla".
"Según consta en el Archivo Parroquial de Santiago, el día 3 de mayo, festividad de la Invención de la Cruz, se iniciaba con un repique de campanas a mediodía y por la noche y a última hora del día tenía lugar una procesión claustral de cuatro capas con música de órgano hasta la capilla de las Ánimas", describe Antonio Luis Jiménez, quien añade que "una vez allí, comenzaba la misa dotada por Luisa Granados, que contaba con el acompañamiento de diáconos y que finalizaba con la lectura de los Actos de Fe".
Según el autor de Perfiles montillanos, fruto de la gran veneración de la que gozó el Señor de la Tabla, "en pleno barroco le fueron añadidas la cruz tallada y sobredorada que le sostiene y la cartela del INRI en plata labrada", además del amplio óleo sobre lienzo que completa la escena del Calvario con las imágenes de la Virgen dolorosa y San Juan, en su parte terrenal, mientras que en la superior aparecen, entre nubes, una serie de ángeles plañideros portadores de los símbolos de la Pasión.
A principios del siglo XX, el Cristo de la Tabla fue trasladado de la capilla de las Ánimas a la de San Juan, como se aprecia en una imagen de 1929 de la Universidad de Sevilla. "Esta capilla sufrió una gran transformación en 1917, año en que el primer tramo de la misma fue dedicado a baptisterio y espacio de apoteosis solanista", recordó Antonio Luis Jiménez, quien detalla que un inventario parroquial de 1914 detalla que el Cristo de la Tabla se hallaba en la capilla de San Juan Bautista.
El historiador montillano también destaca la vinculación de la obra que ahora viajará hasta el Museo del Prado con san Juan de Ávila, orientador espiritual de san Francisco de Borja, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús y Fray Luis de Granada, además de figura preeminente durante el Siglo de Oro.
En ese sentido, Antonio Luis Jiménez dedicó un pormenorizado estudio a un episodio ocurrido en la Parroquia de Santiago entre el Apóstol de Andalucía y un caballero de la villa que estaba enemistado con un vecino, que se recoge en el Proceso de Beatificación del Maestro Juan de Ávila, que "está repleto de pasajes y pormenores del quehacer diario del Maestro de Santos, siendo la fuente básica que utilizaron sus primeros biógrafos".
De los cuarenta testigos montillanos que se personaron para ofrecer sus declaraciones al proceso para elevar a los altares a san Juan de Ávila, 23 de ellos manifestaron ser conocedores del episodio que vincula al Doctor de la Iglesia universal con el Cristo de la Tabla de la Parroquia de Santiago Apóstol y que, según Jiménez Barranco, "hubo de acontecer entre 1550 y 1569, período de estancia permanente del Maestro Ávila en Montilla".
De hecho, los biógrafos Luis Muñoz y Martín Ruiz de Mesa publicaron en el siglo XVII una reconstrucción de los hechos, que aluden a "dos personas honradas, encontradas con odio capital y vengativo", que el Maestro de Santos ayudó a reconciliar encomendándolos al singular crucificado que, en apenas unos días, podrá contemplarse en la capital de España.
La muestra, que podrá visitarse desde el próximo 19 de noviembre hasta el 2 de marzo de 2025, está comisariada por Manuel Arias Martínez, jefe del Departamento de Escultura del Museo Nacional del Prado, y pretende ilustrar la incansable búsqueda de realismo en el arte español del Renacimiento y del Barroco en todo aquello que afectaba a la envoltura de la figura, tal y como avanzó en primicia Montilla Digital.
"Mostrar la integración natural de la pintura en la escultura y su triunfo en el mundo hispánico, siempre a partir de la tradición greco-latina, y destacar el valor de lo tridimensional como instrumento de persuasión, son algunos de los objetivos de esta exposición que destacará por su contenido escenográfico", sostienen desde la principal pinacoteca de España.
A partir de un centenar de obras, pinturas, estampas y esculturas –entre las que se encuentra el Cristo de la Tabla de la Parroquia de Santiago Apóstol–, se mostrará cómo esa tercera dimensión era la fórmula para hacer más creíble la divinidad, que producía el efecto deseado cuando interactuaba con el color para hacerse más verosímil.
El Cristo de la Tabla es una pintura sobre tela en la que aparecen representados san Juan Evangelista, la Virgen María y un Cristo superpuesto, policromado sobre madera en una cruz de madera dorada y con una cartela de plata. El conjunto, que escenifica el pasaje evangélico de la crucifixión en el Monte Calvario, "tiene un gran interés artístico e histórico", tal y como reconocen desde la principal pinacoteca de España.
Las referencias más antiguas que existen sobre la obra datan de 1610, cuando se realizó un inventario de la decoración de la capilla de las Ánimas de la Parroquia de Santiago Apóstol con motivo de una visita pastoral, en el que se aludía a un "crucifijo pintado en una tabla. Cortada la tabla y clavado en una cruz que está en la capilla de las Ánimas", tal y como desveló el historiador montillano Antonio Luis Jiménez Barranco.
"Sus rasgos estilísticos renacentistas revelan que pudo ser realizada en los años centrales del siglo XVI y debe su originalidad y belleza a que se encuentra plasmada al óleo sobre un tablero de dos centímetros de grosor y 152 de altura, recortado por la silueta anatómica del crucificado", detalla el investigador en Perfiles montillanos.
