En julio se celebraron elecciones generales anticipadas cuyo resultado parece más un damero que una sentencia dictada por las urnas. En vez de un claro mensaje de la decisión popular, lo que surge de los comicios es un complicado crucigrama de letras o siglas con las que se deberá formar la cita que permita, a quien lo consiga, ser proclamado candidato para una investidura exitosa. Si nadie logra resolver el damero, se deberán convocar nuevas elecciones que ofrezcan otro damero con combinaciones de siglas similares. Así es el juego.
En principio, aunque a sabiendas de que no había completado el damero con la cita a descubrir, el líder conservador intentó, sin mucho interés, rellenar las casillas que le permitiesen ser investido. Para ello, reclamó, sin tener todavía resuelto el damero, que lo propusieran como candidato, mientras cuestionaba a los demás jugadores por no ayudarle a descubrir la palabra oculta y por no dar como válido su incompleto crucigrama.
Incluso pretendió crear normas nuevas que le permitieran proclamarse ganador por reunir el mayor número de puntos o votos, siendo perfecto conocedor de que no son los puntos sino el número de casillas completas o apoyos parlamentarios los que dan la victoria, pues permiten armar la cita oculta que hace ganador a un candidato.
El jugador conservador sólo había podido descubrir las siglas de tres casillas: Vox, CC y UPN. Pero eran insuficientes para elaborar la frase `mayoría parlamentaria´ con la que se resolvía el damero y se ganaba el juego. Y se enfadó. Se enfadó muchísimo desde que vio el damero surgido de las urnas y al que tenía que enfrentarse.
Con todo, se le dio una oportunidad para que resolviese el damero con algo más de tiempo. Pero en vez de dedicarse a ello, ha empleado ese plazo en cuestionar y boicotear a otro competidor que podía presentar un damero mejor rellenado.
Como jugador, no soportaba que nadie le ganase la partida. No se había preparado para ser derrotado. Y menos aun cuando creía que el juego estaba hecho a su medida, que iba a ganarlo de carretilla. Pero se equivocó: sobrevaloró sus fuerzas. Y desde entonces anda refunfuñando y haciendo advertencias apocalípticas y descalificando a todo el mundo que no admite su victoria por puntos.
Así, en vez de asumir su derrota y renunciar a cantar una victoria que nadie le reconocía, se dedicó a armar mucho alboroto, mediante amenazas y movilizaciones de sus seguidores, para que su competidor no pudiera ser propuesto o, si lo conseguía y ganara, deslegitimar su probable éxito.
Es la triste reacción de un mal perdedor que no es nueva en su equipo, pues se trata de una estrategia, algo chapucera pero bastante eficaz, que ya habían empleado en otras ediciones del juego, consistente en propalar infundios e insidias con mucho ruido para poner nervioso al público con el fantasma del rompimiento de España.
Fue justamente lo que hicieron, en 2004, cuando se enfrentaron a Zapatero, un jugador novato recién ascendido en su equipo, que consiguió completar, contra todo pronóstico, aquel damero a pesar de batirse con otro jugador conservador, otro gallego apellidado Rajoy, todo un veterano que creía, como su paisano Feijóo actualmente, que la victoria estaba cantada.
Y como hoy con el pretexto de una amnistía, aquellos perdedores de 2004 se emplearon a fondo entonces para deslucir la victoria del ganador mediante una agria campaña de movilizaciones, manifestaciones, mesas petitorias, boicots a productos catalanes, acusaciones de atentar contra la democracia y la igualdad de los españoles, con la excusa de una oportuna y aprobada legalmente reforma del Estatut de Catalunya, cuyo articulado era calcado al de Andalucía.
En aquella ocasión, como hoy, los perdedores vocearon indignados que aquel novel contrincante había incurrido, para completar el damero, en el uso de siglas de partidos independentistas y de herederos del terrorismo, como si tales siglas no formaran parte del juego y no fuesen representativas de la pluralidad parlamentaria que ampara la Constitución, siendo sus votos y apoyos igual de válidos que cualesquiera del Parlamento. ¿Les suena la argucia?
