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Juan Pablo Bellido | La Era de la Desinformación

La gran aliada de la desinformación es la ignorancia. Y, mal que nos pese, la manifiesta falta de criterio de las audiencias se ve tristemente alimentada por otro hecho incontestable: hoy por hoy, el consumo de información –o, mejor, de desinformación– se hace principalmente en formatos o soportes que omiten la contextualización del hecho noticioso, de manera que el lector carece de elementos que, en su caso, le permitirían formarse un juicio sólido sobre la validez de los argumentos expuestos.


Los medios, claro, son conscientes de esa desnudez intelectual a la que es sometida la mayor parte de sus potenciales lectores y, ante esa situación tan propicia para el fraude, es fácil caer en la tentación de zarandearlos e invitarlos –a empujones, si hiciera falta– a que accedan a un determinado portal web mediante la adulteración del titular que, de este modo, abandona su ser como elemento esencial de la información para travestirse en un tosco señuelo.

No nos dejemos engañar. Y no permitamos que esto siga ocurriendo. Es preciso renovar, si fuera necesario, nuestro compromiso con la verdad, con la realidad y con nuestra profesión. Hagamos un uso responsable de todos los ingredientes que tenemos a nuestro alcance para engendrar buenos titulares y que nuestro querido y recordado Antonio López Hidalgo enumeraba casi de corrido: "actualidad, concisión, precisión, claridad, veracidad y garra". No hay más.

Cualquier periodista sabe que el mejor gancho posible para ganar lectores es una buena historia, una información de alcance que afecte a un sector significativo de la población y que, por sí misma, capte la atención del respetable. Si el hecho que se pretende transmitir reúne todas las características para llegar a ser noticioso basta con ser precisos en el encuadre, exquisitos en el tratamiento de las fuentes, clarificadores en la redacción del cuerpo de la información y, finalmente, sagaces en la elección de los elementos de titulación ya que, en efecto, “un mal título puede arruinar una buena información”.

Como sostuvo Miguel Ángel Bastenier, columnista, editor y maestro de periodistas fallecido en 2017, “el titular es la justificación de que vale la pena leer el texto (cuando lo vale). No hay derecho a pasarse ni un adarme”. Por el contrario, el uso del titular-anzuelo solo parece quedar reservado para aquellos que tienen muy poco o nada que contar al lector, de ahí que, en ocasiones, se vean empujados a tirar de adornos superfluos y cintillos llamativos. Y sentenciaba: “la mejor defensa de una información no es añadir 'urgente' o 'exclusiva', sino un buen titular que responda a lo que se cuenta”.

No sé en qué momento los profesionales del Periodismo pondremos pie en pared. Pero se hace necesario que sea más pronto que tarde o lo terminaremos lamentando. Como defendía Antonio López Hidalgo, nunca debemos perder de vista que el titular debe recoger los elementos esenciales de la información y, por tanto, no debe transformarse en una especie de adivinanza o de acertijo que someta al receptor a un frívolo juego del que solo podrá salir accediendo al chantaje del clic.

El titular no puede abrir interrogantes porque, precisamente, le corresponde cerrarlos dando respuesta a ellos. El titular no alude, enuncia. Y, por si fuera poco, define al autor de la información que, en el peor de los casos, puede presentarse ante la sociedad como un vulgar buhonero que trata de colocar su mercancía a base de tretas y medias verdades.

¿Merece la pena poner en riesgo el prestigio profesional, la credibilidad, por unos cuantos retuits? ¿Es lícito sacrificar la esencia misma del Periodismo por un balance económico menos negativo? Nuestro oficio podría terminar sucumbiendo ante tanta indolencia, ante tanta mediocridad y ante esos intereses inconfesables que, en lugar de mostrarnos el camino, nos apartan cada vez más de la realidad y de la gente. De nosotros depende.

JUAN PABLO BELLIDO
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