Ir al contenido principal

Aureliano Sáinz | Gaudeamus Igitur

Se acerca la terminación del curso académico. Los estudiantes han realizado los exámenes finales, mientras que los de cuarto aún tienen pendiente sus defensas del Trabajo Fin de Grado (TFG). Nos encontramos en el mes de junio, época de los nervios, de saber cómo se saldrá de las asignaturas en las que han estado inmersos a lo largo del año. Uno ya conoce las alegrías, las risas y las lágrimas que acompañan a las notas que reciben en esa espera impaciente.


A pesar del largo tiempo que he vivido en medio de este ambiente, rodeado de gente joven y de ver tantas promociones, siempre me emociona encontrarlos con los apuntes repasando a última hora aquello que imaginan que les puede caer en el examen. Es el eterno ritual que se repite año tras año.

Uno de estos días pasados llegué al centro y, al acercarme a las escalinatas que dan acceso al hall de la Facultad, veo a un grupo al que pregunté: “¿Vosotros sois estudiantes de la EBAU?”. Tengo que aclarar que, días atrás, muchas de las aulas del edificio de la Facultad de Educación y Psicología, en el que continúo como profesor honorario, han estado ocupadas por estudiantes de segundo de Bachillerato que tenían que superar la prueba que les dará acceso a la Universidad, por lo que la duda tiene algo de sentido.

Me miran un tanto sorprendidos y, al momento, casi a coro, me responden: “No, no. Nosotros somos estudiantes de la Facultad. Ellos son más pequeños que nosotros”. Me hace mucha gracia que me indiquen que los de la EBAU, que tienen un año menos, son más pequeños, porque yo sería incapaz de diferenciarlos si los viera juntos.

Para tranquilizarlos, les digo que como soy mayor ya no tengo la capacidad de distinguirlos, pues todos me parecen casi iguales (la verdad es que diferenciar a los que tienen 19 años de los que tienen 17 o 18 es bastante complicado).

“¿En qué curso estáis?”, les vuelvo a preguntar. “Somos de primero”, responden. “¿De qué grupo?”, insisto, indicándoles que posiblemente el próximo curso los tenga como alumnos en segundo curso. Y así continuamos charlando un poco. Finalizo preguntándoles si les puedo hacer una fotografía. “Sí, claro…”, me indica una de las chicas, que se convierte en la portavoz del grupo. Saco un par de ellas y me despido dándoles las gracias.

Subo la escalinata del edificio proyectado por Francisco Javier Sáenz de Oíza, quien fuera uno de los grandes arquitectos de nuestro país. Entro en el despacho y abro el sobre que contiene la invitación de los alumnos de cuarto curso a la celebración del acto de su terminación de estudios. Me quedo un poco pensativo, rememorando los últimos en los que estuve presente.

Sin saber por qué, me viene a la mente el himno, Gaudeamus Igitur, que se canta en las universidades españolas para despedir a quienes han ocupado las aulas durante los años que ha durado la carrera que en su momento eligieron.


Sé que es un acto cargado de gran emotividad, puesto que todos ellos, muy bien vestidos, aparecerán acompañados de unos padres (en algunos casos, de hermanos o novios) que se sienten muy orgullosos. Tras las intervenciones oportunas, se les nombrará uno a uno. Se les pondrá la banda azul de nuestra titulación. Más de una lágrima asomará en los rostros de quienes están presentes.

Ellos y ellas saben que se termina el tiempo de disfrute, de clases más o menos interesantes, de charlas a todo volumen en la cafetería y de goce del compañerismo que han compartido. Comenzarán otra vida. Entienden que a partir de esa despedida tendrán que enfrentarse cada uno a la incertidumbre de la búsqueda de trabajo. Y echarán de menos aquel tiempo, bastante alocado, de la juventud que caminaba hacia la madurez.

En mi caso, es posible que asome el recuerdo de aquel lejano primer curso en el que comencé como profesor, hace nada menos que cuarenta y cinco años, esperando que no me afecte mucho el himno Gaudeamus Igitur, cantado en latín, con el que se cierra el acto de clausura. Y es que en su letra se invita a los estudiantes a que disfruten ahora mismo de la vida, porque les espera un futuro nada halagüeño. Presento, como ejemplo, la primera estrofa traducida:

Alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes / Tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez / nos recibirá la tierra…

Siempre que lo escucho pienso para mis adentros: "¡Menudo himno! ¡Vaya manera de levantarnos los ánimos a quienes llevamos décadas en las aulas universitarias!". Aunque me consuelo recordándome que está cantado en latín y que gran parte del auditorio no sabe lo que se está diciendo en esas estrofas tan solemnes con las que se les despide.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ
© 2020 Montilla Digital · Quiénes somos · C/ Fuente Álamo, 34 | 14550 Montilla (Córdoba) | montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.