La calidad artística y la singularidad de la obra ha despertado desde siempre la curiosidad de los cronistas locales. No en vano, en 1777, Antonio Marcelo Jurado y Aguilar, en su manuscrita Historia de Montilla, describe la capilla de las Ánimas y alude al Santo Cristo de la Tabla, "pintura antigua y de especial devoción".
Más prolijo es su coetáneo, Francisco de Borja Lorenzo Muñoz quien, dos años después, describe la sagrada imagen de Jesús Crucificado, una "pintura portentosa en la misma tabla de la Cruz", de "hechura grande", que, según el cronista, "causa suma veneración y devoción".
Tal y como destaca Antonio Luis Jiménez, "se tiene constancia de que, al menos en dos ocasiones, este original icono de Jesús Crucificado salió en procesión general por las calles de Montilla". En efecto, según las actas capitulares del Concejo municipal, los miembros del cabildo asistieron en enero de 1699 a la procesión del Santo Cristo de la Tabla y Nuestra Señora del Rosario que se celebró a petición de los padres misioneros. "Igualmente, en diciembre de 1726, el cabildo costeó la cera que se gastó en la procesión que se hizo al Cristo de la Tabla en la rogativa del agua", detalla el investigador montillano.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el Cristo de la Tabla presidió la sacristía mayor de la Parroquia de Santiago Apóstol y gozó de donaciones particulares que sus devotos le ofrecieron en sus últimas voluntades. Tal fue el caso de Beatriz de Chaves, viuda de Rodrigo Ortiz y vecina de la calle Trillo, que el 29 de noviembre de 1653 otorgaba en su testamento "al Santo Cristo de la Tabla que está en la capilla de las Ánimas de la iglesia parroquial del Señor Santiago de esta ciudad una arroba de aceite para que se gaste en su lámpara”.
No obstante, la fundación piadosa de mayor entidad que recibió el Cristo de la Tabla fue dotada por Luisa Granados de Bonilla, mujer de Pedro Antonio Melero y Varo, fallecida el 4 de julio de 1725. Según desveló Antonio Luis Jiménez, puso a disposición "una haza de tres fanegas de tierra calma de cuerda mayor" en La Navilla de Cortijo Blanco para poder financiar, de manera perpetua, "una misa de fiesta solemne" en el día de la Invención de la Santa Cruz "en la capilla y altar del Santo Cristo de la Tabla".
"Según consta en el Archivo Parroquial de Santiago, el día 3 de mayo, festividad de la Invención de la Cruz, se iniciaba con un repique de campanas a mediodía y por la noche y a última hora del día tenía lugar una procesión claustral de cuatro capas con música de órgano hasta la capilla de las Ánimas", describe Antonio Luis Jiménez, quien añade que "una vez allí, comenzaba la misa dotada por Luisa Granados, que contaba con el acompañamiento de diáconos y que finalizaba con la lectura de los Actos de Fe".
Según el autor de Perfiles montillanos, fruto de la gran veneración de la que gozó el Señor de la Tabla, "en pleno barroco le fueron añadidas la cruz tallada y sobredorada que le sostiene y la cartela del INRI en plata labrada", además del amplio óleo sobre lienzo que completa la escena del Calvario con las imágenes de la Virgen dolorosa y San Juan, en su parte terrenal, mientras que en la superior aparecen, entre nubes, una serie de ángeles plañideros portadores de los símbolos de la Pasión.
A principios del siglo XX, el Cristo de la Tabla fue trasladado de la capilla de las Ánimas a la de San Juan, como se aprecia en una imagen de 1929 de la Universidad de Sevilla. "Esta capilla sufrió una gran transformación en 1917, año en que el primer tramo de la misma fue dedicado a baptisterio y espacio de apoteosis solanista", recordó Antonio Luis Jiménez, quien detalla que un inventario parroquial de 1914 detalla que el Cristo de la Tabla se hallaba en la capilla de San Juan Bautista.
El historiador montillano también destaca la vinculación de la obra que ahora viajará hasta el Museo del Prado con san Juan de Ávila, orientador espiritual de san Francisco de Borja, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús y Fray Luis de Granada, además de figura preeminente durante el Siglo de Oro.
En ese sentido, Antonio Luis Jiménez dedicó un pormenorizado estudio a un episodio ocurrido en la Parroquia de Santiago entre el Apóstol de Andalucía y un caballero de la villa que estaba enemistado con un vecino, que se recoge en el Proceso de Beatificación del Maestro Juan de Ávila, que "está repleto de pasajes y pormenores del quehacer diario del Maestro de Santos, siendo la fuente básica que utilizaron sus primeros biógrafos".
De los cuarenta testigos montillanos que se personaron para ofrecer sus declaraciones al proceso para elevar a los altares a san Juan de Ávila, 23 de ellos manifestaron ser conocedores del episodio que vincula al Doctor de la Iglesia universal con el Cristo de la Tabla de la Parroquia de Santiago Apóstol y que, según Jiménez Barranco, "hubo de acontecer entre 1550 y 1569, período de estancia permanente del Maestro Ávila en Montilla".
De hecho, los biógrafos Luis Muñoz y Martín Ruiz de Mesa publicaron en el siglo XVII una reconstrucción de los hechos, que aluden a "dos personas honradas, encontradas con odio capital y vengativo", que el Maestro de Santos ayudó a reconciliar encomendándolos al singular crucificado que, en apenas unos días, podrá contemplarse en la capital de España.
J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍAS: ANTONIO LUIS JIMÉNEZ BARRANCO
FOTOGRAFÍAS: ANTONIO LUIS JIMÉNEZ BARRANCO