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Tres lustros sin Paco Raigón

Los aficionados montillanos a la tauromaquia recuerdan hoy al matador de toros Francisco Raigón Cabello, Paco Raigón, que en la década de los años sesenta revolucionó a los aficionados de toda la provincia y que falleció en Barcelona el 27 de noviembre de 2008, a los 68 años de edad.


Nacido en Montilla el 5 de enero de 1941, Francisco Raigón Cabello vistió por primera vez el traje de luces el 18 de noviembre de 1958 en la plaza barcelonesa de Las Arenas, y se presentó con picadores en la plaza de Córdoba el 31 de julio de 1960, en una novillada mixta, en la que se lidiaron cuatro novillos de Higinio Luis Severino. En esta corrida también intervino Manuel Benítez El Cordobés que, a la postre, sería distinguido como quinto Califa del Toreo.

Al Coso de Los Tejares regresaría el matador de toros montillano dos semanas más tarde, el 14 de agosto, para protagonizar una novillada con caballos junto a Pepe Luis Villodres y a Pedro Santamaría, que sufriría una espeluznante cogida de uno de los novillos de Manuel Muñoz Aguilar.

Tras comparecer el 3 de septiembre de 1960 en la Plaza de Toros de Priego de Córdoba junto al rejoneador José María López Ferreira, a Efraín Girón y a José María Montilla, dos semanas más tarde regresaría Paco Raigón a este mismo escenario para compartir cartel con Álvaro Domecq Romero y con Manuel Benítez El Cordobés, en una tarde en la que el torero montillano logró cortarle cuatro orejas y un rabo a sus contendientes de la ganadería de Hijos de Juan Valenzuela.

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Un mes más tarde, el 12 de octubre de 1960, Paco Raigón retornó al desaparecido Coso de Los Tejares de la capital para compartir terna junto a Manuel Benítez y a Rafael Cruz-Conde González, nieto de Machaquito, uno de los cinco Califas del Toreo.

Dos semanas más tarde, el torero montillano cerró esta espectacular temporada en un festival benéfico en el que se lidiaron toros de Germán Gervás, Flores Albarrán y Félix Moreno, de la mano de Alfonso Gómez Ramiro, Rafael Montero, Manuel Sánchez Saco, Pedrín Castro, El Cordobés y el propio Paco Raigón.

Entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta, Paco Raigón provocó en Montilla una verdadera revolución cultural y social. Marcó una época, como todavía recuerdan muchos niños de entonces, hoy adultos, que en las tardes de corrida se acercaban hasta el Hotel Luna o hasta el Hotel Comercio para ver salir a su torero en coche de caballos hasta la plaza de toros.


De esta forma, los aficionados montillanos al mundo del toro recuerdan hoy, tres lustros después de su fallecimiento, las míticas tardes de gloria que Paco Raigón brindó a los tendidos. Y es que Montilla sufría una verdadera diáspora cada vez que su torero se enfrentaba a la muerte en alguna plaza cercana. No en vano, se ponían a disposición del público trenes especiales con vagones adicionales, así como autobuses, taxis o coches particulares para facilitar el desplazamiento a quienes deseaban asistir a los paseíllos del diestro de Montilla.

Sin embargo, la mala suerte se cebó con Paco Raigón que, a pesar de haber cubierto una etapa importantísima de la historia de Montilla, se fue eclipsando paulatinamente. El 29 de septiembre de 1963, un morlaco de Moreno Ardanuy lo corneó en la Plaza de Toros de Cabra, impidiéndole triunfar en una tarde en la que la terna se completaba con los diestros Juan Méndez y Manuel Carnero Chamaquín.

Su alternativa se programó en ese mismo escenario, la Plaza de Toros de Cabra, para el 26 de junio de 1966, con un cartel formado por Luis Segura, Gabriel de la Haba Zurito y el propio Paco Raigón que, sin embargo, no pudo asumir el doctorado al ser alcanzado por su oponente al pasar de capa en el primero de la tarde.

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Meses después, el 21 de septiembre, y repuesto ya de aquel percance, Paco Raigón tomó definitivamente la alternativa en Écija, de manos de Manuel García Palmeño. Y allí fue capaz de cortar una oreja al toro número 63, Pretendido, un morlaco negro zaino de Hermanos Cembrano.

Sin embargo, su paso por el servicio militar, con el conflicto de Sidi Ifni de trasfondo, trastocó sus ilusiones. Tras sufrir una grave cogida en Albacete, el matador montillano buscó su retiro en la localidad barcelonesa de El Prat de Llobregat, donde logró establecerse como empleado de imprenta y donde fijó su residencia hasta su muerte.

Unos años antes, el Pleno de la Corporación Municipal aprobó por unanimidad rotular con su nombre la vía que conecta la calle Manuel Rodríguez “Manolete” con Alcalde Manuel Sánchez Ruiz, junto a la Plaza Víctimas del Terrorismo, a las espaldas de la estación de autobuses.


En efecto, el Pleno de la Corporación municipal aprobó por unanimidad la concesión de esta calle en el mes de febrero del año 2003, apenas un mes después del multitudinario homenaje que el recordado torero recibió en su ciudad natal, gracias a la iniciativa del Ayuntamiento de Montilla, de la Peña Taurina La Capea y de la Tertulia Las Camachas.

Paco Raigón fallecería tan solo cinco años después de aquel tributo que recibió de sus paisanos y en el que participaron matadores de la época como José María Montilla, Manuel García Palmeño, Agustín Castellanos El Puri o Manuel Rodríguez Requena.

Un torero para cantarle

Coincidiendo con el descubrimiento de la placa de la calle Paco Raigón –que corrió a cargo de Antonio Sanz, presidente de la Federación Provincial Taurina de Córdoba, junto al entonces alcalde de Montilla, Antonio Carpio; a Carlos González, presidente de la Peña Taurina “Solano González”; y a Cristóbal Ruiz, sobrino del torero montillano–, el profesor carloteño Domingo Echevarría Echevarría, gran aficionado a la tauromaquia, le dedicó el poema titulado Torero para cantarle:

Tierra de tanta solera
con un Capitán tan Grande,
se merecía un torero
con su valor y su arte.

Con aire de viejos sones,
de la Montilla de antes,
de penas y sinsabores,
de pampaneras y cantes.

Con el sello de la hombría
de su montillana sangre,
para dar lo que tenía,
en los ruedos cada tarde.

Aquel de capote lento,
que casi paraba el aire,
y con su muleta al viento,
era puro sentimiento
de su Montilla entrañable.

Ya la historia del toreo
guarda su nombre imborrable.
Torero para cantarle
desde el patio de cuadrillas,
en su paseo elegante.

Y, como halago, gritarle:
¡Que es de Montilla, señores!
la del Capitán más grande.


J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍAS: ARCHIVO
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