Se trata del mismo argumentario e idéntica reacción del actual perdedor ante un resultado que no ha salido como esperaba. Pero exhibiendo mayor hipocresía, porque hoy reconoce la validez de los apoyos de los nacionalistas catalanes y vascos si sirven para que el jugador conservador gane la partida, pero que considera inadmisibles si contribuyen a que el contrincante progresista complete el damero, como se prevé. De ahí esa reacción visceral y exagerada, basada en mentiras, bulos, tergiversaciones y descalificaciones, del actual perdedor, quien niega legitimidad y hasta considera indigno cualquier acuerdo o resultado que no le favorezca.
Es así como, de aquellos barros, estos lodos que hoy enfangan y judicializan las relaciones de Cataluña con el resto de España. Y también la polarización, los enfrentamientos y la desconfianza que tensionan no solo la política, sino la convivencia entre catalanes y el conjunto de España.
Sin embargo, esos perdedores enrabietados no escarmientan y continúan con el mismo proceder, como acostumbra el equipo que abandera el nacionalismo español intolerante, excluyente y antidemocrático. Por eso salen en tromba a demonizar a cualquiera que gane el damero si no pertenece a su equipo.
Todo lo que consiguió el candidato conservador fue perder el tiempo, obtener el fracaso previsto de su investidura, verse identificado con su único socio, la ultraderecha irredenta, lo que le granjea el aislamiento de todos los demás jugadores, y consolarse con un mitin callejero de autoestima donde pudo arengar a los suyos con sus manidas amenazas y aspavientos.
Ni tan siquiera el apoyo senil de incorruptas “momias del 78” –no solo de su equipo, sino también de las del contrario- permitió que completara con éxito el juego. Su actuación fue todo un lío de contradicciones y bandazos que de nada sirvieron para que reuniese las siglas necesarias. El damero, al parecer, se le atragantó y no supo, no pudo o no quiso resolverlo como establece la normativa.
Porque, en vez de presentar al jurado parlamentario las casillas perfectamente rellenadas del damero, pretendió poner en cuestión las de su adversario, a pesar de que este todavía no podía competir, ni siquiera se había presentado a jugar. Buscó desesperadamente un cuerpo a cuerpo que el otro rehusó e ignoró ostentosamente.
Consciente, al fin, de su inevitable derrota, sólo pudo intentar achacarla a supuestos principios que le impedían ganar a cualquier precio. Es decir, adoptó la actitud del zorro ante las uvas: no las cogía porque no estaban maduras, no porque no podía alcanzarlas.
No se daba cuenta de que había asumido los postulados de su único socio ultra, y que lo alejan del resto de jugadores, cuando rechazaba el “adoctrinamiento en las escuelas”, las “visiones apocalípticas” del cambio climático, la “dictadura del activismo” de la transición ecológica, el “karaoke” del Congreso por el uso de las lenguas oficiales de España, y tachaba de “inmoral” a Pedro Sánchez por pactar con los independentistas.
También por hablar del “encaje de Cataluña” sin explicar nada al respecto y demostrar, así, su evidente imposibilidad de entendimiento con los nacionalismos periféricos, incluidos los de su ideología conservadora, como son el PNV (vasco) y Junts per Catalunya (catalán).
Fue de este modo como Alberto Núñez Feijóo, para desconsuelo en su equipo y seguidores, no consiguió las uvas que pretendía. Las 172 que logró arrancar, en las dos tandas en que pudo intentarlo, eran insuficientes para llenar el cesto de su ambición presidencial.
No completó el damero, como estaba cantado. Tanto presumir, con paseíllo teatral a la entrada del palacio de juego, para acabar como un mal perdedor que sigue creyendo que le hacen “estafa electoral” y que su contrincante es un "cobarde", como le gritó su bancada en el Parlamento, porque no participa de su estrategia de enfrentamiento personal, a quien acusa de ganar -cosa que aun no se sabe- por plegarse a los “chantajes” de sus socios.
