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El miedo del separatismo

En estos momentos, las siglas separatistas disponen de mayoría en el Parlamento catalán para consumar lo que perpetran para después del 27-S. CiU dispone de 50 diputados que, sumados a los 21 de ERC, ya les dan la mayoría, incluso sin necesidad de los tres de CUP: 74 sobre un total de 135. Todo indica, además, que ahora no alcanzarán esa criara. La lista conjunta de Mas con Junqueras e islas adyacentes puede perder hasta diez diputados, quedándose en los 60. Y la CUP solo recupera de ellos cinco, yéndose hasta los ocho.



En el filo, la suma de la mayoría. Que no lo es en ningún caso en votos, pues roza el 44 por ciento y ello no estimado sobre el censo sino sobre sufragios emitidos. Sobre el censo, en realidad ese 44 por ciento se queda en un exiguo 33 por ciento de la población.

Hago estas cuentas porque resultan muy relevantes en sus conclusiones. Mas y los separatistas, si consuman su golpe anticonstitucional, acabarán por ejecutarlo tan solo con el supuesto aval de una tercera parte de la población catalana. Y utilizando una trampa absoluta, esta sí que lo es, pues lo que ahora se vota son unas autonómicas que eligen un parlamento autonómico para que éste elija, a su vez, un presidente de una autonomía.

Para lo que pretenden, ni pueden ni tienen competencias, ni legitimidad, ni legalidad nacional ni internacional que les ampare. Pero lo harán. Y en este momento, pues el momento es la clave del plan para violar la ley, ciscarse en la Constitución y romper la Nación. Para dar un verdadero golpe contra el Estado y contra la España democrática.

Para ello, lo que maquinan es aprovechar, aunque sea con esa exigua mayoría parlamentaria, el momento en que suponen que el Estado Democrático se encuentra más indefenso ante esa agresión. O sea, desde el momento en que se disuelvan las Cortes, tanto Parlamento como Senado, se celebren elecciones, el Gobierno esté en funciones y no se hayan constituido las nuevas ni elegido nuevo Ejecutivo.

Por ejemplo, la posibilidad de poner en marcha el artículo 155 de la Constitución, que requiere la aprobación por mayoría absoluta del Senado. Suponen que en esas fechas la respuesta será más difícil a lo que, bien lo saben, es una traición a la Constitución que votaron y, se ha escrito negro sobre blanco en Europa, a un autentico Golpe de Estado. Porque eso y no otra cosa será la intentona.

Me resulta por ello verdaderamente grotesco que el líder de la oposición se haya puesto a barritar por la medida para cortar de raíz tal posibilidad que, en uno de sus flecos, lleva a que el Tribunal Constitucional se dote de los mecanismos para hacer cumplir sus sentencias de manera eficaz y contundente. O sea, que si en un momento y ante un golpe anticonstitucional ha de inhabilitar a quienes lo hayan perpetrado, esa resolución se cumpla. Quizás ahora sí lo entienda Sánchez. O quizás es que no lo quiere entender.

Es política no solo es conveniente, sino estrictamente necesario, prever todos los escenarios. Y este es uno de los posibles. Además, reiterado como amenaza de continuo. Otra cosa es que ni siquiera puedan consumarlo, pues las encuestas se quedan en el filo de la navaja ante esa posibilidad. Una probabilidad ante la que cualquier gobernante con un mínimo de responsabilidad ha de estar preparado y pertrechado de argumentos, pero también de instrumentos legales, jurídicos y por supuesto coercitivos, si quien debe acatar las sentencias se niega a hacerlo.

Es esta una reflexión al calor de la encuesta del CIS publicada hace unos días. Quisiera hacer otra desde una muy diferente perspectiva y ante la que no dejo de mostrarme cada vez más perplejo: es la sensación que tengo, la creciente impresión, de que esto que se está viviendo es algo como un poco broma, un asunto que se puede resolver en un pis pas, que declaramos independencia y ¡hala! ni pasa nada, si sucede nada, ni se produce reacción alguna. Un jauja vamos. Supone no querer ni ver la realidad, ni valorar la terrible gravedad del hecho y lo que acarrea.

Salen inmediatamente con la del miedo. Que, por lo visto, decir la verdad, señalar las consecuencias, es meter miedo. No. El miedo es real. El miedo es la consecuencia de la verdad, de la realidad. Lo otro, lo que ellos, los separatistas pretenden es que prosiga la alucinación, el éxtasis emocional de que simplemente se camina hacia el país de la leche y de la miel. El separatismo como una droga que nubla la razón y traslada a mundos de ensueño.

Hay una buena parte, esencialmente en Cataluña, pero también en el resto de España que aún no es consciente del todo de lo que el disparate, aunque ni siquiera se consume y quede intentona puede conllevar. De hecho, ya nos está afectando. ¿O creen que el constipado de nuestra prima de riesgo y la desconfianza en nuestro futuro no tiene nada que ver con ello?

Pero si se da un paso más allá estaremos en una situación en verdad de riesgo, en verdad traumática, en verdad de imprevisibles y nefastas consecuencias. Para todos. Para los catalanes y no solo al despertar en la verdad internacional y económica (noqueado Romeva ante la BBC cuando le dijeron llanamente que fuera de España es fuera de Europa y que deje de decir mentiras), no solo el drama humano, no solo la secesión, la segregación, la confrontación de una sociedad, no solo en todo ello, que es ya en sí una tragedia.

Es que, además, no existe ni ha existido jamás un Estado y una Nación en el mundo que, de manera impune y sin más, se deje pisotear, hacer trizas, violar su leyes y su integridad territorial. No existe tal en el mundo ni en Europa. No va a pasar. Por fortuna, aunque mi creencia pueda estar muy motivada por el deseo ferviente de que así sea, me parece que no va a pasar. Pero claro que tengo miedo. Por todos nosotros: puede pasar.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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