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Padres ausentes

Recientemente hemos podido leer en la prensa referencias a Robin Williams, ese brillante actor que falleció en agosto de 2.014 quitándose la vida. La revista estadounidense In touch fue la que sacó algunos de los mensajes que había dejado escritos, tales como “es hora de irse” o “he terminado con todo”, y que han salido a la luz hace poco.



Lo que sí nos había contado el propio actor con anterioridad fue que la tristeza y la soledad habitaron en su infancia ante la ausencia de sus padres, puesto que a su madre lo que le interesaba era la moda y su padre, un hombre de negocios, apenas lo veía.

Si traigo a colación la referencia de ese gran actor se debe a la soledad en la que se encuentran niños y niñas en el seno de sus familias es más frecuente de lo que podría pensarse. Esta afirmación la realizo a partir de la observación de los trabajos de investigación que llevo a cabo con los dibujos, ya que, a través de los mismos, nos manifiestan con sincera espontaneidad sus sentimientos con respecto a sus padres y los demás miembros de la familia.

Casi no es necesario que indique que un factor esencial en el desarrollo de la persona es sentirse querido, y de modo muy especial por sus padres, es decir, aquellos que han sido los que la han traído a este mundo. Tal como les explico a mis alumnos y alumnas, esto es un sentimiento básico, fundamental para todo individuo, puesto que la carencia del mismo marca para el resto de la vida.

Lo más curioso de todo ello, como veremos en los dibujos que he seleccionado para que comprendamos cómo nos lo explican los escolares que me entregaron sus trabajos, es que suelen ser niños de familias “normales”, es decir, de aquellas que aparentemente funcionaban muy bien de cara a quienes las conocían.

Lo habitual es que no se sepa qué ocurre tras las puertas que se cierran en las viviendas, por lo que podemos equivocarnos cuando emitimos juicios que pueden ser erróneos si nos guiamos pensando que la imagen exterior es suficiente para saber lo que pasa en el interior de los más pequeños.

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Es lo que sucede con este dibujo de un niño de 9 años para la alumna que llevó a cabo la investigación en un colegio de su pueblo. Se sorprendió de la escena que el chico plasmaba en la lámina. “No lo entiendo. Yo conozco a su familia y es una familia normal”, me dijo cuando estuvimos viendo los dibujos que le habían realizado en la clase en la que llevó adelante este trabajo. Le aclaré lo que he indicado anteriormente, en el sentido de que no podemos saber totalmente los sentimientos por la impresión que nos causa la familia.

Lo cierto es que, en este caso, el autor del dibujo se representa junto a su hermano pequeño, ambos de pie sobre lo que denominamos como la ‘línea de base’, sin que aparezcan junto a ellos ni su padre ni su madre.

Como puede apreciarse, en la parte superior, traza una casa que pareciera flotar, con un camino que se corta en su mitad. Ello es expresión de que el camino que enlaza con la casa en la que viven no llega al lugar en el que se encuentran, por lo que podemos interpretarlo como un símbolo añadido de que no tienen lazos afectivos con sus padres o, expresado de otro modo, que no se sienten queridos por los mismos.

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Una escena similar a la anterior es la que nos muestra Luis, un niño de 8 años, que, al pedirles a quienes se encontraban en la clase que nos dibujaran a las familias, me entregó este dibujo en el que se ve con su hermano algo mayor que él. Los dos aparecen próximos a una especie de columpio, como alusión a la idea de que comparten juegos al aire libre.

Cuando le pregunté dónde se encontraban sus padres, dado que no los veía en la lámina, agachó la cabeza y me respondió que no sabía. Tras esa respuesta no volví a insistir, pues entendí que el niño no quería explicar sus sentimientos con respecto a ellos.

Puesto que tanto él como su hermano vivían con los padres, entendí que la soledad emocional embargaba al pequeño, por lo que no era necesario interrogarle más sobre un tema que le era doloroso.

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El tercer dibujo corresponde a un niño de 9 años que se dibuja solo, a gran tamaño, con su perro al lado, como si fuera la única compañía que tiene para compartir. Bien es cierto que en la parte izquierda superior de la lámina aparece una especie de ventana en la que se encuentran su madre, sus abuelos maternos y su tía. Como me informó la profesora de su clase, son las personas con las que vive.

En este caso concreto, el autor del dibujo no sabe quién es su padre, puesto que su madre lo tuvo siendo soltera y su pareja “desapareció” sin querer responsabilizarse del embarazo y, aunque tiene una familia que le rodea, lo cierto es que la ausencia del padre le pesa mucho.

Me imagino que de vez en cuando se pregunta quién es su padre y por qué le abandonó, puesto que sus compañeros de clase los tienen y a los que en alguna ocasión los ve con ellos. Esta incertidumbre la expresa a la hora de realizar un dibujo de la familia, de modo que su respuesta gráfica es la de trazarse solo, sin la presencia de otro a su lado, si exceptuamos a su perro.

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La expresión de la soledad a través de los dibujos de la familia es más frecuente en los niños que en las niñas, puesto que estas suelen contar con la cercanía afectiva de sus madres. De todos modos, también nos encontramos casos en los que ellas no dibujan a sus progenitores, incluso a sus madres, a pesar de vivir con ellos.

El clima familiar, en estos casos, suele ser tenso y frío, producto de las malas relaciones entre los dos adultos que deberían cuidar no solo físicamente sino también emocionalmente de sus hijos o hijas, puesto que el desarrollo afectivo, aunque no visible, es vital para la formación de la personalidad.

Es lo que le sucede a María, una chica de 11 años, que no representó ni a su padre ni a su madre en el dibujo que me entregó al terminarlo en la clase. Sin embargo, se la ve con su hermana mayor, como si fuera su única compañía dentro del grupo familiar.

Ante la pregunta de por qué no aparecían sus padres, la respuesta fue de carácter evasivo, por lo que no volví a preguntarle; me pareció suficientemente claro que no contaba con ellos para expresar sus afectos más profundos.

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Para cerrar este breve recorrido por la soledad emocional de niños y niñas con respecto a unos padres que no se encuentran presentes en los dibujos como ausencia de relaciones emocionales positivas con ellos, presento el dibujo de una niña de 9 años que aparece en el centro de la escena, entre su prima y su gato.

La autora de este trabajo fue adoptada cuando tenía solo dos meses, por lo que creció creyendo que sus padres adoptivos eran sus padres biológicos. Sobre este tema escribí hace algún tiempo un artículo titulado Familias adoptivas, en el que analizaba, lógicamente de modo un tanto escueto, los problemas que tienen que afrontar las parejas que deciden adoptar para llenar un deseo que no es logrado biológicamente.

Dada la necesidad natural de afecto, en ocasiones se amortiguan la soledad y el aislamiento emocional con la compañía de un hermano, de una hermana, de un primo o de un animal de compañía.

Para cerrar este breve recorrido por el sentimiento de abandono de niños y niñas ante la sensación de no sentirse queridos por los padres, vuelvo de nuevo a la figura del actor Robin Williams: resulta un tanto desolador saber que tuvo tres hijos, pero que la responsabilidad que nacía de ser padre no fue un obstáculo para que tomara una decisión tan dramática que, imagino, habrá marcado dolorosamente a sus propios hijos.

AURELIANO SÁINZ
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