Fue, en fin, la crónica de una derrota anunciada. A ver qué hace ahora el contrincante progresista y actual campeón del juego en funciones. Todavía está en el aire el título.
En principio, aunque a sabiendas de que no había completado el damero con la cita a descubrir, el líder conservador intentó, sin mucho interés, rellenar las casillas que le permitiesen ser investido. Para ello, reclamó, sin tener todavía resuelto el damero, que lo propusieran como candidato, mientras cuestionaba a los demás jugadores por no ayudarle a descubrir la palabra oculta y por no dar como válido su incompleto crucigrama.
Incluso pretendió crear normas nuevas que le permitieran proclamarse ganador por reunir el mayor número de puntos o votos, siendo perfecto conocedor de que no son los puntos sino el número de casillas completas o apoyos parlamentarios los que dan la victoria, pues permiten armar la cita oculta que hace ganador a un candidato.
El jugador conservador sólo había podido descubrir las siglas de tres casillas: Vox, CC y UPN. Pero eran insuficientes para elaborar la frase `mayoría parlamentaria´ con la que se resolvía el damero y se ganaba el juego. Y se enfadó. Se enfadó muchísimo desde que vio el damero surgido de las urnas y al que tenía que enfrentarse.
Con todo, se le dio una oportunidad para que resolviese el damero con algo más de tiempo. Pero en vez de dedicarse a ello, ha empleado ese plazo en cuestionar y boicotear a otro competidor que podía presentar un damero mejor rellenado.
Como jugador, no soportaba que nadie le ganase la partida. No se había preparado para ser derrotado. Y menos aun cuando creía que el juego estaba hecho a su medida, que iba a ganarlo de carretilla. Pero se equivocó: sobrevaloró sus fuerzas. Y desde entonces anda refunfuñando y haciendo advertencias apocalípticas y descalificando a todo el mundo que no admite su victoria por puntos.
Así, en vez de asumir su derrota y renunciar a cantar una victoria que nadie le reconocía, se dedicó a armar mucho alboroto, mediante amenazas y movilizaciones de sus seguidores, para que su competidor no pudiera ser propuesto o, si lo conseguía y ganara, deslegitimar su probable éxito.
Es la triste reacción de un mal perdedor que no es nueva en su equipo, pues se trata de una estrategia, algo chapucera pero bastante eficaz, que ya habían empleado en otras ediciones del juego, consistente en propalar infundios e insidias con mucho ruido para poner nervioso al público con el fantasma del rompimiento de España.
Fue justamente lo que hicieron, en 2004, cuando se enfrentaron a Zapatero, un jugador novato recién ascendido en su equipo, que consiguió completar, contra todo pronóstico, aquel damero a pesar de batirse con otro jugador conservador, otro gallego apellidado Rajoy, todo un veterano que creía, como su paisano Feijóo actualmente, que la victoria estaba cantada.
Y como hoy con el pretexto de una amnistía, aquellos perdedores de 2004 se emplearon a fondo entonces para deslucir la victoria del ganador mediante una agria campaña de movilizaciones, manifestaciones, mesas petitorias, boicots a productos catalanes, acusaciones de atentar contra la democracia y la igualdad de los españoles, con la excusa de una oportuna y aprobada legalmente reforma del Estatut de Catalunya, cuyo articulado era calcado al de Andalucía.
En aquella ocasión, como hoy, los perdedores vocearon indignados que aquel novel contrincante había incurrido, para completar el damero, en el uso de siglas de partidos independentistas y de herederos del terrorismo, como si tales siglas no formaran parte del juego y no fuesen representativas de la pluralidad parlamentaria que ampara la Constitución, siendo sus votos y apoyos igual de válidos que cualesquiera del Parlamento. ¿Les suena la argucia?
Se trata del mismo argumentario e idéntica reacción del actual perdedor ante un resultado que no ha salido como esperaba. Pero exhibiendo mayor hipocresía, porque hoy reconoce la validez de los apoyos de los nacionalistas catalanes y vascos si sirven para que el jugador conservador gane la partida, pero que considera inadmisibles si contribuyen a que el contrincante progresista complete el damero, como se prevé. De ahí esa reacción visceral y exagerada, basada en mentiras, bulos, tergiversaciones y descalificaciones, del actual perdedor, quien niega legitimidad y hasta considera indigno cualquier acuerdo o resultado que no le favorezca.
Es así como, de aquellos barros, estos lodos que hoy enfangan y judicializan las relaciones de Cataluña con el resto de España. Y también la polarización, los enfrentamientos y la desconfianza que tensionan no solo la política, sino la convivencia entre catalanes y el conjunto de España.
Sin embargo, esos perdedores enrabietados no escarmientan y continúan con el mismo proceder, como acostumbra el equipo que abandera el nacionalismo español intolerante, excluyente y antidemocrático. Por eso salen en tromba a demonizar a cualquiera que gane el damero si no pertenece a su equipo.
Todo lo que consiguió el candidato conservador fue perder el tiempo, obtener el fracaso previsto de su investidura, verse identificado con su único socio, la ultraderecha irredenta, lo que le granjea el aislamiento de todos los demás jugadores, y consolarse con un mitin callejero de autoestima donde pudo arengar a los suyos con sus manidas amenazas y aspavientos.
Ni tan siquiera el apoyo senil de incorruptas “momias del 78” –no solo de su equipo, sino también de las del contrario- permitió que completara con éxito el juego. Su actuación fue todo un lío de contradicciones y bandazos que de nada sirvieron para que reuniese las siglas necesarias. El damero, al parecer, se le atragantó y no supo, no pudo o no quiso resolverlo como establece la normativa.
Porque, en vez de presentar al jurado parlamentario las casillas perfectamente rellenadas del damero, pretendió poner en cuestión las de su adversario, a pesar de que este todavía no podía competir, ni siquiera se había presentado a jugar. Buscó desesperadamente un cuerpo a cuerpo que el otro rehusó e ignoró ostentosamente.
Consciente, al fin, de su inevitable derrota, sólo pudo intentar achacarla a supuestos principios que le impedían ganar a cualquier precio. Es decir, adoptó la actitud del zorro ante las uvas: no las cogía porque no estaban maduras, no porque no podía alcanzarlas.
No se daba cuenta de que había asumido los postulados de su único socio ultra, y que lo alejan del resto de jugadores, cuando rechazaba el “adoctrinamiento en las escuelas”, las “visiones apocalípticas” del cambio climático, la “dictadura del activismo” de la transición ecológica, el “karaoke” del Congreso por el uso de las lenguas oficiales de España, y tachaba de “inmoral” a Pedro Sánchez por pactar con los independentistas.
También por hablar del “encaje de Cataluña” sin explicar nada al respecto y demostrar, así, su evidente imposibilidad de entendimiento con los nacionalismos periféricos, incluidos los de su ideología conservadora, como son el PNV (vasco) y Junts per Catalunya (catalán).
Fue de este modo como Alberto Núñez Feijóo, para desconsuelo en su equipo y seguidores, no consiguió las uvas que pretendía. Las 172 que logró arrancar, en las dos tandas en que pudo intentarlo, eran insuficientes para llenar el cesto de su ambición presidencial.
No completó el damero, como estaba cantado. Tanto presumir, con paseíllo teatral a la entrada del palacio de juego, para acabar como un mal perdedor que sigue creyendo que le hacen “estafa electoral” y que su contrincante es un "cobarde", como le gritó su bancada en el Parlamento, porque no participa de su estrategia de enfrentamiento personal, a quien acusa de ganar -cosa que aun no se sabe- por plegarse a los “chantajes” de sus socios.
Fue, en fin, la crónica de una derrota anunciada. A ver qué hace ahora el contrincante progresista y actual campeón del juego en funciones. Todavía está en el aire el título.
DANIEL GUERRERO